miércoles, 5 de agosto de 2020

CHASCOMÚS.

Íbamos a Chascomús en tren, los cuatro,  familia convencional.
Yo había peleado arduamente por la ventanilla.  Y la conseguí. Recuerdos como éste tengo pocos en mi vida, tendría unos 10 años.
Mi mamá sonreía y nos miraba; mi papá, tan flaco y tan largo, apoyaba sus brazos doblados sobre sus rodillas y también sonreía. Mi hermanito Mario observaba todo con curiosidad y preguntó algo sobre los postes de luz que pasaban volando al lado nuestro.
Mis ojos se perdían en el horizonte: esa pampa extensa e infinita con vaquitas a lo lejos pastando con mansedumbre me hipnotizaban.
Y el traqueteo del tren, tan parejo y repetido. El tiempo parecía haberse detenido. Mi papá dijo: "yo no sé cómo hay gente a la que esto le aburre, no lo entiendo".
Yo tampoco lo entendía; era un viaje de felicidad.

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