Uno de los recuerdos más remotos que tengo es sobre una epidemia de poliomielitis que hubo en Argentina, allá por los años 50.
De golpe las escuelas, las calesitas (tíovivos) y los parques se cerraron y los niños quedamos confinados al hogar hasta que pasara el peligro. Recuerdo que mi padre no dejaba que lo tocáramos, al volver del trabajo, hasta que no se lavaba y se quitaba la ropa que traía de la calle.
Recuerdo haber preguntado a la viejita María, una gallega que desembarcó a los 15 años en el puerto de Buenos Aires completamente sola y que se quedó en mi familia hasta su muerte, que por qué no podíamos salir a la calle y ella me contestó: "por la parálisis infantil" y yo entendí: "por la parada infantil", lo cual no me aclaró nada de nada y aumentó mi perplejidad, pero, por lo visto, no se hablaba mucho del asunto para no asustarnos a mi hermano y a mí. Al mismo tiempo veía a unos niños vecinos que iban y venían sin problemas y comentaba mi padre: "míralos, seguro que a éstos no les pasa nada". Y no les pasaba nada, claro. Después se supo que en los lugares muy higienizados prendía más la polio, porque se eliminaban bacterias que abrían el camino a los virus .Fué la enfermedad de la gente con dinero. Algo increíble, porque siempre es al revés.
Recuerdo haber oído llorar a mi madre porque mi hermano tenía dolor de garganta y ella pensó que era el primer síntoma de la temida enfermedad, hasta que vino nuestro maravilloso pedíatra y dictaminó que no era. Las caras de alivio de mis padres jamás podré olvidarlas...esos suspiros, esas miradas entre ellos.
También recuerdo que mi padre consiguió, a través de mi tío, que trabajaba en la aduana, 2 preciosos estuches que traían la vacuna Salk...y, que, después de habérnosla inoculado, todo el mundo respiró tranquilo.
¡Pobres mis padres, qué angustia!¡Y cómo nos cuidaban! Qué afortunados fuimos.
Recuerdo la bolsita de alcanfor
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