Son, hasta el día de hoy, difícilmente explicables los motivos que movieron a esos buenos maridos a invitarlas a un viaje que se preveía más largo que un día sin pan. El motivo de que se pasaran por México, EEUU, Canadá, España y Australia para ver a sus desparramados hijos y nietos no alcanzaba a justificar del todo tal decisión. Cuando por fin, después de muchos años, se desclasificó el dossier, la luz cegadora de la verdad asombró a propios y ajenos. Pero ésa es otra historia.
El hecho es que ellas aceptaron encantadas tan generoso ofrecimiento (el viaje lo pagaban los "primi") y allá zarparon, mar adentro. Naturalmente, la organización previa fue complicadísima (con tanta mina exigente) y hubo órdenes, contraórdenes, quejas, solicitudes y caprichos.
La tripulación, compuesta exclusivamente por hombres jóvenes y atléticos, tenía la misión indisoluble de no entablar relaciones de ningún tipo con las señoras; ni siquiera conversaciones casuales: NADA.
Claro que lo indisoluble lo es hasta que se disuelve en el medio adecuado, como la sal en el agua. El capitán era un castrati, antiguo niño cantor de Viena, ideal para actuar de enlace entre ellos y ellas. Tampoco se comprende por qué los maridos aceptaron esta anómala e insegura situación de bomba de tiempo testosterónica... Pero ésa también es otra historia.
Las ladies cargaron miles de elegantes maletas con regalos para los hijos y nietos, vestuario, joyas, largavistas, chalecos salvavidas doble ancho, dentaduras de repuesto, muletas, cremas, potingues antienvejecimiento y remedios suficientes para sacar de la quiebra a cualquier farmacéutica multinacional. Tuvieron la precaución de incluir entre las pasajeras a una cardióloga, una abogada y una dentista...por lo que putas pudiera. La cardióloga o torda cardiologista (lunfardo inventado por Enrique Sampons), se llamaba, y se llama, Elvira. Dicha torda exigió, para subirse al barco, no sólo un equipo de reanimación cardio-pulmonar sino nada menos que una cancha de tenis. Y hubo que complacerla, entre otras cosas, por las medallas de "oro" que arrambló, siendo chica, en matemáticas de la escuela primaria. Y, más aún, en nombre de su desinteresada generosidad al hacerle las cuentas a Graciela Labourdette, de manera que así se alternaban con el tema de la medallita de todos los viernes y le daban el gusto a la puñetera monja, que vaya una a saber por qué le tocaba los cataplines que siempre se la llevara Elvirita. Pero volvamos al viaje.
Elvira, muy previsora, le dejó dicho a Adrián, su primi, donde hacía 25 años que guardaban las sábanas...por si llegaba el tan ansiado momento de cambiarlas. Todo transcurría bajo la atenta mirada de sor Monjamon, portadora del PANÓPTICO, de la cual hablaremos después.
Hasta acá, todo genial. Risas, proyectos, ilusiones y gratis ¿Qué más se le puede pedir al destino?
Continuará.
Excelente tus narraciones y espero seguir leyendo. Te quiero Moni. Si no sabes quien soy, soy la abogada que embarcó en este intrépido viaje
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