Las hormigas de fuego son unos ejemplares de Sudamérica que se colaron de polizontes en barcos que navegaron hacia el norte. Hay distintas clases y tamaños. Son coloradas y, por lo visto, en Sudamérica estaban controladas por otras especies que les impedían ser excesivamente depredadoras.
Pero cuando lograron desembarcar en Norteamérica no hallaron enemigos naturales y se extendieron ávidamente y sin control. Destrozaron todo a su paso. Los granjeros observaron desesperados como aquélla especie exótica que nunca habían visto en estas tierras lo arrasaban todo.
Intentaron con los venenos habituales para hormigas y control de plagas pero todo fue en vano hasta que decidieron recurrir a un científico, quién estudió a fondo sus costumbres y su interacción con otras especies. Descubrió algo sorprendente: había una pequeña mosca a la que le encantaba depositar los huevecillos de futuras moscas en el cuerpo de la hormiga de fuego y que crecían dentro de ella.
Este huevecillo que la mosca metía en la espalda de la hormiga con sólo un pinchazo empezaba a crecer dentro de la hormiga y ocupaba todo su vientre. Cuando ya no tenía más lugar pero seguía creciendo se desplazaba hasta el enorme cráneo de la hormiga a través de su cuello y seguía creciendo dentro de él. En un momento dado, la cabeza de la hormiga, ya enteramente ocupada por la pupa de la mosca, caía al suelo, vacía de su contenido natural y la hormiga moría decapitada. Luego la mosquita salía por los cuencos de los ojos y maduraba como mosca adulta.
Habían encontrado una forma de detener la plaga, un enemigo vivo y no un veneno. Pero el problema era ¿cómo harían para meter esas moscas en el hormiguero?
El científico pensó que lo mejor sería traer unos miles de hormigas al laboratorio y en una caja de cristal, dejarlas con unas cuantas moscas. En cuanto las moscas vieron a las hormigas les empezaron a inyectar los huevecillos por sus espaldas. Con todos esos huevecillos en sus cuerpos los granjeros las devolvieron a sus hormigueros de origen, cual caballo de Troya.
Los huevecillos crecieron y decapitaron a muchísimas hormigas que habían empezado a salir del hormiguero pero como las obreras arrastran a sus muertos de nuevo al hormiguero, eso hicieron y entonces, las hormigas fueron alterando severamente sus conductas habituales por la presencia de las moscas dentro de sus casas. Desatendieron sus ordenadas costumbres de obreras, dejaron de alimentar a las crías y de construir galerías subterráneas para sus gigantescas ciudades.
El orden del hormiguero había desaparecido por la presencia de un enemigo natural. Pero entonces apareció un factor inesperado e imponderable: dejó de llover.
Durante mucho tiempo no llovió y la hormiga resistió, pero la mosca no. Sólo quedaron vivas en los jardines de la gente que regaba artificialmente pero eso fue suficiente para detener la plaga. Así se restableció el equilibrio perdido.
Ni la mosca exterminó a la hormiga ni las hormigas pudieron devorar todos los cultivos. Aparentemente, esta situación parece duradera y los 3 factores en juego permanecen en equilibrio: la hormiga, la mosca y la lluvia. El tiempo y la evolución tienen ahora la palabra.
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