Por Mónica Bardi.
Éstos dos eran muy amigos aunque sus ideologías discrepaban desde la base. Pero eso no importaba: la amistad estaba primero.
Para identificarlos vamos a ponerles motes políticos: izquierdoso y derechón. El primero, haciendo honor a su tendencia, se dejó una tupida barba y vestía estilo "hippie". Se podía definir a su espíritu como más bien necio y mediocre. Se hizo sindicalista. El derechón se caracterizaba por su fuerte carácter, su sentido del humor y su compañerismo sanguíneo.
Pasaron los años. El izquierdoso ascendió muchos escalones en la burocracia estatal postal, se afeitó la barba y empezó a vestir traje y corbata, como corresponde a un JEFE.
El derechón se metió como voluntario en la Cruz Roja, ayudó a la gente de los albergues y a sus compañeros de trabajo y vestía el mismo traje de repartidor de correos.
En cierta ocasión, un jefecillo de carterías mas bien insignificante pero prepotente pudo con la corta paciencia del derechón por el mal trato para con los demás y, enardecido, no tuvo mejor idea que agarrar al otro del cinturón y sacarle medio cuerpo afuera desde una ventana de un segundo piso para sacudirlo cual muñeco desarticulado, con la amenaza de dejarlo caer mientras preguntaba, entre gritos y carcajadas, al resto de empleados petrificados: "¡Qué! ¿Lo tiro o no lo tiro?"
Lo más humillante fue que el jefecillo, aterrorizado, no pudo contener sus esfínteres (con el resultado imaginable) hasta que, por fin, el derechón lo puso de vuelta sobre sus dos pies, exigiéndole que tratase con respeto a sus compañeros. En este caso, nadie denunció nada.
Un día cualquiera lo que se venía cocinando a fuego lento estalló: el derechón le reprochó al izquierdoso que se había cambiado de chaqueta, aunque siguiera dentro de la misma izquierda. Que su compañerismo laboral se había perdido por completo y que ya no se subía a las mesas de reparto para reivindicar nada sino que ahora que era jefe, llamaba a los demás a su despacho para expedientarlos, si en lo mas mínimo se salían de las normas postales. Aunque para él salirse de las normas era un simple intercambio de horarios pactado entre compañeros de trabajo, como había sido la costumbre de toda la vida.
Y la guinda, el tiro mortal que faltaba vino cuando el derechón escupió a la cara del otro algo que, en realidad, les dolía a los dos: los expedientados de marras acudieron en malón a donar sangre para el padre moribundo del JEFE izquierdoso.
Allí terminó esa larga amistad y, deduzco que no fué por diferencias ideológicas, sino porque básicamente uno era de talante generoso y el otro egoísta y acomodaticio, lo que, una vez más, derrumba el tópico de que los de izquierdas son buena gente y los de derechas unos cabrones.
Toda esta narración que ocurrió exactamente cómo la describieron los testigos, es una historia real que vendría a reafirmar el viejo adagio: "SI QUIERES SABER QUIEN ES FULANILLO, DALE UN CARGUILLO".
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