viernes, 29 de diciembre de 2017
FRONTERA
Bueno-se dijo- esto no es ninguna tragedia. Y se acarició la cabeza, alisándose el pelo, como si su propia mano le sirviera de consuelo. Y no era ninguna tragedia, efectivamente, sólo era una sucesión aparentemente interminable de inconvenientes y obstáculos en su vida...pequeños incidentes irritantes, que, una y otra vez se plantaban con la oscura intención- se daba manija él- de arruinarle otro día más. Pequeñas putadas.
Si no era otra vez ese compañero de trabajo que le contestaba de mala manera, era ese hijo que se había vuelto un desconocido. La ex mujer que sólo lo llamaba para pedirle más dinero, toda esa gente haciéndose la dormida en el metro para no darle el asiento a la embarazada, el niño maleducado que tironeaba chillando la falda de su madre en la cola del banco, esos teléfonos móviles omnipresentes, la empleada del ayuntamiento que desconocía su trabajo y sólo complicaba un trámite en esencia, simple. Algunos amigos había y vecinos, también. Pero nunca tenían tiempo.
Encontraba su entorno familiar y social tan mediocre, tan áspero, tan carente y rutinariamente inepto que le rompía los nervios.
Bueno-se dijo- esto no es ninguna tragedia, pero me voy.
Unos días, un barco, otro entorno, otros idiomas, otros colores...ya está. Hacía mucho que no iba para allá.
La sola visión deslumbradora del cielo uniéndose con el mar, sin interferencias visuales de edificios o árboles, le sorprendió. Había olvidado ese detalle. Las gigantescas nubes lamiendo las olas. Todo era verdiazul. Le hizo un efecto hipnótico y sedante. Y hablando de hipnosis, se quedó un buen rato semi-dormido en unos cómodos butacones, acunado por el balanceo de la navegación. Había olvidado ese detalle.
Al llegar a la pequeña ciudad, se fue perdiendo por esas callejuelas que le evocaban su propio país muchos años atrás, con tiendas minoristas y locales que no habían variado su estética.¡La vieja farmacia igualita!Todo tenía esa atmósfera mezclada que sólo da la multiculturalidad. Los judíos, los musulmanes y los cristianos charlan juntos de sus cosas, porque se conocen desde muy chicos.
Estaba hasta los huevos de la modernidad, hablando en plata, y de la post-modernidad mejor no hablar.
Le gustaría tomarse un té en ese pequeño lugar azulejado, pero no había mesa. Alguien lo vió, estaba comiendo y por señas lo invitó a sentarse. Y hasta limpió la pequeña mesa de migas de pan.
Gracias- dijo bastante sorprendido. Y se sentó. No hablaron. Daba la impresión de que no hacía falta.
Al cruzar las calles había que tener cuidado, porque el respeto a los pasos de cebra era RELATIVO.
En fin, que tampoco le iba a cambiar la vida por haber cruzado ese pequeño mar. "Hay gente buena y mala en todas partes ", resonó el tópico en sus oídos. La amargura empezó a acercarse peligrosamente otra vez. "El hombre es esencialmente un bicho malo, o peor, maleducado".
Pasó por una lavandería antiquísima. Estaba igual que hace milenios. En la puerta un hombre le sonrió y le pareció feo no pararse un minuto a decir cuatro cosas. El susodicho le empezó a contar la historia de la lavandería, que regentaba con sus hermanos de toda la vida. Parecía buena persona. "Los negocios con la familia siempre salen mal", pensó. Lo había visto tantas veces...pero bueno, excepciones habrá. "¿Este tipo tiene tiempo de sobra?" se preguntó. Charlaron una hora larga que se le hizo corta.
Decidió tomar un autobús sin destino prefijado. Esas cosas siempre le habían gustado. Se acercó a la parada. Había una mujer muy mayor cuidadosamente maquillada y un joven que parecía ser su hijo. Ella sentada y él de pie, con aroma de cortesía.
Preguntó algo sobre los horarios. El joven contestó con mucho detalle y mucha sonrisa.
La mujer agregó más detalles y más sonrisas. Como el autobús tardaba siguieron charlando, cuando se saca charla de la NADA. Con interés por el otro...con amabilidad.
Y entonces se acordó de algo que había leído en un diario: un anciano sueco le había dejado en herencia su pequeña fortuna a una cajera de un mercadito al que iba siempre, aunque no le hiciera falta nada. Compraba cualquier cosa porque lo trataba con dulzura y amabilidad. En su testamento aclaró que sus hijos no necesitaban ese dinero y ella era el momento agradable de cada día.
OTRO MUNDO ES POSIBLE.
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