OTRA ABUELA por Lidia Barujel
Mi otra abuela, la de Rumania,
reunía en la mesa de los miércoles
a todos los primos, grandes y pequeños,
y no podía faltar ninguno.
Tenía el pelo abundante, largo y muy blanco,
y lo llevaba en una sublime trenza
alrededor de su cabeza matriarcal.
A nadie mostraba ese pelo suelto sobre la espalda.
A veces yo dormía en su casa y la espiaba
cuando ella frente al espejo
cepillaba esa hermosa cascada de seda y nube.
Tampoco mostraba su torso desnudo.
Pero a mi pedido abría su blusa
y yo podía ver (pero no tocar) su centro sísmico,
esa rara impronta geológica,
una cicatriz con forma de río desmadrado
o grieta quebrada,
que le cruzaba el pecho de este a oeste.
Allí mismo,
en el sitio de esos dos volcanes cercenados,
habían sabido estar los generosos senos
que amamantaron a mi padre.
Ella cerraba su blusa, yo la abrazaba,
y el mundo giraba de vuelta.
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