viernes, 30 de septiembre de 2022

CONTIGO

 



CONTIGO de

LUIS CERNUDA

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.


¿Mi gente?

Mi gente eres tú.


El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.


¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

lunes, 26 de septiembre de 2022

EL ROPERO

 


¡OH ! 

Cuento corto de Moisés Saucedo Jiménez

                 Le escuchaba hablar desde el asiento que ocupaba al otro lado de mi mesa. Era inevitable, tenía, el hombre que decía aquellas palabras, un torrente de voz indomable. Parecía a simple vista que poseyera una fuerza descomunal. Una mayúscula espalda y unos brazos enormes, que movía de un lado para otro sin parar, era lo único, aparte de su voz, que se le adivinaba desde el sitio en el que yo estaba. Su compañero de mesa, a quien yo veía perfectamente, era pura atención y yo también diría que puro asombro. Después de haberme tragado, casi sin querer, toda la conversación, toda su historia, no entendía cómo un hombre tal podía haberse confesado de aquella manera tan sincera. Y cuando se levantó para salir del bar, entendí mucho menos cómo podía haber sido objeto de violencia  por parte de su mujer. Me sacaba dos cuartas y yo no soy bajo. Era, lo que se dice, un ropero empotrado. El hombre salía del bar cabizbajo y paradójicamente dando palmaditas de ánimos en la espalda de su amigo.

Les seguí, la curiosidad me mataba. No tuve que andar mucho hasta el momento en el que se separaron. Entonces mi interés fue extremo. Yo soy nuevo en el barrio. No soy detective, soy escritor y lo que había escuchado no sé si era digno de una novela, pero sí de un buen relato como mínimo. Tenía que ver con mis propios ojos a la pareja de aquel hombre o nunca me creería la historia que acababa de oírle. 

La curiosidad mata al gato y aquella tarde estuve a punto de no volver a maullar. Aquella mujer me sacaría unas cuatro cuartas y por lo tanto era dos palmos más grande, en altura y sabe dios en que más, a su marido, a “su hombre”. Si la voz del hombre en aquel bar me resultó indomable, la de la mujer… no debe existir máquina capaz de  medir los decibelios que por aquella boca salían.  Como dije que el marido era un ropero empotrado, al verla a ella se me vino a la mente uno de los antiguos, de esos de cuatro puertas con todos los adornos habidos y por haber. La gigantona no paraba de gesticular con sus dos manazas y yo me imaginaba al ropero antiguo abriendo y cerrando las puertas, como poseído por una extraña y diabólica fuerza.  Salí corriendo antes de que me viera y solté un suspiro que llegué a confundir con un maullido, o no sé si fue al revés. No cabe ninguna duda de que la historia que oí en aquel bar me la creí de cabo a rabo. 

Ahora no sé si escribir el relato.

                     MOISÉS SAUCEDO JIMÉNEZ

miércoles, 21 de septiembre de 2022

DIOS PANÓPTICO

Estoy leyendo LA VIDA CONTADA POR UN SAPIENS A UN NEANDERTAL, cuyos autores son Juan Luis Arsuaga, paleontólogo "legendario" y Juan José Millás, escritor y periodista. Es un diálogo por momentos hilarante, excelente libro. Ameno, científico y divertido. En el capítulo 7 explica cómo evoluciona Dios desde un punto de vista científico. En las sociedades antiguas los humanos respetaban y reverenciaban a su dios o dioses. Esos dioses exigían que les hagan sacrificios y les rindieran honores. Y nada más, con eso se conformaban. Pero, con la evolución y organización de ese grupo humano resulta que su dios cambia: los mira y los juzga,  se empieza a interesar por las conductas humanas, es decir, como se comportan unos con otros. Es un dios controlador. Este dios controlador no puede aparecer cuando cada individuo tiene una creencia. Tiene que haber creencias colectivas regladas, fijadas, universalizadas y organizadas. Para estudiar este curioso fenómeno se elaboró una escala para medir el grado de complejidad de una sociedad humana cualquiera, basado en diversos criterios, por ejemplo, el número de habitantes, digamos un millón de habitantes. 

Basados en estos criterios, la escala iba de cero a diez y descubrieron que cuando esas sociedades humanas alcanzaban un puntaje de 6,1 tenían la suficiente complejidad para que apareciera un dios controlador, pero antes no. Necesitaban a ese dios y culturalmente lo creaban. Además, los investigadores descubrieron que desde que la sociedad es compleja hasta que aparece ese dios "panóptico" que todo lo ve, hay varios siglos de "incubamiento", por decirlo así. Ya tienen rituales, profetas, clase sacerdotal, etc, es decir, están preparados. Con la llegada de ese dios las sociedades se cohesionan, se amalgaman; porque él favorece las conductas sociales y castiga las antisociales. 

Ese dios se apunta a las corrientes dominantes de la sociedad en la que aparece: si la sociedad es homófoba ese dios castiga a los homosexuales; si la sociedad es patriarcal y machista ese dios también lo es, es decir, apoya a la ideología dominante. "La complejidad no es garantía de bondad, ni siquiera garantía de justicia".

Y ahora lo sorprendente: en la América precolombina no había ninguna sociedad que llegara al 6,1. Por lo tanto no tenían dioses controladores. Sólo dioses que exigían sacrificios y honores. Únicamente los incas estaban ya incubando a ese dios prosocial que aparece en las sociedades complejas pero justo llegaron los españoles con su propio dios controlador y allí se produjo el sincretismo, es decir, la mezcla de religiones.

Ese dios tiene un nombre distinto en cada lugar pero es el mismo en todas partes: pasa por la misma evolución. 

Las sociedades actuales tienden a ser laicas, a pesar de su complejidad, porque Dios ya está en el código penal. No lo necesitamos, aparentemente, pero falta saber si la ONU y demás organismos internacionales que han sustituido al dios controlador tienen la suficiente fuerza para mantener a una sociedad cohesionada. Hasta ahora parece que no, pero es pronto para decirlo. "El experimento de las sociedades sin dios es muy reciente. No sabemos aún qué va a ocurrir". 

Este extraordinario trabajo antropológico nos dice que los fenómenos religiosos se pueden abordar desde la perspectiva de las ciencias experimentales. 

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COPIO AHORA UN POST DE HÉCTOR J. DÍAZ, QUE ES LA GUINDA DE ESTE PASTEL. 

«El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo.»

Primera parte del soneto “I King” con el que Borges prologa “I Ching. Libro de las mutaciones” (1975)

Jorge L. Borges.

El hombre es el único ser que se impone ataduras.Probablemente desde que existe ha creído en un dios o en muchos. Pone su miedo ancestral en la fe por temor a lo desconocido. Alivia sus penurias orando a la nada, pero convencido que su dios lo escucha. Y entonces lo justifica, y lo ama y lo idolatra. Los dioses, el dios, son inventos del hombre. Inventos para justificar su inexplicable existencia y la de las estrellas y el Universo mismo. Inventos para sentirse acompañado, protegido, e intentar minimizar el terror que le produce la soledad de una vida vacía, sin propósito aparente y que no llega a comprender.

Y no me voy a adentrar en aquellos hombres que desde la antigüedad utilizaron la idea del dios o de los dioses para crear su propio poder y someter pueblos enteros. Que realizaron ignorantes, sacrificios humanos o que asesinaron en su nombre, esclavizaron voluntades y que se enriquecieron a su costa. Cuando muchos afirman que el dios no es un invento del hombre, se está hablando desde la concepción y creencia divina de ese dios. Y desde la fe si se es un creyente. Y eso lo respeto.

Yo no creo en la existencia de un dios divino e inteligente como hacedor del Universo y como algunas religiones lo mencionan. Respeto la fe y las ceencias de todos, pero sus historias escritas como La Biblia, El Coran, Los Nuevos Testamentos, La Tora, El Canon Pali del Budismo y tantos otros, me parecen historias fantásticas que han nacido de la creencia y de la fe de esos hombres y mujeres en algo en lo que deben apoyarse para justificar la ignorancia de la creación misma y no hundirse en el terror del abandono y la soledad del existir.

Existe un solo dios. Un solo arquitecto de todos los Universos y las cosas. Y ese dios es el Tiempo. Cuando digo que "Dios es el tiempo" es porque en mi concepción y observación de todas las cosas, pienso que solo el Tiempo ha estado aquí siempre como protagonista (¿O hacedor involuntario?) de la creación de todo. Borges decía que podemos imaginar un Universo sin espacio, un Universo sin sonidos, pero no podemos imaginar un Universo sin tiempo. Por esto digo que Dios es el Tiempo, pero no como lo conciben las religiones en sus historias fantásticas.

El tiempo es un dios involuntario, que como decia Bernard Shaw también está eternamente haciéndose. Y yo intento pobremente, rudimentariamente, hablar de lo que es. No desde un credo, no desde la fe.

Pero en mi percepción, así como en las matemáticas de Einstein, el tiempo es relativo. Porque mi percepción es humana e imperfecta.

Concebir y comprender la sustancia del tiempo no está a nuestro alcance. Porque está más allá de nuestra percepción y de nuestro entendimiento. Si alguna vez pudiésemos comprender su sustancia, su esencia y su propósito, el Universo todo nos sería revelado. Y si asi fuese, tal vez nos consumiría el horror o la locura. Que representan la única manera de conocer al dios.

Hector J Díaz (2010)

REPITE...

 


LOS ESPEJOS

Jorge Luis Borges


Yo que sentí el horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable

donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos

 

sino ante el agua especular que imita

el otro azul en su profundo cielo

que a veces raya el ilusorio vuelo

del ave inversa o que un temblor agita

 

Y ante la superficie silenciosa

del ébano sutil cuya tersura

repite como un sueño la blancura

de un vago mármol o una vaga rosa,

 

Hoy, al cabo de tantos y perplejos

años de errar bajo la varia luna,

me pregunto qué azar de la fortuna

hizo que yo temiera los espejos.

 

Espejos de metal, enmascarado

espejo de caoba que en la bruma

de su rojo crepúsculo disfuma

ese rostro que mira y es mirado,

 

Infinitos los veo, elementales

ejecutores de un antiguo pacto,

multiplicar el mundo como el acto

generativo, insomnes y fatales.

 

Prolonga este vano mundo incierto

en su vertiginosa telaraña;

a veces en la tarde los empaña

el Hálito de un hombre que no ha muerto.

 

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

paredes de la alcoba hay un espejo,

ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

que arma en el alba un sigiloso teatro.

 

Todo acontece y nada se recuerda

en esos gabinetes cristalinos

donde, como fantásticos rabinos,

leemos los libros de derecha a izquierda.

 

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,

no sintió que era un sueño hasta aquel día

en que un actor mimó su felonía

con arte silencioso, en un tablado.

 

Que haya sueños es raro, que haya espejos,

que el usual y gastado repertorio

de cada día incluya el ilusorio

orbe profundo que urden los reflejos.

 

Dios (he dado en pensar) pone un empeño

en toda esa inasible arquitectura

que edifica la luz con la tersura

del cristal y la sombra con el sueño.

 

Dios ha creado las noches que se arman

de sueños y las formas del espejo

para que el hombre sienta que es reflejo

y vanidad. Por eso nos  alarman.

sábado, 17 de septiembre de 2022

AYUDA

DESPUÉS DE LA TORMENTA


Relato corto de Raúl Romera Morilla. 

Llovía a cántaros, como solo llueve en Matasejún con la llegada del otoño. Las calles empedradas, como ríos desbocados, llevaban el agua hasta la cañada del arroyo, que fluía oscuro y turbulento, alimentado por la tormenta. El cielo, pesado, oscuro y algodonoso, barnizaba los tejados de las casas del pueblo y decoraba con encajes de agua los aleros. La ciclópea piel de piedra de las casas, bañada por la lluvia, presentaba una tez oscura, curtida e impenetrable. Los pastores, habiendo barruntado la tormenta, habían recogido los rebaños, que permanecían apesebrados al refugio de la lluvia. 

Bajo aquel aguacero, Matasejún parecía más solitario que nunca. Los truenos, que seguían al destello fugaz de los relámpagos, parecían provenir del mismo infierno, aunque nacieron en algún lugar más allá del cielo. 

Un niño, sentado en el umbral de su casa al resguardo de la lluvia, observaba la calle, inmersa en el diluvio otoñal, vacía y triste. En la lontananza se distinguía el monte, salpicado de algunos árboles que aquí y allá bailaban con la tormenta. La escasa luz de la tarde empezó a desvanecerse, y con ella, también el agua abandonaba Matasejún para arreciar en algún otro rincón de las Tierras Altas. El estruendo de la tormenta tornó en un silencio perlado del sonido del goteo de los aleros y el discurrir del agua por la pendiente de la calle. El niño tensaba y destensaba a la goma de su tirachinas, cuando, en la penumbra, logró distinguir al final de la calleja una silueta baja que se movía con lentitud, avanzando con precaución. Dos puntos brillantes quedaban enmarcados en aquel oscuro esbozo, moviéndose a su compás. 

El pequeño se incorporó y, tras guardar el tirachinas en el bolsillo de su pantalón, salió despacio, internándose en la oscuridad de la calle. Hacía frío y sus pantalones cortos y las viejas botas que calzaba hacían poco por remediarlo. Conforme la silueta empezaba a hacerse reconocible, descubrió dos pares más de relumbrantes ojos tras los primeros. El niño se detuvo en mitad de la calle cuando reconoció en las siluetas a tres lobos que, con la templanza del depredador, se internaban despacio en la calleja. Los animales, con el pelaje empapado, adquirían un aspecto siniestro y demoníaco que hizo estremecerse al niño. El lobo que avanzaba en primer término se detuvo, y tras este, los dos que le seguían.

Como si de un extraño  duelo se tratase, el niño y los tres lobos permanecieron en mitad de la calle, observándose en la oscuridad.  El niño, atemorizado en un primer momento, fue calmándose al percibir en los tres animales la misma sensación de temor. En la lejanía, los sonidos amortiguados de los truenos parecían marcar el ritmo de aquel encuentro. Los lobos avanzaron unos pasos hacia el niño, que seguía inmóvil, hasta que el más adelantado quedó apenas a un metro del pequeño. El niño, petrificado, esperaba oír gruñir al animal, o que éste le mostrará sus terroríficos colmillos. Pero nada de eso sucedió. El animal miró con lentitud y tristeza al niño y luego giró la cabeza para dirigir su mirada al lobo que permanecía más alejado. El niño descubrió que este lobo caminaba sobre tres de sus patas, estando una de las traseras prácticamente destrozada y cubierta de una costra de sangre. La repentina detonación de un disparo de escopeta sobresaltó al niño. Los tres lobos, también asustados, giraron rápidamente sobre sus pasos y huyeron hacia el monte todo lo rápido que pudieron, internándose en la oscuridad. 

-¡Hijo! ¿Estás bien?- dijo el hombre dejando la escopeta con la que había hecho el disparo al aire, apoyada en el quicio de la puerta y avanzando hacia su hijo iluminando tenuemente la calle con un farol de aceite -. ¡A esos malditos lobos no les basta con atacar a los rebaños y ahora se atreven a entrar en el pueblo!

Tras comprobar que el niño estaba bien, el hombre lo agarró por el brazo para acompañarlo hasta la casa. 

-Esta mañana  disparé a uno de ellos- le explicaba el hombre a su hijo mientras recogía la escopeta y cerraba la puerta de su casa-. Creo que le alcancé en una pata, porque huyó cojeando. ¡Condenados lobos! ¡Me pregunto que vendrían a buscar en el pueblo!

-Ayuda, padre- dijo el niño con voz queda-. Venían buscando ayuda. 

jueves, 15 de septiembre de 2022

COMPAÑERA

 


CANON EOS 2000D. Foto de Marisa Martínez. 

MODELOS: Paco y Sonia. 

 COMPAÑERA por Jesús Vasco

          “Difícil año éste que ha transcurrido. Difícil porque mi cuerpo maltrecho ha sido sometido a una guerra sin cuartel. He tenido dudas de si volvería a ver florecer los prados o a las cigüeñas crotorar en sus nidos o a discurrir las aguas nerviosas de Noja, del Valderaduey, del Linares o del Castaños. Un viento solano me heló el aliento y me retrotrajo a mis primeros orígenes, como si el permiso para renacer de nuevo dependiera, exclusivamente, de un capricho de la naturaleza. Puedo decir, por el contrario, que ésta se ha portado bien conmigo, que me ha dado una oportunidad de seguir aferrado a este mundo con sus alegrías y sus miserias. Un trasplante de médula es el más claro ejemplo de una travesía cruel, excesivamente cruel, entre la muerte y la vida.

           Por fin, he vuelto a ver el Buciero, el teso de La Villa, el Moncayo y el Gorbea, y las alondras revolotear entre los matorrales. Por fin, he podido contemplar las miríadas de pinos ribeteando los montes y los frutos de las frondosas alimentar a corzos y ciervos. Por fin, he visto bañar de luz las cárcavas y brillar el sol jugueteando con las sombras que tanto me han hecho dudar. Por fin, estoy aquí, entre vosotros, venido de un mundo no tan lejano de incertidumbre y sufrimiento.

          Y aquí, a mi lado, mi querida compañera. Temerosa, aún, de si la tregua es duradera o sólo es un pequeño oasis en medio de dunas interminables y arenas sin fin. Aquí descansa con los ojos aún húmedos de contemplar amaneceres sombríos. Cuando me debatía entre la vida y lo contrario, abría mis ojos y estaba ella allí, mirando el horizonte a través de mis niñas y boqueando aliento con mis pulmones. Supe entonces que éramos uno, que hemos vivido las mismas vidas y soñado los mismos sueños. Que hemos mecido las mismas cunas y hemos compartido la misma mesa. Ahora he entendido esa voz interior que tantas veces me ha llamado sin ser plenamente consciente de que era ella quien ordenaba mi vida y le daba sentido.

            Pido la oportunidad de acabar los atardeceres juntos, de ver cómo el sol se esconde en el horizonte sucediéndole la noche y sus sombras. Deseo vivir este trozo de vida que me ha sido regalada asidos de la mano como cuando nos conocimos, renovando proyectos que nos ayuden a vivir juntos.

        Gracias, Eugenia, por tu generosidad, tu paciencia y por tu enorme inteligencia para llevarme con tino. Acaricia mis sueños para que sean felices, entrégame tu mano firme para que me agarre sin miedo, ilumina mis noches y comparte conmigo tus sueños. No me dejes nunca a merced del viento. No me entregues a un rumbo sin destino. Dirige mi proa hacia acantilados vírgenes donde revoloteen gaviotas inmaculadas y rompan olas de espuma blanca. Como aquellas que en Noja vienen y van. Vienen y van. Las mismas que tanto te gustan y te envuelven y que en silencio contemplas embelesada, soñando, quizás, portarlas allá, a La Alcarama que, en su día, también fue mar”.

domingo, 11 de septiembre de 2022

GENERACIONES

Para empezar, es mi deseo aclarar que este escrito no tiene la más remota intención de esconder una condena moral. Somo hijos de nuestro tiempo, somos DASEIN, que según Martín Heidegger, es el humano y su entorno. La familia, la religión, la época, el nivel socio-económico, etc...

En algunas situaciones la brecha generacional crea diferentes sensibilidades con respecto a la naturaleza. También, el haber crecido sobre asfalto o sobre hierba, o haberse acostumbrado desde chicos al teléfono móvil. A veces esas diferencias se notan muchísimo y generan auténticos abismos en la mirada de unos y otros. Pero a lo que iba: tuve unos vecinos de mediana edad, que habían creado en su pequeño patio un vergel de verdes vibrantes. Plantas colgantes de macetas rústicas en cada riconcito de pared disponible, frescura,  enredaderas, una piscinita para la tortuga, rosales, una buganvilla,  rincones oscuros y húmedos con helechos, especies aromáticas escalonadas y zonas de cactus que el gato Bartolo esquivaba con habilidad felina. Humilde y grandiosa biodiversidad vegetal y animal. Variedad cromática.  Legiones de lagartijas, un camaleón y un puercoespín se paseaban por ahí de vez en cuando. Era una pequeña selva cuidada y preciosa en un espacio reducido, llena de seres vivos que estimulaban el despertar de cada mañana con un aleteo de insectos. Verlos volar, crecer, florecer, fructificar... hojas, pétalos, tallos;  de todas las formas, colores y tamaños imaginables. Todos ellos dependiendo de nuestra regadera, de nuestros cuidados, de nuestra mirada amorosa, brindándonos diariamente un  placer estético inigualable. Seres vivos que piden tan poco a cambio y engalanan con su presencia y su perfume cualquier entorno. Una paleta de pintor a la que no le falta nada. 

Un día mis vecinos se mudaron y se llevaron su jardín. Vinieron otros, más jóvenes y nacidos y criados en una ciudad grande. Buenos chicos, inteligentes, modernos, respetuosos, universitarios. En poco tiempo el patio quedó desnudo, desolado, baldosas a pleno sol, totalmente desangelado y con absoluta ausencia de verdor. Un patético desierto de material con una triste mesa de plástico sin un mínimo florero. Soledad de cemento. Solo piedras, sequía, desertización, mosaicos y un profundo desinterés por el lenguaje botánico. Todo ardiendo bajo el inclemente sol andaluz del verano. Y así siguió. El gran jardín circundante nunca los atrajo tampoco: nunca se detuvieron a mirar de cerca los árboles añosos. Dentro, en la habitación, los jóvenes tenían muchos adornitos primorosos fabricados en serie, ingentes cantidades de fotos de la pareja con sonrisas resultonas, bonita decoración, alguna manta vistosa, souvenirs de plástico o de cerámica... cosas. Cosas y más cosas. No faltan ordenadores, móviles, cables, altavoces y redes sociales para estar siempre conectados a bellos paisajes de lujuriosa vegetación... en televisión. Otra manera de vivir la vida. Una diferente forma de ver el mundo. Variedad cromática on-line sin aromas. Otra cosmovisión, como dicen ahora, aunque esta palabra sea demasiado abarcadora para el pequeño tema que tratamos pero parece que un desfase temporal hay. 

El patio me mira y me pregunta: ¿por qué me han abandonado? Y yo le explico: somos hijos de nuestro tiempo. 



domingo, 4 de septiembre de 2022

ODIO

LLUÍS QUINTANA-MURCI  Fragmento del artículo publicado en El País, domingo 4 de septiembre de 2022. 

CUANDO NO HAY DIVERSIDAD GENETICA NI CULTURAL, EMPIEZA EL ODIO.




(...) "...los europeos de hoy son una mezcla de distinto origen. Me hace gracia cuando los supremacistas blancos piensan que los europeos, o las personas de origen europeo, somos un pueblo "puro". Los europeos somos una mezcla, al menos, de cuatro tipos de población. Uno, los primeros humanos paleolíticos que llegaron a Europa de África hace unos 50.000 años. Dos, los que llegaron de Oriente Medio hace 10.000 años y trajeron la agricultura. Tres, los que llegaron del este hace 4000 años y trajeron las lenguas indoeuropeas que hablamos hoy. Y cuatro, el 2% que tenemos todos los europeos, en nuestro genoma, de origen neandertal.

Hay humanos por todos los lugares. Y somos una especie un poco invasiva, quizá sea esta la parte menos gloriosa de nuestra historia. Adonde llegan los humanos, las otras especies humanas desaparecen. Los humanos llegan de África a Europa y, poco después los neandertales desaparecen. Llegan a Asia, y poco después los denisovanos desaparecen. Llegan a Filipinas, y el homo luzonensis desaparece. Llegan a Indonesia, y el homo floresiensis desaparece. ¿Por qué? No lo sabemos. Mi intuición me dice que somos una especie muy cosmopolita y adaptable (...) Para adaptarse a un ambiente nuevo se necesita variabilidad genética, porque dentro de esa variabilidad genética puede haber mutaciones que nos ayuden a soportar mejor el frío, la humedad de las selvas ecuatoriales, a vivir mejor en altura como los tibetanos o ciertos etíopes...(...) Imagine que una población de África llega a Europa y debe adaptarse al frío. Hay dos opciones. Una es esperar que aparezca una mutación y por casualidad que esa mutación nos ayude a soportar mejor el frío. La otra, mezclarse con una población que ya viva en Europa, como los neandertales desde hace 300.000 años, que por definición ya están adaptados, y entonces se toma "prestada" la mutación que ellos ya usaban para adaptarse al nuevo ambiente", o sea, el mestizaje. Sin la diversidad y la mezcla se está en peligro de extinción. "Sin diversidad genética, sin diversidad cultural, biológicamente y como sociedad, creo que es el principio del fin". El aislamiento, el empobrecimiento cultural y genético, el inicio del odio, del miedo a la diferencia son factores mortales en potencia.