viernes, 5 de septiembre de 2014

EMIGRANDO, CAPÍTULO I. Neuquén.

El martes 13 de septiembre de 1988 tomamos un avión mis 3 hijos y yo con destino a Madrid.
El menor, Alejo, de 11 años, me preguntó con una carita sonriente: "¡Qué divertido!¿Y cuándo volvemos?".
Lo miré fijo y contesté: "No volvemos". Su carita de perplejidad la recuerdo con nitidez a pesar de los años transcurridos. 
Aunque ya se lo había explicado a él y a sus hermanos, por lo visto, no había llegado a entender lo que para nosotros, los adultos, significa "quemar las naves". Y escuchando y viendo todos los preparativos no llegó a imaginar siquiera lo que es "EMIGRAR". Pero, en realidad, ¿alguien lo sabe de verdad hasta que no lo hace?
Bueno, al menos, uno puede preguntarse en qué argumentación racional basó su decisión. (lo de las emociones y el inconsciente viene depués, aunque estaba antes). La Argentina siempre fué un país movidito. Tipo adolescente: IMPREVISIBLE. Pero como una ha crecido con eso, es igual que un ciego de nacimiento: HABITUAL.
A pesar de ello, yo leía y escuchaba que existían lugares más seguros y me preguntaba, a medida que pasaban los años, si no podría aspirar a algo mejor.(Ojalá me hubiera preguntado lo mismo al elegir pareja).
 Bueno, a lo que iba: inicié mi andadura profesional por la migración INTERIOR. Empezaba el año 1974 (¡Qué año, mon Dieu!). Conseguí un trabajo full time en Neuquén, en la cordillera de los Andes. Primero a Villa La Angostura (donde quedaba el elegante Messidor, residencia presidencial. Allí vivió "prisionera" María Estela Martínez de Perón, aunque no llegué a conocerla pero estuvimos en la misma época y, si hubiera tenido algún problema odontológico o médico, sólo estábamos el médico y yo para resolver el tema), posteriormente a San Martín de los Andes. Estuve 8 años. Fué una experiencia intensa y edificante. En ese bellísimo lugar, la villa, como le dicen los autóctonos del lugar, trabajé por primera vez en mi profesión, nacieron mis dos hijos menores (en un hospitalito sin quirófano, donde había dos profesionales: el Dr Arraiz, excelente médico y mejor persona y yo), vi paisajes y colores inimaginables en esa naturaleza salvaje; en ese precioso lugar tomé contacto con otra realidad y conocí gente divina.Y lo siniestro: supe de la desaparición de parte de mi familia en Buenos Aires... luego me agarró el rodrigazo, con su salvaje devaluación. "¡¡¡Tomá, para que te vayas acostumbrando!!", parecían querer decirme entre los militares y los políticos.
Años más tarde, cuando la rutina comenzó a devorarme y los chismes de un pueblo pequeño empezaron a cansarme, me resigné a prescindir de la comodidad, de los bosques multicolores, de las montañas nevadas y de los lagos transparentes y decidí mudarme DE VUELTA a la gran ciudad. Volvía la democracia (Alfonsín) y con ella la esperanza. Así me deshice de un solo golpe de dos problemas: de mi marido, que no tenía demasiado apego al trabajo ni ganas de evolucionar y de mi progresivo atraso en las novedades odontológicas.
Para eso conté con el apoyo, siempre incondicional, de mis padres. Volví a Témperley, contacté con obras sociales (gracias a mi mamá, que hablaba con todo el mundo) para trabajar en el consultorio de mi papá y me presenté en la cátedra de fisiología de la facultad de Buenos Aires (siempre me fascinaron las materias básicas) para un trabajo ad-honorem. La cátedra estaba a cargo del Doctor Bozzini, un hombre sabio e inolvidable, del cual aprendí muchísimo y cuyo amor a la ciencia me dió un impulso que todavía me dura. Meses más tarde, me acerqué al Ateneo Argentino de Odontología con el propósito de aprender ortodoncia y ortopedia maxilar. En ese magno lugar comprendí la importancia del trabajo INTERDISCIPLINAR, algo interesantísimo y que marcó mi futuro profesional.  Así empezó mi nueva etapa vital.
En el próximo capítulo sigo. No quiero cansar a mi pequeñísima (o inexistente) audiencia.

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