Enseguida me dí cuenta que yo hablaba muy rápido en porteño y ellos muy rápido en andaluz. No cuesta mucho imaginar los variados cortocircuitos que engalanaban nuestra comunicación verbal. "Tener una mosca detrás de la oreja" era el coloquial de "tener una sospecha"; "¡Venga ya!" es algo como "qué exagerado"; si haces una pregunta te pueden contestar, mirándote con picardía: "¡Hombre!", como algo obvio, aunque uno se queda con la duda de que ese "¡hombre!"(aplicado por igual a hombres y a mujeres) sea un sí o un no. La palabra "culo" es absolutamente corriente y nada chocante y si uno le dice a una nena, por ejemplo, en el consultorio "apoyá la colita aquí", te contestará escandalizada: "yo no tengo colita", ya que la colita es el pene. Hay que decir "pon el culo aquí".
"¿Te has enterao?"es "¿has oído?"y si alguien mira al cielo y dice "para hoy han dado agua"es el coloquial de "pronosticada lluvia". Pues eso.
Aunque lo insuperable viene ahora: una vez ví pintado en esas maravillosas paredes blanquísimas de un pequeño pueblo andaluz la siguiente palabra: "CAPANCALÁ". Será un apellido, pensé, pero no podía ser porque se repetía demasiado en otros pueblos. Entonces pregunté y la respuesta fluctuaba entre el encogimiento de hombros y la obviedad..... yo seguía sin entender. "¿Qué será capancalá" me preguntaba, pensando en una cala, en una capa, en una palanca, en una rima.....
Hasta que un castellano, de ésos que hablan como si hubieran salido del Quijote, me lo aclaró :"cal para encalar". Ni de coña lo hubiera adivinado yo solita. Ni de coña es "ni por azar" o algo así.
En esas interesantes interioridades lingüísticas me encontraba yo sumergida cuando me llegó una carta de la policía. Como no me esperaba nada bueno, porque ya era la tercera vez que me rechazaban el permiso de residencia (a causa de un pecado original: la empresa española, la de mis amigos, no contaba con suficiente capital para contratar a un extranjero y, aunque aumentaron el capital, no resultó. Luego, me cambié de empresa contratadora pero el dato informático me volvía a escrachar),
me compré una macetita con una planta preciosa para que me diera buena onda y me acompañara, me inflé los alvéolos de aire puro de la bahía y me lancé con mi mejor sonrisa a la comisaría. (Hay que aclarar que en este país aprendí a confiar en la policía).
Allí me atendió un señor muy amable que, con cierto embarazo, me dijo: "Pero, señora, usted está expulsada". Mi plantita no me sirvió para una merde, la pobre, tan ocupada como estaba con su propia fotosíntesis. "Bueno", casi supliqué, "¿entonces que debo hacer?""Irse", me dijo cariacontecido (al fin y al cabo sabía que estaba ante una doctora y muchas veces los títulos universitarios sólo sirven para eso, para ganarse el respeto de otros) y me explicó que no se explicaba porqué no me habían avisado antes, ya que esa orden de expulsión hacía muchos meses que se había emitido. El no se lo explicaba pero yo sí. El anterior funcionario (luego se dió de baja por enfermedad) tenía una pila de papeles iguales de otros inmigrantes, pero cuando llegaba al mío, lo volvía a poner al final. ( Yo le estaba haciendo la ortodoncia a su hija, y, de esa forma, evitaba que se concretara la orden. Él no podía permitir que, después de todo lo pagado, el tratamiento quedara en el aire). "Uyy" pensé horrorizada " me van a meter en un avión de vuelta".
Como si me hubiera leído el pensamiento, el poli (que tenía un notorio apiñamiento dentario inferior, con pérdida de inserción en el 41, aunque no me pareció oportuno ofrecerle mis servicios en esas delicadas circunstancias) explicó: "Usted se tiene que ir por sus propios medios; nosotros no podemos mandar a todos los indocumentados de vuelta a sus países de origen porque para eso no tenemos presupuesto". "¿Y si no tengo dinero para volverme con mis tres hijos?", inquirí intuyendo la respuesta. Se encogió de hombros en un gesto característico de la gente de estas latitudes cuando se quedan sin argumentos lógicos.
Por lo tanto, quedé en una categoría evanescente, inmaterial e inespecífica que, ni los propios policías de inmigración me pudieron explicar bien ya que, en teoría, un expulsado no podía abrir una cuenta bancaria, tener un teléfono, alquilar una vivienda, comprar un coche.....pero es que yo todo eso ya lo tenía. Sólo me pidieron el pasaporte para esas cosas.
Probablemente no hubiera podido pedir un préstamo, pero, de hecho, colegas míos ya lo habían hecho...aunque desconozco los detalles de tal situación.
Entonces salí de la comisaría prácticamente como había entrado...en foja cero, y seguí mi vida como hasta ese momento. Pero la espada de Damocles pendía sobre mis parietales, mein Gott!!! Sabía que era cuestión de tiempo.
¿cómo resolvería esa situación?¿Y qué haría con mis pobres e ilusionados hijitos, que, ya se habían iniciado en el edificante camino del sexo, las drogas y el rock and roll, (aunque con connotaciones hispanas, todo hay que decirlo). Ahhhhhhhhhhh......... eso en el próximo capítulo.
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