domingo, 17 de septiembre de 2023

PUNTA RASA

 


Punta Rasa. MARGARITA GRIGERA

Cuando les entregaron las cenizas él le dijo: - Mamá era una persona adaptada a los cambios. La podemos llevar a Punta Rasa. Ahí donde el agua del río se mezcla con el agua del mar.

Y… total, mamá ya no la llamaría para que cuando fuera a Lomas le trajera algo de La Lanera. Tampoco iría a ocuparse de pagar en el Centro Comercial, ni las cuentas de la carnicería, verdulería o pagarle a las chicas. Ni la escucharía decirle -¿qué te hiciste en el pelo?  O, -qué gorda estás. Ni pedirían pizza y cerveza para estar y reírse un rato.  Ni el día en que de forma imprevista le dijo: - Yo espero que lo que te di en la vida te haya servido para algo.  Se lo dijo así, como si le dijera: - alcanzame la sal. O como cuando le dijo: -´Sos un amor´ y  ella le pidió a Beti una silla para no caerse de la emoción. -¿Quién soy, mami? Preguntó casi riendo o llorando. -¡Margarita! Le respondió como ofendida, sintiendo que dudaba de su cordura.

Ya. 

Esa noche, desde el colchón improvisado en el piso junto a la cama,  mientras oía atenta su respiración, en un momento escuchó como una breviiiiiísima tos, como cuando nos aclaramos la garganta para decir algo y no se oyó nada más y supo que algo cósmico había ocurrido.  Ni se animaba a acercarse. Y así fue. Así se fue la vida. No más. Nada de nada. Y llamar a su hermana y mirar juntas, la muerte. Es algo tan privado y personal el morir. Tan digno y tan abismal. Las lágrimas son un ingrediente apenas. La cosa es la eterna presencia a partir de la ausencia definitiva.

Y después, esperar a estar los que estuvieron. Y en ese instante en que sin pensar siquiera decís: a mamá  le gustaba… mamá siempre decía…y hablás en un pretérito instantáneo que marca el antes y el después. 

Después de los abrazos y los pésames  y los papeles: una caja contenedora de sus cenizas. 

Entonces fue cuando él dijo: - Mamá era una persona adaptada a los cambios. La podemos llevar a Punta Rasa. Tan vaga idea de qué era eso. 

Y ella dijo: -Vamos.  

Total... ¿qué?

Y lo demás es una simple crónica de ir en micro. Caminar esos diez kilómetros de playa entre San Clemente y Punta Rasa. Había llovido tanto, el cielo era tan espectacularmente gris-azul como esos cielos que pintaron tanto tanto en el taller. Ese Gris de Payne en el cielo, en esos nubarrones, con esas gaviotas y otros pájaros que atravesaban esa soledad de ser huérfanos definitivamente, siendo tan grandes y tan ínfimos.

Y debutaron en eso de tirar cenizas al mar. Al río mar. Al viento que llevaba como quería tantos años de vida hechos polvo sagrado. Y rieron ahí, tristemente solos. Todo ese vacío repleto de vida estrenando un pasado.

En Punta Rasa hay algotodo.

De mi mamá.

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