viernes, 28 de agosto de 2020

CIENTÍFICOS DE BIEN

BENNET IFEAKANDU OMALU nació en Nnokwa, Nigeria, en septiembre de 1968, durante la Guerra Civil de Nigeria.

El sexto de los siete hijos de un ingeniero civil y una costurera, Omalu era un estudiante tímido pero dotado de una imaginación fértil. Fue admitido en el Federal Government College de Enugu a los 12 años y soñaba con ser piloto de avión. Sin embargo, a los 16 años empezó la escuela de medicina de la Universidad de Nigeria.

Después de obtener su título en 1990, Omalu fue interno en el Hospital de la Universidad de Jos, antes de ser aceptado como visitante en un programa académico e la Universidad de Washington en 1994. Luego desempeñó su residencia en el Harlem Hospital Center, donde desarrolló su interés por la patología.

En 1999, se trasladó a Pittsburgh para entrenarse con el notable patólogo Cyril Wecht en la oficina del forense del condado de Allegheny. Continuó su educación en la Universidad de Pittsburgh, completando una beca de investigación en neuropatología en 2002 y una maestría en salud pública y epidemiología en 2004.

Mientras trabajaba en la oficina del forense en septiembre de 2002, Omalu examinó el cuerpo de Mike Webster, un ex jugador de fútbol profesional de los Pittsburgh Steelers de la NFL. Webster había mostrado patrones de comportamiento preocupante antes de morir de un ataque al corazón a los 50 años, y Omalu tenía curiosiad sobre las pistas que el cerebro del ex jugador revelaría.

Después de un cuidadoso examen del cerebro, Omalu descubrió agregados de proteínas tau, cuya función se encontraba alterada debido a la acumulación. Era algo similar a la "demencia pugilista", una enfermedad degenerativa en los boxeadores, documentada en décadas anteriores. Después de confirmar sus hallazgos con los principales profesores de la Universidad de Pittsburgh, Omalu nombró a la condición Encefalopatía Traumática Crónica (CTE) y envió un documento titulado "Encefalopatía Traumática Crónica en la Liga Nacional de Jugadores de Fútbol" a la revista médica Neurocirugía.

Después de la publicación del artículo en julio de 2005, Omalu fue informado por el consejo editorial de la revista Neurosurgery que el Comité de Lesión Cerebral Traumática Leve (LCTL) de la NFL estaba exigiendo una retractación. Él en cambio, siguió adelante con su examen de Terry Long, otro ex jugador de fútbol que se suicidó a los 45 años, y descubrió la misma acumulación de proteínas tau. El informe resultante fue publicado en Neurosurgery en noviembre de 2006.

Como portavoz de la NFL, el Comité LCTL desacreditó la investigación de Omalu como "deficiente" y se negó a reconocer un vínculo entre el deporte y el daño cerebral en los ex jugadores. Sin embargo, Omalu ganó un partidario importante en el doctor Julian Bailes, jefe de Neurocirugía de la Facultad de Medicina de la Universidad West Virginia y ex médico del equipo de los Steelers. Con Bailes y el abogado Bob Fitzsimmons, Omalu fundó el Sports Legacy Institute (más tarde rebautizado Concussion Legacy Foundation) para continuar sus estudios sobre CTE.

A pesar de las evasivas pública de la NFL, Omalu y sus defensores obtuvieron una victoria cuando la familia de Mike Webster  ogró un significativo acuerdo económico en diciembre de 2006. En junio siguiente, el comisionado de la NFL, Roger Goodell, convocó a una "cumbre sobre conmoción cerebral" para discutir el tema con los médicos de la liga y los investigadores independientes, aunque Omalu no fue invitado a participar.
Omalu se trasladó a California en el otoño de 2007 para comenzar su nueva posición como jefe médico forense del condado de San Joaquín, aunque continuó sus estudios de post-grado en la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh y obtuvo su MBA en 2008.

Ese año, también publicó su primer libro, Play Hard, Die Young: Fútbol demencia,  depresión y muerte; y extendió el estudio de CTE ramificándolo también a atletas de otros deportes y veteranos de guerra.

Para el año 2009, el trabajo exhaustivo de Omalu sobre el tema comenzó a dar sus frutos. Un extenso artículo sobre él se publicó en la edición de septiembre de la revista GQ , detallando sus esfuerzos para crear conciencia sobre las lesiones cerebrales relacionadas con el fútbol y la negativa de la NFL a cooperar. El comisionado Goodell y otros ejecutivos de la NFL pronto fueron llamados a declarar ante una Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, provocando una revisión de la Lesión Traumática Cerebral Leve y cambios en las reglas para mejorar la seguridad, al tiempo que miles de ex jugadores presentaron una demanda contra la NFL.

La historia de Omalu finalmente llegó a la gran pantalla de la mano de Ridley Scott, con el actor Will Smith en el papel protagonista. Bajo el título "La verdad duele (Concussion)", la película se estrenó el día de Navidad de 2015.

Para Omalu, la película fue la definitiva reivindicación por sus años de duro trabajo, y proporcionó un punto de atención para otras iniciativas. Junto con su posición como jefe médico forense del Condado de San Joaquín, el prestigioso neuropatólogo se desempeña como presidente de Bennet Omalu Pathology, así como profesor clínico asociado de patología en el UC Davis Medical Center.

miércoles, 19 de agosto de 2020

SIEMPRE BORGES.

"El presente no es otra cosa que una partícula fugaz del pasado.
Estamos hechos de olvido."

Jorge Luis Borges.

sábado, 15 de agosto de 2020

APLAUSOS DE PIE

Probablemente lo mejor que leeremos sobre esta pandemia:

CARTA ABIERTA A LOS IMBÉCILES

Mi nombre es Juan Manuel Jiménez Muñoz. Soy médico de familia en Málaga. Tengo 60 años, y ejerzo mi profesión desde hace 35. Mi número de colegiado es el 4.787. Y este dato lo aporto por si alguien, a raíz de esta lectura, me quiere denunciar o poner una querella. Será un honor.
El método científico, desde Galileo Galilei, nos ha sacado de las sombras. La electricidad, la radio, la televisión, los GPS, los teléfonos, los viajes espaciales, los antibióticos, las vacunas, los telescopios, la anestesia general, el saneamiento de las ciudades, la depuración del agua, las radiografías, las resonancias, los rascacielos, los aviones, los trenes, el cine, las fotografías, los ordenadores, y nuestra vida al completo, dependen de una ocurrencia de Galileo. Una ocurrencia en tres pasos para averiguar entre todos cómo funciona el mundo:
1-Establecer una hipótesis plausible sobre un problema concreto. Por ejemplo: “yo creo que el agua estancada contiene unos animalitos minúsculos que causan enfermedades”. O: “yo creo que cuando un imán gira alrededor de una bobina se genera una corriente eléctrica”. O: “yo creo que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés”.
2-Realizar experimentos para comprobar la veracidad o la falsedad de esa hipótesis.
3-Publicar los experimentos para que cualquier otro los pueda reproducir, afirmar o refutar.
Y ya está. Qué tontería. Y gracias a eso, Y NADA MÁS QUE A ESO, la sociedad de 2020 es completamente diferente a la de 1700. Diré más. Si como por arte de magia pudiésemos trasladar un habitante del año 1 hasta el año 1700, apenas notaría diferencias en lo esencial de la vida: se adaptaría sin problema. Pero si trasladásemos a un habitante del año 1700 al 2020, se moriría del susto. Literalmente.
Gracias al método científico tenemos herramientas para erradicar una pandemia, o para hacerla soportable: la del coronavirus, por ejemplo. Gracias a la ciencia no hay viruela. Gracias a la ciencia no hay leprosos en Europa (o son casos muy contados). Gracias a la ciencia, los pacientes VIH positivos ya no se mueren de SIDA, sino que llevan su enfermedad como los pacientes crónicos. Gracias a la ciencia, muchos cánceres se curan.
Y que después de 300 años de éxitos tenga uno que soportar lo insoportable, resulta estremecedor: la caída del modelo y la sustitución por la farsa, por la charlatanería, por la incultura, por el pensamiento mágico, por la vulgaridad, por el despropósito y por la democracia aplicada a la ciencia, donde el analfabeto opina sobre el coronavirus en igualdad de altavoces que el más docto catedrático de virología, y donde los tratamientos y las medidas de contención de una epidemia son a la carta.
Hay grupos organizados que parecen añorar la Alta Edad Media, aquella que tan magníficamente plasmó Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”: con su mugre y sus hambrunas, con sus gentes muriéndose de peste o de viruela, con los libros encerrados en monasterios sin acceso para nadie, sin luz eléctrica, sin agua potable, sin nada.
Aunando esfuerzos, una mezcla infernal de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, sectas satánicas, neonazis, adoradores de ovnis, hedonistas ácratas, cazadores de masones, fetichistas de los porros, ecologistas que no han visto jamás una gallina e imbéciles con pedigrí, pululan en todas las redes sociales instaurando una nueva religión que, mucho me temo, está calando más de lo que imaginaba en una población carente de cultura y liderazgo. Eso no es nuevo. Tarados los hubo siempre. Pero médicos y biólogos liderando imbéciles acientíficos y abjurando de la ciencia para adquirir una fama pasajera, eso nunca lo viví. Y nunca pensé que mis ojos lo verían. Y nunca creí que los Colegios de Médicos, o de Biólogos, giraran la cabeza hacia otra parte y no alzaran su voz contra el medievalismo.
Que un grupo de 200 médicos se autodenomine “Médicos Por la Verdad”, ya es una ofensa gravísima para el resto de los médicos que ejercemos en España, que somos 160.000. Porque quiere decir, ni más ni menos, que los 159.800 médicos restantes que no estamos en la secta somos “Médicos Por la Mentira”. Y a mí no me llama mentiroso ningún hijo de la gran puta. Por mucho título que tenga.
Que se estén dando conferencias, y publicando libros (uno de ellos con seis ediciones en un mes), para afirmar que no hay pandemia, o que los individuos sin síntomas no contagian, o que esto es igual que una gripe, o que es preferible la experiencia personal a las publicaciones científicas revisadas por pares, o que el dióxido de cloro funciona contra el coronavirus, o que el dióxido de cloro no es tóxico, o que las vacunas que existen ahora provocan autismo, o que las vacunas llevan microchips para controlarnos, o que los aviones esparcen desde el cielo cristales para contagiarnos, o que no llevar mascarillas es un acto saludable de rebeldía, resultaría risible si no fuese mortal de necesidad, y si quienes defienden esas barbaridades fuesen mariscadores gallegos, aceituneros andaluces o pescadores cántabros, y no licenciados o doctorados por una Universidad.
Hace poco, sesenta imbéciles acudieron a Las Canarias para reunirse en una playa a contagiarse a propósito. Habían quedado por Internet. Y yo, desde mi muro, acuso a quienes deberían ser líderes sociales, y no lo son, de favorecer esos comportamientos criminales con sus discursos absurdos.
No es época de división, ni de actuar cada uno a su bola. Por desgracia, nadie lidera la crisis. Es evidente. Digo ningún político. El Gobierno Central ha dimitido de sus responsabilidades. Incluso tiene que sobornar a los autonómicos para que acudan a las reuniones. 17 Reinos de Taifas, 17 desastres organizativos. A cuál peor. Ni una puñetera norma en común. Ni un solo registro compatible. Y además de eso, por si fuese poco, una sarta de embusteros con el título de licenciado envenenan a la sociedad en lugar de aconsejarla, de guiarla, de cuidarla, prestándose a decir lo que muchos quieren escuchar, lo que ahora vende: que el coronavirus es un invento de las superpotencias para disminuir la población mundial, para enriquecer a las farmacias y para cargarse a los ancianos, pero que, sin embargo (y mira tú que curiosa paradoja), la tal pandemia no existe.
Compañeros médicos, biólogos, abogados, farmacéuticos y licenciados de toda clase y condición que habéis optado por llevarnos otra vez a la Edad Media: sois la vergüenza de la profesión, y no sois dignos de que os llamemos compañeros, y mucho menos científicos. Sois pocos, pero metéis mucho ruido y confundís. Sois pocos, sí. Pero mala gente. Y decís cosas por las que, de haberlas dicho en la Facultad de Medicina o de Biología cuando eráis estudiantes, jamás habríais obtenido ese título del que ahora os valéis para vuestro propio beneficio. Un título del que, si de mí dependiera, seríais desposeídos de inmediato. Lástima que no se pueda.
Podría elegir muchas estupideces de las que defendéis, muchas barbaridades solemnes, pero me centraré en una sola, que en vuestra boca merecería la cárcel: “las personas sin síntomas no contagian”. Cagoentóloquesemenea. ¿Dónde estabais el día que explicaron la tuberculosis, o el SIDA, o la varicela? ¿No contagian los VIH positivos a pesar de estar asintomáticos? ¿No hay tuberculosos bacilíferos sin síntomas de enfermedad? ¿No se contagia la varicela desde pacientes en fase prodrómica? En fin. Mejor callar, que me van a estallar las meninges.
Sois líderes que habéis elegido no serlo para convertiros en bufones. Y eso, en época de zozobra, no tiene perdón de Dios. Ojalá se os seque la yerbabuena.
Ah. Y otra cosa. Mis señas las dí al principio. A ver si tenéis cojones para meteros conmigo. Cojones, digo; ya que neuronas… las justitas pa beber sin ahogarse.
Cagoentó.
Firmado:
Juan Manuel Jimenez Muñoz.
Médico del Servicio Andaluz de Salud.
Colegiado en Málaga 4787.

Leído en el muro de Mariano Cognigni

martes, 11 de agosto de 2020

ESPELUZNANTE.

Black live matter?

MARIO GÓMEZ RODE.

De 1641 a 1652, más de 500,000 irlandeses fueron asesinados por los ingleses y otros 300,000 fueron vendidos como esclavos. La población de Irlanda cayó de aproximadamente 1,500,000 a 600,000 en una sola década. Las familias fueron destrozadas ya que los británicos no permitieron que los padres irlandeses llevaran a sus esposas e hijos con ellos a través del Atlántico. Esto condujo a una población indefensa de mujeres y niños sin hogar. La solución de Gran Bretaña fue subastarlos también.
Durante la década de 1650, más de 100,000 niños irlandeses entre las edades de 10 y 14 fueron tomados de sus padres y vendidos como esclavos en las Antillas, Virginia y Nueva Inglaterra. En esta década, 52,000 irlandeses (en su mayoría mujeres y niños) fueron vendidos a Barbados y Virginia. Otros 30,000 hombres y mujeres irlandeses también fueron transportados y vendidos al mejor postor. En 1656, Cromwell ordenó que 2000 niños irlandeses fueran llevados a Jamaica y vendidos como esclavos a los colonos ingleses.

Muchas personas hoy evitarán llamar a los esclavos irlandeses lo que realmente fueron: esclavos. Se les ocurrirán términos como "Siervos contratados" para describir lo que le ocurrió a los irlandeses. Sin embargo, en la mayoría de los casos de los siglos XVII y XVIII, los esclavos irlandeses no eran más que ganado humano.
Como ejemplo, la trata de esclavos africanos apenas comenzaba durante este mismo período. Está bien registrado que los esclavos africanos, no contaminados con la mancha de la odiada teología católica y más caros de comprar, a menudo fueron tratados mucho mejor que sus homólogos irlandeses.
Los esclavos africanos eran muy caros a fines del siglo XVII (50 libras esterlinas). Los esclavos irlandeses fueron baratos (no más de 5 libras esterlinas). Si un plantador azotaba o marcaba o mataba a golpes a un esclavo irlandés, nunca era un delito. Una muerte fue un revés monetario, pero mucho más barato que matar a un africano más caro. Los maestros ingleses rápidamente comenzaron a criar a las mujeres irlandesas tanto para su propio placer personal como para un mayor beneficio. Los hijos de los esclavos eran esclavos, lo que aumentaba el tamaño de la fuerza laboral libre del amo. Incluso si una mujer irlandesa de alguna manera obtuviera su libertad, sus hijos seguirían siendo esclavos de su amo. Por lo tanto, las madres irlandesas, incluso con esta nueva emancipación encontrada, rara vez abandonarían a sus hijos y permanecerían en servidumbre.

Con el tiempo, los ingleses pensaron en una mejor manera de utilizar a estas mujeres (en muchos casos, niñas de hasta 12 años) para aumentar su participación en el mercado: los colonos comenzaron a criar mujeres y niñas irlandesas con hombres africanos para producir esclavos con una tez distinta . Estos nuevos esclavos "mulatos" tuvieron un precio más alto que el ganado irlandés y, de la misma manera, permitieron a los colonos ahorrar dinero en lugar de comprar nuevos esclavos africanos. Esta práctica de entrecruzar hembras irlandesas con hombres africanos se prolongó durante varias décadas y fue tan generalizada que, en 1681, se aprobó la legislación "que prohíbe la práctica de aparear mujeres esclavas irlandesas con hombres esclavos africanos con el fin de producir esclavos para la venta". En resumen, se detuvo solo porque interfería con las ganancias de una gran empresa de transporte de esclavos.
Inglaterra continuó enviando decenas de miles de esclavos irlandeses durante más de un siglo. Los registros indican que, después de la rebelión irlandesa de 1798, miles de esclavos irlandeses fueron vendidos tanto a América como a Australia. Hubo abusos horribles de los cautivos africanos e irlandeses. Un barco británico incluso arrojó 1.302 esclavos al Océano Atlántico para que la tripulación tuviera suficiente comida para comer.

No cabe duda de que los irlandeses experimentaron los horrores de la esclavitud tanto (si no más en el siglo XVII) como los africanos. También hay muy pocas dudas de que esas caras marrones y bronceadas que presencias en tus viajes a las Indias Occidentales son muy probablemente una combinación de ascendencia africana e irlandesa. En 1839, Gran Bretaña finalmente decidió por sí sola terminar su participación en la carretera de Satanás al infierno y dejó de transportar esclavos. Si bien su decisión no impidió que los piratas hicieran lo que deseaban, la nueva ley lentamente concluyó ESTE capítulo de pesadilla de la miseria irlandesa.
Pero, si alguien, blanco o negro, cree que la esclavitud fue solo una experiencia africana, entonces se equivocaron completamente.
La esclavitud irlandesa es un tema que vale la pena recordar, no borrar de nuestros recuerdos.

Mario Gómez Rode

viernes, 7 de agosto de 2020

EL AHORRO ES LA BASE DE LA FORTUNA...¿seguro?

#AHORRO
ROBERTO VALERO.

Todas las mañanas, el Director Ejecutivo de un gran banco en Manhattan camina hacia la esquina donde siempre está ubicado un limpiabotas.
Se sienta en el sillón, examina el Wall Street Journal, y el limpiabotas le da a sus zapatos un aspecto brillante, excelente.
Una mañana, el limpiabotas le pregunta al Director Ejecutivo:
– ¿Qué le parece la situación en el mercado de valores?
El Director le pregunta a su vez con arrogancia:
– ¿Por qué le interesa tanto ese –ese  tema?
– Tengo un millón de dólares en su banco –responde el limpiabotas–, y estoy considerando invertir parte del dinero en el mercado de capitales.
– ¿Cuál es su nombre? –pregunta el Director.
– John Smith H.
El Director llega al banco y le pregunta al Gerente del Departamento de Clientes:
– ¿Tenemos un cliente llamado John Smith H.?
– Ciertamente –responde el Gerente de Atención al Cliente–, es un cliente muy estimado. Tiene un millón de dólares en su cuenta.
El Director sale, se acerca al limpiabotas y le dice:
– Sr. Smith, le pido que este próximo lunes sea el invitado de honor en nuestra reunión de la junta y nos cuente la historia de su vida. Estoy seguro de que tendremos algo que aprender de usted.
En la reunión de la junta, el Director Ejecutivo lo presenta a los miembros de la junta:
– Todos conocemos al Sr. Smith, que hace brillar nuestros zapatos en la esquina; pero el Sr. Smith también es nuestro estimado cliente con un millón de dólares en su cuenta. Lo invité a contarnos la historia de su vida.  Estoy seguro de que podemos aprender de él.
El Sr. Smith comenzó su historia:
– Vine a este país hace cincuenta años como un joven inmigrante de Europa con un nombre impronunciable. Salí del barco sin un centavo. Lo primero que hice fue cambiar mi nombre a Smith. Estaba hambriento y agotado. Empecé a deambular buscando trabajo, pero en vano. De repente encontré una moneda en la acera. Compré una manzana. Tenía dos opciones: comer la manzana y calmar mi hambre o emprender un negocio.  Vendí la manzana por dos dólares y compré dos manzanas con el dinero. También las vendí y continué en el negocio. Cuando comencé a acumular dólares, pude comprar un juego de brochas y betunes usados y comencé a limpiar zapatos. No gasté un centavo en entretenimiento o ropa, sólo compré pan y algo de queso para sobrevivir. Ahorré centavo a centavo y después de un tiempo compré un nuevo equipo de cepillos y ungüentos para zapatos en diferentes tonos y amplié mi clientela. Viví como un monje y ahorré centavo a centavo. Después de un tiempo pude comprar un sillón para que mis clientes pudieran sentarse cómodamente mientras les limpiaba los zapatos, y eso me trajo más clientes. No gasté un centavo en los placeres de la vida. Seguí ahorrando cada centavo. Hace unos años, cuando el anterior limpiabotas de la esquina decidió retirarse, ya había ahorrado suficiente dinero para comprarle el puesto de limpiabotas en este excelente lugar.
Finalmente, hace tres meses, mi hermana, que era puta en Chicago, falleció y me dejó un millón de dólares.

miércoles, 5 de agosto de 2020

CHASCOMÚS.

Íbamos a Chascomús en tren, los cuatro,  familia convencional.
Yo había peleado arduamente por la ventanilla.  Y la conseguí. Recuerdos como éste tengo pocos en mi vida, tendría unos 10 años.
Mi mamá sonreía y nos miraba; mi papá, tan flaco y tan largo, apoyaba sus brazos doblados sobre sus rodillas y también sonreía. Mi hermanito Mario observaba todo con curiosidad y preguntó algo sobre los postes de luz que pasaban volando al lado nuestro.
Mis ojos se perdían en el horizonte: esa pampa extensa e infinita con vaquitas a lo lejos pastando con mansedumbre me hipnotizaban.
Y el traqueteo del tren, tan parejo y repetido. El tiempo parecía haberse detenido. Mi papá dijo: "yo no sé cómo hay gente a la que esto le aburre, no lo entiendo".
Yo tampoco lo entendía; era un viaje de felicidad.