jueves, 30 de septiembre de 2021

ABUELA CORAJE

 


NOMBRE FUERTE PARA UNA MUJER FUERTE (escrito por sus nietas).

GRACIELA LUISA VIDAILLAC: un nombre fuerte para una mujer fuerte. Ella fue la encarnación de la idea de que un mundo más justo existe. En el año '76, durante el golpe cívico militar en Argentina fue secuestrada junto con su esposo, José Ramón Morales y parte de su familia en el centro clandestino de Automotores Orletti. En esa noche devastadora donde fue torturada, tuvo un momento de lucidez y supo que su muerte estada asegurada. Luego de pedir que la llevasen al baño; al volver y quedar mal atada, logró desatarse y valientemente corrió a un cuarto, tomó un arma y buscó a su compañero. Los dos protagonizaron a tiros la fuga del centro. Gracias a esto, al día siguiente, se produjo el desmantelamiento de Orletti, poniéndole fin a lo que significó tanto en la historia argentina como de gran parte de América Latina. 

Al tiempo de escapar, se reencuentra con sus hijas y su suegra y se exilian en México,  donde tuvo a su tercer hijo. Permanecen allí hasta 1983 y, por fin, logran volver a la Argentina. Un país distinto donde comenzaban los juicios de lesa humanidad, en los cuales Graciela atestiguó sobre los hechos vividos. 

Adentrándonos más en su vida privada;  luego de algunos años conoce al que sería su compañero y tiene a su cuarto hijo. Graciela vive un hecho que la marcará durante toda su vida posterior: en el 2000 fallece su hija mayor por una mala praxis. Cómo se ve, su vida hasta ese momento siguió impregnada de dolor. Esto la llevó a caer en una depresión en el año 2017 que le termina robando dos años de su vida. Pero a pesar de todas las batallas que tuvo que afrontar, Graciela fue una mujer fuerte y valiente por lo que, con esfuerzo y mucha voluntad propia pudo salir adelante. En sus últimos años logró reencontrarse con ella misma, revertir su vida y no quedar rezagada a lo que había vivido, es decir, que el papel de víctima del terrorismo de Estado no la definiera de por vida. Sin dejarse vencer por sus batallas, fue conmovida por la fotografía, algo que siempre le gustó. En sus fotos se podía notar un fuerte tinte político y militante, siempre pensado desde un lugar innovador y activo, destacando la figura de la mujer como símbolo principal. De Graciela nos queda una lucha interminable y la lealtad, además de la transparencia en sus vínculos y el legado de su historia. POR SIEMPRE PRESENTE, GRACIELA. 

(Escrito por sus nietas Aldana, Agustina, Simona y Amparo). 

SIMONA

AMPARO

AGUSTINA

ALDANA

sábado, 25 de septiembre de 2021

UN SAMURAI

 


LA DEUDA

Un cuento de Héctor J. Díaz.


La traición.


Durante el periodo Edo, conocido como el periodo Tokugawa, hacía el final del siglo XVII, Anake Ishi, el samurai respetado como guerrero y comandante de su señor Shagake Suno, daimyo de las tierras septentrionales y señor de los mares del Japón, hecho que lo convertía en el amo de la creciente industria pesquera, volvía triunfante después de seis meses de incursión militar a las ciudades de las tierras altas de la región de Kinki. Esa noche se le rindieron honores y se celebró una gran fiesta para festejar las batallas y las especias y el oro capturado por sus ejércitos, el que engrosaría las arcas y el poder del daimyo.

A la mañana siguiente, los guardias de Shagake Suno irrumpieron violentamente en los aposentos de Anake Ishi, lo despertaron y maniataron como a un delincuente y a la rastra y entre la confusión de los que aún dormían la borrachera de una noche regada de sake, lo llevaron ante el daimyo.

Ingresaron al salón principal del palacio y lo arrojaron a los pies de Shagake Suno, quien no vestía aún sus atuendos de día y solo llevaba su camisón de dormir.

Aún maniatado, sin entender y golpeado, Anake Ishi se arrodilló ante su daimyo en señal de respeto y obediencia.

Shagake Suno lo miró con odio y comenzó a vociferar insultos contra él. El comandante continuó inclinado sin pronunciar palabra.

El daimyo tomó de los cabellos a Anake Ishi y lo obligó a mirar su rostro. Shagake Suno lo volvió a insultar y fue cuando le dijo que lo condenaba a ser ejecutado por traicionar la confianza de su daimyo, y que esa misma tarde sería decapitado, y su familia sería desterrada y todas sus posesiones y tierras serían confiscadas.

Anake Ishi, en posición de reverencia hacia su daimyo, solo dijo que aceptaba con sorpresa pero con resignación la decisión de su señor.

Esto pareció enfurecer más a Shagake Suno, quien entre gritos lo acusó de traicionar su confianza y de violar el honor de su hija, quien había acompañado al samurai y a su ejército durante la campaña en la región de Kinki.

Anake Ishi no solo era un hombre de honor, también era un soldado formado en la templanza y la obediencia, y sabía muy bien que en su deber no estaba cuestionar las decisiones de su daimyo.

Por la tarde fue conducido al patio de las ejecuciones donde lo esperaba el verdugo.

Los oficiales del ejército del daimyo fueron llamados para presenciar la ejecución, y así todos tuvieran muy presente cuál era el precio que debían pagar los traidores a la confianza del daimyo.

Dos de los más valientes oficiales pidieron al secretario del daimyo una audiencia con Shagake Suno, y rogar entonces su clemencia para con su comandante. Shagake Suno se negó a recibirlos. Enterados de la negativa, uno de los capitanes pidió al secretario que al menos se le concediera a Anake Ishi morir como un samurai y no como un simple bandido, para esto rogaron al daimyo que le permitiese acometer seppuku. Shagake Suno le negó tal honor.

Esa tarde se presentó diáfana y muy fresca. Comenzaban a florecer los primeros cerezos y sus aromas estaban presentes en todos los patios del castillo del daimyo. Había un silencio respetuoso pero tenso, cuando el verdugo alzó su hacha y de un golpe, cortó la cabeza de Anake Ishi.


A la mañana siguiente sus capitanes pidieron al daimyo que por favor les permitiese tomar el cuerpo y la cabeza de Anake Ishi para darle una sepultura con los honores de un samurai.

Shagake Suno les permitió hacerse de los restos de Anake Ishi, pero prohibió que recibiera una ceremonia de sepultura con los honores de samurai y ordenó que fuera enterrado fuera de su dominios.

Los capitanes cabalgaron tres días y tres noches llevando consigo los restos de su comandante. Una vez estuvieron seguros de estar fuera de las tierras del daimyo, acamparon. Entonces vieron un peñasco que sobresalía hacia un cañón pronunciado y muy extenso, y pensaron que ese lugar elevado y en contacto con los vientos, sería un lugar digno y adecuado para que descansaran los restos de su comandante.

Una vez decididos, prepararon una sencilla tumba, lavaron con delicadeza sus restos y lo vistieron con las prendas funerarias, luego depositaron su cuerpo y su cabeza en ella. Para terminar la tarea, movieron entre todos una gran roca y la colocaron sobre la tumba. En ella grabaron el nombre de Anake Ishi, y obedeciendo las órdenes de su daimyo, enterraron a su comandante sin los honores de un samurai.

Terminada la dolorosa tarea, se formaron juntos ante la tumba. Ninguna lágrima surcó los rostros duros de esos guerreros, pero sin duda sus corazones lloraron esa triste mañana.

Finalmente, y motivados por su amor y lealtad a su comandante, y sabiéndose hombres de honor, se quitaron sus ropas de guerreros, sacaron de sus alforjas las vestimentas ceremoniales y se vistieron con ellas.

Uno a uno se sentaron frente a la tumba y con gran respeto se dirigieron a Anake Ishi, pronunciaron las palabras sagradas cuyo significado nos está velado a los hombres que nunca tendremos el valor y el honor de pronunciarlas y luego, con pasmosa serenidad, acometieron seppuku.

Un pastor que casualmente pasaba por allí, observaba escondido pero con respeto la ceremonia que los guerreros ofrecieron a su comandante. A la mañana siguiente, volvió con su hijo y entre los dos cavaron las tumbas para esos valientes capitanes. Con respeto lavaron sus cuerpos y los colocaron a cada uno delicadamente en sus tumbas. Encendieron inciensos a su alrededor y finalmente enterraron a los capitanes al lado de la tumba de Anake Ishi.


Mucho tiempo después en la ciudad sagrada de Kyoto, hogar del daimyo, algunos de los nuevos capitanes que no tuvieron el honor de llevar y enterrar a su comandante Anake Ishi, asistieron sorprendidos a la ejecución del primo de la hija del daimyo, al ser descubierto como el verdadero autor de la deshonra de la hija de Shagake Suno.


El tintorero.


En una casa de dos plantas del barrio de Flores, la que poseía un local en la planta baja, Shiro Tanaka y su esposa, llevaban a duras penas el arduo trabajo de una pequeña tintorería de barrio. La crisis del 30 había dejado el pequeño negocio al borde de la quiebra. El préstamo que el banco les había otorgado no había logrado recomponer el pobre desempeño comercial y ahora se acumulaban las cuotas impagas.

Shiro y su esposa trabajaban casi toda la noche para cumplir con los pedidos de limpieza de los dos hoteles que significaban sus mayores ingresos, pero a duras penas podían mantener en pie la tintorería.

Esa mañana amaneció nublada, Shiro no había dormido para poder terminar los pedido de limpieza de los hoteles, y cuando se disponía a despertar a su esposa escuchó sonar el timbre de la puerta de calle.

Sin preguntar, abrió la puerta y dos hombres trajeados lo saludaron cortésmente quitándose el sombrero, le preguntaron por su nombre y acto seguido le entregaron un sobre de papel madera. Se despidieron con la misma cortesía con la que llegaron y partieron caminando por la calle.

Shiro decidió no despertar a su esposa que hacía tan solo un par de horas dormía. Se sentó en el comedor y cansado y apesadumbrado se dispuso a abrir el sobre convencido que era una citación del banco o una orden de embargo.

Sorprendido, encontró una carta prolijamente escrita en idioma japonés y un pasaje en barco a su nombre, con destino a Tokyo.

Su japonés era bastante bueno ya que él descendía de padres y abuelos japoneses que también vivieron toda sus vidas del oficio de tintoreros, y había pasado toda su infancia escuchando hablar japonés a su familia.

La carta en cuestión le solicitaba que acudiera a una reunión en la residencia del señor Tugaki Kobe en la ciudad de Kyoto debido a la urgente necesidad del señor Kobe por saldar una deuda con él.

Shiro despertó a su esposa quien enterada de tan extraña situación le preguntó si sabía de qué se trataba y qué resolvería.

Shiro se dijo para él que tal vez fuera un error y que además no podría acudir y dejar a su esposa sola al frente del trabajo de la tintorería. Allí fue cuando ella le propuso pedirle a su hermana que pudiera ayudarla mientras él resolvía este cobro en Japón, ya que eso tal vez podría ayudar a paliar la situación financiera frente al banco.

La mañana del 30 de abril amaneció fría pero con buen tiempo, Shiro besó a su esposa y agradeciéndole a su cuñada que lo suplantaría en su ausencia, se despidió de ambas y abordó el buque en el puerto de Buenos Aires que lo conduciría hasta el Japón.

El viaje fue largo y Shiro se pasó casi todo el viaje intrigado y preguntándose una y otra vez por la suma de dinero que iría a recibir y qué cosas le dirían o debería decir él. Repasó en su mente todos los protocolos que recordaba acerca de las ceremonias tradicionales japonesas, inclusive llevaba consigo un par de geta que pertenecieron a su padre, para el caso que tuviese que calzarse un par.

Llovía torrencialmente cuando el barco atracó después de veinte días, en el puerto de Tokyo, y se lamentaba de no haber recordado traer un paraguas cuando oyó que golpeaban la puerta de su camarote.

Al abrirla, se encontró con tres hombres perfectamente trajeados que lo saludaron en japonés y le hicieron una reverencia. Luego le indicaron que venían a buscarlo para llevarlo a la residencia del señor Kobe. Dos de los tres hombres tomaron las pertenencias de Shiro y el tercero le pidió que lo acompañara. Subieron a un auto que los esperaba y dejaron atrás el puerto de Tokyo.

Shiro preguntó al hombre que lo acompañaba en el asiento trasero y que parecía ser quien estaba a cargo del traslado, cuanto tiempo les llevaría llegar. El hombre a su lado, en un cuidado y culto japonés que llamó la atención de Shiro, y con mucha cortesía, le indicó que se pusiese cómodo y que le indicara si sentía necesidad de usar un baño o necesitaba beber agua, ya que el viaje tardaría algo más de seis horas.

Sorprendido, Shiro preguntó a dónde estaban yendo. Y su acompañante le indicó que se dirigían a la residencia del señor Kobe en Kyoto.

El viaje fue insoportable. Shiro pidió que detuvieran el auto en cuatro ocasiones. Pero finalmente llegaron a Kyoto, sin embargo atravesaron la ciudad hasta llegar a las afueras en una zona muy agreste, he inmediatamente apareció ante sus ojos una imponente residencia con el increíble estilo japonés del antiguo Imperio.


La deuda.


Al ingresar al palacete le pidieron descalzarse y llevaron sus pertenencias a la habitación que le asignaron, y le pidieron que pasara a un salón contiguo a la entrada. Al entrar, Shiro observó que una importante cantidad de esculturas flanqueaban cada ángulo del salón. Estaba absorto por tanta belleza artística cuando una de las puertas laterales se abrió y comenzó a ingresar una cantidad importante de personas. Shiro contó catorce. Una de ellas le pidió que se ubicara en la punta del salón para desde allí poder observar directamente a todos los presentes. Una vez ubicado, ingresó una última persona. Era un hombre mayor de unos setenta o setenta y cinco años, y todos lo saludaron haciendo una importante reverencia. Shiro decidió que también debía hacer su reverencia y notó que el hombre se acercó a él, se acomodó y se sentó muy cerca suyo. Shiro se sentó y simplemente esperó en respetuoso silencio.

Entonces el hombre que hacía tan solo unos minutos se había sentado a su lado, se paró y se sacó la camisa. Todos los demás hombres hicieron lo mismo. Shiro todavía sin comprender, pudo observar que todos los hombres llevaban sus torsos y sus espaldas y brazos totalmente tatuados. Alguna vez su abuelo le había hablado de los hombres tatuados del Japón. Recordaba que en esas historias, esos hombres no eran personas confiables y que podían ser peligrosas. Y cuando ya empezaba a preocuparse por esa extraña situación, el hombre mayor a su lado habló.

Saludo con una reverencia a Shiro y en un elevado idioma japonés, comenzó a decirle que su nombre era Tugaki Kobe y que el resto de sus hombres aquí eran sus capitanes.

Shiro comprendió que se encontraba entre mafiosos japoneses y eso lo asustó. Intentó tranquilizarse, más para no incomodar a sus anfitriones que para recomponerse.

Tugaki Kobe volvió a dirigirse a él y le dijo que pare él y sus capitanes era un honor que él estuviese sentado con ellos. Y que ahora realizarían la ceremonia del té y en la mañana del día siguiente irían juntos hasta él cañón de Satsama.

Bebieron té en respetuoso silencio y hubo oportunidad de escuchar a una mujer que ejecutó en un tradicional samisen durante más de 30 minutos, piezas musicales típicas del Japón antiguo.

Esa noche casi no pudo dormir.

A la mañana le trajeron el desayuno a su habitación. Y le indicaron que cuando terminase bajara al hall principal.

Una vez en el hall lo condujeron hasta afuera de la casona donde cinco automóviles negros e iguales esperaban con varios hombres parados a sus costados. Invitaron a Shiro a sentarse en el segundo de la fila, al entrar al asiento trasero se encontró con el señor Kobe.

Apenas se saludaron con un gesto y la caravana inició la marcha.

Después de andar unos veinte minutos se detuvieron al pie de una formación rocosa. Todos bajaron de los autos y caminaron hacia un peñasco que se encontraba en una zona muy agreste.

Allí frente a una gran roca se encontraba una mesa pequeña que tenía una prolija servilleta blanca enrollada y dos tazas de té. Los hombres le pidieron a Shiro que tomara su lugar en esa pequeña mesa de espaldas a esa gran roca. Shiro notó que la roca tenía una inscripción grabada en un japonés antiguo, y alcanzó a comprender que allí estaba grabado “Anake Ishi Samurai”.

El señor Kobe apareció entonces vestido con tan solo un delicado kimono de seda blanco que tenía bordado en uno de sus lados unas flores de cerezo. El señor Kobe se sentó frente a Shiro, y le llamó la atención porque el frío era importante, que las ropas del señor Kobe no parecían muy acordes a la temperatura de esa mañana.

Otro hombre se acercó rápidamente y haciendo una gran reverencia entregó un pergamino al señor Kobe.

El señor Kobe, quien parecía no sentir el frío, comenzó a leer en un japonés antiguo y erudito.

Y dijo “Yo Tugaki Kobe, hijo de Yamane Kio, y descendiente directo de Shagake Suno, daimyo de estas tierras septentrionales y señor de los mares del Japón.”

Dicho esto se abrió el kimono de seda y acto seguido desenrolló la servilleta blanca que estaba arriba de la mesa. Adentro había un sable pequeño, lo tomó y levantó su cabeza.

Shiro se asustó pero mucho más lo asustó, y al borde de paralizarse, cuando uno de los hombres que acompañaban al señor Kobe, de unos cuarenta años, con un traje negro impecable, se paró detrás del señor Kobe con una brillante y reluciente katana entre sus manos.

Entonces el señor Kobe, que había levantado la vista hacia Shiro, habló:

“A usted Shiro Tanaka, hijo de Río Takeaki y descendiente directo del comandante de los ejércitos septentrionales, el samurai Anake Ishi, he venido con respeto hasta aquí, para brindarle satisfacción en nombre de mis ancestros.”

Acto seguido y en total silencio, acometió seppuku.

Casi inmediatamente quien empuñaba la katana detrás del señor Kobe, le cortó la cabeza de un solo golpe.

El hombre que había cortado la cabeza del señor Kobe era su hijo mayor, que ese día cumplía cuarenta y tres años.


Totalmente paralizado, Shiro fue ayudado por los hombres a incorporarse.

El hijo del señor Kobe, se acercó a Shiro y con total humildad y reverencia le dijo “Señor Tanaka, si bien mi familia tiene su propio mausoleo en el cementerio blanco de Kyoto, mi padre no se sentía digno de hacer la siguiente petición, la que yo con todo respeto deseo hacer en su nombre: Para mi padre y para mí sería un gran honor que permitiese que sus restos descansen junto a los restos del samurai de los ejércitos septentrionales, Anake Ishi.”

Dicho esto permaneció con la cabeza gacha, y hasta que Shiro dijo “Será un honor, tratándose de un hombre honorable como el señor Tugaki Kobe.”

Los hombres de Kobe, ahora guiados por su hijo mayor, lavaron el cuerpo de Tugaki Kobe y lo enterraron junto a la tumba de Anake Ishi. Finalmente, el hijo del señor Kobe y el resto de los hombres le pidieron a Shiro su permiso para realizar la ceremonia de entierro samurai, que no había tenido, el comandante Anake Ishi.

Shiro asintió con su cabeza.

Doscientos años de ferviente y paciente espera, dieron paso una ceremonia cargada de emotividad y respeto. Cuando la ceremonia terminó, Shiro se arrodilló frente a la tumba de esos dos hombres honorables y lloró.


La otra deuda.


Ya en Buenos Aires y luego de contarle la increíble experiencia a su esposa y a su cuñada, Shiro se dijo que esto le había recordado las enseñanzas de su padre y su abuelo y que al lunes siguiente iría al banco para exponer su situación y aceptar las consecuencias de su mora.

Ese lunes en el banco frente a su oficial de cuentas, recibió la noticia más inesperada. Su deuda y el resto de su préstamo habían sido cancelados hacía ya más de treinta días.

Shiro Tanaka salió del banco y mientras caminaba rumbo a su casa, llegó a una plaza y se sentó en una banca. Allí pensó en respetuoso silencio, en la valentía y el honor de su ancestro Anake Ishi. Y a pesar de saberse un simple hombre y un humilde tintorero, se sintió convencido de que ahora había contraído otra deuda. Una, se dijo, que jamás podría pagar.

El honor de llevar en sus venas, la sangre de un samurai.


Hector J Diaz (mayo 2015)

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martes, 21 de septiembre de 2021

ESPEJO

 


Eran como mellizas y crecieron a la par, como dos plantas que enraizan el mismo día. Sin embargo, en algún momento sus caracteres se distanciaron tanto que solo quedó el parecido físico. Primavera era como su nombre; alegre, optimista y solo tenía ojos para la parte rosa de la vida y Huailén era seca, pragmática, desconfiada. Luminosa y matutina la una; oscura y crepuscular la otra. A las dos les gustaba estudiar. La primera leyó abundante literatura de las narraciones que cuentan los que ganan las guerras y eso la ponía contenta. La segunda buscaba entre líneas las intenciones ocultas non-sanctas de toda publicación y eso alimentaba su sarcasmo. A veces tenían discusiones y andaban enfadadas un par de días, pero siempre lo superaban. Y así crecieron y estudiaron las dos las mismas carreras: medicina y antropología. Aprobaron con las mismas notas y el mismo día. Medicina, para salvar a los vivos de las enfermedades y Antropología para indagar a los muertos y sus circunstancias. (Covid y Tartessos). Un día cualquiera las cosas empezaron a cambiar, como por azar: es que estaban madurando. Huailén contagió paulatinamente a Primavera sus grises melancólicos a la vez que ella se iba llenando de tibios amaneceres: la balanza se estaba nivelando de manera lenta e insensible. Los sentimientos y las emociones amortiguadas se fueron trasladando a sus facciones: ese rictus a los lados de las comisuras de la avinagrada Huailén se borroneó por las sonrisas, mientras que las invisibles líneas de la frente de la feliz Primavera se profundizaron por las preocupaciones y las dudas. Los ojos adquirieron un brillo lunar en una mientras se empañó la mirada en la otra. Este paulatino intercambio borró las tenues diferencias entre ambas. Si antes se parecían mucho ahora eran idénticas. Ni la familia ni los vecinos que las habían visto crecer lograban diferenciarlas. Ellas todo esto lo vivían cómo algo divertido, aunque muchas veces les traía complicaciones y malentendidos. 

CAPÍTULO 2

Unos años más tarde, siendo ya jóvenes adultas, se enamoraron como locas de un profesor de tango y, como era de esperarse, las dos aprendieron a bailarlo y a amarlo, tanto al tango como al profesor. El pobre hombre a duras penas lograba identificarlas, de modo que nunca sabía con quién bailaba o con quien dormía. Las quiso convencer de que se hicieran un tatuaje para saber quién era quién. Al principio se negaron pero luego aceptaron y se hicieron un tatuaje idéntico en el mismo brazo. Vuelta a empezar. Las dos se quedaron embarazadas y parieron dos parejas de mellizas adorables. Las imágenes se multiplicaban a la enésima potencia, como un juego de espejos infinitos, dulce y siniestro a la vez; parecían mil personas insondables de una única persona. "Yo que sentí el horror de los espejos no sólo ante el cristal impenetrable donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejos" dice Borges y como lo dice él no lo dice nadie. La cosa se complicaba y el tiempo pasaba. Finalmente decidieron pedir ayuda terapéutica. 

CAPÍTULO 3

Aquél psicólogo escuchaba con paciencia y profundo interés el relato de las mellizas, porque se negaron en redondo a ser atendidas por diferentes profesionales. Él era joven pero ya estaba acostumbrado a lo binario. Después de todo, había nacido y crecido en un país pero vivía en otro distante y distinto. Por eso prestaba una especial y duplicada atención al complejo tema. Por momentos le divertía aquéllo y hacía algún comentario payasesco para restarle dramatismo a la sesión. Porque dramático era, aunque no trágico, más bien como un sainete, medio estrambótico y delirante. El se imaginaba que estaba en un circo donde unas guapas mellizas saltaban a lomos de caballos engalanados que hacían pasos de tango imposibles. El mismo nombre del psicólogo, Unai, evocaba algo único, en singular, uno, ideal para compensar tanta duplicidad. Al fin la sesión terminó y quedaron en verse la próxima semana.  Minutos más tarde, Unai, sonriendo con amabilidad, se despidió y cerró la puerta detrás de la joven paciente, que se alejó caminando lentamente. 

 

jueves, 16 de septiembre de 2021

LEY DE EXTRANJERÍA

CUENTO CORTO DE MÓNICA BARDI

CAPÍTULO I

"¡No te podés casar con ella!"casi gritó el abogado por teléfono a Ulises. 

Pero empecemos por el principio. Esta narración merece paladearse desde el vamos...más cronológica, para que la gente entienda de qué se trata.

Nuestro héroe, Ulises, había emigrado desde una república bananera a una magna, noble y antigua monarquía. Imaginen: abrumadoras diferencias entre una y otra. En la magna, tráfico de influencias; en la otra, tráfico a secas. Y no había emigrado solo. ¡No! Lo hizo con varios hijos (un número indeterminado) y un futuro yerno. Todos entraron como turistas pero con la oculta idea de quedarse a vivir. Oculta para las autoridades, obvio. Ellos se trajeron hasta el colchón. No eran unos irresponsables, para nada. Todos se apoyaban en Ulises, que tenía convalidado el título de especialista en tuercas y tornillos y de su trabajo irían saliendo adelante en la vida. 


De a poco se fueron instalando, una pequeña empresa le dió trabajo a Ulises (en negro, claro, porque no tenía permiso de trabajo y residencia) que ejercía con un mote porque el nombre del héroe de la Odisea era demasiado cantoso. Como eran tercermundistas no les importaban las incomodidades ni los muebles viejos de un departamentito a donde fueron a vivir, en las afueras de una ciudad a orillas del Mediterráneo, prestado por una amiga de los dueños de la pequeña empresa. 

Presentados todos los documentos  pertinentes a extranjería para obtener la tan ansiada legalidad, esperaron la respuesta de las autoridades. 

CAPÍTULO II

Unos meses más tarde y sin novedades a la vista, a Ulises lo llamaron de la policía. Con muy buen olfato pensó que aquéllo olía mal. Para exorcizar el asunto, se compró una planta de albahaca en una macetita coqueta y con sus mejores pilchas, se presentó en la cana. 

"Pero, doctor", se explayó el uniformado, "usted está expulsado". Ulises miró a la albahaca y respondió entre suspiro y suspiro: "Ehhhh... perdone, agente, ¿no está fulano de tal?" 

"No, está de baja por enfermedad". 

El fulano de tal era el amiguete que iba pasando su expediente del primer al último lugar, así, eternamente, en el fondo del cajón. Porque el tráfico de influencias al final existía en esta magna, noble y antigua monarquía. "Con lo fácil que es coimear a un funcionario... acá se complican mucho la vida" pensó Ulises, pero no dijo nada. 

Viéndose acorralado, preguntó: "Ya que estoy expulsado y me tengo que ir ¿Ustedes me van a pagar el pasaje, a mí y a mis hijos?". "Imposible" dijo el otro, "si le tuviéramos que pagar el pasaje a todos los inmigrantes indocumentados, imagínese..."

"Pero es que no tengo dinero para tan caro y largo viaje y de tantas personas". 

"Pero se tiene que ir...no sé cómo...está expulsado, ¿entiende?"- ahora el acorralado parecía el uniformado, no pudiendo dar una respuesta lógica a semejante encerrona burocrática. "Está expulsado", repitió como un robot. "Es que...al estar expulsado no podrá alquilar una vivienda".

"Pero si ya alquilé, ahí vivo", mintió, porque en realidad era prestada. 

"Pero... pero... no podrá abrir una cuenta bancaria" 

"Ya tengo cuenta bancaria. La saqué con el pasaporte" está vez no mintió el doctor. La tenía. 

"No podrá tener un coche". apostilló el otro. 

"Pero si ya tengo. Un Simca 1000 y ya hicimos la transferencia. Con mi pasaporte".

 El poli ya no sabía que decir ante la farragosa e insólita situación y pensaba: "estos inmigrantes se saltan todo lo establecido". 

Ulises se crecía al ver al policía cada vez más confundido, en aquel laberinto sin salida: "Le entiendo, pero piense, agente, por un momento, sólo imagine que no puedo dejar a un número indeterminado de hijos y a un futuro yerno, todos menores de edad, sin mi amparo e irme solo, que sería lo más barato"

"No, por Dios, cómo va a hacer eso... son tantos niños...en fin...pero se tiene que ir, usted y los niños..., la orden de expulsión aquí queda... " musitó el policía con un hilillo de voz y puso el expediente al final del cajón, de donde nunca lo debía haber sacado. "A propósito, doctor, resulta que tengo un problema en una tuerca y me estaba preguntando si me podría echar un cable... usted sabe mucho de eso, ¿no?"  

"Faltaría más, aquí me tiene, a su disposición", sonrió Ulises, desbordando simpatía y coleguismo. Había conseguido un nuevo amigo, gracias a la plantita de albahaca y su perfume arrollador. El amor siempre prevalece.

CAPÍTULO III

Pero claro, el pobre inmigrante indocumentado sabía que aquéllo era una salida temporal y el huracán volvería a soplar, de modo que acudió a sus incondicionales jefes de la pequeña empresa para pedirles ayuda. Ellos, tan desesperados como él, ya habían presentado la solicitud a las autoridades tres veces y las tres veces se la habían rebotado con el argumento de que la empresa tenía un capital social muy bajo y no podría mantener a un extranjero. 

¿Qué hacer? La legalidad había cerrado sus puertas... Volver "con la frente marchita", nunca. Las noticias de la república eran terriblemente desalentadoras. Una hiperinflación, la gente desesperada. El padre de Ulises lo llamó por teléfono para pedirle expresamente que no volvieran, que hiciera lo que fuera necesario para quedarse en el viejo continente. "¿Ven, ven, cómo nos empujan a la ilegalidad, negándonos la posibilidad de hacerlo normalmente?" se justificaba a sí mismo Ulises. "Allá el caos y acá tantas leyes y ni uno ni otro resuelven nada. Si hasta me pondría a pagar impuestos voluntariamente, no me olvidaría nunca de ponerme el cinturón de seguridad en el coche y qué sé yo cuántas cosas más, si me aceptaran por fin tanto papeleo y me dieran los dichosos permisos". 

CAPÍTULO IV

Mi padre está preocupado: se emborracha a veces por eso. Y sumerge sus penas entre las tetas de la vecina, que es a quien tiene más a mano. El pobre. Es que no consigue los papeles. Menos mal que trabajo no le falta y dinero tampoco. Por eso se va de juerga. El pobre. Mis innumerables hermanos y yo ya pudimos entrar al colegio. Allí somos como unos bichos raros: es la barrera del idioma. Pero ya aprenderemos. Lo que más nos gusta a todos es la increíble libertad que tenemos acá: no hay peligros y si nos asustamos por lo que sea, la policía nos ayuda. Como cuando me rescataron de un despeñadero al borde del mar, al cual fuimos con otros chicos que conocí en el instituto, y yo no podía ni subir ni bajar de esa infame roca. Mi hermanita quiere volver a la República pero mi padre dice que ya no podemos volver atrás porque "quemamos las naves". Querrá decir que no podemos volver por falta de medios de transporte y porque allá no tenemos donde caernos muertos. Pero si cuando vivíamos allá mi padre laburaba como un animal y luego no podía pagar el teléfono. Todo se lo comía la inflación. Aunque hemos de admitir que el nunca fue un as de la administración. Yo no sé qué hace con la plata. El pobre. No querría estar en su pellejo. ¡Y mi madre!, que se fugó con un tío Patilludo con  mucha pasta y nos dejó tirados a todos: marido e hijos. 

Decía que la teníamos podrida pero que, a pesar de las apariencias, nos quería... yo creo que en el fondo, muy en el fondo, claro que nos quiere (a su manera), y nos prometió que nos mandaría muchas postales de sus viajes con el tío Patilludo. Yo le creo. La pobre, ya era hora de que fuera feliz. Lo peor es que mi padre se quería ir con ellos dos, si, así como lo oyen, ¡con ellos dos!, lo cual nos dejaba a nosotros con el culo al aire. Menos mal que lo convencimos de que era ilegal abandonar un número indeterminado de hijos menores de edad, que iba a terminar en la cárcel y al final se quedó. La ventaja de todo este quilombo es que los dos, en el fondo, muy, muy en el fondo, nos quieren. Entonces se sienten culpables y nosotros sacamos flor de rentabilidad de la situación. Eso lo sabemos todos los hijos de divorciados, aunque mis padres sólo están separados, no divorciados, porque en el fondo, muy, muy en el fondo, se quieren y seguro que van a envejecer juntos porque el amor siempre prevalece. 

CAPÍTULO V

"Tengo la solución", afirmó con aires de triunfo el dueño de la pequeña empresa. "Te casas con una de acá y obtienes los papeles...y luego te divorcias, ¿qué te parece la idea?"

"Fenomenal, una boda trucha...si no hay más remedio... pero ¿con quién?" contestó Ulises con su habitual falta de escrúpulos. 

"Yo tengo una tía, la tonta de la familia. Tú sabes que en todas las familias hay una persona medio retrasada, la pobre, es solterona, ya bastante vieja y por una cantidad de plata conveniente, se casaría".

"¡Ah, menos mal que era tonta! ¿Y cuánto?"

"Tanto...pero lo puedes pagar en cuotas"

"Bueno... en cuotas...bien. A ver, no me queda otra. ¿Cuándo empezamos?"

Faltaba un detalle: sería bígamo porque no estaba divorciado pero hete aquí que en un antiguo documento de identidad figuraba con su nombre de soltero, pero... pero...en la última hoja del documento de marras constaba el casamiento. Aunque, mirándolo bien, las hojas no estaban numeradas y, aunque lo estuvieran, era la última. Así que, con extrema delicadeza, arrancó esa hoja antipática y se presentó como soltero. ¡Y coló! ¡Las cosas que hay que hacer en esta vida de sainete! "Era tan fácil coimear a cualquiera allá, ¿por qué se complican tanto? En fin, esto es lo que hay y yo quiero la estabilidad de un país no corrupto aunque para ello me tenga que corromper". Y todo contento se lo fue a contar a su abogado quien, con un instinto infalible, le pidió los datos de la novia para averiguar. Por algo era defensor de estafadores y narcos. 

CAPÍTULO VI 

Mi padre dice que se va a casar para obtener los papeles, cavilaba la jovencita, si hasta  con el cónsul de mi país lo consultó. Y a él le pareció un plan infalible. Pero yo, en cuanto pueda, me vuelvo, me importan un pito los papeles. Extraño a mis amigas, a mi colegio, al barrio. Y a mi noviecito. Cada vez que hablo por teléfono con él, terminamos los dos llorando. 

Y cuando le digo a mi papá que me quiero volver me sale con el consabido "quemamos las naves". Que cuando tenga 18 años haga lo que quiera, pero ahora, imposible volver. En cambio, mi hermana mayor fue más lista: se trajo al novio con nosotros. Mi papá aceptó con la condición de que ella se pusiera un DIU, para no quedarse embarazada, lógico. Y a cambio de un dinero de los padres del novio: como una dote. Digamos que lo vendieron al chaval, pero en vez de cobrar, pagaron, y al mejor postor: mi papá. Así se deshacían del joven, que un poco ya estaba dando problemas con la autoridad; a un paso de la cárcel, por trapicheo, cosas de la adolescencia. 

Mi papá se embolsaba de esta forma algo retorcida, una pasta gansa. Pero bueno, mi hermana y él están felices y eso es lo que importa. Todo el mundo salió beneficiado. Igual somos muchas bocas que alimentar y mi padre no es rico. A veces lo parece, porque nos da mucho dinero pero es que todavía no maneja bien la moneda local y nosotros aprovechamos esa circunstancia para comprarnos de todo. Pero en cuanto pueda, me vuelvo. Me voy a la casa de mis abuelos y aquí, al rey y a toda su parentela que les den. Somos tan distintos, extraño tanto y encima no les entiendo nada cuando hablan. Yo me vuelvo con mi noviecito: al final, el amor siempre prevalece. 

CAPITULO VII

"¡No te podés casar con ella!" vociferó desesperado el abogado a Ulises. "No nació acá y eso figura en su partida de nacimiento, indispensable para que se casen. Te vas a casar con una costarricense"

"Pero eso no puede ser... yo mismo vi su DNI y su pasaporte y son de acá" respondió incrédulo el pobre hombre, al ver que la solución de su vida se le escapaba como un pedo en una canasta...

"Pero lo que cuenta es la partida y cuando él nació vivían en Costa Rica y allí lo incluyeron en la cartilla de racionamiento, que era el documento de la época. ¿Me crees, no? No vayas a meter la pata."

"Hombre, me cuesta, me jode, me decepciona...pero te creo, tú de esto sabes mucho... ¿Y ahora, qué hago, dios mío?".

"Ni idea. ¿Buscar otra novia?"

CAPITULO VIII

Ya sé que yo soy el menor de un número indeterminado de hijos pero tarado no soy y me doy cuenta que mi padre anda buscando novia para casarse, aunque casado ya está. Pero eso no importa porque no se casa de verdad: es sólo para obtener los papeles. Es cuestión de interpretaciones, dice mi hermano que dice Nietzsche, que no sé quién es porque no sale en televisión. Yo, la verdad, es que me encuentro muy a gusto en este país. Los chicos vecinos enseguida se me acercaron y poco tiempo después casi les entendía lo que hablaban, aunque cuándo les pregunté cuánto había acá de inflación, me miraron como si fuera un marciano. Lo que más me gusta es mi gato siamés. Duerme conmigo. El colegio, bueno, qué sé yo, muy bien no me va...pero ya mejoraré. Mi padre no me puede ayudar porque él entiende menos que yo. Y eso que es doctor en tuercas y tornillos. Mi hermana mayor y su novio tratan a veces de ayudarme, pero como son tan jóvenes, están siempre en la cama, encerrados en su habitación. Dicen que son las hormonas. Me parece bien, así hacen el amor y no la guerra. Son muy cariñosos conmigo, aunque más lo son entre ellos. Lógico, están enamorados. 

CAPÍTULO IX

Una amiga de un amigo de una amiga de mis jefes de la pequeña empresa es juez. Y entonces alguien le explicó la terrible situación en la que me encontraba y, haciendo uso de su gran poder (si la gente supiera cuánto poder tiene un juez, no podría dormir en paz), "fabricó" una partida de nacimiento de mi "novia" que sirvió para casarnos. Y nos casamos porque yo era puntual con mis pagos. Vino bastante gente a mi boda trucha en el ayuntamiento y los primeros invitados fueron mis amigos, los policías de inmigración, que por fin pudieron tirar mi orden de expulsión a la basura y estaban muy contentos de que el farragoso asunto estuviera ya resuelto. 

Cuando conocí a mi "novia" no me pareció fea ni tan vieja pero sin duda tenía un retardo sináptico aumentado. Ustedes dirán qué es eso. Pues es cuando la información pasa de una primera neurona, mediante neurotransmisores, a una segunda neurona. Ese proceso tarda fracciones de segundo y a eso se llama retardo sináptico. Bueno, en el caso de mi "novia" tardaba un poco más. Por eso había que hablarle despacio y darle un lapso prudente a su cerebro para que entendiera y enviara una respuesta adecuada. Eso era bastante cómodo porque uno podía estar leyendo el diario mientras llegaba la contestación. Daba tiempo a todo. De todos modos, nunca convivimos, obvio. 

A mi mujer y a su tío Patilludo, que, por cierto, fueron muy amables al venir a mi boda, les pareció ella muy simpática y enseguida hicieron buenas migas, charlando sin ton ni son. Mientras, yo le sacaba unos mangos al tío Patilludo, explicándole los terribles gastos que me daban tantos chicos. Soltó una suma modesta, pero yo me conformé. Y hablando de chicos, estaban encantados de volver a ver a su madre luego de tanto tiempo. Felices. Y yo, satisfecho porque luego de una agotadora carrera de obstáculos, obtuve por fin los anhelados "papeles", aunque fuera de manera algo heterodoxa, por decirlo suavemente. Alguien que no recuerdo dijo que "el fin justifica los medios". Y creo que tenía razón, porque el fin fue bueno: ahora pago mis impuestos, respeto las normas de tráfico y ya no intento coimear a nadie. Sólo saco alguna ventaja en circunstancias excepcionales, de viejos amigos y conocidos, por ejemplo, los policías. Pero eso, visto con perspectiva, es un pecado venial ¿no les parece?

THE END. 


 







martes, 14 de septiembre de 2021

TESTIMONIO

 


"Hola, Mónica. Buen día...yo estoy...acá son las cuatro de la mañana y no puedo dormir porque mañana tengo que ir a dos médicos, para el trabajo, para el psicofísico y estoy algo nerviosa y encima ahora tengo luz pero hay un cortocircuito en la casa. Va a venir el electricista cuando vuelva del médico, o sea, ya no voy a tener privacidad. (...) No estoy trabajando estos días porque soy suplente. Tengo puntaje porque tengo cargo alto...stress...stress y stress, clásico de la vida...lo de los incendios...no sabía que había allá tantos incendios en verano. Eso es novedad para mí. (...) No me imaginaba ver a España con problemas de incendios. Y con respecto a lo que decís de la maldad, no de la maldad... de que deben ser psiquiátricos... la maldad es maldad y nada tiene que ver con lo psiquiátrico. Está más allá de que sean psiquiátricos o no... y yo creo que, en oposición, y lo que mi propia familia cree y la gente cree, que todos estamos a un paso de ser locos. Todos podemos tener un momento de locura... un momento de...uno no sabe lo que le puede pasar el día de mañana... en un instante, o cómo puede cambiar su vida, tanto sea cometiendo un crimen... uno dice: no tenés la psiquis... no sos un criminal. Pero uno nunca sabe a lo que lo puede enfrentar la vida... uno no sabe lo cerca que está de enloquecer siempre, que enloquecer es una... la... enloquecer...porque yo estuve internada y he estado con gente que trabaja, tenía un programa en cable, era famosísima... era millonaria y, de un día para el otro, había enloquecido, en una ciudad del sur y estaba ahí, al lado mío... todos somos iguales... todos con sus diferencias; patologías, algunas con boludeces, otras con cosas graves. Estaba el que había intentado matar... tuve una experiencia de vida brava... en ese aspecto me curtí bien. Yo estuve tres veces internada, dos de muy jovencita. A los 28 y 30 años... meses largos. La primera 5 meses en un hospital público... enorme... frío... en un punto. En 2018 un mes en una clínica, bajo otra ley, más cuidada... con más cuidados hacia mí, porque como entré esposada, atada y lastimada por la policía... yo calculo que por eso me trataron tan bien. Porque no me mostraron las cédulas, no me mostraron documentos, no me dejaron llamar al abogado, como pedí y fue la... y bueno... así fue. Pero fue en la ambulancia, la primera. La segunda fue en patrullero... sin cometer ningún delito porque la ley, en provincia, decía que debía ser trasladada según... eso es lo que me dijeron... lo que habrás hecho... o inventado; son cosas que pasan. Yo soy lúcida, nunca perdí la lucidez. Estuve un mes descompensada. Hace 3 años me descompensé. Estuve desde el 2016 al 2018... quedé internada, habrán sido 2 años... descompensada... trabajando y estudiando. Y esa descompensación siguió porque estaba tan bien que me quisieron quitar la medicación que había tomado 10 años. Yo pedí que me la quitaran. Y lamentablemente ese poquito que tomaba mi cuerpo estaba acostumbrado y no se lo bancó. 

Porque que yo sepa, te soy sincera, enfermedad psiquiátrica no tuve nunca, que tuve una depresión, que pude haber tenido un brote pequeño en medio de esa depresión...  en medio de esa internación... si vos me vieras a mí, una adolescente jovencita metida en el infierno... ésa es la locura... una locura... vos no sabés con el miedo que entré. El ataque de pánico que tuve... la locura fue que mi familia me había internado en el infierno. Pero bueno, para algunos seguimos siendo peligrosos, pero son más peligrosos los sanos. Mónica, los sanos que tienen poder son más peligrosos. Al menos eso creo yo. Y de la maldad... este... yo trato de entender la maldad... no la justifico. Me pasa que tengo un padre... he tenido un padre... he tenido padres de ideología de izquierda...  se dice de izquierda, por decirlo de alguna manera y a su manera, uno más o más el otro me han mostrado personalidades que yo las enfocaría como que repitieron cosas que hicieron los militares... la untraderecha o que hicieron los militares, por así decir. 

No me parece una exageración. Actitudes de milico... el terrorismo de estado fue terrible en la dictadura. En algunas cosas que me han hecho a lo largo de la vida; entonces eso me llevó a una crisis ideológica a mí, como sintiéndome del lado de los pobres... he militado en la adolescencia con los jóvenes de izquierda, pero esa gente ha... cuando ves que la gente ... entonces ¿qué es el mal? ¿Qué es el bien? No existe el mal ni el bien... uno puede cambiar de un día para otro. Las personas, a lo largo de los años cambian. Yo no cambio, o sí cambio, mejor dicho, me volví más frágil y fuerte a la vez pero... pero... nada es... no podemos decir que un psiquiátrico fué un hijo de puta y, o le podemos decir hijo de puta cuando no lo podemos encasillar en ninguna parte. Cuando no tiene excusa de nada pero la palabra psiquiátrico es una maldad, es pura maldad... no es de psiquiátrico, ojalá tengan la excusa de decir que lo hizo por una enfermedad mental, pero los problemas mentales no andan por ahí destruyendo vidas o destruyendo hogares. Los enfermos mentales andan buscando ayuda, más que destruyendo. Piden a gritos ayuda y si fuera enfermo mental, lo comprendería yo. Trataría de entenderlo y vincularlo con la sociedad. Vincularlo con la sociedad, no estigmatizarlo porque son desiguales. ¿Quién dijo que es lo normal?...Foucault... ¿Qué es lo normal? El poder decide qué es lo normal. Lo normal no...qué es un psiquiátrico. Si tiene delirios, los delirios dependen de la cultura en que esté... entonces, si en África, los que tienen delirios son los chamanes, son los sanadores ¿qué es lo normal? ¿Quién es sanador? ¿Qué es lo loco o lo no loco? ¿Quién decide quién tiene el poder?... el poder de idearlo todo, decide la "normalidad". Bueno, te dejo, me voy a dormir". 

Estas palabras extraídas textualmente de un audio de REGINA ROLDÁN MARIANI, me parecieron conmovedoras y las transcribo a continuación sin comentarios, porque creo que los comentarios sobran. Ella me autorizó a publicarlo con su nombre completo. 

sábado, 11 de septiembre de 2021

IRONÍA BORGIANA.

 

Personalmente admiro profundamente a Vallejo. Hay poemas de él que me cuestan recitar en voz alta sin que se me quiebre la voz.

Y me parece que no hay nada en Borges que vaya en contra de Vallejo o Vargas Llosa o de cualquier otro escritor sea este latinoamericano, de América del norte, europeo o asiático.

Borges fue un hombre de letras y un pensador que nunca se calló las cosas. Dicen que iba a Francia y les decía que a él Proust no le gustaba. En una oportunidad en Buenos Aires, una asociación cultural Soviética-Argentina lo invitó a los festejos por otro aniversario del nacimiento de Dostoievski. Estaban todas las autoridades de la embajada de la ya desaparecida Unión Soviética y las máximas autoridades de la cultura argentina, Borges fue sentado en la mesa de los oradores y cuando le dieron paso para hablar Borges dijo: “Dostoievski es un gran escritor, pero a mi mucho no me gusta. Les voy a hablar de Dante.”

Y dio una conferencia sobre Dante. Al terminar, lo aplaudieron de pie. Eso era Borges.

También decía que no le gustaba Quevedo, que prefería a Góngora y que ambos eran mejores escritores que Cervantes, que podían escribir cualquier página mucho mejor que Cervantes, pero que ellos nunca hubiesen podido escribir una obra maravillosa como El Quijote.

Decía también “...cuando pensamos en la literatura italiana, pensamos en Dante, cuando hablamos de la literatura inglesa, pensamos en Shakespeare, y cuando lo hacemos sobre la literatura alemana, pensamos en Goethe. Pero cuando pensamos en las letras de Francia no surge un nombre que la identifique ya que todos ellos han sido la literatura francesa, podemos afirmar así que la literatura, es la literatura francesa.”

Pero también hay que considerar que Borges fue un hombre muy burlón y con un sentido del humor muy sarcástico. En ocasión de la visita a Buenos Aires del matemático, psicoanalista y escritor francés Daniel Sibony, quien hablaba varios idiomas, se reunió con Borges a quien quería conocer. Al encontrarse Sibony le pregunta a Borges en qué idioma prefiere que hablen, Borges propone y dice “Hablemos en francés.” Y justifica inmediatamente “Dicen que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita escritores. A la inversa, dicen que la lengua castellana es una lengua que se desespera de su propia debilidad y necesita producir cada tanto un Góngora, un Quevedo o un Cervantes.”


Borges, infinito e inmortal.

jueves, 9 de septiembre de 2021

CHICLANA, MI CIUDAD.

 Hace poco escribí algo que titulé MOMENTOS y trataba de instantáneas felices o placenteras (que no es lo mismo) ocurridas a lo largo de mi larga vida. Y que siga, mi vida digo, si fuera posible. No tengo prisa por salir de la caverna de Platón y entrar en el... ¿otro mundo? Pero a lo que iba, hoy transité una mañana mágica. Sí, mágica. Ni feliz ni placentera, sino más. MÁGICA. 

Salí en mi coche y traté de estacionar donde siempre para tomar un café en BONSAI, mi cafetería amiga. Cómo no había lugar di una vuelta por unos callejones vecinos e inhabituales para mi. Y allí apareció, como de la nada, una pequeña calle cortada. Y la varita mágica. Inmediatamente vi su encanto: un patio abierto, un árbol cuajado de flores, macetas alrededor del tronco, unas sillas y una mesita en una vereda inexistente, más atrás una puerta entornada con una cortina trémula, una escoba brujil apoyada en una pared y un pasillo perdiéndose entre aromas mediterráneos. Todo con una luz especial, estaba medio nublado. Un perrito acostado cerca me miró sin entusiasmo y luego siguió durmiendo. Sé que lo que estoy describiendo parece una banalidad, pero ya verán cuando lo pinte. El placer estético me tuvo petrificada saboreando ese pequeño rincón del mundo en un instante único. Lo recorrí lentamente. No había nadie pero estaba todo abierto. Le saqué unas fotos que lo desmerecían por completo.






Por fin superé el período hipnótico y fui a encontrarme con mi hija Cuyén y mi amiga Zoila. No sabía lo que me esperaba. Fuimos a la torre del Puerco, una playa divina desde la cual se divisa, a lo lejos, el, para mí, rey de todo lo mágico: el castillo de Sancti Petri, bañado por aguas atlánticas y guardando entre sus paredes historias fabulosas de espadas, invasiones y sirenas. 


Torre del Puerco.

Castillo de Sancti Petri. 

En la amplia azotea del elegantísimo restaurante EL CUARTEL DEL MAR había unas personas con cámaras y teleobjetivos oteando el horizonte. Eran los socios del LIMES PLATALEA de la SOCIEDAD GADITANA DE HISTORIA NATURAL, que ha descubierto por donde "saltan" las espátulas (Platalea leucorodia) hacía África. El lugar era desconocido para la ciencia hasta que se puso en marcha este proyecto en el año 2012. Es lo que se llama "corredor migratorio" y se han llegado a contabilizar más de 20.000 aves. El paisaje era imposible de describir con palabras: el cielo transparente, las aguas verdosas lamiendo la arena, las escasas plantas de los médanos, todo, todo era belleza. Olores a sal, colores saturados y la inmensidad por delante. 

De golpe, se escuchan unas fuertes voces anunciando algo: en la lejanía de ese azul inmaculado se veía una bandada de aves blancas: eran espátulas, que emigraban desde Europa a África, en perfecta formación y agitando sus níveas y enormes alas. Un espectáculo delicioso e incomparable. Los naturalistas fotógrafos nos contaron que hacía días que esperaban alguna bandada. Y justo nos tocó presenciar ese instante único. Imposible fotografiarlas nosotras: era muy, muy lejos y por hacerles fotos nos hubiéramos perdido el momento de seguir su vuelo hasta perderlas de vista. Una emoción sin alharacas, efectos especiales ni Photoshop. Algo que no se puede comprar porque no tiene precio. 







miércoles, 8 de septiembre de 2021

AFORISMOS

 César Cantoni envió este escrito sobre Jorge CURINAO a la red social, que yo copio en mi blog, porque me parece magnífico. 



Jorge Curinao nació en Río Gallegos, ciudad donde reside, en 1979. Es poeta y cuenta en su haber con varios libros publicados. Recientemente, Espacio Hudson dio a conocer una antología de su obra con el título “Los álamos cantan en el viento”. Sus poemas poseen la concentración y la contundencia propias de la poesía. En algunos casos, como en “Gorriones de la noche” (2020), pueden comprimirse hasta alcanzar un carácter aforístico, pleno de sugerencias. Son intensos y profundos, y, sobre todo, cumplen con eficacia su propósito: “Cambiar de lugar las palabras y el silencio” para mostrarnos la realidad desde una perspectiva no complaciente, inquisidora. Si tuviera que describirlos gráficamente, apelando a elementos de la naturaleza que afloran a menudo en ellos, diría que ostentan la transparencia del viento, la desnudez de la lluvia, el temblor de la nieve cuando cae. Inquietan, conmueven e invitan a repensarnos en nuestro desamparo existencial. De “Gorriones de la noche”, libro que tuvo la gentileza de enviarme con otros dos, comparto aquí algunos textos:


*


Abrir un libro y leer, en la primera página, que todos los pájaros se han ido.


*


De noche, el viento se detiene. Un perro que ladra inventa el desierto.


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Se trata de la misma soledad: las hojas golpeando en la pared, la caída de la nieve sobre lo que se creía perdido.


*


No se puede escribir una carta con las puertas abiertas. Todos entran y salen como si de eso se tratara la vida.


*


No sé si alma o cuerpo, pero algo duele. Los gorriones, que juegan en el techo de mi casa, saben que la muerte viene y desordena todo.


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De pronto se detiene el viento y paseamos por nuestra bahía. Aún no le hemos puesto nombre, pero sabemos que es nuestra. Lo dice la noche.


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Algunos instantes se quedaron conmigo toda la vida. Porque la eternidad no es más que un vicio, luz que se enciende de a ratos.


*


Me detengo en medio del desierto y miro el cielo a través de la lluvia. Aunque me vaya, esas nubes seguirán ahí.


*


Casi no he conocido a mi padre, pero siempre lo he extrañado. Su ausencia es un niño sin alas: dibuja un pájaro.


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Algún día han de florecer las palabras que planté una mañana de abril. La sombra del álamo es tan fuerte como el mismo álamo.

sábado, 4 de septiembre de 2021

TRES NEURÓTICOS Y UN NIÑO RUBIO

 

                               RAGNAR

Cuando me mandaron a la cárcel por haber trasladado drogas de un lugar para otro, no quise chivatear y como un cabrón me comí un año de prisión. Allí aprendí mucho y de todos los colores. Si uno quiere, es un lugar ideal para estudiar gratis, sobretodo relaciones "inhumanas" o "infrahumanas", según se mire. Pero bueno, admitamos que en estas cárceles de  Noruega, mi país de origen, a uno lo tratan bien, rebién. Los DDHH funcionan. Al salir, el que me había mandado allí, y sintiéndose culpable, me ofreció un radical cambio de vida. ¿Dónde? En Portugal. ¿En Potugal? No sabía el idioma, pero me atraía la aventura. Y allá me lancé con premura, sin pensarlo ni una vez. Después de un año de encierro, volar me seducía, como quién diría. Lo que no podía saber era que en otra cárcel peor iba a caer: la del amor. ¡Por favor!

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                              CATRINA

Cuando conocí a ese rubio noruego, llamado Ragnar, no me confesó que recién salía del talego, entre otras cosas porque no sabía nada de portugués, pero ya se sabe: una se arregla con el inglés. En fin, nos enamoramos y convencí a mi madre para que en su casa nos instaláramos. No teníamos donde ir porque, como después me enteré, el noruego había mandado a paseo al desgraciado que lo mandó al talego. Noruego homeless. "Te lo ruego, mamma, ¿qué hago con el noruego?". Ella, la mamma Efigênia, al principio dudó pero vió algo noble en la mirada del hombre, como de roble. Allí acertó y entonces, aceptó. 

A mí ya me conocía y sabía que de mí nada bueno podía esperar, aunque no tanto como morfina. Por algo me llamaba Catrina. Se equivocaba, por supuesto. En realidad, mi madre siempre se equivoca, es como el juego de la oca. Eso ya lo sabemos, Lemos. Aunque no con el noruego pero porque le tocó el ego. 

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                           EFIGÊNIA

Ragnar me parece un ser transparente, pensó Efigênia, poniéndose los lentes. Por eso los dejo vivir en una casa decente, o sea, la mía, María. (Bueno, decente cuando se puede). Después de todo, ella, mi hija acaba de salir de una relación dañina con ese Viriato del carajo y lo menos que puedo hacer es echarle un gajo tierno, protector y materno. Pobre Catrina, se calló todo lo que pasó para no darme más grima. ¡El tal Viriato es un fulano maltratador, matador! Recuerdo que venía, a veces, y se sentaba en un banco de la plaza, bajo un sol inmisericorde, mirando hacia mi casa decente (Bueno, decente cuando se puede), a ver si reconquistaba a su presa preferida, mi hija Catrina. Pero ya es tarde, cabrón, y no te hagas el remolón. Menos mal que luego de unos días, se cansó y de nuestras vidas para siempre se borró. El Viriato de pelo ralo, ¡bicho malo! Qué mal recuerdo has dejado.

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                      CATRINA

El rubiaco Ragnar, al que más no puedo amar, es muy formalito como todo norueguito, cavilaba Catrina. Para celebrar  nuestro amorío me lo llevé de chiringuito en chiringuito. Esto es el musical Portugal y mucho nos gusta el baile, además del libre aire. Nos emborrachamos con gusto y allí me confesó lo de sus agrios días en Oslo, encerrado con un candado. No me importó demasiado, "pero que no se entere mi madre Efigênia", le dije, porque nos manda a freír pimientos, sin ningún tipo de miramiento... Qué siga la fiesta...¡Ehhhh, momento, carajo!¿Qué hacen esos tarados queriéndome tocar el trasero? Esto se pone fulero. Ragnar se enfurece y contra ellos arremete. Se ensarzan en un pelea desigual, cuatro contra uno, algo mortal. Al vikingo sólo lo para un cadenazo brutal en medio del cabezal. Allí mismo podía haber terminado su vital aventura, qué locura. 

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                              EFIGÊNIA

Y llegaron a mi casa destrozados, asustados,  amoratados. Mi hija llorando y explicando todo entre moco y moco y él, sin habla, ni siquiera noruego, apaleado y casi desmayado. Se les pasó la resaca, con tanta brava maraca. ¡Bienvenido a Portugal, chaval! Con espanto vi como la cadena quedó impresa en los huesos de su cabeza y tuve la inmediata certeza de ir volando al más cercano hospital.  Luego de horas de médicos y radiografías sin fin parecía no haber sido nada grave, menos mal. 

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                             CATRINA

Qué difícil es hacer entender a mi noruego que no estamos en Noruega. Todo lo quiere formal, pero es que aquí estamos en Portugal. ¡Es muy diferente, pariente! Pasamos años complicados. Ragnar montó una ferretería, y muy bien aprendió el idioma; yo seguí con mi litrona. Trabajando con mi madre Efigênia, típica exponente de esa generación llena de genios, que cree que en la vida todo se gana con laburo y más laburo. Al pedo, pedal, porque después la guita por los poros se evapora. ¡Qué frustración mi madre con su mala administración! ¡Y con el rubio del norte pasa igual, maricón! No sabe organizarse.

 El desgaste cotidiano y los años erosionan la pareja, y pese a los ruegos de mi madre, un día decido dejarle. Por algo me llamo Catrina, vecina; estoy cansada de esta maraña y tanta maña para tener hijos. ¡Yo no quiero! ¡Ni que fuéramos niños pijos!

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                            FILIPA

"Creo que me vuelvo a Noruega, colega" contó Ragnar a Joāo, el hermano de Catrina. La crisis económica golpea como las olas, esto va a traer mucha cola. "Mi Catrina me ha abandonado y me ha dejado solo, acá, en el raso prado. Ella no quiere hijos y así de claro lo dijo". 

Pero ¡cuidado, amigo! La vida nos da sorpresas y ésta es una de ésas. Justo ahora que partía, conoció a una guapa piba llamada Filipa, lisboeta nacida y criada, portuguesa hasta las trancas. Cariñosa era la chica, muy maja y muy amorosa... solo que estaba casada. ¡Oh, qué cagada! Hasta tenía una nena, otra brutal faena. "Igual mantenemos un romance que lleva meses para delante" cuenta el vikingo al hermano de Catrina. ¡Ella se queda embarazada, qué pasada, lo que faltaba! Horror, temor, una imprudencia mayor. Y ahora la gran pregunta: ¿quién es el padre, compadre? El le ofrece una vida mejor en la lejana Noruega, pero ella va a lo seguro, con suegra, con marido y con laburo. Viéndose sin futuro, el se larga a Noruega y con un dolor agudo, atraviesa el duro muro de iniciar una nueva vida; mucho de vikingo tiene y por temerario Ragnar se llama. (Igual que vos, hermano Mario Aníbal). 

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                             EFIGÊNIA

Antes de que se volviera a Noruega, me pasé por la ferretería a besar y abrazar a mi ex yerno querido, mi vikingo preferido. "Te invito a almorzar, Efigênia", me dijo con una sonrisa. Caminamos del brazo sin prisa mientras contaba su último romance de locura. Éste no tiene cura, pensé pero no dije nada. ¿Por qué querré tanto a este taranto, que en vez de jerezano gitano; nórdico y lejano es? Me dolía su inminente lejanía, pero igual le aconsejé que se largara, cuanto antes y sin demora, que la barriga crecía...  "que la cosa se va enredando, pisha, y si sale rubio, a ver cómo lo explicas. Medio mundo te ha visto ya con Filipa, y, si la situación se alarga y complica, verás como tú flipas". 

                          EL NIÑO RUBIO

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Diez largos años pasaron y un día cualquiera, un niño golpeó en la entrada. "¡Hola!" dijo Catrina asombrada, mientras abría la puerta. "Pregunto por mi papá", murmuró el niño sonrojado. "Pasa", le invitó ella intrigada y ahí nomás, muy apurado, se zambulló el pichón en el sillón. "¿Por qué debería tu papá encontrarse justo acá?" preguntó ella con dulzura, al ver de él la premura. "Los niños del colegio han dicho que no soy hijo de mi padre, pero sí lo soy de mi madre; aunque ella, al preguntarle, me ha dado esquinazo y ya no me animé a nada más interrogarle". El niño prosiguió, tragando lágrimas y saliva: "mis vecinos hablan de que acá, en esta misma casa, hace años vivió un noruego y que él podría ser mi padre". "¿Seguro?" aventuró ella, no sin apuro. "Míreme, señora, aunque sea solo por hoy, más alto que un abeto estoy. Mi abuela con babero, a sus otros nietos da caramelos, pero a mí, nada de nada, siempre en la estacada. Mi pelo como el sol no deja lugar a duda; si hasta parezco un farol en medio de la explanada". 

En vista de la situación, muy decidida Catrina telefoneó al noruego mamón, que se tomó el primer avión, sin pensárselo dos veces. El ADN habló claro y a nadie le pareció raro que el niño se mudara allá, a la lejana Noruega. Aquí quedaba un divorcio y un montón de explicaciones que, a decir verdad, ya a casi nadie importaban, salvo a los implicados, que en un buen lío estaban enredados.

Muchos años han pasado. El niño rubio es un hombre y cada tanto lo vemos, si viene de vacaciones. Quedamos todos muy impresionados con ese orden tan alterado:  las aventuras de un noruego que por nuestras vidas ha rodado. Sus genes amables ha donado a una guapa muchacha y con eso nos ha dejado, además de un recuerdo adorado. 

 


PRISIONERO

 


Autor: Pedro Acal. 


Vuela libre, vuela, vuela,

que yo, en la cárcel me quedo,

entre rejas que me atrapan

y me tienen prisionero.

Vuela, libre, vuela, vuela

 por horizontes más nuevos,

que esta cárcel y esta celda,

me hacen por día  más viejo.

Elévate,  tú que puedes

y escapa del muro negro,

muro que encierran al hombre

para hacerlo más pequeño.

Vuela libre, libre, libre

por los espacios abiertos,

y lleva en tu vuelo libre

 ay, mis libres pensamientos.

Tú que sabes de mis penas,

 ay, de mis penas de preso,

en donde mi corazón

no quiere  sitios estrechos

Tú que puedes, buen amigo

aprovéchate del tiempo,

del tiempo libre que tienes

 ay, donde es  libre tu cuerpo.

Vuelo libre, y alas libre

y el espíritu  ligero,

que mi ansiada libertad

halle su libre gobierno.

Compañero, libre, libre,

vuelo  libre como el viento,

vuela libre, libre, libre,

en tu libre, libre vuelo…

Compañero vuela libre,

con tus alas de jilguero,

compañero vuela libre

porque volar yo no puedo…

 

31 de Agosto 2018.

Pedro Acal.

MOMENTOS

 

Basándome en esta estimulante frase y teniendo en cuenta que vivo circunstancias agridulces en esta etapa de mi vida, me decido a hacer algún rescate aleatorio de momentos en los que me tocó esa esquiva y fugaz varita mágica que solemos llamar felicidad. Palabra a todas luces excesiva, pero a la cual no podemos negar existencia real e instantánea. 

Sin duda, el que se lleva el primer premio en cuanto a esa sensación fue el nacimiento de mi primer hijo, cuando me suturaban la episiotomía sin anestesia y yo sentía el paso de la aguja y el hilo, pero no me dolía. Estaba en otro plano de la percepción, ajeno al dolor. Algo único, una epifanía, algo sin duda extraordinario, que creo que no volví a vivir nunca más y espero no olvidar hasta el momento de mi muerte.  

Cuando en las prácticas de la facultad hice mi primera extracción de un molar inferior y todo salió tan bien, el nivel de satisfacción y de logro que sentí constituye otro de mis recuerdos imborrables: había traspasado la barrera del miedo que creo que todos los novatos sentimos de hacerle daño al paciente. Lo primero que hice fue llamarlo a mi papá por teléfono y contárselo. Se reía.  Un momento. 

Cuando me mudé con mi marido y mi hijo Camilo muy pequeño a Villa La Angostura, y tuve una casa en medio de ese paisaje abrumador de tan bello, a través del cual iba caminando hasta el hospitalito a un trabajo seguro, es otro recuerdo maravilloso. Había traspasado la barrera de la inseguridad en cuanto a casa y comida para mi familia. (Siempre desempeñé el rol de persona proveedora, nunca esperé mucho de mis parejas).

Y luego están esos momentáneos e inexplicables momentos de placer estético muy parecidos a la "felicidad". Como cuando iba caminando por una calle de Madrid y de golpe vi, en un oscuro callejón, como un rayo de sol se las había arreglado para colarse por un escueto triángulo y lánguidamente se dejó caer sobre un contenedor de basura, volviendo verde lo que era gris. Una instantánea y urbana belleza. 

Armar las vías del tren eléctrico en el living con mi  hermano era una auténtica gozada, más allá de cualquier muñeca Mariquita Pérez, así como manejar a "toda velocidad" el coche verde a pedales por la vereda de la calle Cangallo, en Temperley, turnándonos con Mario Aníbal al volante del vértigo. Esa felicidad absoluta que sólo existe en la niñez. 

Las risas y la sensación de "chancho en el chiquero" en las reuniones familiares y de amigos en la casa de Stellita Botti son incomparables en cuanto a secreción endógena de endorfinas. Mate, café, vino y comidas a raudales, aunque nada comparable a la pura conspiración en estado público, al puro compinchismo. Carcajadas en cascada. ¿Acaso esto no es un tipo de felicidad? "La risa, remedio infalible" era una sección infaltable del Reader's Digest que, sin duda, tenía razón. Momento de alegría sana y terapéutica. 

Cuando los veo a ellos dos jugar al ajedrez, de noche, en el porche iluminado, mientras los demás picamos algo, en medio de un suave rumor de conversaciones, con el ganso Cuaco en su Lagunita y el gato Bartolo merodeando felinamente, me invade un bienestar y una paz donde todo parece armonizar y deja este recuerdo de un momento. Y lo mismo me pasa cuando estoy leyendo en mi sillón reclinable, mi hija Cuyén armando el interminable puzzle y Miguel comiendo mientras mira la tele sin sonido, como es su costumbre. Hay aromas de paz. 

Pintando con niños. Cautivador. Especialmente con Estefanía o con Lucía, dos niñas extraterrestres; me embarga una ternura y una calidez incomparables, cuando tenemos esas confidencias quedas y al azar, mientras coloreamos dibujos infantiles. Como decía Picasso: "se necesita toda una vida para pintar como un niño". 

Algo muy placentero es sentarnos en una cafetería con mi antigua amiga Cristina, a rememorar hechos y personas del pasado, con nostalgia pero sin melodrama, mientras el mar y la arena van cambiando de color y el sol va retirándose a dormir.
 
Y hablando de mundos oníricos, recuerdo a mi nieto Adrián, en el ranchito de El Puerto de Santa María, muy pequeño, aferrado a un biberón y pidiendo por su mamá, para, al final, conformarse, darse la media vuelta en su camita y dormirse, bajo mi mirada enamorada: momento fugaz y recuerdo perenne. 


Oscar Arraiz, gran amigo y mejor persona, fue el médico que trajo a dos de mis hijos al mundo y que, al morir trágica y prematuramente, dio su nombre al hospital de Villa La Angostura, en Neuquén. Había rebautizado al más pequeño de mis hijos, Alejo Sebastián, con un "alolejos", como una premonición de lo que sería su vida de adulto lejos de España. 

La tristeza de tener a mi hijo Alejo lejos también puede convivir con una felicidad de saber que él ha sabido volar y armarse una vida mejor a muchos kilómetros de distancia. Y, de paso, dejar que los demás también sintamos ese alivio de que no haya un testigo de nuestras metidas de pata o contratiempos, cuando los amargaban a él más que a nadie. No ser testigos nosotros de sus metidas de pata o contratiempos, también es una sensación de paz; de dejar al otro que tome sus decisiones sin presiones.  Los padres, muchas veces, queremos vivir la vida de nuestros hijos y creo sinceramente que eso es un error. Dobles posibilidades de preocuparse o de alegrarse, aunque lo que abunda es lo primero, sobretodo cuando los años avanzan implacables, como dice Cortázar. 

Volver a caminar normalmente, conducir mi propio coche y recuperar mi autonomía fue otro momento de dicha, luego de la operación de cadera. El simple hecho de poder cargar la gasolina por mí misma y mojarme los pies en la arena me generaba una sonrisa y así se lo contaba por teléfono a mi amiga Marta, querida Martita, la elegante bailarina de tango.  

Las otras hijas, mis plantas, me llenan de placer cuando las veo crecer, florecer y luchar por su supervivencia entremedio de plagas y vientos despiadados. Cada día una hojita nueva, un brote trémulo, un pimpollo saludando al mundo. Una maravilla. 
Brisa de poniente, horizonte de colores imposibles, Venus despertando...un momento, sólo eso. 

"Algunos instantes se quedaron conmigo toda la vida. Porque la eternidad no es más que un vicio, luz que se enciende de a ratos" JORGE CURINAO.

viernes, 3 de septiembre de 2021

BEODOS, GRACIAS A DIOS.

 


Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.

Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán: «¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.

Charles Baudelaire

jueves, 2 de septiembre de 2021

LA BATERÍA

 LA BATERÍA


Autor: Sebastián Rogelio Ocampo Furlán. 


Había comenzado a ir de nuevo a la iglesia. Las cosas de la vida. Sentía que ni el psicoanálisis, ni la psiquiatría, ni la literatura iban a salvarme esta vez entonces no había encontrado mejor manera de salir del pozo que acercándome a Dios. Esa mañana yo estaba en la iglesia junto a mi familia. Le agradecía a Dios todo lo que mi papá hacía por mí. Yo había quebrado, un mal negocio, impulsivo, apresurado, y había quedado en la calle. Si no fuera por mi padre que me ayudaba económicamente no tendría con qué darles a mis hijos de comer. Ahora estaba ahí, de rodillas, junto a ellos, Sofía de siete y Felipe de cinco, mi esposa, y agradecía.


Salimos de la iglesia. Nos subimos al auto, un Ford K modelo 2012. Los chicos jugueteaban en el asiento de atrás. Le di arranque al auto y nada. Mi esposa, Yanina, me miró con los ojos abiertos como dos hostias inmensas.


-¿Qué pasa? – preguntó.


-No arranca - dije.


-Ya sé que no arranca- dijo.


-Creo que nos quedamos sin nafta – sentencié, pensé en mi padre, él siempre me salvaba de esas situaciones. -Venía marcando la lucecita naranja de la reserva.


-¿Y ahora?


Dudé en llamar a mi padre. Que se llegara hasta la iglesia y me diera una mano. Pero no. Tenía que intentar algo por mi cuenta. Salí del auto y agarré un bidón con líquido refrigerante que había en el baúl. Lo vacié junto al cordón de la vereda.


-Voy hasta la estación de servicio de la otra cuadra a buscar nafta – le dije a Yanina. Los chicos seguían jugueteando. Hasta les parecía divertido que el auto no arrancara. Qué linda edad esa, pensé.


Le dije al muchacho de la estación de servicio que me llenara el bidón de nafta súper. No sé por qué me entró miedo de que se hiciera una chanchada mezclando los restos del líquido refrigerante que habían quedado en el fondo del bidón y la nafta. Miedo.


-¿No pasa nada que el bidón tenía líquido refrigerante?- le pregunté al muchacho. Él me miró por debajo de la visera de su gorrita colorada.


-Na, no pasa nada – dijo.


La imagen de mi padre volvió a cruzarse por mi cabeza.


Abrí el tanque de nafta y empecé a volcar dentro el contenido del bidón. Parte de la nafta chorreaba hacia afuera. Demasiado.


-Estás tirando mucha nafta afuera- me dijo Yanina que miraba por el espejo retrovisor desde el asiento de acompañante.


Maldije a la vida. Apuré la nafta que quedaba en el bidón y chorreó por todos lados. Me olí las manos. Un olor asqueroso. Fui y di arranque al auto. Muerto.


-¿Y?- dijo Yanina.


Me encogí de hombros.


-Tal vez sea la batería – dije. Salí otra vez del auto. Trastabillé en la vereda. Me metí en la iglesia empujando con desesperación la puerta. Llamé a dos conocidos que me dieran una mano para empujar el auto. Yanina y los chicos que seguían gritoneando con alegría descendieron. ¿Cómo se hacía para arrancar un auto mientras te empujan? Volví a desear con toda mi alma que mi padre estuviera ahí, pero no. Hay que apretar el embrague, poner la llave en contacto y la marcha en segunda, recordé. Suspiré aliviado. Me empujaron y arrancó. Saludé a los muchachos con el brazo en alto. Aceleré varias veces a fondo. Los chicos llegaron corriendo al auto. Subieron junto a Yanina.


Hicimos varias cuadras, el auto fallaba, cada tanto amenazaba a pararse de nuevo. En una loma de burro tuve que frenar bastante y después de un sacudón el auto quedó muerto. Apoyé la frente en el volante. Recé en silencio.


-¿Qué hacemos?- preguntó Yanina.


Sacudí la cabeza como despabilándome de una pesadilla y les dije que descendieran. Gracias a Dios los chicos no se preocuparon, siguieron a las risotadas como si aquello fuera una aventura. Empujé el auto a un costado porque había quedado en medio de la calle. Respiré profundo, las manos en la cintura, miré para todos lados. Venían unos muchachos por la vereda.


-¿Me ayudan a darle un empujón?- les pregunté. Y mientras le preguntaba pensaba en llamar a mi padre. Sentí vergüenza. Los muchachos corrieron hasta el auto y se apoyaron en él como si fueran corredores de cien metros llanos a punto de largar. Me subí al auto, puse el contacto, la marcha en segunda y apreté el embrague.


-¡Pará! ¡Pará! ¡Pará! – gritó uno. Dios mío ¿Qué pasa ahora? Bajé del auto. - Tenés una goma pinchada también – dijo uno de los muchachos. Hicieron bromas sobre mi mala suerte. Les agradecí de cualquier manera y se fueron. Me apoyé en el auto con la cabeza sostenida por mis brazos cruzados. Yanina me miraba desolada como un náufrago que ve un barco pasar de largo. Me temblaban las manos. Saqué de mi bolsillo el celular para llamar a mi padre.


Al ratito vino mi viejo. Los chicos lo saludaron alegres. Besos por aquí, besos por allá. Yanina lo saludó con un abrazo. Mi viejo apareció con su chata y unos cables para cargar la batería. Me puso la mano en el hombro y me preguntó si yo quería que él cambiara la rueda. Le dije que no, quise que la tierra me tragara. Saqué el gato, la goma de auxilio y la llave cruz. Me puse a desenroscar las tuercas. Hacía una fuerza tremenda y no podía hacerlas girar. Recordé que la última vez un gomero me las había ajustado con una máquina automática que las dejaba muy apretadas. Seguí haciendo fuerza, me sentí hinchado, sudado, caliente, y no podía hacer girar la tuerca.


-Papá ¿Quién nos va a arreglar el auto cuando el abuelo se muera?- preguntó Felipe con esa voz tierna y esa inocencia inmaculada que lo envolvía.


No contesté nada, hice una fuerza descomunal y la tuerca giró. Agitado y con torpeza seguí dando vueltas a la llave cruz. Un hombre pasaba en bicicleta. Un perro correteaba por la esquina. Mi padre alzó a Felipe en brazos. Sofía le dijo algo a Yanina y sonrió. A unas cuadras de ahí se escuchaban las campanadas de la iglesia.


Sebastián Rogelio Ocampo Furlán