domingo, 15 de septiembre de 2024

NARANJITOS

 


Cuento de Navidad de Mónica Bardi

Iba y venía por el jardín distraídamente, dando de comer a los Cuacos, mis gansos ampurdaneses, pensando si le rebanaba el pescuezo a la Cuaca con la tijera de podar porque me incordiaba permanentemente con sus graznidos histéricos.  Viendo por donde andaba mi gato Tito, siempre a la caza de algún pichoncito de mirlo como regalo porque mi gato cree que yo soy una diosa y me trae ofrendas. De repente oí un ruidito a mis espaldas. Había caído un naranjito verde, pequeño e inmaduro, rodando por las baldosas. 

"Ah, ¿eras tú?" le dije sin darle importancia y seguí con mis cosas.

"Si" me contestó, "no pude evitar caerme por el fuerte viento". 

"Bueno, así es la vida... y la muerte. Las dos son un pelín complicadas". 

"¿No podrías hacer algo conmigo antes de que me pudra?"

"Creo que no. Eres demasiado chico y amargo".

"¿Amargo yo? Eso nunca. Solo me falta un poco más de tiempo y me pondré dulce y de un bello color naranja".

"Pues por eso... para comer ahora no sirves".

"Ufff", pensó el naranjito, " y después resulta que el amargo soy yo", pero no dijo nada. Y arremetió argumentando que él podría tener otras utilidades, aunque no supo precisar cuáles. Ante mi olímpica  indiferencia, se quedó el naranjito bajo el sol inmisericorde y sin saber qué hacer. 

Horas más tarde se acercó mi vecino  Matvey, un chico rubio que habla un idioma ininteligible para el naranjito y para todos los que no sean rusos. Tenía unos 5 años y se dedicaba a juntar bichos bolita, arañitas, hormigas, lagartijas, etc. respondiendo a una fuerte vocación de naturalista. 

De golpe el naranjito se encontró con otra cantidad de hermanitos que, en distinta fase de maduración y variados colores, también habían  sido arrancados por el irresistible viento de Levante. El chico ruso se dedicó a juntarlos en un cubo quién sabe con qué propósito.

Mas tarde me los encontré en el congelador de la nevera. Y les pregunté: "¿qué hacen aquí?" 

"Cagándonos de frío" contestaron varios, tiritando. "Un niño rubio que habla muy raro nos trajo". 

Fui a preguntarle a Matvey que para qué había hecho eso pero como es ruso, ni él entendió mi pregunta ayudada con gestos y el traductor del móvil, ni yo supe que me estaba explicando como respuesta. Como lo considero un niño inteligente y avispado lo dejé hacer. Además, estaba muy ocupado doblando unos alambrecitos con mucho esfuerzo, no sé con qué propósito. Misterios de la niñez: allí quedaron los naranjitos en el freezer y los alambritos adquiriendo forma de pequeños ganchos.

Llegó la Navidad y el momento de decorar el abeto. Voy preparando las cosas de decoración y el entorno. Pero tengo que salir a comprar las luces porque las del año pasado están estropeadas. Al volver veo a mi precioso amiguito ruso Matvey que está decorando el árbol con naranjitos de variados colores, colgados por los ganchitos de alambre fabricados por él,  que lo rodean casi por completo. Entonces se da la vuelta y me mira con una sonrisa enorme, plena de satisfacción por la tarea realizada. Me acerco y les pregunto a los naranjitos: "¿Qué, como se sienten?"

Y contestaron atropellándose mutuamente con las palabras: "Muy bien, si, si, estamos felices, acá decoramos de forma original, a todos les va a gustar y no nos tiraron a la basura... estamos muy contentos". El agregado de las luces resaltaba aún más las curvaturas de los ahora orgullosos frutitos que, con su color, sencillez y naturalidad habían desplazado a las bolas de plástico. 

Fue una nochevieja muy especial, con nuestro imaginativo niño ruso y su gran creación artística: los naranjitos inmaduros como bolas de Navidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario