jueves, 18 de septiembre de 2025

ROBERT REDFORD

 


Artículo de MARCELA PASSERINI

Hay actores que conquistan por su rudeza. Otros, por su belleza. Pero Robert Redford lo hizo por algo más difícil de definir: una elegancia emocional que convirtió cada escena en un susurro de verdad. En un Hollywood que a menudo gritaba pasión, él susurraba amor.

Redford impuso una firma única en el cine romántico. No necesitaba cuerpos entrelazados ni música exaltada. Bastaba una mirada, una pausa, un gesto. En Memorias de África, junto a Meryl Streep, lavándole el cabello mientras recitaba: “Reza bien quien bien ama, al hombre, a la bestia y al pájaro”. Esa escena no fue solo cine; fue poesía vivida. Con Jane Fonda compartió química en Descalzos en el parque y volvió a besarla décadas después en Nuestra alma en la noche, como si el tiempo no hubiera pasado. Con Mia Farrow en El gran Gatsby, encarnó la melancolía del amor imposible. Y con Barbra Streisand en Tal como éramos, mostró que el amor también puede doler.

Desde Butch Cassidy and the Sundance Kid hasta Todos los hombres del presidente, Redford eligió papeles que hablaban de ética, de lucha, de humanidad. Como director, debutó con Gente corriente, una historia sobre el duelo y la fragilidad familiar, que le valió el Oscar. Fundó el Instituto Sundance para dar voz a quienes no la tenían en la industria. No buscaba brillar solo; quería iluminar a otros.

Detrás del rostro perfecto, hubo heridas profundas. Perdió a su hijo Scott en la infancia, y en 2020, a James, su tercer hijo. Esas pérdidas lo marcaron, pero nunca lo quebraron. 

Redford fue un defensor del medio ambiente antes de que fuera tendencia. Luchó contra la contaminación en Utah, denunció injusticias raciales, y produjo documentales como Watershed junto a su hijo Jamie. Su cine fue también trinchera política: El candidato, Pacto de silencio, Incidente en Oglala… obras que cuestionaban el poder y defendían la verdad.

En sus últimos años, se alejó del ruido. Se instaló en su rancho en Utah, rodeado de naturaleza, arte y silencio. Compartía su vida con Sibylle Szaggars, pintora y compañera espiritual. Allí, entre montañas y ríos, encontró la paz que tanto había buscado. No se sintió olvidado, ni relegado. Sabía que su momento había pasado, pero también que su legado era eterno.

Robert Redford murió como vivió: con discreción, con dignidad, con belleza. Mientras dormía, en su casa, a los 89 años. El cine no lo llora; lo celebra. Porque su forma de amar, de actuar, de vivir, sigue latiendo en cada historia que ayudó a contar.

La mejor forma de rendirle tributo a Robert Redford es volver a mirar sus películas, dejarse tocar por su arte y compartirlo con las nuevas generaciones. Porque mientras sus historias sigan emocionando, esta leyenda del cine nunca morirá.

Descansa en paz Robert Redford.

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