Cuento corto de Mónica Bardi
El hombre se acercó al mostrador de la farmacia de su barrio, llamada LA CURETA, presa de una gran ansiedad. Sabía que no le venderían el psicofármaco sin receta pero igual tenía que intentarlo. Conocía a la farmacéutica y ella lo conocía a él. Era una mujer seca y cortante, una solterona avinagrada y no muy agraciada. El hombre se preguntó si estaría así por vivir entre alcaloides y otras yerbas. Suplicante, le explicó su situación y casi llorando prometió conseguir la receta la semana próxima. Pero ella, inconmovible e inabordable, lo despachó con viento fresco. "¡Yo no le vendo a enganchados!", dijo en voz alta poniéndolo en evidencia delante de todos los demás clientes.
El hombre se fue totalmente desanimado y tuvo que recurrir al mercado negro, donde, por fin, obtuvo el esperado medicamento para aplacar su ansiedad y poder dormir la noche entera. "Mañana será otro día", pensó abrazando a su querida almohada, mientras cerraba los ojos.
Al día siguiente se despertó totalmente recuperado y salió muy relajado a desayunar y comprar el diario de los domingos porque le encantaba el suplemento cultural. Lo abrió al azar y de golpe se topó con una noticia espeluznante: "farmacéutica de la farmacia La Cureta se quita la vida lanzándose de un noveno piso".
"¡Pero si es la mujer se ayer! ¡Qué horror! La pobre... de haber sabido que estaba tan mal le hubiera recomendado a mi camello".