jueves, 30 de junio de 2022

PARACLAUSITHYRON

 



Wikipedia

Paraklausithyron (Ancient Greekπαρακλαυσίθυρον) is a motif in Greek and especially Augustan love elegy, as well as in troubadour poetry.

The details of the Greek etymology are uncertain, but it is generally accepted to mean "lament beside a door", from παρακλαίω, "lament beside", and θύρα, "door".[1] A paraklausithyron typically places a lover outside his mistress's door, desiring entry. In Greek poetry, the situation is connected to the komos, the revels of young people outdoors following intoxication at a symposiumCallimachus uses the situation to reflect on self-control, passion, and free will when the obstacle of the door is removed.[2]

Latin poetry offers several examples and variations on the exclusus amator ("shut-out lover") theme. Horace offers a less-than-serious lament in Odes 3.10 and even threatens the door in 3.26; Tibullus (1.2) appeals to the door itself; in Propertius (1.16), the door is the sole speaker. In Ovid's Amores (1.6), the speaker claims he would gladly trade places with the doorkeeper, a slave who is shackled to his post, as he begs the door-keeper to allow him access to his mistress, Corinna. In the Metamorphoses, the famous wall (invide obstas) with its chink (vitium) that separates the star-crossed loversPyramus and Thisbe, seems to be an extension of this motif. The appeal of the paraclausithyron derives from its condensing of the situation of love elegy to the barest essentials: the lover, the beloved and the obstacle, allowing poets to ring variations on a basic theme. This feature of amatory poetry may owe its origin to Greek New Comedy; as is often the case scholars look to Roman comedy to supply the deficiencies of the highly fragmentary remains of the Greek models and in lines 55 to 65 of PlautusCurculio is a specimen of a short but nonetheless completely bona fide paraclausithyron.

The motif is not merely a historical phenomenon: it continues in contemporary songwriting. Steve Earle's song "More Than I Can Do," for example, gives a typical paraklausithyronic situation with such lines as "Just because you won't unlock your door /That don't mean you don't love me anymore" as does his song "Last of the Hardcore Troubadours," in which the singer addresses a woman, saying "Girl, don't bother to lock your door / He's out there hollering, "Darlin' don't you love me no more?" Similarly, the first two verses of Jimi Hendrix's "Castles Made of Sand" involve paraklausithyronic situation of a man kicked out by his lover. Likewise, Bob Dylan's song "Temporary Likes Achilles" contains many features typical of the ancient motiv (lament at the door, long wait, presence of a guard as a further obstacle, etc) and recalls of the Roman elegiac paraclausithyron. 

domingo, 26 de junio de 2022

FAMILIA

 

Algo actúa de disparador (¿una foto?) y afloran los recuerdos: un joven, muy joven durmiendo la siesta en un sofá al lado de un señor mayor, durmiendo la siesta en otro sofá. La tele está encendida pero con el volumen bajo. Una mirada de cariño los merodea desde la cocina. Es la mujer del señor mayor; que ya terminó de lavar los platos y sonríe al verlos tan relajados. Nunca había tenido hijo varón, sólo hijas. Ese joven es el novio de una de sus hijas. Afuera se oyen lejanos pájaros piando sin cesar. Y a pesar de que están en una pequeña capital de provincias normalmente festiva, no es muy ruidosa a la hora de la siesta. Aplastante y con el implacable sol andaluz. Había cariño en el ambiente. Armonía. Había esperanza. 

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Ella estaba embarazada. Son muy jóvenes y no tienen trabajo ni dinero. Pero tienen familia de los dos lados. Y una de esas familias les dejó una vivienda en una ciudad cercana y la otra familia le dió a ella un trabajo. Luego el terminó los estudios y también consiguió un trabajo. Así que al final, cuando nació el niño, pudieron mudarse cerca de la madre de ella para que se quedara con el bebé mientras ellos trabajaban. Había cariño en el ambiente. Armonía. Había esperanza. Sin embargo, un hecho luctuoso fue como un anticipo de lo que vendría: murió el hombre mayor que años antes dormitaba en el sofá con un sufrimiento que podía haberse evitado. 

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Trabajo, techo, necesidades básicas: jamás faltaron. Siempre de algún lado salió la solución. Mejor o peor, pero solución, con buena voluntad, con la preocupación de que eso se resuelva y además, en familia. O con amigos y muchas veces, para amigos. Algunos que luego traicionaron esa mano tendida. Si alguna estaba estudiando y necesitaba faltar al trabajo, se comprendía. Si alguna tenía al hijo con fiebre y necesitaba faltar al trabajo, se comprendía. Había solidaridad. Si alguna quería dejar el trabajo, se la indemnizaba o se llegaba a un acuerdo. Si alguna quería hacer una experiencia en el extranjero, se aceptaba. Eran jóvenes. Porque siempre se partía del antiguo proverbio: "lo que siembres, cosecharás". Había tolerancia. Había ilusión. 

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Como en todos los grupos humanos, hubo errores, broncas, discusiones y malentendidos. Alejamientos y cosas que dañaron. Problemas de dinero, pequeños egoísmos y susurros que animaban al rencor y no al perdón. Como en todas las familias. Pero siempre se trataba de rescatar, de sumar y no de restar, con el optimismo por delante e intentando dar ejemplo y quitando hierro. Siempre se trataba de que en la balanza pesara más lo favorable, lo bueno para la pequeña tribu; que las tendencias negativas, las que siembran discordia y desconfianza, pesaran menos. Pero no era fácil. Construir es largo y laborioso y exige un esfuerzo de la voluntad, pero de la buena. En cambio, destruir es rápido, es dejarse llevar y, muchas veces, es irreversible. Pero eso todavía no lo sabían. 

Los años pasaban. Las circunstancias iban evolucionando con sus más y sus menos. Ajenos e inmersos como estaban en sus propios problemas no vieron venir la ola de individualismo, intolerancia y el fomento del odio que iba inundando la sociedad en la que vivían.  La religión en la que habían crecido, aunque no fueran practicantes, predicaba el perdón y exaltaba la familia pero la fuerza del rencor y la descalificación que campaban a sus anchas en las novedades tecnológicas podían más, mucho más. El dios era el dinero. Las desigualdades iban siendo mayores que nunca, millones de personas se iban empobreciendo y eran privadas de un papel en la sociedad. Hasta las luciérnagas iban desapareciendo del entorno, como metáfora del peligro de la sociedad de consumo. Algo de lo humano se estaba perdiendo. (Pier Paolo Pasolini). Era difícil predecir que muchos jóvenes estaban siendo devorados por el tsunami de intolerancia. Ella siempre se  acordaba de aquél que había intentado recuperar a su familia y decía: "esto de la familia es como una estatuilla de marfil. Se rompe, te da pena y la pegas, pero ya nunca volverá a ser lo mismo".

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Al final, él y ella, ya mayores y en esa nueva pareja que habían formado; que tanto habían luchado en sus respectivas familias, que tanto habían compartido, tantos cumpleaños, tantas tardes de playa, de juegos y de viajes, tantas alegrías y tristezas, de todo eso sólo quedaban las fotos como testigos descoloridos de un pasado cariñoso. A pesar de sus divorcios y sus inestabilidades, creían que algo había todavía, en el bote salvavidas. 

Se miraron y se preguntaron: ¿para qué tanto sembrar? Y repitieron al unísono ¿para qué?, sin entender cabalmente esas rupturas, esa indiferencia, esos alejamientos con algunos de sus hijos y nietos que parecían definitivos. Y ello dejaba paso a la siguiente pregunta: ¿por qué? ¿Tan mal lo habían hecho? El rencor que ennegrecía las almas de sus hijos, de ellos dos no lo habían aprendido, de eso estaban segurísimos. Pero las respuestas a tan poliédricas cuestiones nunca alcanzan, siempre son provisionales y quién sabe que parte de aciertos tienen. Es una lotería. Es inútil. 

Él, después de mucho pensar, dijo que le quedaba la satisfacción de todo lo bueno que era plenamente consciente de haber hecho, de haber disfrutado una niñez maravillosa con sus hijos, así como él había tenido una niñez maravillosa con sus padres. Aunque ahora no viera a sus nietos. Que ya ni los conocería si los viera por la calle. 

Ella siguió pensando pero no lograba encontrar nada que la conformara. Su niñez no había sido tan maravillosa y la de sus hijos, tampoco. Pero admitamos que tampoco fue tan trágica, salvo la desaparición de su hermano a manos de la dictadura militar. El desarraigo de su familia, cuando ella decidió emigrar a otro país, en plena adolescencia de los hijos había exigido de todos un esfuerzo extra de energías y adaptación, que, en lugar de unirlos, los había ido alejando aunque vivieran bajo el mismo techo. 

Le parecía imposible que el rencor y la neurosis le hubieran ganado la partida. Le parecía imposible que ellos no entendieran que "la unión hace la fuerza" y que en tiempos difíciles, la cercanía de la familia puede actuar como una malla de protección y que si no, "se los comen las de afuera". Todavía no conocíamos la expresión "violencia vicaria", que significa que uno de los componentes de una pareja predispone a los hijos contra el otro. Veneno.  

Cuando hay tantas incógnitas no está de más repasar a los filósofos. Y el que escribió mucho sobre la ira y otros sentimientos que envenenan la vida de la gente, fue Séneca (Córdoba, 4 a.C. - 65 d.C.), un filósofo estoico que, dirigiéndose a su hermano menor, escribió un largo tratado en el cual afirmaba que tal sentimiento hace más daño al que lo experimenta que al destinatario. Como un ácido, que corroe al recipiente antes de que llegue al lugar donde se vierte. 

Séneca sufrió muchísimo en su vida con su mala salud y su asma y dijo que no se suicidaba para no darle un disgusto a su padre. Vivió en pleno auge del imperio romano y fue tutor de Nerón, al que intentó enseñarle el autocontrol de sus emociones. Obviamente, sin éxito ya que los desbordes de crueldad de Nerón han perdurado a través de los siglos. 

Finalmente Séneca, sus dos hermanos y un sobrino se suicidaron antes de caer en las garras de Nerón, que los había condenado a muerte, cuando las movidas políticas se pusieron en su contra.

       Pintura de Manuel Domínguez Sánchez (1840-1906): Muerte de Séneca. 

Ella pensó que si Séneca, con todo el intelecto a su favor, terminó así, era hora de ir aceptando y digiriendo los hechos,  ya que no podía cambiarlos. Sin tantas fatigas y dejar el tema atrás. Bien atrás. Aprender de la madres de Plaza de Mayo y superar el victimismo. 

Después de todo algunos trozos del naufragio habían logrado ser rescatados y como la esperanza es lo último que se pierde...pues eso.





94 AÑOS

Extraído del muro de Gabriel Bobrow.

Me llaman Lilo pero mi verdadero nombre es Liselotte Leiser de Nesviginsky. Tengo 94 años, nací en Berlín, en una familia judía que era dueña de una importante cadena de zapaterías y llegué a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. Soy viuda luego de haber estado casada más de 50 años con un hombre extraordinario, buen compañero de vida y aventuras. Mi único hijo se llama Jorge, 58 años. Soy, también, una sobreviviente del nazismo. Claro que ese calificativo no alcanzaría para definirme como persona, pero creo que es una forma posible de empezar a presentarme. Voy a ir por partes. La cadena de zapaterías de mi familia, "Leiser", llevaba nuestro apellido y tenía más de treinta y cinco sucursales.

Para el año 1933 aproximadamente estuvo de visita en uno de nuestros negocios Alberto Enrique Grimoldi, el conocido fabricante argentino de zapatos, hijo a su vez de quien fundó esa empresa en 1895. Alberto había venido para aprender en los negocios de mi familia todo lo relacionado con la atención al cliente, la venta de calzado al público, la comercialización del producto.

Recuerdo como si fuera hoy que Alberto se sentó en banquito de madera de esos que se usaban entonces para ver en detalle, en vivo y en directo como se dice ahora, el procedimiento que utilizaban los vendedores de la firma. Ninguno de nosotros podía imaginar la importancia que tendría ese hombre que de tal modo se cruzó con nuestras vidas para siempre. Pasaron los años y la oscura estrella de Hitler siguió ascendiendo en una Alemania que se volvía cada vez más peligrosa y temible.

En el año 33 la cadena Leiser, cuyas fotografías pueden verse hoy en el Centro Conmemorativo del Holocausto de Montreal, fue "arianizada" y, como consecuencia de ese despojo cruel y racista, mi familia fue obligada a "asociarse" en forma compulsiva con una persona no judía y así pasar el negocio a manos "arias". En noviembre de 1938 se produjo la tristemente célebre noche de los cristales rotos, esa que quedó en la historia de Alemania con el nombre de Kristallnacht

A partir de ese episodio vinieron ataques permanentes y cada vez más duros contra los judíos con persecuciones de todo tipo. Sin ir más lejos, ya unos años antes, yo asistía a un liceo de señoritas hasta que a la edad de catorce años fui notificada por una profesora diciéndome, con una sonrisa entre cínica y fría, pero también como un alerta de lo que se venía, que debía buscar inmediatamente otro lugar ya que por ser judía no podría continuar estudiando en ese liceo.

Cuando la situación se volvió intolerable para todos nosotros, mis padres decidieron viajar conmigo desde Berlín a Holanda procurando buscar un lugar más seguro y tranquilo.

Recuerdo ese momento crítico y angustiante con el mayor detalle que mi débil memoria permite. Íbamos a embarcarnos, creo, en un avión de la línea Lufthansa. En la aduana los SS nos desnudaron por completo para comprobar que no lleváramos joyas escondidas en el cuerpo. Así era la vida entonces. En Amsterdam mi familia poseía también una cadena de zapaterías conocida como Huff, no tan grande como la de Alemania, pero igualmente importante y prestigiosa. En el nuevo destino no disfrutamos de la suerte esperada. En mayo de 1940 también ese país fue invadido y ocupado por los nazis. Ante el riesgo de perder también los negocios en Amsterdam se produjo la segunda y milagrosa intervención de Grimoldi, quien se hizo cargo de la cadena en Holanda mediante una operación comercial obviamente ficticia y con la promesa de devolver el patrimonio recibido no bien terminara la Guerra. Un verdadero pacto de caballeros. También aunque yo era muy joven para conocer el detalle sé que cuando mi familia aún estaba en Alemania le envió dinero a él con la sola promesa de palabra de que luego lo devolvería.

Y así fue. A veces me preguntan por qué mi familia confió tanto en Grimoldi. La respuesta es mucho más simple de lo que podría suponerse. Mis padres decidieron asumir el riesgo y, así, aferrarse a la promesa de ese hombre que, en un mundo que se les caía encima, les generaba confianza. A veces en la vida hay que dar un espacio a los valores permanentes de la condición humana.

Lo que pasó después es algo muy triste de contar y evocar para mí. Un día, a las seis de la mañana yo estaba parada y como perdida en la puerta de nuestra casa en Amsterdam; en la noche anterior había salido a bailar con unos amigos en un bar de las cercanías cuando llegaron los de la Gestapo. Debo advertir que un poco antes de eso, en un último y desesperado intento de prevención y anticipo de la tragedia inminente, mi familia obtuvo a cambio de una fuerte suma de dinero pasaportes costarricenses.

Fueron otorgados por el conde Rautenberg, cónsul por entonces de ese país centroamericano. Me animo a decir que la posesión de esos documentos que nos brindaron la ciudadanía de un país que jamás conocimos nos salvó la vida. Y no exagero. De no contar con ellos nuestro destino seguro eran las cámaras de gas de Auschwitz.

Pero aún con esa ventaja adicional nos llevaron primero a un colegio grandote donde dormíamos en el piso en condiciones muy precarias y finalmente terminamos alojados en el campo de concentración de Westerbork, un lugar de tránsito en realidad. Fue el mismo donde estuvo Ana Frank, la autora del famoso diario íntimo, antes de ser trasladada a Auschwitz para matarla como ya lo habían hecho los nazis con una tía mía, su esposo y su pequeña hija. En Westerbork dormíamos en barracas ruinosas y fuimos tratados como animales o menos que eso. De un lado pusieron a los hombres y del otro a las mujeres. Hacíamos nuestras necesidades en letrinas asquerosas, simples agujeros cavados en el piso, y nos limpiábamos con papel de diario cuando había. Las camas, de dos o tres pisos de alto, eran de hierro y con colchones de paja. Por las mañanas nos lavábamos como podíamos en los mismos bebederos que se usaban para el ganado. Tengo de esa época un recuerdo insignificante pero, quién sabe por qué, muy importante para mí. Secretamente me hice una almohadita rellena con crines de caballo que llevé y usé en todos los lugares por donde anduve en la vida. Aún hoy la conservo.

Dentro de todo, y en comparación con los demás, tuve suerte porque una prima mía ya estaba en el campo y se había hecho amiga de uno de los médicos que trabajaban ahí. Si no me equivoco se trataba del doctor Spanier, también judío y obligado a trabajar como todos en el hospital del lugar. Yo, usando un brazalete que todavía conservo al igual que la estrella amarilla que nos obligaban a llevar en todo momento, trabajé en el hospital como cocinera. Para alimentar a mis padres y a otras personas juntaba a escondidas viejas cáscaras de papas, zanahorias o batatas y con eso, más algunos huesos que encontraba por ahí, preparaba una especie de sopa horrible que sin embargo sirvió de alimento para muchos.

Lo que sigue a esta historia tiene que ver con la ansiada liberación. Llegó al lugar una autoridad de la cancillería alemana y constató la autenticidad de nuestros pasaportes costarricenses. Hacia 1944 nos trasladaron entonces a un campo de refugiados en Francia llamado la Bourboule. Una semana después se produjo el desembarco en Normandía y, qué emoción me da contarlo ahora, nos abrazamos todos llorando y corrimos hacia los alambrados de púas, los cortamos casi con los dientes y gritamos la palabra libertad, libertad, libertad, una, dos, cien veces. Una nueva vida empezaba para mí en ese instante.Y lo vivido entonces fue inolvidable para mí, para mis padres y para las demás víctimas judías o de otro origen que habían conseguido sobrevivir a una vida espantosa en el mejor de los casos, o a una muerte segura. Dado que conocíamos a gente amiga y familiares en Uruguay nos embarcamos hacia ese país, más precisamente a Montevideo, donde, en el barrio de Pocitos, permanecimos alojados durante aproximadamente nueve meses en una pensión. 

Queríamos ingresar a la Argentina pero eso no parecía posible por razones políticas: sabemos que la Argentina puso trabas para la inmigración de los judíos durante esa época.

Es entonces cuando se produce la tercera y nuevamente milagrosa aparición de Alberto Enrique Grimoldi, a quien por supuesto no olvidábamos. Él tenía contactos a diferentes niveles gubernamentales de Argentina y actuó como garante personal para permitir nuestra llegada a este país. Parece que le dijo al gobierno, presidido entonces por Perón, que nuestro conocimiento era fundamental para potenciar sus planes en la empresa. Acto seguido Grimoldi devolvió a mi familia el dinero y todo el patrimonio de los negocios de Holanda que habían quedado a su nombre, un gesto que mi familia conoce muy bien y que rescato en mi memoria como un tesoro inapreciable y eterno. Es curioso lo que pasó después o... lo que no pasó.

Junto a mi marido me dediqué a la actividad turística, llegamos a organizar el primer contingente de viajeros argentinos a la Antártida, la vida siguió su curso. Pero lo cierto es que finalmente perdí todo contacto con los Grimoldi. Alcancé a saber que el hombre que nos había ayudado tanto en momentos de grave riesgo para mi familia había muerto. Si no me equivoco en 1953. Todo lo vivido pareció entonces perderse para siempre en el olvido. Un día, no sé por qué, me puse en campaña junto a Virginia, una gran amiga y asistente, para ubicar a los Grimoldi. Fue como querer retomar en parte el hilo que se había roto. Ayudó en tal sentido un artículo aparecido en un diario donde se mencionaba a esa familia y su historia con algún detalle. Virginia, bastante más moderna que yo en el manejo de Internet y esas cosas, se ingenió para dar con Grimoldi hijo, el actual presidente gerente de la empresa. Le enviamos juntas un mensaje electrónico y así se retomó el vínculo. Fui invitada a una reunión convocada en la fábrica con toda la familia para que yo contara el comportamiento que tuvo Alberto con nosotros. Eso fue muy emocionante para todos. Lo que dije en ese encuentro lo repito ahora. Ojalá todos los hombres actuaran como lo hizo Grimoldi. Su hijo, Alberto Luis, es el actual presidente y gerente de la empresa y más allá de eso es, debo decirlo con todas las letras, un amigo permanente de la familia que nunca se olvida de nosotros

Tengo 94 años y pese a todo lo pasado y sufrido estoy feliz de estar aún en el mundo.

miércoles, 22 de junio de 2022

DINERO

A mediados de la década del 30, en el Politburó de los bolcheviques se libra un encendido debate: ¿existirá el dinero en el comunismo o no? Los trotskistas, que están a la izquierda, afirman que el dinero no existirá, pues sólo es necesario en sociedades donde existe la propiedad privada, mientras que los partidarios de Bujarin, más derechistas, afirman que por supuesto que existirá el dinero en el comunismo, puesto que toda sociedad compleja necesita dinero para regular el intercambio de productos.

Cuando finalmente interviene el camarada Stalin, rechaza tanto la desviación izquierdista como la derechista, afirmando que la verdad es siempre una síntesis dialéctica superior de los opuestos. Cuando otro miembro del Politburó le pregunta cómo será esa síntesis, Stalin responde con mucha calma: «Existirá el dinero y no existirá. Algunos tendrán dinero, y otros no».

domingo, 19 de junio de 2022

PADRE

 


MARCELO ALEJANDRO CAPARRA. 

El Día del Padre me levanto temprano para ir a comprar facturas para mis tres hijas. Busco agasajarlas a través de mí. Nadie me obliga, lo hago porque "quiero", o porque sí. No se me ocurre una síntesis más perfecta de nuestra condición. El padre es un hombre que ya ha dejado de ser propiamente una persona –es decir, carece de voluntad propia, apetencias o libre albedrío– para volverse un pasamanos, un vampiro al revés: no vive, se deja vivir, se ha vuelto arteria interplanetaria, pone su cuerpo-puerco a disposición de los usuarios y ve pasar la vida a través de él. Soy una vaca (no creo en el “instinto” ni en categorizaciones sexogénero: creo en el sacrificio que disuelve el yo o lo anula para encomendarlo a algo superior, creo en la entrega y en el amor) y mientras mis terneros chupan, me autoengaño o me ilusiono con ver la vida un poco más. Voy corriendo los límites: doce, quince, dieciocho; primaria, triple duelo, segundo divorcio, acto académico, mayoría de edad. Ahora que lo pienso, yo también las uso: las uso para no morir. (Los hijos son una trampa mortal). El día que cargaron la Tarjebús y me dijeron “nosotras podemos volver solas, papá”, conocí el horror y estuve una semana sin hablar. Ya no puedo tomarlas del brazo para cruzar al otro lado. Ni siquiera mi apellido es enteramente mío: un puñado de pitufos mal peinados, de canallas imberbes, de torpes picaflores hormonales lo utiliza en contextos procaces, me oigo mencionado pero el mensaje no es para mí. Deshojado en el otoño, me desparramé. Enmascaro la cobardía de no morirme todavía en una metáfora tradicional y trepidante. Mi salario es un chiste, un dibujo torpe a cuatro manos, una sonrisa. Seis de membrillo y seis con crema pastelera, por favor. No no, dulce de leche no. Después de los cuarenta, “felicidad” se vuelve una palabra resbaladiza, un significante con un significado siempre cambiante, vertiginoso, desplazado. Me veo oscuramente reflejado, pero cuando las miro sin buscar. Debo buscar en los escombros de décadas, remover siglos, eternidades de desmemoria planificada, debo reconstruir el espinazo de la familia, debo disimular el yuyo amargo, debo partirme en tres. Les dediqué tres libros que nunca leerán: mejor así. Ya bastante tienen con ser lo que serán (imagen para un sueño: tres hormiguitas hombreando trabajosamente un ataúd relativamente prestigioso por la ciudad, ¿a dónde me llevan?, ¿hacia dónde van?). Tengo que sacarles fotos a escondidas porque, claro, para ellas el presente es un rumor inacabable y la muerte una abstracción. Si el tiempo no pasa, sacar fotos es despilfarro y tautología. A la más chiquita le enseñé a decir “Darth Vader”. Pienso en estas chucherías mientras regreso a casa (la primera panadería estaba cerrada, tuve que hacer tres cuadras más) cascabeleando con las facturas y el catarro a cuestas, el sol se despereza del otro lado de la avenida, busca, como yo, un abrazo triple con lagañas, a fin de cuentas todos peregrinamos algo. Odio a Piero, odio a mi papá: procuro no volverme él, pero la pulseada es más difícil cada vez. (Un pájaro muy negro vive en mi pecho, quisiera sobreponerme a mí). Le digo a mi cara que piense algo lindo. Procuro detener el tiempo, saborear el sol de la mañana y no llorar. 


✍️🎁💝

sábado, 18 de junio de 2022

INCISIVOS

Cuento corto de Mónica Bardi

"Perdóname, Señor, porque he pecado. Rezaré todo lo que haga falta, te lo prometo, pero perdóname".

Entonces apareció Dios y dijo: "No será para tanto".

"Si, Padre misericordioso, es para tanto"

"Pero cuéntame, ¿qué ha pasado? ¿Qué has hecho?"

"Pero, Señor... usted que todo lo sabe...¿no lo sabe?"

"No, hijo, estoy sobrevalorado... a veces me falla la conexión".

"Ah, bueno, entonces le cuento. Yo tenía un paciente... ah, yo soy dentista, por si no lo sabía... bueno, a lo que iba... yo tenía un paciente espantoso: nunca estaba conforme, pagaba mal, se ausentaba de las visitas y me amenazaba con denunciarme, amargándome la vida".

"¡Ay, pero qué malo!" dijo Dios consternado.

"Y resulta que yo le hice un trabajo precioso; realmente puse toda mi habilidad y sapiencia en esos incisivos que quedaron espectaculares. Pero él... él siempre quejándose para no pagar".

"Muy mal, muy mal" dijo Dios que, claro, siempre estaba juzgando porque ese era su trabajo. "Pero entonces", agregó "estás en paz con tu conciencia, hijo mío. ¿Por qué lloras?"

"Pido perdón, padre misericordioso,  porque mi paciente se cayó de la moto y se reventó los incisivos... y yo estoy llorando de risa". 



NO EXISTE

Roberto Valero

LA SILLA

Aristóteles decía que ante un hecho a explicar, la mejor explicación era la más sencilla.

Un profesor de filosofía entra en clase para hacer el examen final a sus alumnos. Poniendo la silla encima de la mesa dice a la clase:

- Usando cualquier conocimiento aplicable que hayan aprendido durante este curso, demuéstrenme que esta silla no existe.

Todos los alumnos se ponen a la tarea, aventurándose en argumentos para probar que la silla no existe. Pero un alumno, después de escribir rápidamente su respuesta, entrega su examen ante el asombro de sus compañeros.

Cuando pasan unos días y entregan las notas finales, ante la estupefacción de todos, el alumno que entregó su examen en 30 segundos obtiene la mejor calificación. Su respuesta fue: "¿Qué silla?"

jueves, 16 de junio de 2022

POBREZA

ESA ES LA CUESTIÓN por el dr. SEBASTIÁN ROGELIO OCAMPO FURLÁN. 

Hace poco me pasó algo, algo que me movió todas las estanterías, algo que me hizo replantear miles de cosas o tal vez una sola cosa, “La cosa”: ser un boludo pero soberanamente con todas las letras. Me pasaron una atención en una villa en zona sur, el motivo de consulta era obnubilación en un paciente de diecinueve años. Ya estaba oscureciendo, a veces uno duda en meterse o no en estos barrios, pero me metí. Atravesé cuadras y cuadras dentro de la villa. Casas de chapa, madera, bolsas; un carro con el caballo, perros vagabundos; un auto destartalado y abandonado en una esquina, las zanjas podridas. Llegué a la dirección, una casa en una esquina. Había un tapial alto todo pintarrajeado con aerosol. No había timbre. Golpeé una puerta de chapa con un vidrio roto remendado con un cartón. 

¿Quién es?, preguntaron desde adentro.

El médico, dije.

Abrió la puerta una mujer joven, teñida de rubia, ojos tristes, gruesa pero no gorda, tenía el tatuaje de una estrella en la mano. Me hizo pasar a un patio. Había un auto gris con la puerta de atrás abierta y se veía a alguien durmiendo, acostado en el asiento. Más allá del auto había maderas apoyadas contra la pared y en el piso, un tacho de 120 litros carcomido por el óxido, un parrillero con bolsas de portland encima. Un gato en un rincón.  

¿Qué anda pasando?, pregunté.

Es mi hermano, dijo la mujer.

Ella me contó que hacía dos noches que él no dormía. Que estaba pasado de merca. Que ahora hacía una hora y media que estaba tirado en el asiento de atrás del auto. Me empezó a contar que al hermano, que tenía 19 años, lo había dejado una novia hacía cinco meses y que desde entonces se había empezado a dar con todo lo que se le cruzaba. Que no podían pararlo. Que iba a drogarse y desaparecía por cuatro o cinco días y después volvía destruido. 

No sabemos qué hacer, dijo.

Un hombre apareció de una puerta que daba a lo que parecía el comedor, pude ver una mesa con una revista encima y un televisor encendido. El hombre me dijo que era el padre. Estaba compungido. La mirada opaca, las comisuras de los labios caídas. 

¿Qué podemos hacer?, dijo el hombre.

Me acerqué al muchacho en el auto. Le toqué la pierna.

Amigo, amigo, soy el doctor, ¿te puedo dar una mano?, le pregunté.

Se incorporó de golpe. Me miró con los ojos desorbitados, el ceño fruncido. Pensé que iba a golpearme entonces retrocedí unos pasos. Él no dijo nada, me miraba, un hilo de baba le caía de los labios. 

Quiero ayudarte, soy el doctor, dije.

¿Qué pasa?, preguntó. La voz arrastrada.

La hermana le dijo que habían llamado al médico porque estaban preocupados.

Hace dos horas que estás ahí tirado en el auto, dijo ella.

El muchacho salió del auto. Se apoyó en el baúl.

Estoy bien, dijo. Se restregó la cara, tenía los cabellos despeinados. Quiero lavarme, agregó.

Entró en el baño. Se escuchó el sonido de agua corriendo. Apareció con el rostro húmedo. 

Estoy bien, dijo. No había agresividad en él. Estaba despabilado.

La hermana le dijo que me dejara revisarlo.

Está bien, dijo él. El padre trajo una silla de madera. El muchacho se sentó estirando las piernas.

Procedí a tomarle la presión, auscultarle el corazón y los pulmones. Hice un rudimentario examen neurológico en la medida de las posibilidades. 

¿Cómo te llamas?, le pregunté.

Gustavo.

¿Te acordás cuántos años tenés?

Diecinueve.

¿Y en qué mes estamos?

Se rió. ¿Usted me está preguntando en qué mes estamos? ¿No sabe?

Quiere saber si estás bien, dijo la hermana.

Ah, jaja, en septiembre, en septiembre.

¿Qué paso?, le pregunté.

Estuve tomando mucha merca, dijo. Me pasé de rosca.

Tenés que aflojarle, hermano, le dije. Te vas a morir si seguís así.

Dígale, dígale, doctor, dijo la hermana. 

Explíquele, dijo el padre.

Ya era de noche. Se escuchaba un camión pasando por la calle. La televisión encendida en la cocina de fondo. Me puse a explicarle a Gustavo que la cocaína le atrofiaba el lóbulo frontal. Que el lóbulo frontal era una parte del cerebro muy importante en la vida de relación, en las funciones cognitivas. Que un exceso de cocaína además podía provocarle un infarto agudo de miocardio, que podía dejarlo con secuelas neurológicas, que podría inducirlo a un brote psicótico o a trastornos del estado de ánimo; que la cocaína lo transformaría en un ser impulsivo, que no mediría la consecuencias de sus actos, que probablemente terminaría desnutrido, con el tabique nasal perforado, con hemorragias,   entonces mientras decía toda esa sarta de fruslerías científicas, miré a un costado. Vi un fuentón rojo con agua sobre el piso, al gato sucio que caminaba con la cola erecta, una chapa tirada a un costado horadada por el óxido, el tatuaje de la estrella en la mano de la hermana, los ojos agobiados del muchacho, pensé en lo que significa para un adolescente que lo rechace una mujer, y sentí vergüenza, mucha vergüenza. No hay mayor derrota para un adolescente que una mujer lo plante. Lo sé, porque todos, de algún modo, estuvimos ahí. 

Me encojí de hombros. Cabizbajo les dije que iba a retirarme. El muchacho se puso de pie. 

Gracias, doctor, me dijo.

Lo abracé, me dio un beso en la mejilla, sentí la boca húmeda en la mejilla.

Quise salir corriendo pero caminé hasta la puerta y me despedí. Me fui con la imagen del muchacho tirado en el asiento del auto. Me fui con la imagen de él al levantarse y lavarse la cara. Después me escuchó todo lo que le dije. En ningún momento hablé del amor, de sus aventuras y desventuras, de sus desgarros, de los momentos en que todos los seres de este planeta nos arrodillamos para pedir que nos besen, que nos abracen, que nos cobijen, que nos escuchen, que nos comprendan.  

Anduve manejando un buen rato antes de cerrar la consulta y pasar a otro paciente.  El barrio estaba partido al medio por alguna cumbia que sonaba por ahí, por un par de tiros, por un perro que me perseguía ladrando. La noche tenía una luna inmensa y triste. No había estrellas en la ciudad. 

Una y otra vez yo miraba mi cara en el espejo retrovisor.


Easinoma hermano Dr. Sebastián Rogelio Ocampo Furlán

miércoles, 15 de junio de 2022

LA LEYENDA NEGRA

       


      GESTA ESPAÑOLA

"JUAN GALATAS, escritor y viñetista, emana el aire del artesano que se deja un pedacito de sí en cada obra. Rechaza el retoque por ordenador -《he trabajado demasiado frente a una pantalla, la tecnología a veces me ahoga》confirma- y sus armas son los pinceles y las acuarelas, poco usadas en el cómic. En su última obra "Magallanes y Elcano. Más allá del horizonte" (KOLIMA BOOKS), que presenta estos días, mezcla esos ingredientes con un buen chupito de historia para alumbrar un cóctel dirigido a todo aquél que quiera saber un poco más sobre la primera vuelta al mundo. El cómic, un género cada vez más ligado a la divulgación histórica, narra una gesta por la que se pasa de puntillas en los colegios y que, está convencido GALATAS, 《hay que divulgar más》. Él lo ha hecho a través de medio millar de dibujos - 501, para ser más concretos- poco antes de que se célebre el quinto centenario del regreso de la expedición el 6 de septiembre de 2022. Es una responsabilidad ya que la sociedad arrastra todavía muchos tópicos extendidos por la LEYENDA NEGRA.

"Lo que más me ha dolido ha sido leer en libros ingleses que Drake fue el primero en dar la vuelta al mundo. La realidad es que no había nacido cuando Elcano la completó hace 500 años". No es la única falacia que GALATAS saca a relucir en el cómic. A través de sus viñetas también  demuestra que la gesta fue más rojigualda (española) que un botijo; y eso a pesar de que Fernando de Magallanes fuese oriundo del país vecino (Portugal). 

"Fue una hazaña con liderazgo español, con una tripulación internacional y que tuvo repercusión mundial. El proyecto fue rechazado a Portugal porque ya tenían su ruta de las especias. Cuando el marino llegó a España castellanizó su nombre y fue leal a Carlos I". El número de marineros ayuda a derribar el mito. " Había 85 extranjeros de un total de 250 tripulantes", sentencia. Esa ingente cantidad de almas partió el 10 de agosto de 1519 en 5 naves. Su objetivo: alcanzar LAS MOLUCAS navegando hacia el oeste. En el camino fallecieron el propio Magallanes y su sucesor, Dante Barboza. 

Al final, el mando recayó en los hombros de Juan Sebastián Elcano. "Me sorprende cómo consiguió llegar desde la isla indonesia de Timor hasta Sevilla con una nao carcomida que se hundía, cargada de clavo y una tripulación enferma que moría de hambre. Y, para colmo, en la zona sur del Índico, donde las olas son enormes y van en sentido contrario, como el viento", sentencia. (...) Porque  la llegada fue, en definitiva, una pesadilla. 

"Tenía que ir muy alejado de la costa y de la ruta portuguesa para evitar que lo apresaran". Al final, tras 3 años de hambre, sed e infortunios, 18 marineros arribaron a lomos de la nao Victoria al puerto de Sanlúcar  de Barrameda el 6 de septiembre de 1522. En su cómic, GALATAS recoge incluso la emotiva carta que el marino envió a Carlos V aquel día: "Hemos descubierto y dado la vuelta a toda la redondez del mundo" (...) Y es que sus páginas se sustentan en 《los relatos de los protagonistas》, sobre todo las narraciones de los tripulantes como Antonio Pigafetta, Ginés de Mafra, Francisco Albo y el propio Elcano". Y eso, sin contar con las crónicas de tripulantes recopiladas por Transilvano o Fernández  de Oviedo y, siglos después, la pila de obras que han analizado ese viaje.

La recompensa es el aval de la entidad V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo del Ministerio de Cultura. 

Artículo del diario ABC.

lunes, 13 de junio de 2022

BRUJAS

 🐏  EFEMÉRIDES. Del muro de Marcelo Alejandro Caparra.

               Pintura de Mónica Bardi

El 10 de junio de 1692 murió ejecutada en la horca Bridget Bishop, la primera persona en ser juzgada durante los juicios de Salem, luego de ser declarada culpable de "practicar brujería". 

⠀Todo había comenzado algunos meses atrás, en febrero de 1692, cuando dos niñas de 9 y 11 años de edad, la hija y la sobrina del reverendo Samuel Parris, comenzaron a experimentar convulsiones y a manifestar misteriosos síntomas. Un doctor concluyó que las niñas estaban sufriendo los efectos de un acto de brujería. Ellas corroboraron el diagnóstico y, ante la presión del médico y de sus padres, nombraron a los presuntos responsables de su sufrimiento. 

⠀Los primeros residentes de Salem en ser acusados de brujería fueron Sarah Goode, Sarah Osborne y Tituba, una esclava india proveniente de Barbados. Tituba confesó el crimen, y ayudó a las autoridades a identificar a las demás brujas de Salem. 

⠀En junio de 1692 se convocó a un tribunal especial para juzgar a los acusados. Bridget Bishop había sido identificada como bruja por más personas que cualquier otro acusado, por lo que fue la primera en someterse a juicio. Bridget Bishop fue ahorcada, y a ella le siguieron otras 13 mujeres y 5 hombres (y perros, agrego yo 🐕 ). 

(Congreso Internacional de Magia, Brujería y Superstición).

domingo, 12 de junio de 2022

EL PELO NEGRO

 Por Mónica Bardi

        Dibujo de Mónica Bardi

Volvió ella de un viaje de trabajo. Era una científica reputada y respetada. Claro que, como toda científica, para cada hecho observable, hurgaba en una búsqueda incesante hasta dar con una respuesta justa. Igual que los psicólogos que se remontan al origen del parto hasta para explicar un inoportuno eructo. Por tales razones preguntó con exagerada insistencia a su marido por ese detalle en el cuarto de baño, aparentemente superfluo, que no escapó a su agudo ojo clínico. El se explicó o, mejor dicho, intentó explicarse por todos los medios a su modesto alcance. Pero claro, aquéllo no era plausible ni convincente... no tenía base teórica. Y lo dejaba a él en entredicho. Lo que, en realidad, no lograba hacerle entender a él, es que ella no interpretaba ese detalle como una infidelidad, sino que todo era por una cuestión puramente metodológica, por un amor al conocimiento, por un apego a la verdad y no por esa trivialidad de los celos. Ella no deseaba compartir sentimientos vulgares con otras personas igualmente vulgares. El enredo llegó a un punto tal que decidieron apelar a la gran inteligencia natural de la suegra, o sea, la madre de él, una anciana muy respetada. Ella los escuchó con profundo interés y en absoluto silencio. Cuando estaban ya esperando un diagnóstico  de la situación, una palabra... algo... la viejita estalló en estrepitosas carcajadas y tanto se rió, que su corazón no resistió y allí mismo se murió. 

Superado ese trance espantoso y como el asunto original quedaba pendiente, el interrogante seguía flotando en un sinvivir. Eso resquebrajó la mutua confianza de la pareja hasta que uno de los hijos vino de vacaciones y notó una atmósfera enrarecida, una nueva incomodidad en ese hogar, otrora armónico, y decidió encarar la situación. Hubiera preferido no entrometerse, pero su curiosidad pudo más y preguntó con delicadeza: "¿pero cuál fue ese detalle, mamá, que tanto te inquieta?" Cuando ella iba a responder, el padre empezó a protestar: "Es que tu madre y su poderoso instinto científico me tienen hasta el gorro... ve visiones absurdas".

"¡No veo visiones! Quiero corroborar algo real con una base empírica" soltó solemnemente ella. 

"Y dale..." suspiró el pobre mortal del marido, que solo se interesaba por el fútbol. 

"¡Pero bueno, basta ya!" intercedió el hijo, bastante contrariado: "¿me van a decir de qué se trata?"

La madre decididamente rompió el fuego: "Lo que pasó fue que a la vuelta del viaje, cuando me fui a duchar encontré un largo pelo negro en la bañera. Yo soy rubia de pelo corto y éste es calvo. ¿Alguien me puede explicar como llegó ese pelo allí?"

"¿Y eso es todo?" replicó boquiabierto el hijo. "Pero... pero... para eso hay mil explicaciones"

"¿Si? Dame una." desafió la madre. 

"Entró por la ventana con el viento"

"Ese baño no tiene ventanas, como bien sabes" replicó al instante la madre. 

"Eh... eh... quedó allí desde que vino la mujer de la limpieza"

"No tenemos mujer de la limpieza. Limpio yo", replicó muy digna. 

El hijo, que era un alto mandatario de la administración pública, puesto a dedo, por la libre designación del gobierno de turno, vió allí la única salida posible. Y pensó: "Ahora o nunca". 

Saltó como un resorte: "¿me estás diciendo que tú, mi madre, con todas las horas que estás trabajando en la consulta, no tiene AYUDANTE EN CASA?!? terminó en un alarido.

El padre se iba reduciendo a tamaños liliputienses y sus ojos danzaban desesperados, buscando un escape inexistente. 

La madre, perturbada por ese violento golpe de volante argumental de su hijo, había enmudecido. Lo cual envalentonó todavía más al hijo, que ya se sentía en un mitin político, rodeado de gente aplaudiendo. Y continuó: "con todo el dinero que se gastan en viajes y otras pavadas y tú, mamá te partes la espalda, ¿pasando la fregona y limpiando cristales subida a una escalera? Papá, mamá, a los dos me dirijo: ¡¡no podemos seguir así!! ¡Van a arruinar mi carrera política si esto se sabe!

"Pero si es tu madre la que no quiere que la ayuden: ella lo hace mejor que nadie en el mundo entero", murmuró el padre con rencor, en una voz apenas audible. El efecto posterior a ese comentario fue como echarle gasolina al fuego. 

"¡¡Me da exactamente igual: la contratas tú, papá!! ¡Con un par de huevos!¡Y ojo a quien contratas!¡No la vayas a sacar de un puti club! ¡Ya me pasaré yo por aquí a ver como van las cosas... así que ya lo saben, he hablado muy claro y quiero resultados. Y pronto!

Después de echar unas miradas admonitorias de padre a madre y viceversa, en actitud de mafioso siciliano, salió dando un portazo. 

Hombre y mujer se miraron perplejos y allí, solo allí, vivieron en carne propia las habilidades de un político de pura sangre, que sabe cómo desviar la atención del asunto principal y dejar a los demás en pelotas, por expresarlo  gráficamente. Ya nadie se acordaba del largo pelo negro. Secretamente se felicitaron por ese hijo, que nadaba en océanos de manipulación y corruptelas,  sin perder el rumbo prefijado. 

"Y ahora, ¿qué hacemos?" se dijeron al unísono mientras se miraban con un recuperado cariño.  

"¡CONTRATAR A UNA LIMPIADORA!"