Va para 30 años que decidí dedicarme por completo a la especialidad que estudié durante 5 años en el Ateneo Argentino de Odontología, en Buenos Aires: la ortodoncia.
Esto lo decidí al llegar a España, porque ya había trabajado como generalista 15 años y a los 40 años de edad ya estaba harta de las reconstrucciones, la periodoncia y la prótesis, aunque la endodoncia me gustaba.
Sabía que a ese paso no tendría una larga vida profesional porque el trabajo como odontólogo general es muy esforzado y genera un gran desgaste físico y psíquico.
A lo largo de estos años debo decir que esta especialidad es FANTÁSTICA, creo que la mejor. Da una gran satisfacción por los extraordinarios logros estéticos, o sea, los pacientes están contentos y yo también.
Duele poquísimo y a algunos nada, según me manifiestan mis pobres víctimas. Cuando molesta están en su casa y al volver al mes siguiente ya ni se acuerdan. El primer mes después de la colocación del aparato te ametrallan a preguntas, suposiciones e hipótesis estrafalarias...al darse cuenta del poco eco que tales requerimientos provocan en mí, aprenden a preguntar cosas lógicas de vez en cuando. Porque, además, todo se les da por escrito en un folleto muy detallado, aunque son contados los que se acuerdan de leerlo.
Esta especialidad carece de urgencias e infecciones...por lo tanto, no es necesario medicar. Algunos se automedican los primeros días, aunque yo no lo recomiendo. Porque la molestia es perfectamente soportable y para que no abusen de los medicamentos, cosa que muchos hacen a diario.
Mis queridos niños y jóvenes aumentan la autoestima de manera ostensible.
La incidencia de caries baja dramáticamente, tanto por la mejor alineación como por la insoportable insistencia con la que mes a mes, durante 2 ó 3 años, los incordio con la correcta higiene; porque son unos cochinillos, todo hay que decirlo.
Tengo maravillosos recuerdos de muchos pacientes a los que ni reconocería si los viera por la calle.
Los he visto crecer, ponerse piercings (cosa que prohíbo pero que ni puñetero caso me hacen), dejarse flequillos debajo de los cuales están ellos, hacerse tatuajes y otras espantosas costumbres que me hacen reír mucho, porque ¿de qué me serviría enfadarme?. Algunos ya vienen a los controles postoperatorios con sus novias/os en vez de con sus omnipresentes madres, con muchas de las cuales hablamos como si fuéramos familia. Muchas veces toca hacer de psicólogo y no de dentista.
Haciendo un balance de los beneficios de la ortodoncia sin duda me inclino por los extraordinarios logros de la ya mencionada higiene oral, ventaja que ni por asomo logran los que no están asediados por los controles mensuales. O sea, que la mejor profilaxis termina siendo la ortodoncia.
Hay un porcentaje ínfimo de pacientes, tanto adultos como niños, que se resisten sistemáticamente a los consejos de cepillado y son los que más llaman mi atención. Esas personas tienen, sin duda, algún tipo de neurosis o bloqueo mental y lo afirmo sin temor a equivocarme, porque su resistencia no es normal. A esos casos se los da por perdidos ya que no se puede obligar a nadie de manera infinita.
Otra neurosis que veo de vez en cuando es el afán exagerado de logros en la estética que, además, no depende enteramente de los dientes, sino de las encías, de la línea de la sonrisa y de las características esqueletales. Algunas damas jóvenes (aunque a veces ellos también), entran como callos y quieren salir como rosas. Imposible. El cuento del patito feo sólo para los cisnes.
Y otras veces son algunas madres las neuróticas que quieren ponerle aparatos a sus hijos a toda costa, aunque yo lo contraindique por variados motivos. El más común es que hay pacientes que, aunque estén preparados clínicamente, no lo están psicológicamente y no van a cooperar. Problemas en puerta. Mejor esperar y/o motivar.
Claro que no cualquiera se enfrenta desarmado a una madre andaluza hiperconvencida y dueña de la verdad.
El conocimiento de esta profesión incluye un gran conocimiento social, dominio de los códigos, del lenguaje corporal y de la adquisición de empatía que lleva muchos más años que la profesión misma. Eso no lo enseñan ni en la facultad de odontología ni en ningún master, porque cada ciudad o comunidad autónoma tiene características diferenciadoras. No es lo mismo trabajar en una gran ciudad que en un pueblo chico, por ejemplo. No es lo mismo una ciudad gallega que una vasca. No es lo mismo una pueblo castellano que uno catalán. Y hablamos del mismo país, (no soy separatista). A mí me costó muchísimo aprender el trato con pacientes locales viniendo de Buenos Aires. Allí si que había un abismo.
Y conozco algunos extranjeros que nunca aprendieron por muchos años que lleven aquí. La adaptación requiere componentes emocionales muy concretos.
Para mí es muy importante, también, el equipo que acompaña. Los compañeros de trabajo son, en general, muy buenos y muchas veces terminamos en amistad, aunque la amistad en estas latitudes sea completamente diferente a lo que en Argentina entendemos por amistad. Eso también lo aprendí. Claro que yo, con mi todoterreno enfermera, secretaria, jefa de compras y chófer llevo una ventaja incuestionable. Dejemos de lado que es mi hija y que, a veces estamos a punto de homicidio mutuo, lo cual es habitual entre padres e hijos que tienen la desafortunda circunstancia de trabajar juntos.
Es broma.
Y yo al revés, me cansé de la ortopedia maxilar y me ocupé de la endodoncia, y me cansé y seguí con prótesis. Bueno, ya me jubilé y de esto también me cansé pero no hay más remedio, haré bricolaje.
ResponderEliminarUn beso, Maina!