Pongo la radio del coche, suena jazz, el delicioso y amado jazz; es Duke Ellington. Y de golpe algo me cierra los ojos: es algo cegador, como un martillazo directo a la mandíbula. Una luz distinta, amarillenta, cálida y antiquísima. Mi papá está agachado, con una sonrisa, hablándome: yo debo tener unos cinco o seis años y también sonrío. Estoy segura, aunque no me veo, pero me siento. Estamos en el living, está puesto el mantel y la vajilla para los invitados. Mi mamá revolotea con su vestido de lunares, mientras protesta siempre con el mismo argumento: "hoy debo haber caminado kilómetros dentro de esta casa". Menos mal que la casa no se modifica a medida que ella camina, como en el cuento de Borges.
Mi hermanito está jugando con algo, en el suelo, cerca nuestro. Y se ríe. Mi hermanito Mario Aníbal no puede ser más lindo, más inteligente ni más simpático. Es un ser de otro mundo: un mundo bueno que ya no existe. (Ya no es mágico el mundo, dice Borges). Mi papá va hacia el tocadiscos, que es un mueble venerable con radio y todo. Es que se acabó el disco, lo va a cambiar y hay que tener cuidado con la púa. Las púas son caras. Todo es delicado y merece respeto, hasta un disco. Se rompían si se caían, se rayaban con una mirada fuerte. Por eso, a los niños nos estaba prohibido ir toqueteando todo por ahí. (Igual que ahora, mamma mía, los locos bajitos, (Serrat) que arrasan con todo). En la foto de abajo estoy yo con mi disfraz de aldeana rusa en el fondo de la casa de Témperley.
Escucho un sonido de pulseras y risas de mujer que vienen del sofá del living, atravesando los helechos del patio central de la casa. Risas voladoras, alegres y seguras de sí mismas.
Es mi tía Mari Esther, mi tía preferida, la flaca. Es radióloga y es la esposa de mi tío paterno Menes, hermano de mi papá. La más directa para decir las cosas (cosa que le repateaba el hígado a mi papá), la más independiente. La inolvidable. La que no tuvo hijos porque su hijo era su marido, al que cuidaba con devoción. La que durmió una noche en la misma cama con él recién muerto. (Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines, dice Borges).
Yo he tenido muchas tías, paternas y maternas y son todas inolvidables. Las paternas eran educadas y convencionales: niñas bien sin un duro. Se casaron con buenos partidos porque, como mi abuelo había muerto, mi papá mantenía a toda la familia. Ellas, chicas elegantes, iban a un club de tenis donde engancharon a buenos candidatos para maridos.
Las tías maternas eran más locas, diversas e interesantes. De hecho, algunos de sus hijos sobresalieron en sus respectivas profesiones, mientras que, del lado paterno hubo unos primos muy previsibles, bastante mediocres; no sé si me explico. No me sirvieron de modelo.
La tía Sofía, hermosa y dominante; su sola presencia imponía una atmósfera de prudente distancia, no sea cosa que le diera por armar un escándalo. Su marido y sus dos hijos varones Carlos y Eduardo, le temían y no era para menos.
La tía Ada, dulce e inteligente, (foto más abajo), enferma de Parkinson, la mamá de mi primo Beto (mi preferido, el que abandonó ingeniería para dedicarse a su gran amor: el teatro) y mis dos primas, Mirta, psicóloga y Clarita, abogada, que ya se habían emancipado y no vivían en la misma casa. En la foto de abajo los 3 hermanos Rubinstein.
Hablando de conflictos, recuerdo un rocambolesco almuerzo de familia en el que algo se torció y hubo un griterío terrible. Éramos chicos Mario Aníbal y yo y esto ocurrió en la casa de Témperley. Estaban mis tíos Sofía (la hermosa y dominante) y Manolo, su marido y creo que sus hijos, Carlos y Eduardo, pequeños, también estaban. La conversación subió de volumen más y más hasta que mi papá tiró del mantel, con toda la vajilla y la comida causando un tremendo desparramo. Mi mamá lloraba, mi tía gritaba y al final los tíos y primos huyeron muy airados y creo que no vinieron más. Mi hermanito y yo nos quedamos desorientados mientras mi mamá limpiaba el desbarajuste. Al final, Mario y yo nos fuimos al jardín a reírnos de la situación a escondidas, porque nos parecía como una comedia italiana, donde todo es tan excesivo. Dicen que la niñez es el territorio de la felicidad pero para mí no lo fue del todo.
Mi papá era muy buena persona pero tenía una característica desagradable y negativa, para él y para los demás. Era soberbio y se ocupó de alejar a la familia de mi mamá primero y luego a la suya propia. Era intolerante, espantapersonas y ahuyentagente y no aceptaba que lo contradijeran. Esa lección de intolerancia a mí no me entró nunca pero posiblemente a Mario Aníbal si... en fin, puras especulaciones. Así fue como nos quedamos los cuatro solos, algo que repercutiría negativamente en el aprendizaje sobre las relaciones humanas, en nosotros, sus hijos. Por ejemplo, como desenvolvernos con los demás durante una convivencia, como funciona una familia más amplia, que señales corporales tener en cuenta de los demás, como tolerar o perdonar; algo que, indefectiblemente, se aprende en la niñez o luego cuesta mucho aprender. Más tema de emociones que de sentimientos.
Y cambiando de tema sin cambiar del todo, un día cualquiera hice una síntesis mental espontánea e involuntaria que me tomó por sorpresa: mis primos maternos, los prolíficos judíos, sobresalieron en casi todo lo que emprendieron, fueron buenos en sus respectivas profesiones y lograron hacer en sus vidas cosas útiles para los demás y para sí mismos. Mientras que mis primos paternos, los "niños-bien", típica clase media argentina con aspiraciones a clase alta y muchos pajaritos en la cabeza (no lo digo desde el prejuicio, obvio), tuvieron vidas convencionales y bastante tristes, superficiales y mediocres. ¡Qué cosa! ¿no?
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Mi primo Beto, en una foto actual. Destacado actor y director teatral, con un libro publicado de este tema y siempre implicado en las luchas por una sociedad mejor.
Como hobby, escribo con placer tratando de que tenga algo de música lo que escribo, como aprendí de mi papá; y de ello da cuenta mi blog y muchos manuscritos. Pinto como una aficionada que soy y algunas veces obtengo resultados aceptables, otra vez como mi papá. Soy una aficionada en arte y una profesional en ciencia. No llegué a los logros como mi primo Beto o mi prima Mirta, aunque estoy satisfecha, ya que las comparaciones me parecen tontas. Es agradable hacer un balance que nos deje bastante contentos, cuando se ha llegado casi al final del camino. Otras cosas no salieron tan bien pero bueno...todo, todo no puede resultar diez puntos.
Bien, volvió Marité de los chinos, se acabó la película y la imagen en retrovisor del pasado. Otro día la seguimos.
Hermosa historia y muy sentida. Permiso para compartirla. Todas las familias deberían tener alguien que escribiera una historia seria un buen legado para los jóvenes. Es importante tener Identidsd. Abrazos. Beto
ResponderEliminarHermoso tu relato. Te cuento que soy hija de Mirta y de ese psiquiatra que aparece en tu relato, y creo que mamá fue muy feliz, como decís en el relato que dijo Ada (mi abuela, a quien no conocí). Mamá, Mirta, falleció hace menos de 4 meses, te cuento que fue una excelente madre y abuela. El otro día, mi hija menor estaba algo triste porque extrañaba a su abuela y le propuse que charlara con alguien "muy, muy amiga de la abu". Me contestó: "yo era muy muy nieta". Estamos en contacto
ResponderEliminarMe fascinó, y me conmovió.
ResponderEliminarTan prolija y cariñosa prosa.