jueves, 18 de julio de 2024

MI CORAZÓN

 

Wisława Szymborska nació en Polonia, en 1923, fue una poeta, ensayista y traductora polaca, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996. Fue una niña con gran imaginación que amaba leer, en su casa todos amaban la lectura, incluso se animó a escribir unos primeros versos a los cinco años, si al padre le gustaban, le daba una moneda. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su escuela fue clausurada, tomó clases de manera clandestina con las monjas ursulinas. Fue en esta época que empezó a escribir sus primero poemas (libro “Canción negra” publicado por Nórdica), los cuales hablan de guerra y muerte. En enero de 1945 cuando las tropas soviéticas ocupaban Cracovia, organizaron un recital de poesía al cual asistí y fue donde conoció al también poeta Milosz, con quien entablaría una amistad para toda la vida. Con la llegada del comunismo, debuta como poeta y se adapta al estilo exigido. Sin embargo, a lo largo de su vida, el desencanto se incrementaría y terminó desilusionándose con esta ideología.  Tras sus dos primeros libros, Wisława rechaza al líder comunista Stalin.

Wisława Szymborska también adquirió una gran popularidad gracias a sus traducciones al polaco de obras maestras universales.


A MI CORAZÓN EL DOMINGO


Gracias te doy, corazón mío,

por no quejarte, por ir y venir

sin premios, sin halagos,

por diligencia innata.


Tienes setenta merecimientos por minuto.

Cada una de tus sístoles

es como empujar una barca

hacia alta mar

en un viaje alrededor del mundo.


Gracias te doy, corazón mío,

porque una y otra vez

me extraes del todo,

y sigo separada hasta en el sueño.


Cuidas de que no me sueñe al vuelo,

y hasta el extremo de un vuelo

para el que no se necesitan alas.


Gracias te doy, corazón mío,

por haberme despertado de nuevo,

y aunque es domingo,

día de descanso,

bajo mis costillas

continúa el movimiento de un día laboral.

martes, 9 de julio de 2024

FUTBOLÍN

 Un artículo de María Rosa Valdivia


El poeta anarquista que inventó el Futbolín para los niños víctimas de la Guerra Civil Española.


"Me dolía ver a aquellos niños cojitos, tan tristes porque no podían jugar al balón con los otros niños… Y pensé : si existe el tenis de mesa, ¡también puede existir el fútbol de mesa!". Fue así como en 1937, quien por entonces se llamaba Alejandro Campos Ramírez, se las ingenia para crear un rústico Taca-Taca, que alivió el dolor de la niñez víctima de una guerra brutal. "Conseguí unas barras de acero y un carpintero vasco refugiado allí, Javier Altuna, me torneó los muñecos en madera. La caja de la mesa la hizo con madera de pino, creo, y la pelota con buen corcho catalán, aglomerado. Eso permitía buen control de la bola, detenerla, imprimir efecto” , le expresó al periodista catalán Víctor Amela. Alejandro era un joven gallego, residente en el pueblito de Finisterre. Soñaba con ser arquitecto, pero ofició de albañil. Su alma bohemia y busquilla que le permitió conseguir un trabajo de junior en una imprenta. Al fin estaba cerca de quienes cultivaban una de sus mayores pasiones: la poesía.

Por esos años se definía a sí mismo como un idealista práctico, una versión de libertario que quería crear aquí y ahora el mundo nuevo que llevaba en su corazón. Las ganas de hacer carne los ideales eran su bandera. Fue en ese contexto que estalló la Guerra Civil española. Una bomba hizo pedazos su casa y quedó con graves dificultades respiratorias y un problema crónico en una de sus piernas. “Era el año 1937. Me gustaba el fútbol, pero yo estaba cojo y no podía jugar». Fue de esta forma como, empatizando con los niños y niñas que la guerra mutiló, tomó la resolución de crear una herramienta que aliviara los amargos días de los pequeños inocentes.

Viendo que la Dictadura de Franco iba a terminar asesinándolo, emigra a Francia y luego a Guatemala. Retoma la poesía y perfecciona su Futbolín, como le llamó al invento. Se termina radicando en México, donde colabora con el poeta León Felipe y se suma a la vida intelectual de esa nación. Cambia su nombre para homenajear a su pueblo. Desde entonces y hasta ahora, sería Alejandro Finisterre. Humilde, no quiso ningún reconocimiento por el invento que tantas jornadas nos ha alegrado a todos. “Bah…, de no inventarlo yo, lo hubiese inventado otro…” , señaló hace un tiempo. Murió en 2007, confiando en que objetos como el humilde Taca-Taca, fruto del ingenio y la empatía, serían imperecederos, pese al avance de la tecnología. En sus últimos días escribió: "Yo creo en el progreso : hay un impulso humano hacia la felicidad, la paz, la justicia y el amor, ¡y ese mundo un día llegará!”.

 Maria Rosa Valdivia