Anoche soñé con Juan... otra vez. Cada tanto ese hombre al que quise tanto (y sigo queriendo a su fantasma), aparece de manera recurrente en circunstancias en que parezco necesitarlo por o para algo.
En el sueño de anoche yo había logrado desembarazarme de unas cuantas obligaciones y, por lo visto, disponía de unas horas libres en las cuales tenía la idea de pasármelo bien.
Pero ¿cómo, dónde y con quién?
Estaba caminando por una calle de Buenos Aires llena de gente, era de día, un día luminoso y tibio y pensé en buscar un lugar más privado mientras lo llamaba a Juan.
El, como por arte de magia, enseguida estuvo a mi lado y empezó a contarme no sé que contratiempos que estaba sufriendo en ese momento; en tono de queja.
Yo ignoré sus palabras y mirándolo fijamente le dije: "¿sabés por qué te he llamado?" sobreentendiendo que él no tendría ni la más remota idea del asunto. Para mi gran sorpresa me lanzó una mirada fugaz y contestó con gran seguridad, aunque aparentemente sin darle demasiada importancia: "por supuesto".
Sentí que era sincero y que efectivamente sabía que lo llamaba para que estuviéramos juntos, en pasional intimidad. Ese hombre me encantaba.
Su aspecto era el de siempre, elegante, muy porteño, de unos 50 años largos y que aparentaba menos, siempre bien vestido y con esa expresión ambigua de quién no se decide por la felicidad ni tampoco por la depresión. (Recuerdo las palabras que muchas veces repetía :¿qué es la felicidad? y se quedaba sin respuesta).
No sonríe y no parece seducirle mi invitación, se hace el duro, aunque ambos sabemos que la aceptará gustoso. Por eso vino tan rápido. (Luego de mil encuentros como éste del sueño, me miraba con picardía y preguntaba: ¿comemos o "dormimos"? Para las dos no hay dinero. Y yo contestaba, riéndome: Ayyyy, una come tan seguido, ¿para qué más?)
Entre nosotros, en mi sueño, se respira un clima de confianza, de cantidad de cosas compartidas; como si hubiéramos pasado toda la vida juntos... aunque solo fue media vida. Ambos estamos cómodos, contentos.
De repente estábamos en una cama, obvio, muy satisfechos, después del sexo y, sin venir a cuento, de manera muy abrupta, sentí una gran agitación y le susurré repetidamente: "¡te quiero, te quiero, te quiero!" Él me miraba con una sonrisa tierna, indecisa. Y yo volvía a la carga con una insistencia perentoria e impulsiva que bordeaba las lágrimas. En ese momento me desperté en mi casa de Cádiz, sobresaltada y con taquicardia, apenas aceptando que la magia se me escapaba, que no la podía retener, mientras mi Juan se iba diluyendo entre cortinas rumorosas. De a poco me fui calmando...muy de a poco. Una quiere matar al amor...¡pero el amor no se deja!
Mis amigos Mario y Olivia me regalaron un libro de Félix Palma llamado "El mapa del tiempo" en el que los personajes viajan en el tiempo. ¡Qué oportuno! ¡Si de verdad una pudiera...!
¿Alguna vez Juan ha sido el que imaginé, al que amé, al que odié, el que me acompañó tantos años? ¿Ese Juan será ese recuerdo tan amoroso, tan leal, ése, que cuando me alejaba lo amaba pero cuando me acercaba discutíamos? ¿Y yo, qué habré sido para él? ¿Qué pensaría de esa que le dió el flechazo a primera vista y años más tarde lo hizo sufrir tanto? La que él definía como una mujer "que tenía ALGO... " y que creía que sólo existía en los libros. Y, en medio de tanta hipnosis, de tanto engaño de la mente, de tanta sugestión, resiste imperturbable al paso del tiempo, ese inasible y fervoroso sentir, que solo se atreve a presentarse en los sueños. Repito: una quiere matar al amor pero él no se deja. Mejor imaginar que el dios griego del amor, Eros, bajó de las montañas, entró en nosotros, y nos habitó un tiempo que nos marcaría para los restos.
En mayo del 2014 murió Juan, que, según cuenta Flavio, su hijo mayor; muy viejito se fué apagando y un día no se despertó. Se fue a las moradas de Edes.
El mundo me parece extraño sin él aunque hace tanto que nos separamos que su alejamiento ha sido como una lenta desaparición. Una anestesia que suavemente nos lleva al último sueño, aquél en el cual, curiosamente, nos reencontramos.
En la Odisea le dice Ulises a su madre muerta: "-Madre mía, ¿por qué desapareces cuando quiero abrazarte? En la propia morada de Edes, estrechándonos con nuestros brazos queridos, nos sacaríamos de llanto. ¿Eres, quizás, la imagen que la ilustre Persefonia pone ante mi vista para colmo de mi dolor? Así le dije, y repuso mi madre venerable: -Ay, hijo mío, el más desventurado de los hombres! Persefonia, hija de Zeus, no se burla de ti, sino que es ley de los mortales que ya no viven. Los nervios no sostienen ya las carnes ni los huesos, y la fuerza del ardiente fuego los consume tan pronto como la vida desampara la blanca armazón y el alma vuela como un sueño. Más retorna a la región de la luz y recuerda todas estas cosas para contárselas a Penélope". (...)
Bien, Ulises que se las cuente a Penélope. Yo se las quiero contar a sus hijos y a los míos.
Hermoso viaje, Mónica. Bello. No lo podrías describir mejor. No lo leí, lo viví.
ResponderEliminarQué alegría me da que lo hayas leído. Lo quise tanto y lo recuerdo tanto!!!!
ResponderEliminarEs cierto que no se lee, se vive!!! Y lo más importante es que pudiste vivirlo!!! Eso nos queda. Haber vivido!!!! Te felicito Moni.
ResponderEliminarEl Picho de Cádiz
ResponderEliminar