Punta Rasa. MARGARITA GRIGERA
Cuando les entregaron las cenizas él le dijo: - Mamá era una persona adaptada a los cambios. La podemos llevar a Punta Rasa. Ahí donde el agua del río se mezcla con el agua del mar.
Y… total, mamá ya no la llamaría para que cuando fuera a Lomas le trajera algo de La Lanera. Tampoco iría a ocuparse de pagar en el Centro Comercial, ni las cuentas de la carnicería, verdulería o pagarle a las chicas. Ni la escucharía decirle -¿qué te hiciste en el pelo? O, -qué gorda estás. Ni pedirían pizza y cerveza para estar y reírse un rato. Ni el día en que de forma imprevista le dijo: - Yo espero que lo que te di en la vida te haya servido para algo. Se lo dijo así, como si le dijera: - alcanzame la sal. O como cuando le dijo: -´Sos un amor´ y ella le pidió a Beti una silla para no caerse de la emoción. -¿Quién soy, mami? Preguntó casi riendo o llorando. -¡Margarita! Le respondió como ofendida, sintiendo que dudaba de su cordura.
Ya.
Esa noche, desde el colchón improvisado en el piso junto a la cama, mientras oía atenta su respiración, en un momento escuchó como una breviiiiiísima tos, como cuando nos aclaramos la garganta para decir algo y no se oyó nada más y supo que algo cósmico había ocurrido. Ni se animaba a acercarse. Y así fue. Así se fue la vida. No más. Nada de nada. Y llamar a su hermana y mirar juntas, la muerte. Es algo tan privado y personal el morir. Tan digno y tan abismal. Las lágrimas son un ingrediente apenas. La cosa es la eterna presencia a partir de la ausencia definitiva.
Y después, esperar a estar los que estuvieron. Y en ese instante en que sin pensar siquiera decís: a mamá le gustaba… mamá siempre decía…y hablás en un pretérito instantáneo que marca el antes y el después.
Después de los abrazos y los pésames y los papeles: una caja contenedora de sus cenizas.
Entonces fue cuando él dijo: - Mamá era una persona adaptada a los cambios. La podemos llevar a Punta Rasa. Tan vaga idea de qué era eso.
Y ella dijo: -Vamos.
Total... ¿qué?
Y lo demás es una simple crónica de ir en micro. Caminar esos diez kilómetros de playa entre San Clemente y Punta Rasa. Había llovido tanto, el cielo era tan espectacularmente gris-azul como esos cielos que pintaron tanto tanto en el taller. Ese Gris de Payne en el cielo, en esos nubarrones, con esas gaviotas y otros pájaros que atravesaban esa soledad de ser huérfanos definitivamente, siendo tan grandes y tan ínfimos.
Y debutaron en eso de tirar cenizas al mar. Al río mar. Al viento que llevaba como quería tantos años de vida hechos polvo sagrado. Y rieron ahí, tristemente solos. Todo ese vacío repleto de vida estrenando un pasado.
En Punta Rasa hay algotodo.
De mi mamá.
Un honor que publiques mis palabras. Gracias Mónica.
ResponderEliminarMarga Grigera
Preciosas palabras
EliminarDemoledoramente ameno y profundo en el mismo instante...
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