Supongo que un síntoma de envejecimiento (o madurez, para ser más benévolos) es que a una los recuerdos la tomen así, por asalto, cargados de sentimentalidad. Me explico: este vuelo de septiembre de 2023, desde Buenos Aires a Madrid, me ha evocado de manera sorpresiva y perentoria a otro vuelo. Un remoto viaje de un martes 13 de septiembre de 1988, con mis tres pequeños hijos. Siempre septiembre.
Emigrábamos, lo cual no es un dato menor, o sea, no íbamos de vacaciones.
Esos pequeñajos de 15, 13 y 11 años de edad jamás habían hecho un viaje tan largo y lleno de incertidumbres. Muchas cosas han pasado desde entonces. Pero volvamos a este particular revival mientras los demás pasajeros duermen sumergidos en sus propias historias. Los tres niños habían sido arrancados de sus rutinas escolares, de su barrio y de sus amigos. Y naturalmente sin consultarles aunque explicaciones hubo muchas. Lo pienso ahora y siento que un estilete me atraviesa el alma.
Es evidente que las grandes decisiones requieren bajas dosis de escrúpulos y altas dosis de temeridad. Y yo, siendo todavía joven, las tenía. También tenía esa brújula interior para poder concentrar mis energías en un objetivo central y no dispersarme. Si no, no hubiera hecho nada.
Mi querido país que tanto me había dado parecía una montaña rusa y nunca me gustaron las montañas rusas. El rodrigazo, los desaparecidos, las dictaduras militares, la inflación, el fracaso del plan Austral me habían decepcionado de mi querido país. No era, a todas luces, un amor eterno, de esos del tipo "hasta que la muerte nos separe". Luego vino la hiperinflación, el corralito, etc., pero yo ya estaba fuera.
El desapego es otro de los requisitos indispensables para poder emprender un viaje sólo de ida. Emigrar no es para todo el mundo.
Las circunstancias políticas y económicas impulsaron mi decisión. Por eso me sorprende que ahora, año 2023, el recordar a mis niños en aquél avión casi me hace lagrimear de pena. Por ellos, no por mí. A mi me fue muy bien y a ellos... bueno... el desarraigo lo tuvieron que gestionar. Y lo hicieron bien.
Cuando una envejece la piel se adelgaza y las espinas enseguida la atraviesan: las vivencias propias y ajenas nos tocan hoy con enorme facilidad. Somos más vulnerables.
Ese chico de 15 años con grandes expectativas para su futuro, esa chica de 13 años con el corazón roto al tener que dejar a su primer amor y ese chico de 11 años que no alcanzaba a imaginar lo que era un viaje solo de ida por mucho que se le explicara, dormían a pata suelta en un bello y rojo amanecer español, ocupando varios asientos de un avión medio vacío. Y yo estoy ahora acá, en otro vuelo, recordándolos nítidamente, 40 años más tarde. Estamos los cuatro en una máquina del tiempo agridulce, esperanzada y arriesgada.
El que emigra jamás deja de preguntarse como hubieran sido sus vivencias si se hubiera quedado en su país de origen. Pregunta que, naturalmente, no tiene respuesta. Si ya es insondable para un adulto pasa a la categoría de misterio absoluto para 3 adolescentes que ahora ya son adultos y llevan su vida actual lo mejor que pueden, como todo el mundo.
Pero entonces, si al final todo salió relativamente bien, ¿por qué duele tanto? ¿Duele recordar el largo período de adaptación que vino luego? Las marchas y contramarchas para solventar burocracias, sistemas educativos, documentos y situaciones inéditas con un sistema desconocido siempre es complicado. Si habíamos salido de una montaña rusa ahora estábamos en un laberinto.
¿Se suma al dolor de haber dejado las padres atrás, que nunca se animaron a venir? ¿O duele porque en aquél momento a ellos les dolió y ahora, al evocarlo, me pongo en su lugar y me duele a mí? Estas remontadas en tiempo y espacio traen emociones nuevas de lo que fue y de lo que pudo haber sido. Lo pasado se revive en un presente distinto, con otra narrativa.
Eso. Simplemente duele ahora como no dolió en aquél momento porque los años agigantan la imaginación y profundizan en las experiencias propias y ajenas. Es otro calado: ya se fue la anestesia y la gran paradoja es que ahora a ellos no les duele ese pasado. O eso parece. Son jóvenes y están imbuidos en sus propias luchas con otras alegrías y otros dolores. Todo aparenta caminar a destiempo ¿no?
Perdonen el tópico pero hay que vivir toda una vida para volver a ser niño, cuando el lienzo está pleno de colores saturados. Luego, esa pintura siempre inacabada va sumando capas y capas de texturas y matices. Es historia. Lo llaman VIDA.
Excelente narración de un período importante de tu vida. Has sido una mujer muy valiente que salió adelante con sus tres hijo. Sinceramente te admiro, yo, jamás hubiers podido tomar esa decisión. Felicitaciones Moni
ResponderEliminarHermoso relato Moni, me emocioné hasta las lagrimas
ResponderEliminarSoy Andrea Ballesterod
EliminarMe emociona leerte.Voy viajando con vos en esa descripción detallada ahora con el diario del lunes.
ResponderEliminarMe acuerdo cuando tomaste la decisión y lo que me destrozo el corazón
Creo que con el paso del tiempo que fuiste muy valiente
Con alegrias y tristezas,desaciertos y aciertos …
Eso se llama ViDA
Tu amiga del alma :Trici
Duffau
La montaña rusa es mejor que la ruleta rusa. Menos ruso y más argentino.
ResponderEliminarA bancar la que venga. Besos!
Bien dicho, Flavio.
EliminarOtra vez, me mataste vieja, te quiero.
ResponderEliminarTu hija Cuyén.
Es un genia tu mamá!!!! Pero tenes razón jajaja .soy sandra
EliminarMe encanta tu texto y sin conocerte apenas me encantas tú
ResponderEliminarHermoso relato. Tu capacidad para hacer sentir en la propia piel tus vivencias siempre me emociona.
ResponderEliminarQue hermoso como redactas todo Moni, me encanta!
ResponderEliminarY estoy segura que tus hijos están muy agradecidos por la vida que les diste y les das ❤️🙌🏼
Dios sabe lo que hace ✨
Gracias por contar. Las palabras nos van contagiando tu recuerdo y se mezclan con situaciones parecidas que podamos haber pasado. Identificarnos . Gracias. Es bueno repasar con otro que recuerda.
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