martes, 26 de enero de 2021

MIS TÍAS Y MIS PRIMOS.

 

Estoy esperando dentro del coche a mi amiga Marité en la puerta de un inmenso tinglado chino donde venden hasta helicópteros (de juguete, jeje, aunque nunca se sabe, habría que preguntar). Ella está enganchada al consumismo: adora comprar todo tipo de cosas. Yo la aguanto como puedo. Al final, me va a enganchar a mí también pero me resistiré. Odio salir de compras. Además, nunca tengo un mango, así que para qué salir. Me quedo pintando, leyendo o escribiendo. Cocinando jamás , limpiando, never. Las tareas domésticas implican un alto riesgo, no son rentables y nadie las valora. Mejor dejarlas. A veces no hay más remedio que sacar el polvo de las estanterías. Es el momento en que una puede escribir "TE QUIERO" con los dedos en la tierra posada sobre un mueble. La ventaja que tiene escribir sobre el polvo acumulado es que si una escribe "TE ODIO", se puede borrar rápido, con trapo seco (o húmedo) y listo el pollo. Sería como una constancia escrita de sentimientos con fecha de caducidad. Bueno, igual que los sentimientos. 

Pongo la radio del coche, suena jazz, el delicioso y amado jazz; es Duke Ellington. Y de golpe algo me cierra los ojos: es algo cegador, como un martillazo directo a la mandíbula. Una luz distinta, amarillenta, cálida y antiquísima. Mi papá está agachado, con una sonrisa, hablándome: yo debo tener unos cinco o seis años y también sonrío. Estoy segura, aunque no me veo, pero me siento. Estamos en el living, está puesto el mantel y la vajilla para los invitados. Mi mamá revolotea con su vestido de lunares, mientras protesta siempre con el mismo argumento: "hoy debo haber caminado kilómetros dentro de esta casa". Menos mal que la casa no se modifica a medida que ella camina, como en el cuento de Borges. 

Mi hermanito está jugando con algo, en el suelo, cerca nuestro. Y se ríe. Mi hermanito Mario Aníbal no puede ser más lindo, más inteligente ni más simpático. Es un ser de otro mundo: un mundo bueno que ya no existe. (Ya no es mágico el mundo, dice Borges). Mi papá va hacia el tocadiscos, que es un mueble venerable con radio y todo. Es que se acabó el disco, lo va a cambiar y hay que tener cuidado con la púa. Las púas son caras. Todo es delicado y merece respeto, hasta un disco. Se rompían si se caían, se rayaban con una mirada fuerte. Por eso, a los niños nos estaba prohibido ir toqueteando todo por ahí. (Igual que ahora, mamma mía, los locos bajitos, (Serrat) que arrasan con todo). En la foto de abajo estoy yo con mi disfraz de aldeana rusa en el fondo de la casa de Témperley.


Afuera, en el jardín, crecen a la par de los niños, un hermoso árbol paraíso, un laurel de jardín cuajado de flores rosas y varias ligustrinas. Si se pudiera volver a vivir, aunque sea un ratito, esa época pasada: escuchar esas voces, tumbarse en esas reposeras, tomar ese sol, aspirar ese aire que ya nunca volverá, como el río de Heráclito. "¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?" se preguntaba Borges. (...) "Y, sin embargo, es mucho haber amado, haber sido feliz, haber tocado el viviente Jardín, siquiera un día". 

Escucho un sonido de pulseras y risas de mujer que vienen del sofá del living, atravesando los helechos del patio central de la casa. Risas voladoras, alegres y seguras de sí mismas. 


Es mi tía Mari Esther, mi tía preferida, la flaca. Es radióloga y es la esposa de mi tío paterno Menes, hermano de mi papá. La más directa para decir las cosas (cosa que le repateaba el hígado a mi papá), la más independiente. La inolvidable. La que no tuvo hijos porque su hijo era su marido, al que cuidaba con devoción. La que durmió una noche en la misma cama con él recién muerto. (Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines, dice Borges). 
Mi tía Mari Esther nunca creyó que yo pudiera llegar a odontóloga y siempre me lo recordaba, burlándose: "Ayyyy" decía sacudiendo las pulseras, "qué loca, yo no sé para qué estás perdiendo el tiempo yendo a la facultad". Yo no decía nada porque no me sentía aludida. Tampoco dije nada cuando, años más tarde, ya odontóloga, la tuve sentada en el sillón dental para arreglarle un premolar: demasiado la quería y secretamente le agradecía que me hubiera servido de modelo para la vida. Su preferido era su sobrino Carlitos Oxenford, el hijo de su hermano Fito. Era rubio, lindo, lleno de pretensiones y malcriado. Empezó abogacía y lo dejó. Se fue a EEUU corriendo atrás del gurú Marahaji, y lo dejó. Su padre le puso una venta de galletitas al lado de la estación de Témperley y lo dejó. Mejor ni recordar el resto...otro pijo malogrado. Niño consentido con padres amorosos. ¡Qué desperdicio! diría mi papá. 

Yo he tenido muchas tías, paternas y maternas y son todas inolvidables. Las paternas eran educadas y convencionales: niñas bien sin un duro. Se casaron con buenos partidos porque, como mi abuelo había muerto, mi papá mantenía a toda la familia. Ellas, chicas elegantes, iban a un club de tenis donde engancharon a buenos candidatos para maridos. 

Las tías maternas eran más locas, diversas e interesantes. De hecho, algunos de sus hijos sobresalieron en sus respectivas profesiones, mientras que, del lado paterno hubo unos primos muy previsibles, bastante mediocres; no sé si me explico. No me sirvieron de modelo. 



Una de las maternas, la tía Lía, con su risa y sonrisa perpetuas y su voz un poco ronca, tan, pero tan simpática. Adorable. Se casó con un peletero, Enrique, un santo varón. A partir de ese momento los tapados de pieles de nutrias, de astracán, etc, que iban y venían de su elegante local en el centro de Buenos Aires pasaron a formar parte rutinaria del  guardarropas de la familia.

La tía Sofía, hermosa y dominante; su sola presencia imponía una atmósfera de prudente distancia, no sea cosa que le diera por armar un escándalo. Su marido y sus dos hijos varones Carlos y Eduardo, le temían y no era para menos. 

La tía Juana (con remera oscura en la foto de abajo), era gorda y millonaria, Tenía dos hijos varones, Leonardo y Edgardo. Y los abuelos en el medio de la foto. 

La tía Ada, dulce e inteligente, (foto más abajo), enferma de Parkinson, la mamá de mi primo Beto (mi preferido, el que abandonó ingeniería para dedicarse a su gran amor: el teatro) y mis dos primas, Mirta, psicóloga y Clarita, abogada, que ya se habían emancipado y no vivían en la misma casa. En la foto de abajo los 3 hermanos Rubinstein. 

Beto atendía la joyería de la familia, desde la muerte de su padre, a la vez que estudiaba. Ellos son muy especiales para mí porque viví un año en su casa de la Plata, mientras estudiaba segundo de odontología y entonces pude tratarlos más íntimamente. Fue una linda convivencia que jamás olvidaré porque cada uno iba a lo suyo y no recuerdo que hubiera conflictos ni broncas, y sí había libertad, simpatía y cariño. Una vez vino mi prima Mirta con su nuevo novio, un psiquiatra, creo recordar. Y cuando se fueron, la tía Ada, sentada como siempre en su silloncito (ya enferma), dijo aquéllas simples palabras que no olvidé: "A mí lo único que me importa es que ella sea feliz". Un espíritu generoso. Abajo foto de la tía Ada de jovencita.

Hablando de conflictos, recuerdo un rocambolesco almuerzo de familia en el que algo se torció y hubo un griterío terrible. Éramos chicos Mario Aníbal y yo y esto ocurrió en la casa de Témperley.  Estaban mis tíos Sofía (la hermosa y dominante) y Manolo, su marido y creo que sus hijos, Carlos y Eduardo, pequeños, también estaban. La conversación subió de volumen más y más hasta que mi papá tiró del mantel, con toda la vajilla y la comida causando un tremendo desparramo. Mi mamá lloraba, mi tía gritaba y al final los tíos y primos huyeron muy airados y creo que no vinieron más. Mi hermanito y yo nos quedamos desorientados mientras mi mamá limpiaba el desbarajuste. Al final, Mario y yo nos fuimos al jardín a reírnos de la situación a escondidas, porque nos parecía como una comedia italiana, donde todo es tan excesivo. Dicen que la niñez es el territorio de la felicidad pero para mí no lo fue del todo. 


Mi mamá (en la foto de arriba), con sus frustraciones por no haber podido estudiar; mi papá, con sus certezas por haber estudiado tanto; mi hermanito, con su asma que no lo dejaba respirar y yo con mis horribles dientes que no me dejaban reír, llenaron de grises una familia que mejor colorear y perfumar un poco para alegrar la remembranza. Parece necesario ajustar la narración a tonos más alegres, como quien desajusta el zoom de una cámara para verlo más borroso e imaginativo, no tan nítido y tristón. (Emulando un poco a NIEBLA de Unamuno). Al fin de cuentas, la vida es una obra de teatro. Creo que Beto estaría de acuerdo. Y hablando de teatro, estábamos Mario y yo en el living y pasó una de las tías con un cuchillo en la mano, muy ligerita, mientras vociferaba: "Esto no va a quedar así". Pensamos que iba a matar a alguien...a mi papá, obviamente. Salimos corriendo atrás de la asesina en potencia y ¡oh, desilusión! Sólo estaban podando un rosal. Lo que nos pudimos reír al darnos cuenta del equívoco, está en los anales de la historia familiar y hasta el día de hoy, mi hija Cuyén se dobla de risa cada vez que lo cuenta (de oídas, porque faltaban mil años para que ella naciera). Perdón: no faltaban mil años, se me fué la olla. Ella me ayudó a ajustar el zoom de los recuerdos: Cuyén estaba allí, fue testigo de este hecho y lo recuerda claramente. 

Mi papá era muy buena persona pero tenía una característica desagradable y negativa, para él y para los demás. Era soberbio y se ocupó de alejar a la familia de mi mamá primero y luego a la suya propia. Era intolerante, espantapersonas y ahuyentagente y no aceptaba que lo contradijeran. Esa lección de intolerancia a mí no me entró nunca pero posiblemente a Mario Aníbal si... en fin, puras especulaciones. Así fue como nos quedamos los cuatro solos, algo que repercutiría negativamente en el aprendizaje sobre las relaciones humanas, en nosotros, sus hijos. Por ejemplo, como desenvolvernos con los demás durante una convivencia, como funciona una familia más amplia, que señales corporales tener en cuenta de los demás, como tolerar o perdonar; algo que, indefectiblemente, se aprende en la niñez o luego cuesta mucho aprender. Más tema de emociones que de sentimientos. 

Y cambiando de tema sin cambiar del todo, un día cualquiera hice una síntesis mental espontánea e involuntaria que me tomó por sorpresa: mis primos maternos, los prolíficos judíos, sobresalieron en casi todo lo que emprendieron, fueron buenos en sus respectivas profesiones y lograron hacer en sus vidas cosas útiles para los demás y para sí mismos. Mientras que mis primos paternos, los "niños-bien", típica clase media argentina con aspiraciones a clase alta y muchos pajaritos en la cabeza (no lo digo desde el prejuicio, obvio), tuvieron vidas convencionales y bastante tristes, superficiales y mediocres. ¡Qué cosa! ¿no? 

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Mi primo Beto, en una foto actual.  Destacado actor y director teatral, con un libro publicado de este tema y siempre implicado en las luchas por una sociedad mejor. 



Su hermana Mirta, psicóloga, ya fallecida, quién desarrolló una intensa actividad profesional. 

Siempre preocupada por las necesidades de la infancia, se dedicó a atender los trastornos de aprendizaje en la niñez y fue tal el interés que le despertó la especialidad que promovió la implementación de gabinetes psicopedagógicos en la enseñanza inicial, un vacío hasta entonces en la estructura de la educación formal. 

¿Y yo? Soy tan prima de unos como de otros y la verdad es que, cuando miro hacia atrás,  me hace sentir bien que muchas personas puedan sonreír con confianza y seguridad por los cientos de tratamientos de ortodoncia que hice, llegando a buen puerto. Eso es bastante más que nada y me satisface que así sea. Es un logro poder reír y sonreir con agrado y sin complejos. No como Borges y sus espejos insondables: "Yo, de niño, temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que ocultaría algo sin duda atroz".(...). 
Atroz era la dentadura que tenía yo de pequeña y quizás eso me empujó a resolver desde mi especialidad, ese mismo problema en tanta gente y brindarles un poco de felicidad cada vez que le sonrieran al espejo. 

Como hobby, escribo con placer tratando de que tenga algo de música lo que escribo, como aprendí de mi papá; y de ello da cuenta mi blog y muchos manuscritos. Pinto como una aficionada que soy y algunas veces obtengo resultados aceptables, otra vez como mi papá. Soy una aficionada en arte y una profesional en ciencia. No llegué a los logros como mi primo Beto o mi prima Mirta, aunque estoy satisfecha, ya que las comparaciones me parecen tontas. Es agradable hacer un balance que nos deje bastante contentos, cuando se ha llegado casi al final del camino. Otras cosas no salieron tan bien pero bueno...todo, todo no puede resultar diez puntos.  

 Bien, volvió Marité de los chinos, se acabó la película y la imagen en retrovisor del pasado. Otro día la seguimos.

ORGULLO NACIONAL

 Roberto Luciano Valero y Daniel Ojunian son los irresponsables de haber puesto en palabras las aspiraciones de más de media humanidad quilmeña: tener agua potable, luz eléctrica y otras banalidades. El momento ha llegado y he aquí el informe completo. Disfrútenlo porque no habrá otra. 

Nuestro héroe en imágenes irrepetibles. 

EL PRIMER HOMBRE EN MARTE SERÁ UN QUILMEÑO

La NASA dio a conocer hoy el resultado del arduo proceso de selección para llevar vida humana a Marte, tras evaluar a miles de candidaturas para esa misión. El elegido resultó ser Roberto Luciano Valero, un quilmeño que superó en todas las pruebas de aptitud de supervivencia a otros candidatos de Rusia, Alemania y Estados Unidos. Las pruebas se realizaron en el simulador espacial que tiene la NASA en Arizona, EEUU. "Es extraordinario", señaló Roger Moore, Jefe de Selección de Astronautas de la NASA. " El Rober como le dicimos acá, puede vivir sin agua durante semanas, y reaprovecha cada gota disponible, fue expuesto a temperaturas de calor extremas, propias del suelo marciano y no le afectaron, le cortamos el suministro eléctrico en el simulador, y al mismo tiempo le sacamos el agua. Ni se inmutó. ¡es increible!"

El Rober es un profesional, aún está emocionado por lo sucedido. "Siempre me gustó el espacio", explica. "Cuando era chico vivia sin agua y muchas veces sin luz en el conurba, miraba el cielo por la noche y pensaba... debe haber otros mundos con agua fuera de este; ahí empecé a soñar con ser astronauta. El verano quilmeño y también de Berazategui" (ciudad que lo acunó y lo fue preparando, recuerda con nostalgia), "me templó para ser el hombre que soy; agradezco a mi familia y a los gobiernos que permitieron que lograra sacar lo mejor de mí". 

Según algunos trascendidos,  funcionarios de alto rango de Edesur y Aysa estarían haciendo gestiones ante la NASA para que el logo de la empresa sea colocado en la parte lateral del cohete Saturno VIII que transportará al Rober en la primera misión tripulada a Marte. Según consignaron desde Aysa y Edesur, la noticia los enorgullece. "Cuando le negábamos el agua a los del conurbano nos insultaban. El Rober da testimonio de que valió la pena no brindar ese servicio durante tantos años. ¿Qué es más importante, lavar los platos, ducharse, usar el inodoro o ir a Marte?".

El Rober está feliz. Viajará a Marte,  vivirá sin agua, quizá sin luz, con temperaturas de calor extremas, casi como en su ciudad natal. Su sueño es dar el puntapié inicial para fundar la primera colonia marciana, que se llamaría NUEVO CONURBANO. "Eso sí", remata el Rober entre risas, si fuera por mí le pongo "Quilmes Atlético Club".

sábado, 16 de enero de 2021

Hondonada

 "Ausencia" Jorge Luis Borges. 



Habré de levantar la vasta vida 

que aún ahora es tu espejo: 

cada mañana habré de reconstruirla. 

Desde que te alejaste, 

cuántos lugares se han tornado vanos 

y sin sentido, iguales 

a luces en el día. 

Tardes que fueron nicho de tu imagen, 

músicas en que siempre me aguardabas, 

palabras de aquel tiempo, 

yo tendré que quebrarlas con mis manos. 

¿En qué hondonada esconderé mi alma 

para que no vea tu ausencia 

que como un sol terrible, sin ocaso, 

brilla definitiva y despiadada? 

Tu ausencia me rodea 

como la cuerda a la garganta, 

el mar al que se hunde.


Jorge Luis Borges

ROSEBUD

 OSVALDO SORIANO.


La memoria lo agiganta todo. A mí me parecía que mi casa de Cipolletti era tan enorme que ocupaba una manzana pero al regresar, treinta y tres años después, encontré que no lo era tanto. Todo a su alrededor había cambiado, pero mi Rosebud seguía ahí. Es un peral añoso, de tronco bajo, al que me subía las tardes en que me sentía triste. Mi madre me buscaba por toda la casa, salía a llamarme al patio y aunque yo pudiera sentir su aliento ella no podía verme.

Tendría once o doce años y andaba mal en el colegio. 


Me habían cambiado tantas veces de pueblo que no tenía amigos ni tierra que pudiera sentir como propios. Nací a pocos pasos del mar pero mis primeros recuerdos son de San Luis y los desiertos puntanos. Allí mi padre era empleado de Obras Sanitarias, llevaba sombrero y montaba una recia bicicleta de industria nacional. De ese tiempo sobreviven airosos un limonero en el jardín y mi novia de la infancia. 


Creo que no usábamos esa palabra de lazos comprometedores: se llamaba Marta y ahora suele escribirme desde Bahía Blanca para reprocharme mis recuerdos desencontrados. Era la hija mayor de una boticaria que me curó una verruga en el pie y tenía una hermana de nombre Mirta. Los tres nos trepábamos a una montaña de troncos abatidos que quizá no era tan grande como la recuerdo ahora. En la vereda de enfrente jugaba con un chico de nombre Eduardo Belgrano Rawson, que años más tarde iba a escribir varios libros deliciosos.


Un día, bruscamente, me arrancaron de allí y me llevaron a Río Cuarto, de donde sólo tengo recuerdos de pelota en un baldío y un flash imborrable: atrás de una casa demolida hay un pozo ciego desbordado de globos tan enormes que parecen fantasmas. Alguien murmuró que eran preservativos viejos, inflados por algún efecto del encierro y los gases y ésa fue la primera vez que escuché hablar de ellos. 


Muchos años más tarde, temblando de miedo, me animé a comprar uno en Cipolletti pero mi madre me lo descubrió enseguida en un bolsillo del flamante pantalón largo.


Mi padre me llamó a su escritorio con un tono solemne, cerró la puerta, y me dio un sermón sobre las maneras de ser hombre. Me acuerdo del bochorno como si lo estuviese viviendo ahora. Yo sentado al borde de la silla y mi viejo al otro lado del escritorio llamándome "pelotudo" en el tiempo en que esa palabra tenía algún significado. 


No me reprochaba el preservativo sino el descuido. Menos mal que afuera estaba mi Rosebud y allí fui a refugiarme, entre las hojas de ese árbol que me elevaba por encima del mundo. Creo haber escrito que recordamos la infancia como el lugar de la felicidad, pero creo que eso no es verdad para mí. 


Yo nunca era del lugar donde vivía y eso se parecía mucho a no ser de ninguna parte. En el colegio de Río Cuarto me llamaban "puntano" por el acento que traía de San Luis; después, en Cipolletti, los chicos me decían "el cordobés". Ya grande, recién llegado a Buenos Aires, Osiris Troiani, uno de los jefes de Primera Plana, me gritaba de una punta a la otra de la redacción: " Apúrese, tandilense, que me está enterrando el cierre".


He vivido en tantos lugares y tan distintos que me cuesta elegir uno en el momento de responder de dónde soy. Creo que uno es del lugar donde lo quieren. Después de muchos años en Europa volví a mi Mar del Plata natal. Tan mal la conocía que tuve que abordar a un cartero para preguntarle cómo se hacía para llegar al bosque. Nadie me aceptaría puntano en San Luis ni cordobés en Río Cuarto ni riojano en Chilecito, y no hay nadie en Tandil que me confunda con uno de los suyos.


En Cipolletti sí se acordaban de mí. Por aquella historia del penal más largo del mundo y por las correrías de mi padre que dejaron huellas en los parajes. Al volver a mi casa de la infancia me dejaron entrar sin preguntar nada y sin saber quién era. Reconocí la puerta desde donde me llamaba mi madre, el rincón en el que se murió mi perro y el lugar de la calle donde me atropello un coche. 


Ese era mi jardín y ahí estaba mi Rosebud cualunque, erguido entre otros árboles. Si hubiera estado solo me habría subido de nuevo por aquellas ramas. Al rato salió un hombre: "Yo viví acá hace mucho tiempo", le dije, y me hizo pasar. Ahí estaban otra vez el escritorio donde mi padre me trató de pelotudo y la pieza en la que me masturbaba con un ejemplar deshojado de "Las memorias de una princesa rusa". 


No eran tan grandes como los guardaba mi memoria, pero aparte de los muebles nada había cambiado. Pensé en otras partidas y regresos. En el inolvidable personaje de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, cuando al final decide emprender la marcha: "Bueno, hasta ahora no me he movido de Winesburg, eso es; todavía no he salido de aquí; pero ya voy haciéndome mayor. He leído muchos libros y he pensado mucho. 


Voy a intentar ser algo en la vida". También se me cruzó por la cabeza el relato de Peter Weiss; el momento en que vuelve del exilio a una Alemania que nunca más será la suya. Tuve de nuevo la imagen de Robert Mitchum que rodea una cabaña abandonada en una película de Nicholas Ray; de pronto ve un hueco entre las maderas del suelo y con el corazón agitado se tira de bruces y mete una mano. Parece tocar algo y su mirada vuelve al galope a un día que sólo existe para él. Ahí está su oso de pana con los ojos intactos; ahí está el chico que nunca se fue.


Todos tenemos nuestro Rosebud personal y nos llevamos el secreto a la tumba. El trineo (N. del E.: Rosebud) de Charles Foster Kane, en El ciudadano, no es la verdad de su vida, pero sí aquello que para él había sido el origen de la verdad. 


Lo que siempre pasará inadvertido para cualquier otro. Al elegir un árbol para evocar mi infancia estoy mintiéndoles a los demás, pero detrás de esa mentira hay un hilo secreto que me conduce hacia mi propio Aleph. Podemos borrar o confundir las huellas de una vida, pero las llevamos a cuestas. En éso pensaba más de treinta años después en Cipolletti, al caminar sobre mis propios rastros en el jardín.


Ha pasado tanto tiempo que al otro lado del río, en Neuquén, el señor Perticone, que era el director de mi escuela industrial, se ha convertido en el nombre de una calle. A dos pasos, cruzando la ruta, se encuentra una zona respetable que en mi tiempo se llamaba Barrio Gris. 


Ahí nos llevaba el Flaco Martínez que era el profesor de física. Pagábamos treinta pesos de entonces para creernos hombres en una covacha alumbrada a candil. Hacíamos tiempo en una sala de espera hasta que la puerta se entornaba y Madame Geneviéve despedía al cliente con un beso en la mejilla. Entonces pasaba el siguiente y si quería sacarle el corpiño tenía que pagar diez pesos más. Al llegar al aeropuerto de Neuquén se me acercó un tipo que dijo haberme marcado muy fuerte en un partido de fútbol que escribí pero que nunca existió. Es dura de borrar la palabra escrita. 


¿Soy yo aquel chico o es mi imaginación quien lo ha creado a imagen y semejanza de mis deseos? ¿Quién soy en aquel que fui a orillas del Limay? ¿Seré los ojos de mi madre y la desazón de mi padre? Poco importa: el árbol sigue dando peras y por la ventana de mi pieza todavía entra el sol. Mi padre solía contarme de una curtiembre en Campana y tal vez ahí, en ese lugar al que nunca fui, esté el Rosebud del que no me habló. Un trompo olvidado en un sótano o unas pocas bolitas todas cascadas.


Hubo un tiempo en que las fotos fijaban un instante de nuestra dicha. Luego las cintas de video multiplicaron la banalidad. Igual las miramos con nostalgia, como si pudieran revelarnos un secreto que nos ayude a sobrellevar lo que falta del viaje. Un día, al volver sobre nuestros pasos, encontramos el árbol que la memoria había agigantado. Por un instante sentimos el sobresalto de una revelación. Hasta que descubrimos que lo que cuenta no es el árbol, sino lo que hemos hecho de él. Ese es nuestro Rosebud.


OSVALDO SORIANO 🇦🇷 (1943-1997)


viernes, 8 de enero de 2021

ALICIA

 La princesa del país de los champiñones. (Del libro de EL IDIOMA DE LAS SEÑALES)

DAVID VERDUGO ABAD. 






El Diagnóstico Médico señala que Alicia, la niña que afirmó haber llegado del País de las Maravillas, sufrió un estado de trastorno mental transitorio producido por el consumo de una seta alucinógena. Sus padres y hermanos afirmaron no saber nada del asunto  y se mostraron consternados al respecto, en lo que parece ser un triste caso de intoxicación accidental ocurrido en la hacienda familiar. Sin embargo la policía de Londres baraja la hipótesis de un posible delito por parte de un perturbado mental. Esta línea de investigación sigue las huellas de la declaración de Alicia. La pequeña insiste a los doctores que quién le dio aquella seta fue un "señor gordo y con bigote, de habla extraña y cantarina, que subió por la tubería del jardín  y que la confundió con la princesa del País de los Champiñones". Por el momento sólo podemos referirnos a él con el apodo que la niña le atribuye: Super Mario. 

jueves, 7 de enero de 2021

EL TESTIGO MUDO QUE LO OYE TODO.

 


"Hace años tuve unas fuertes discusiones con unos amigos por defender a un muchacho gay" afirmó rotunda y categóricamente el señor gordo y rubio que se llamaba Juan Manuel pero que era por todos apodado "Manolete", porque en una conversación le gustaban los choques frontales. Como si fuera un torero. 

"Ah, qué bien, qué noble" pensaron el resto de los comensales reunidos alrededor de la mesa del porche, que apenas lo conocían. Era un día precioso de invierno, frío pero soleado. La gente estaba contenta y la comida era riquísima. Ya se habían acostumbrado a vivir en pandemia. Poco duró el momento positivo porque los lapidarios comentarios de Manolete introdujeron una áspera incomodidad, leve pero molesta, que sorprendió al resto. 

"Así como se los cuento", continuó el hombre, agarrando más impulso: "este joven descubrió sus preferencias sexuales cuando cayó en la cárcel. Allí lo violaron, parece que le gustó y, a partir de allí, se hizo gay. Luego él mismo se encargó de contar a quien quisiera oírlo esa fuerte experiencia como si fuera una epifanía" y continuó el gordo rubio con su narración, dándose mucha importancia: "Parece que pocos le creyeron pero yo sí le creí y defendí su actitud discutiendo con mis amigos, que pensaron que tal historia no era posible; que una persona no cambia su orientación sexual así como así y mucho menos por una violación, aunque a mí me seguía pareciendo creíble, realmente me lo parecía". Los presentes en la reunión se quedaron medio perplejos porque aquéllo les pareció bastante esperpéntico e inadmisible; aunque lo que sonaba verdaderamente absurdo era que Manolete se peleara con media humanidad por mantenerse tercamente en ese argumento trasnochado y dudoso. ¿Por qué tanta pasión? Los pocos que conocían a Manolete sabían que era muy aficionado a la espectacularidad mal llevada ya que sus exageradas descripciones solo intentaban impresionar a la audiencia... y se notaba. No convencían a nadie que tuviera dos dedos de frente ni tampoco tenían aristas cómicas que movieran a risa ya que eso podría llevar la conversación por otros canales, pero no. Tenía una risa estentórea que sonaba medio histérica y excesiva. No lograba caer bien. 

A propósito de esto, un periodista le preguntó a una víctima de una persona con rasgos psicopáticos si podía definir qué sensación tenían los demás ante la presencia de un psicópata. Después de pensar un rato, contestó que había notado que se generaba una fuerte incomodidad entre los presentes, una rara atmósfera, algo indefinible, que, como una cortina espesa, caía sobre los presentes al entrar esa persona en una reunión. Eso mismo, pero en menor grado, les ocurría a los que compartían mesa y mantel con el gordo rubio. Se sentía incomodidad. 

"¿Qué significa eso, qué quiere usted sugerir?", preguntó una señora muy elegante entrada en años  con expresión de incomodidad. "¿Que a una persona le gusta que la violen, que la violencia reemplazó al placer sexual, a la seducción y a las caricias? ¿Que la atracción siempre debe ser fatal? ¿El viejo tema de que a una mujer o a un hombre les gusta que los obliguen, por ejemplo? Precisamente lo que se critica del porno... que no es humano ni real.  Me parece que no...no...definitivamente ése es un cuento chino...o vietnamita, como quiera usted, pero de mal gusto y, además, falso. Por ese camino sólo puede haber dolor, sufrimiento y trauma, no descubrimiento de preferencia sexual o excitación". Los demás asintieron porque ese retruco parecía atinado e incontrovertible. Otra vez el denso Manolete se había pasado de rosca. 

Se hizo un silencio incómodo y nadie quiso replicar, hasta que el dueño de casa muy diplomático, hábilmente cambió la conversación. Algunos volvieron a concentrarse en la partida de ajedrez y trajeron más té y café para despejar la espesura de la atmósfera social. El espléndido día de sol también ayudaba. Hacía tanto que no se reunían por la pandemia que con lo más pequeño se regocijaban. Pero lo que más los divertía era recordar sus aventuras de inmigrantes y los laberintos burocráticos recorridos para alcanzar la documentación europea. Muchos años y vivencias unían a esas personas, donde se había forjado una duradera amistad, y les encantaba rememorarlas. Las batallitas del inmigrante: cada uno corregía o agregaba recuerdos traspapelados por el camino, que desataba las carcajadas. Manolete era un recién llegado a ese grupo y lo toleraban como mejor podían porque en el fondo era como una criatura, una criatura caprichosa y egocéntrica. Pero manipuladora. 

Bueno, éste es el momento de presentarme como mudo testigo presencial: soy el espantapájaros que pusieron en el cultivo próximo a la casa. Un par de trozos de madera con ropa vieja que antes estuvo encerrada en un armario y ahora es feliz al aire libre. Pero lo mejor de todo es mi cabeza, ya que no es cualquier cabeza: es una base de cráneo de HOMO ANTECESSOR, el antepasado del hombre que fue descubierto en la sierra de Atapuerca. Pertenezco a una especie extinta del género HOMO y del orden PRIMATES. Soy, hasta que se demuestre lo contrario, la especie de homínidos más antigua de Europa. Viví hace 900000 años (novecientos mil). Éramos individuos altos, fuertes con rasgos arcaicos y cerebro más pequeño que el de Manolete, por ejemplo, aunque eso no podría asegurarlo. 

No tengo ni idea quién me puso acá ya que cualquier museo antropológico del mundo pagaría fortunas por tenerme en una de sus vitrinas, aunque yo, igual que la ropa vieja, soy feliz al aire libre como cuando era un cuerpo entero y me dedicaba a la caza y recolección. Naturalmente no puedo hablar porque mi aparato fonador era de tejidos blandos así que se ha perdido a lo largo de los milenios, pero puedo oír porque los huesecillos del oído fosilizan y pueden perdurar. Sería algo así como un PANÓPTICO (de ojo) que todo lo ve, un gran hermano, pero rebautizado como PANÓTICO (de oído) porque soy el que todo lo oye. De esta manera me entero de lo que hablan mis tataratataratataranietos. Siempre tengo la esperanza de que maduren pero cada vez que oigo sus conversaciones me entran serias dudas...en fin...sigamos escuchando mientras los pájaros que revolotean hacen como que me tienen miedo. Después de todo estoy agradecido de que me hayan desenterrado: estaba aburridísimo allá abajo, a tanta profundidad. Prefiero este trabajo con un cielo diáfano de día y con la diosa luna por las noches. 

El señor Manolete, con su gordura y su pelo rubio seguía derrochando guindas para el pastel. No referiré lo que charlaban los demás porque no son cosas extravagantes y no es el tema de este capítulo, pero algo dijeron que enganchó el siguiente comentario. "Muchas veces no entiendo por qué la gente usa tantas palabras para decir algo que con mucho menos alcanza y sobra" afirmaba pisando fuerte el buen hombre, muy convencido. (Los demás se prepararon para la próxima salida de tono, como quién está en la línea de salida de una carrera) Y ésta llegó, claro que llegó...no defraudó a nadie. "Hace un tiempo llamé por teléfono a una antigua amiga para preguntarle por un muchacho que ambas conocíamos y con el cual yo había desarrollado tareas solidarias. Hacía mucho que no sabía nada de él. Mi amiga titubeó...y yo volví a preguntar...ella siguió dándole vueltas al asunto con más palabrerío...yo insistí una y otra vez (la prudencia no es lo mío, lo reconozco), hasta que por fin mi verborrea se paró y ella me soltó lo que costaba tanto decir: ¡el joven se suicidó! Y yo le dije, riéndome, "Ah, ¿tanto lío para decir eso?". 

El auditorio se quedó mudo, la torre y el peón del ajedrez que justo iban a hacer un jaque mate, se detuvieron en seco y alguien murmuró: "hombre... es que un suicidio... un suicidio... puede dejar muchas preguntas en los que quedan". "Quizás no sea tan fácil expresar semejante tragedia a la primera" dijo otra. "A lo mejor ni quería decirlo pero la presionaste mucho y por eso lo soltó" comentó un tercero. "Mucho no lo querrías porque bien poco te importó" remató una joven. Nuevamente fue necesario un rápido y hábil cambio de tema para disimular lo fuerte, aparte de chocante, del tema pero sobre todo, la forma de contarlo, pletórica de empuje; desbordando tensión y exageración...y hasta risa. Risa de un suicidio... eso no hay quien lo entienda. 

"Qué tipo tan...tan... excesivo este gordo. No sólo los kilos le sobran, mejor dicho, los kilos que le sobran le faltan en ubicuidad social, en sensibilidad, porque otras virtudes me consta que tiene" pensé a lo lejos, yo, el espantapájaros, en mi tierra bien arada y sembrada. "Calladito estaría más bonito, espero que no sea un fiel representante de su especie" reflexionó. "Porque todo el mundo sabe que éstos hasta llegaron a la luna, algo inimaginable para mí, pero en otros aspectos viven y opinan como en el neolítico. Se siguen matando, ahora con armas muy elaboradas aunque el objetivo es el mismo: saber quién manda. Eso sí, creo que dejaron el canibalismo que nosotros y otras especies practicábamos. (Pero nunca nos comíamos a alguien de la misma familia...dejo constancia)". 


"Yo estoy aquí para espantar a los pájaros pero también existen los ESPANTAPERSONAS. Hay personas que espantan personas (y animales), con su sola presencia y hasta llegan a alejar familia y amigos. Así es Manolete, y, desde luego, no es el único. Conozco varios AHUYENTAGENTES. No son necesariamente malas personas, pero tienen un punto de explosión emocional muy desagradable que no pueden moderar. Por lo general, terminan solos. Poca gente los aguanta mucho tiempo y son incapaces de mantener relaciones perdurables. 

Ampliando la visión, el caso extremo de aislamiento personal parece ser el individualismo, lo de YO NO NECESITO A NADIE, ME BASTO SOLO, fomentado por un sistema en el cual prima el dinero por sobre todo lo demás. Creo que en ese aspecto, nosotros, los primitivos, los HOMO ANTECESSOR, como estábamos en plena lucha con la naturaleza y la supervivencia, nos apoyábamos, nos ayudábamos y nos acercábamos. (El camello, según Nietszche, que carga todo el peso en la espalda) No nos quedaba otra. Y aunque terminamos extinguiéndonos, pertenecíamos ya al enorme árbol genealógico, origen del hombre actual, que, por narices, tuvo que haber sido solidario y amoroso con los suyos, si no, hubiera sido difícil para él llegar a reproducirse hasta el punto de invadir todo el planeta. (El león, según Nietszche, dominante y rey de la selva). Pero en cuanto domesticó a la Naturaleza, se dió vuelta la tortilla. Ahora es al revés: hay demasiada gente, demasiada desigualdad y entre todos están esquilmando al medio ambiente y esquilmándose entre sí". (Acá Nietszche habla del niño, que puede olvidar, juega, deconstruye, es LIBRE...porque crecer es recuperar la seriedad y los valores con los que jugábamos de niños). Ojalá no tratemos al medio ambiente como si fuera nuestro juguete, en el peor de los sentidos. 


Dice Erasmo de Rotterdam (1466-1536), en palabras del escritor Stefan Zweig, lo siguiente: "todos los grandes conflictos violentos de la humanidad se deben menos al afán genético de violencia que a la existencia de alguna ideología que la desata contra otra parte de la humanidad" (aunque tal ideología, EN TEORÍA, tenga los mejores y más generosos propósitos, agrego yo, el espantapájaros) Y sigue el gran Erasmo, inmenso humanista y primer europeísta: "es el fanatismo, ese bastardo, el que quiere imponer al universo entero la dictadura de una manera -la propia- de pensar como la única fe y la única forma de vida permitidas, con lo que divide la comunidad humana en enemigos y amigos, partidarios o adversarios, héroes y criminales, creyentes o herejes". (Y hablaba del siglo XV-XVI. ¿Habremos mejorado? Si la respuesta es si, ¿en qué aspectos?) De todos modos, el humanismo quedó en un bello boceto, aplastado por la reforma luterana. 

Y ahora opino yo, el homo antecessor-espantapájaros: "¿Qué va a pasar con tantos, tantos, tantos humanos? ¿Qué va a pasar con los que tienen el poder (y sus estúpidos seguidores, los idiotas útiles), para los cuales los demás somos como ganado? ¿Qué va a pasar con los fanáticos que sólo saben enfrentarse entre sí, llevando la intolerancia por bandera y arrastrando multitudes, muchas veces al abismo como en el flautista de Hammelin? ¿Cuántas pandemias necesitan para llegar a entender algo? Supongo que deberían extinguirse, igual que nosotros, los HOMO ANTECESSOR,  con lo cual le harían un favor al resto de los seres vivos e intentar empezar de nuevo desde otro lugar...o no empezar nunca. Pero eso ¿quién lo sabe? Estos seres tan inteligentes y tan poco piadosos a lo mejor pueblan otros mundos, otros planetas, una vez que éste se canse y los extermine. Porque de lo que no parecen darse cuenta es de que ellos no van a terminar con el planeta, sino que el planeta va a terminar con ellos".

"Miren a dónde me llevó escuchar una linda conversación entre amigos con la incómoda excepción de Manolete. Esto sí que es irse por las ramas. Pero así empiezan las grandes ideas: con el germen del mal o del bien en un granito de arroz. Y si no me creen, vean lo que hoy, 7/1/21, está pasando en el Capitolio de EEUU, invadido por locos pro Trump. 

Decía Aristóteles: el saber educativo va junto con el saber ético. Que venga y nos lo explique de nuevo, porque todavía no lo entendimos. No podemos tapar el sol con las manos: todo está a la vista. ¿Cómo llegamos hasta aquí, queridos tataratataratataranietos, venerados homo sapiens?"



miércoles, 6 de enero de 2021

LA QUE NO SE IBA.

 DESPUÉS DE LAS FIESTAS.

JULIO CORTÁZAR

Pintura de Mónica Bardi. (2018)




Cuando todo el mundo se iba

y nos quedábamos los dos

entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

       

qué hermoso era saber que estabas

ahí como un remanso,

sola conmigo al borde de la noche,

y que durabas, eras más que el tiempo,

       

eras la que no se iba

porque una misma almohada

y una misma tibieza

iba a llamarnos otra vez

a despertar al nuevo día,

juntos, riendo, despeinados.


Julio Cortázar

sábado, 2 de enero de 2021

DESEOS PARA TI




Este poema fue escrito por Víctor Hugo.

"TE DESEO". 


Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado.

Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores.

Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar. 


Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien confiar sin dudar. 


Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos.

Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas. Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo, para que no te sientas demasiado seguro. 


Te deseo además que seas útil, más no insustituible.

Y que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie. 


Igualmente, te deseo que seas tolerante, no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros. 


Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero.

Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros. 


Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día.

Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana. 


Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen, y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices. 


Te deseo que acaricies un perro, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, sentirás bien por nada. 


Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuantas vidas está hecho un árbol. 


Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico.

Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas: "Esto es mío". sólo para que quede claro quién es el dueño de quién. 


Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable. 


Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, hablen sobre amor para recomenzar. 


Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte