lunes, 29 de agosto de 2022

EL DOCTOR SÁNDWICH

 


EL DOCTOR SÁNDWICH

Por Juan Solá (basado en una historia real).

Un día vas a entrar con tu traje y tu corbata a Tribunales, ¡vas a ser reconocido!, vos haceme caso, me dijo Ramón. Ramón me quiere mucho, yo me doy cuenta. Debe ser porque los abuelos no son abuelos, sino dos veces padres.

Hoy me acordé de Ramón y de ese anhelo pueblerino que tenía de verme enorme. La copia de M'hijo el dotor me miraba desde la repisa y qué orgullo hubiese sentido Ramón si me hubiese visto contando fojas. Pero no, qué fojas ni fojas. Me dolía un poco que sobre la mesa no hubiese sellos, ni expedientes, ni rastros de tinta. Me dolía un poco estar contando fetas de queso.

Mamá siempre decía que la pobreza te hace ingenioso y aunque no necesitara demasiado ingenio para montar un pebete de jamón y queso, venderlos era otra historia. La gente en la calle es desconfiada: andá a saber de dónde sacó el jamón, andá a saber a cuánto compró ese queso, andá a saber si se lavó las manos antes de envolverlos.

A veces, quisiera responderles. Quisiera decirles lo temprano que me levanto para que Julio me dé a mí el mejor pan, o hacerlos esperar conmigo los minutos eternos de fila para conseguir el muzzarella de buena marca un poquito más barato, mientras espío los carritos de los demás, llenos de postrecitos de chocolate y vinos que jamás podré invitarle a Ramón, que postrado en su ranchito de chapas todavía me piensa de traje y corbata y jamás soportaría esta realidad que aprieta más que la cofia que uso para que los pelos no se me vayan con los sánguches.

Los Tribunales de la calle Rojas se parecen un poco a un complejo de viviendas abandonadas, con los aires acondicionados destartalados escupiéndole viento caliente al mediodía. Subí los escalones con el sol pisándome los hombros con tanta crueldad, que me sentí una hormiga negra bajo la lupa cínica del chango que se escapa al patio porque no quiere dormir la siesta. Si vendo mucho, me doy el gustito y me compro una coquita, pensé.

A la hora del almuerzo, los empleados largan mate, fojas y teclados y se escapan hasta algún barcito a comer frituras. Golpeé muchas puertas que no se abrieron y sonreí sin ganas a través de las ventanillas desde donde me miraban con un poquito de pena y otro poquito de asco. Pero no me importaba. La pobreza te hace ingenioso, pero también te hace corajudo.

Muy rico todo, decían algunos. Volvé mañana, me pidieron otros. Había vendido casi todo y aquello me alivió más que los dos minutos de aire acondicionado que me regaló la señora que me hizo pasar a su oficina para darme la plata.

No me imagino cuán boba habrá sido la sonrisa que se me había dibujado en el rostro. Iba saliendo con el peso de los billetes en el bolsillo y esas ganas que no se me iban de tomarme una gaseosa y supongo que habrá sido por eso que cuando el cana me pegó el grito me asusté tanto, como si recién me hubiese despertado y la pieza estuviera en llamas.

¿Qué está haciendo, señor?, me dijo. ¿Usted no sabe que acá está prohibida la venta ambulante?, me reclamó. Retírese, retírese.

No alcancé ni a pedir disculpas. Me hubiese gustado que al menos me pidiera por favor. Retírese, por favor, podría haber dicho, pero nadie le pide por favor al pibe de los sánguches.

Ese día dormí tranquilo porque pagué la pieza y me tomé la coquita y hasta me alcanzó para un helado. Estaba contento, tan contento que al otro día no me costó nada levantarme temprano para buscar el pan calentito en lo de Julio. Tan contento, que los carritos de supermercado ajenos, llenos de chocolate y vino, no me importaban ni un poco.

Canté mientras cortaba el pan y canté un poco más mientras contaba las fetas y a lo mejor los vecinos de la pensión pensaron que me había vuelto loco, pero qué importaba.

Esta vez me avivé y fui para Tribunales más temprano. Vendí muchos sánguches, más que el día anterior. Algunos de los empleados me estaban esperando. La señora del aire acondicionado me hizo pasar de nuevo, me ofreció un vaso de agua fría y me dijo que qué rico pan, que dónde lo había comprado. Andá a saber dónde compra el pan, le habrán dicho, y tuvo que preguntar. Yo le conté de Julio, pero no me animé a decirle que me hacía ir a las seis, ni que la panadería me quedaba a diecinueve cuadras. No quería que sintiera pena por mí.

Me habían quedado ocho sánguches, seis de jamón y queso y dos de queso y verduras. Iba saliendo con los ojos en la canasta y la misma sonrisa boba cuando me choqué de frente con ese muro de tela azul marino que era el cana del día anterior.

Escuchame una cosa, negro de mierda, me dijo ¿No te dije que no aparezcas más por acá? ¿Querés quedar demorado? ¿Sos sordo o sos mogólico?

Soy pobre, quise decirle, pero no pude, porque cuando abrí la boca, el oficial agarró la canasta con una mano y mi brazo con la otra y me acompañó hasta la salida. Acompañar es una forma de decir, no sé cómo se dice cuando te llevan hasta la puerta de un lugar para echarte, mientras te repiten una y otra vez que la próxima vas preso, que la próxima te matan, que total nadie va a extrañar a un negrito retobado.

Cuando llegamos hasta las escaleras, el empujón casi me hizo rodar hasta la calle. Giré para pedirle mi canasta y lo vi agarrar uno por uno los sánguches que me habían quedado y estrellarlos contra el pavimento hirviendo. Los pisó con las botas, como si fueran colillas de cigarrillos. Me dio mucha lástima, porque la comida no se tira y porque en mi casa no había otra cosa para cenar a la noche, pero peor es terminar preso, así que junté mi canasta y no dije nada.

La pobreza te hace ingenioso, y el ingenio es un gran aliado cuando a uno le extinguen un poco el coraje.

Tenía que hacer algo para volver a Tribunales, que para mí era como una mina de oro llena de señoras con blusas de modal y hambre de sanguchitos.

El que me prestó la corbata fue Julio. Me dijo que se la cuide, que era de la comunión del hijo. Planché como pude la única camisa que tenía y lustré desesperado el par de zapatos que heredé de Ramón. Cambié la cofia por el pelo peinado al costado, con una raya bien prolijita, y pinté de negro las letras blancas del maletín de lona que conmemoraba aquel XXIII Congreso Internacional de Ortodoncia y Periodoncia al que yo había asistido en calidad de camarero a la hora del café.

Llegué al edificio poco después de las doce.

Buenos días, doctor, me dijo el mismo cana de siempre. Cómo se nota que ni te miran a la cara cuando te fajan, pensé. Con no tener ropa de negro alcanza para pasar desapercibido.

Buenos días, ¿lo puedo ayudar?, me preguntó la señora del aire acondicionado. Sí que puede, le dije yo, y ahí nomás abrí el maletín lleno de sánguches. Ella quería preguntarme si yo era yo, pero no pudo, porque con la carcajada que le explotó entre los dientes chuecos alcanzó para que todos sus compañeros se acercaran a ver qué pasaba.

¡Este es el pibe de los sánguches!, exclamó una, dejando el catálogo de cosméticos sobre el escritorio. ¿Qué haces así vestido?, preguntó otro, cebándose un mate que de lejos se notaba que estaba bien lavado. ¡Les presento al doctor Sandwich!, dijo la señora del aire acondicionado, y todos nos reímos un montón.

Me hicieron pasar y les expliqué que la venta ambulante estaba prohibida en el edificio. Ellos me dijeron que no hiciera caso, que los canas hacen eso porque a ellos no les dan permiso de parar para comer. Yo qué culpa tengo, pensé, acordándome del queso fundido entre el borceguí negro y el cemento hirviendo de las dos de la tarde santiagueña.

Algún día vas a entrar con tu traje y tu corbata a Tribunales, ¡vas a ser reconocido!, vos haceme caso, me había dicho Ramón. Y Ramón tenía razón, porque los abuelos son padres dos veces.

Sigo yendo a Tribunales de traje y corbata todos los días, aunque ahora no me haga tanta falta. Ahí viene el doctor Sandwich, dicen cuando me ven asomarme a la ventanilla.

Todos me conocen y me dicen hola cuando me ven pasar, aunque no compren. ¿Cómo le va doctor? ¿Le queda algún expediente de jamón y queso?, preguntan, y ellos se ríen y yo sonrío con ese mismo gesto bobo de siempre.

Me gusta ir a Tribunales para acordarme de ellos, sí, pero también para acordarme de mí. El hornero no se olvida del nido que construyó metiendo las alas en el barro.

El doctor Sándwich

(basado en una historia real) de Juan Solá

jueves, 25 de agosto de 2022

ADICTA

 

8/5/2020    Cuento corto de MARISA MARTÍNEZ 


SOY UNA ADICTA

 Y no es que el hecho de haberme convertido en una drogata me tenga muy preocupada...pero tiene sus pequeños inconvenientes .El primero y menos importante es que en cuanto tienes la más mínima necesidad de beber tiene que ser nestea (porque mi adicción, tiene huevos, es al nestea), no agua u otra bebida similar, no: nestea y si no, no se te quita la sed... y por conseguirlo te rebajas hasta vender el honor de tu madre, de tu padre y la virginidad de tu hija. El segundo que te pasas el día y la noche meando sin parar y como que jode que estes hablando por teléfono y te digan "¿qué? ¿otra vez meando?" Los mejores momentos te cogen en el baño y ya es triste, joe. Y el tercero y más importante, es que me sobreexcita, no que me pone caliente, no... que no me deja quieta en ningún sitio  que voy de un sitio para otro como chota por el monte, y vas de sala de fiesta en sala de fiesta, y de pub en pub buscando bailoteo y huyendo de los pelmazos que sólo quieren darte hebra pa intentar llevarte al catre... y lo que es peor que después de cerrar el último tugurio de la noche te quedas recogidita en la calle, por que no te apetece casa ni loca... y vas calle arriba, calle abajo que los basureros me tienen fichada como puta, fijo, si es pasar a su altura y echarse mano a la bragueta ... Y encima con este tiempo, que ya llevo unos cuantos chaparrones encima, y un resfriado que no se me quita... la única ventaja es que como estás mojada como que te da igual mearte encima.

Os aseguro por lo más sagrado que he intentado vencer mi adicción y he intentado estarme sin beber o beber sólo agua, pero sólo he conseguido despertarme por las noches sobresaltada y con la boca seca como una mojama.

Y aquí ando debatiéndome en la duda si apuntarme a "Proyecto Hombre", a "Alcohólicos anónimos" o denunciar directamente a nestle por intento de asesinato

                 MARISA MARTÍNEZ

lunes, 22 de agosto de 2022

 EL FAMOSO CANTANTE DE TANGOS ACONSEJA A UNA FUTURA LEYENDA

En 1934 Carlos Gardel estaba viviendo en la ciudad de Nueva York. Había llegado desde Francia, contratado por la cinematográfica Paramount a fines de realizar una serie de películas para el público hispanoparlante.

Entre filmación y filmación Carlitos mataba el tiempo cantando por radio. A principios de ese año la prensa neoyorkina anuncia que habrá dos nuevos programas en la cadena WEAF-NBC a partir del 14 de enero, los cuales serán un programa semanal con la orquesta de Richard Hommer y la segunda nueva programación incluirá la presentación de Carlos Gardel, barítono argentino (textual), todos los día a las 21 horas.

La National Broadcasting Corporation (NBC) era un poco como Radio Belgrano en la Argentina : ni tan populachera como Radio Porteña ni tan finoli y nariz levantada como Radio El Mundo. Decenas de millones de yankis seguían sus programas de costa a costa tratando de olvidar las penurias

Es entonces que a ver y escuchar el programa de Gardel llega una noche de ese gélido invierno de 1934 un muchacho venido de la barriada de Hoboken en la vecina Nueva Jersey.

Se trata de Francesco Albertino Sinatra Agravantes, hijo de genovesa y siciliano que a sus apenas 18 años de edad no ha dejado macana sin hacer: ha sido expulsado de la escuela tras innumerables amonestaciones por su carácter provocador. Sus incursiones laborales: camionero, repartidor de diarios, cadete, etc. terminaban siempre en el abandono de todos esos trabajos.

Al filo de la ley, es un pibe rápido pa' los mandados, sobre todo los de los mafiosos de cabotaje, lo que le lleva a tener mas de una entrada en las comisarías. En plena juventud, Frank Sinatra anda a los tumbos por la vida.

Si esa noche concurre a los estudios de la NBC a escuchar a Gardel, es un poco porque le gusta la música y un mucho porque quien le insiste en ir para alejarlo de las malas compañias, es su novia Nancy Barbato, que tambien desciende de inmigrantes italianos, nacida en Nueva Jersey.

Sinatra queda embelesado al escuchar a Gardel y cuando termina el programa se atreve a acercarse junto a Nancy para saludarlo. Medio en italiano y medio en castellano se establece el diálogo. Gardel le pregunta a que se dedica y Sinatra calla, notándosele avergonzado.

Nancy entonces le cuenta a Gardel que su novio está desperdiciando su talento ya que tiene una voz muy hermosa, y en vez de cultivarla anda todo el día con otros muchachones de dudoso vivir. Gardel le pone una mano en el hombro y le dice a Sinatra: -"Mirá ragazzino, cuando yo tenía tu edad, andaba allá en Buenos Aires como vos andás ahora en Nueva York. Pasaba todo el día en compañía no muy recomendable cerca del mercado de Abasto, con personajes como los que vos frecuentás.

Especialmente con unos malandrinos genoveses, los fratelli Traverso, cuyo padre tenía una fonda llamada O´Rondeman, que era una guarida de la Mano Negra , la Camorra y tutti cuanti. Lógicamente cada dos por tres me portaban en galera. No te voy a decir que ahora soy un santo, pero el cantar no solo me dio fama y fortuna, también me apartó de ese ambiente donde solo me esperaba pudrirme en la cárcel o morir violentamente".

 Sinatra lo escuchaba atentamente y en algún momento se atreve a preguntar: -"Mister Gardel, ¿usted que me aconseja que haga?".

Gardel le contesta: - "Por lo pronto ragazzino, aprovechá que estás aquí en la radio y anotate en un concurso de cantantes que creo que se llama "Major Bowes Amateur Hour". Hacelo ragazzino que con probar nada se pierde".

 Sinatra le hizo caso. Se presentó a ese concurso acompañando al trío Three Flashes, que para la ocasión se hicieron llamar Hoboken Four (todos vivían en ese barrio de Nueva Jersey) y ganaron el primer premio, lo que les llevó a una gira patrocinada por el programa. No obstante, por desavenencias con el resto de sus compañeros, a los tres meses Sinatra abandonó la gira. Pero ya la simiente de su fulgurante carrera artística estaba plantada gracias al oportuno consejo que le diera ese barítono argentino en los pasillos de la NBC.

Muchos años después de estos episodios, el consagradísimo en todo el orbe Frank Sinatra llegó en agosto de 1981 por primera vez y única vez a la Argentina y debutó en el Luna Park de Buenos Aires ante 20.000 personas en un concierto en el que interpretó sus más famosas canciones. Se sintió muy identificado con nuestra gente.

Afirmó que apreciaba a los argentinos. Le gustaba el asado y el vino -de hecho, lo calificó de excelente-. Según La Voz , el espectáculo que dio en el Luna Park fue uno de los mejores shows que había hecho desde hacía mucho tiempo. Cuando subió al escenario, comentó: -"Se me puso la piel de gallina". ¿Por qué tanta generosidad con este país al que recién llegaba y no estaría en el mas que unas cuantas horas?

Muy pocos supimos que el día anterior, convenientemente camuflado para tratar de pasar de incógnito se hizo llevar hasta la zona del Abasto. Había pedido previamente al agregado cultural de la Embajada de EE.UU. que lo acompañaba, que tratara de ubicar donde había estado el café O´Rondeman. Este lo condujo a la esquina de Aguero y Humahuaca, donde un terreno baldío dejaba ver entre yuyales viejos cimientos.

En la fría tarde porteña, Sinatra sacó de su sobretodo una amarillenta entrada de un espectáculo radial de 1934, la besó, la puso en tierra y para asombro de todos chapurreó en un castellano casi fonético : -"¿Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el pardo Augusto, Flores y el morocho Aldao… los guapos del Abasto rimaron mi cantar".

 Y en voz fuerte para que todos lo oyeran La Voz agregó: -"thanks for helping me to live, Mister Gardel".

sábado, 20 de agosto de 2022

AMIGOS

 


Los amigos

en el tabaco, en el café, en el vino,

Al borde de la noche se levantan

como esas voces que a lo lejos cantan

sin que se sepa por qué; por el camino.

Livianamente hermanas del destino,

dióscuros, sombras pálidas, me espantan

Las moscas de los hábitos me aguantan

que siga a flote en cada remolino.

Los muertos hablan más pero al oído,

y los vivos son mano tibia y techo, 

suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra,

de tanta ausencia abrigará mi pecho

esta antigua ternura que los nombra.

jueves, 18 de agosto de 2022

VENTAJAS DE SER ARGENTINA

RECUERDOS DE MÓNICA BARDI.

Era una bochornosa mañana de domingo de agosto en Cádiz y mi nieto Adrián y yo andábamos desorientados sin saber bien donde refugiarnos un día entero del inclemente sol andaluz. Yendo a la playa nos exponíamos a una insolación. El Corte Inglés estaba cerrado y sus cines, también. Nuestras casas no eran opción porque las relaciones familiares andaban torcidas y era mejor evitarlas. Pasamos por un precioso hotel en el casco antiguo y se me ocurrió una idea: como casi seguro que no habría habitaciones libres echaríamos mano del ingenio para conseguir alguna. O, al menos, lo intentaríamos. Le indiqué a Adrián que  íbamos a montar un teatrillo y que se mantuviera callado. Se rió entusiasmado e hizo el gesto característico de una cremallera sobre sus labios. Me acerqué al recepcionista y en un exagerado tono argentino-lastimero-víctima total le dije que recién habíamos llegado de mi país, que habían desaparecido nuestras maletas y que mi nieto pequeño y yo no teníamos donde descansar en este tórrido domingo. El recepcionista, muy joven, me susurró que había una habitación libre que había sido reservada, que casi seguro que hoy no llegaban los clientes, pero que era cara. Saqué triunfante mi tarjeta de crédito (mejor así, impulsivamente, sin pensar en ruinas posteriores). Mi nieto y yo pasamos un día divino e inolvidable (por lo menos para mi), alternando siestas, piscina, aire acondicionado y patatas fritas.

 "Abuela" dijo muy alarmado Adrián al principio, "no traje bañador". 

"Ah, no te preocupes. Seguro que encontramos algo en la tienda del hotel". Y así fue, aunque le quedaba un poco grande, pero sirvió. (Otra vez machacando la tarjeta de crédito). "El dinero no me hace feliz, me hace falta" dijo Groucho Marx en una ocasión. Y yo agrego: "a mí a veces me hace feliz". 

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Mi médico de cabecera no me hace caso porque siempre estoy sana. Pero esta vez fui a echarle la bronca porque jamás me pide un control radiográfico a mi prótesis de cadera. Iba decidida a cantarle las cuarenta (siempre que me enojo me salen los argentinismos), así que le dije, apuntándole con el índice: "¡esto no puede ser, es una boludez que no me des pelota en esta cuestión! Ni que tuvieras que pagar vos la radiografía" 

Empezó a reírse y me contestó: "De puta madre, sigue hablándome en argentino, me encanta". 

"Callate, (cayate, dije en realidad) pelotudo (esta palabrota a ellos les gusta y no les suena ofensiva) y dame de una vez la orden para el traumatólogo".  

"No", dijo, "pero sigue hablando, por favor" y más se reía. Fin del cuento: me fui con una receta de una crema hidratante para los granos que me salen abajo de las tetas y sin traumatólogo. Claro que al final el médico me contagió la risa a mi también. A veces se gana y a veces se pierde aunque siempre se intenta. 

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No logro obtener papeles que tengo que sacar por Internet. No logro citas en organismos oficiales por teléfono ni por Internet. Es un calvario. Me estresa y me enfurece esta cuestión. Así que solo me queda Salva. Salvador es el pasante del notario y, haciendo honor a su nombre, siempre me salva del naufragio on line. Pero hay que ir con cuidado porque tiene muchísimo trabajo y pocas pulgas y si lo pillas en un mal día, te puede mandar a paseo sin la menor contemplación. 

Así que tengo que emplear todo mi seductor argentinismo para lograr esos putos papeles. Llego a su oficina y le digo: "Salva, cariño, te canto un tango si me sacás el modelo 600 del ordenador y una cita con la Junta de Andalucía". 

Hosco y ocupado me contesta, mirándome por encima de sus gafas: "¿me estás haciendo burdamente la pelota?". 

"Si", le confirmo. 

"¡No tengo tiempo! ¿no ves esta pila de expedientes? Estoy liadísimo", retruca irritado. 

"Si, los veo, es un quilombo, pero a mí también se me acaba el plazo para presentar esto... por favor, Salva, sálvame", explico y suplico, al borde de unas lágrimas... de cocodrilo. 

Luego de un interminable período de latencia me mira muy serio a través de sus tupidas cejas y susurra "¿Y ese tango?"... 

"Adivino el parpadeo de la luces que a lo lejos van marcando mi retorno; son las mismas que alumbraron con su pálido reflejo hondas horas de dolor, etc..."

El inconfundible sonido de la impresora mezclándose con mi tango, me indicaban que Salva una vez más, me había salvado. Esta vez aposté al caballo ganador: "Por una cabeza de un noble potrillo..." dice otro tango. A la vez siguiente le llevé un buen vino porque con tangos ya no llegaba. 

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Y el último, para no cansar al personal.

Íbamos en el coche Eva, mi divina asistente dental y yo en dirección a Jerez de la Frontera, a trabajar. Nos detiene la guardia civil para un control de alcoholemia. Riéndome les digo, pero dirigiéndome a mi copiloto: "Uyyy, Eva, escondé volando la botella de tinto" enfatizando, cómo no, el acento porteño. "Anda, mira tú por dónde, nos topamos con una argentina" dice el picoleto (coloquial irrespetuoso de guardia civil). Y sigue: "a ver, señora, ¿ha bebido y está conduciendo?". 

"¡Siiiii!", dice Eva, riéndose como solo se puede reír cuando se tiene la seguridad de no haber bebido más que agua. 

Los tipos se miraron, se sonrieron y empezó la cháchara del tópico, a saber: "¿hace mucho que vino de Argentina?... Yo tengo tíos allá... no ha perdido el acento ése tan dulce, etc, etc...

Viendo que la cosa se alargaba, les digo:  "¿Y la alcoholemia para cuándo?" 

"No hace falta, se nota que no han bebido". 

Entonces allí no más les solté una queja: "Ahh, no, no me pueden hacer esto. ¡Hace mucho que espero con una ilusión enorme para soplar en ese cacharro y ahora me dicen que no!"  Más risas compartidas (estamos en Andalucía) y finalmente llega la orden inapelable: CIRCULEN, SEÑORAS.

              FIN. 



miércoles, 17 de agosto de 2022

HOJAS

POESÍA DE NÉSTOR CARLOS HIDALGO.

(El padre de mis hijos). 


Cuando mueren las hojas de la Parra

las junto en el centro del patio

las observo, las huelo, las acaricio y leo

el intrincado abanico de sus nervios

y el miedo posterior que fluye de ellas. 


La sensación del humo en mi nariz

me arrastra a lo anterior que fue mi origen

En el agua y la piedra está tu rostro,

tu voz, tu forma, tu sabor y aroma. 

El rumor de la nieve en los cipreses, 

El vozarrón del viento entre las piedras

y el secreto murmullo de la lluvia en la arena. 

Vas unida al hogar y a la madera

que crepita su música en la noche.

Estridente silencio de las llamas

porque incendió la angustia. 

La memoria de las hojas caídas aquí, a la siesta. 

                    NÉSTOR CARLOS HIDALGO. 




domingo, 14 de agosto de 2022

FORTUNATA Y JACINTA

Hay ciertos hombres a los que amaría con loca pasión. Si, ya sé que están muertos. Pero si estuvieran vivos, los miraría a los ojos y les diría: "te amo y me voy contigo al fin del mundo". Estoy segura. 

 BENITO PÉREZ GALDÓS (1843-1920) Pintado por Joaquín Sorolla

"Podría decirse que la sociedad llega a un punto de su camino en que se ve rodeada de ingentes rocas que le cierran el paso. Diversas grietas se abren en la dura y pavorosa peña, indicándonos senderos o salidas que tal vez nos conduzcan a regiones despejadas (...). Contábamos, sin duda, los incansables viajeros con que una voz sobrenatural nos dijera desde lo alto: por aquí se va, y nada más que por aquí. Pero la voz sobrenatural no hiere aún nuestros oídos y los más sabios de entre nosotros se enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos. Algunos, que intrépidos se lanzan por tal o cual angostura, vuelven con las manos en la cabeza, diciendo que no han visto más que tinieblas y enmarañadas zarzas que estorban el paso; otros quieren abrirlo a pico, con paciente labor, o quebrantar la piedra con la acción física de substancias destructoras; y todos, en fin, nos lamentamos, con discorde vocerío, de haber venido a parar a este recodo, del cual no vemos manera de salir, aunque la habrá seguramente, porque allí hemos de quedarnos hasta el fin de los siglos".

Fragmento del discurso leído por Pérez Galdós ante la Real Academia Española, La sociedad presente como materia novelable.[4

Con el paso del tiempo, creo que se hablará cada vez menos del aspecto puramente formal y artístico de su obra, de su faceta como realista o naturalista o de su técnica dramática. Porque hay en la obra y vida de este hombre (...) una visión vital. En la amplitud y potencia de esta visión, Galdós goza de un mérito especial en su época. ¡Qué gloriosa ironía hay en el hecho de que él, tan a menudo considerado enemigo de la Fe, resulta ser el mayor defensor de la fe, de la fe en la democracia, la fe en la justicia, la fe en las verdades eternas, la fe en el ser humano! Este es el mensaje que predicó a una generación que avanzaba a tientas y confusa en la aparente desesperanza de la vida. Esta, también seguirá siendo la lección sempiterna de su interpretación de la vida incluso cuando los problemas y luchas que forman el trasfondo material de su obra hayan caído en el olvido.
Hayward KenistonGaldós, Interpreter of Life. Discurso ante la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese, Nueva York, 13 de abril de 1920.

martes, 9 de agosto de 2022

DUELOS



Anoche se acercó a su platito con trozos pequeños de mortadela que le corta Miguel. Pero no comió y se fue al jardín. Como siempre hace lo mismo, esperamos que volviera. Pero no volvió. Nuestra gatita Mimi no volvió. 

Miguel está preguntándose si la habrá atropellado un coche, si habrá comido veneno para ratas en algún jardín vecino, si alguien se la habrá llevado, viéndola tan dócil. Miguel está sufriendo y pensando. Tenemos la esperanza de que vuelva. Los gatos son así de aventureros y desapegados. Entretanto, Miguel para distraerse se va de pesca, su mejor terapia. Allí se va con resignación y cañas de pescar. 

Hoy hace 48 años que murió el padre de Miguel, durmiendo. Sólo tenía 53 años y su hijo lentamente va hilvanando recuerdos y, en su narración, todavía se refleja la perplejidad. Hoy estamos hablando de un buen hombre y un padre cariñoso, que murió en la flor de la vida. Hoy es un día triste. 


miércoles, 3 de agosto de 2022

EL ESQUELETITO

Cuento corto de Mónica Bardi. 

CAPÍTULO I: MATASEJÚN

"¡Nos vamos al pueblo, por fin!" gritó la mamá Azucena, eufórica, mientra subía las maletas a la caravana que habían comprado 《con mucho sacrificio》, como repetía a los cuatro vientos para que nadie pensara que estaban forradas. Esta vez no llevaba plantas de su vivero, como siempre, porque ya iban muy cargadas. La hija Magnolia revoloteaba alrededor con su mochila al hombro haciendo como que ayudaba aunque solo entorpecía. Como todos los hijos. Únicamente pensaba en sus bichos preferidos: los dinosaurios de Matasejún. Esa ruta de las Icnitas con sus huellas de tres dedos la tenían fascinada. Finalmente llegaron tomando la desviación de la carretera SO-630. Al día siguiente saltó la niña Magnolia de la cama y volando raudamente con su precario equipito de paleontología, salió a la conquista de fósiles y de libertad, ya que en el pueblo no había peligros, mientras pensaba: "qué guay no tener que ir al cole a escuchar a la pesada de la profe". Trotando por el empedrado de las calles de Matasejún aterrizó en el yacimiento de las Adoberas y allí desparramó sus "instrumentos profesionales". Así le gustaba llamarlos y no "herramientas", algo que había aprendido de su dentista, la que le había puesto la ortodoncia, porque ella sabía que entre los utensilios de un arqueólogo hay raspadores dentales. Sin pensárselo dos veces se puso a excavar con entusiasmo febril. 

Cavaba y sudaba, sudaba y cavaba, y solo escarabajos y hormigas encontraba, hasta que toda ella quedó dentro de un túnel. Cuando estaba en lo mejor llegó esa inconfundible voz que podía taladrar una pared de titanio: "¡a comerrrrrrr!" Su madre, ¡ufff!, qué condena, el panóptico, el ojo que todo lo ve. ¿Por qué no seguirá con sus plantas, que son su pasión? Cuando ya, obedientemente, se iba, vió emerger del fondo del pozo algo convexo, redondeado. Apartó los pedruscos y sacó un hueso como de un perro grande. Y lo dejó a un lado para seguir más tarde. Tenía que ducharse con carácter de urgencia antes que mamá Azucena la viera cubierta de polvo. "Algún dia seré libre, nunca más iré a la escuela, comeré cuando tenga hambre y no me ducharé jamás" pensaba Magnolia mientras caminaba resignadamente a su destino.  

CAPITULO II: SAURÓPODOS, ORNITÓPODOS Y TERÓPODOS.

Encontró más huesos hasta casi completar un esqueletito que armó en una especie de repisa que fabricó dentro del pozo. Fue alli cuando una extrañísima voz, mezcla de ancestral e infantil, pero al menos en castellano,  brotó de esa mandíbula desencajada, murmurando: "No te asustes, niña, por favor". Inútil advertencia, claro, porque por poco se le para el corazón, pero superado el primer sobresalto, reprimió con entereza las ganas de salir corriendo y dejó que la curiosidad ganara la partida. Se acercó cautelosamente. Siguió escuchando, ya que hablar no podía. Tenía un atasco laríngeo, como diría un otorrino. "Soy el hijo pequeño de una especie carnívora que se extinguió  hace 140 millones de años y sólo querría estar al lado de mi mamá saurio. No te vayas, estoy cansado de estar solo". 

"No, no me voy. Pero tu mamá está...muerta" contestó la niña Magnolia con un hilo de voz. 

"Claro" replicó el esqueletito. "Y yo también, pero igual querría estar a su lado. Los fósiles tenemos sentimientos  ¿sabes?"

"Bueno, no lo sabía pero te creo. Y ella, ¿dónde está?"

"No lo sé, en algún museo, porque la desenterraron y se la llevaron. A mí no me vieron".

"Esto sí que es raro" pensó Magnolia. "Estoy hablando con un esqueleto como en la peli la novia cadáver y tenemos que encontrar a su madre. Y a propósito de madres, más me vale que la mía ni se entere, si no quiero ir a parar a un psicólogo. Con esos ajustatornillos una sabe como entra pero nunca como sale". 

"¡Tengo una idea!" exclamó al cabo la niña Magnolia. "Tu madre debe estar en un museo cerca de aquí. Le preguntaremos al dr. Google" explicó entusiasmada. Después de todo, era la primera vez que hablaba con un fósil de dinosaurio.  

"¿El dr Google es un paleontólogo?"

"No, no" se rió la niña, que no solo había perdido el miedo sino que se sentía en la gloria, como nunca hubiera soñado. "Ya verás" y se trajo la laptop. Buscó las fotos de los fósiles expuestos en los museos cercanos y al final el esqueletito reconoció, con gran emoción, a su inmensa madre en el Aula Paleontológica de Villar del Río. 

CAPÍTULO III: LOS PALEONTÓLOGOS.

Lucas Mallada y Pueyo (1841-1921), fundador de la paleontología española y Emiliano Aguirre (1925-2021), descubridor de Atapuerca, patrimonio mundial por la UNESCO, charlaban en el Aula de Villar del Río de diversas cuestiones, para no perder actualidad. Estaban a gusto entre sus queridos fósiles, mucho mejor que en ningún cielo o infierno, ya que ellos también estaban muertos. Allí se quedaron a vivir... vivir, no, bueno, no exactamente... ustedes ya me entienden.  A Lucas Mallada le gustaba leer el diario en voz alta y comentar las novedades con Emiliano Aguirre, siempre enfrascado en alguna falange petrificada.

"Recórcholis, licenciado, mira lo que dice el diario. Una niña descubrió cerca del empedrado de Matasejún un fósil. Pero es que es de la misma especie del ejemplar que tenemos aquí", comentó Lucas. 

"¡No me digas!", se soprendió Emiliano, apartando la lupa de un trilobite. "¿Y cuándo lo van a traer?"

"Nunca, porque se lo llevaron al museo de Madrid".

"¡Eso no puede ser! ¡Le corresponde estar aquí!", se indignó Emiliano. 

"Eso mismo creo yo. Ni te imaginas el desconsuelo de la niña y el fósil porque parece que hablaron entre ellos. Claro que nadie les creyó, sólo Iker Jiménez, el de Cuarto Milenio".

"¡Qué injusticia! Y nosotros ¿qué podemos hacer para reparar el daño? Nada. Estamos aquí menos que pintados en la pared, para toda la eternidad". 

"Aunque...aunque...espera...espera..." musitó Lucas, presa de una epifanía. "Quizás algo podamos hacer, una conexión... esa niña...

CAPÍTULO IV: LA ESPERANZA. 

La mamá Azucena estaba tan preocupada por la persistente tristeza de su niña Magnolia, que ya ni siquiera pensaba en la hipoteca, mientras regaba parsimoniosamente a sus amadas plantas. Era su terapia. Desde que le quitaron a su querido esqueletito, Magnolia casi no hablaba y vivía encerrada en su habitación. "¿Para qué habré comunicado el descubrimiento a los del museo, con todos los fósiles que tienen allí arrumbados? Me lo hubiera traido en el maletero del coche, con el morro bien blindado y santas pascuas" pensó arrepentida. Pero claro, no era lo correcto, aunque ese razonamiento no consolara en absoluto a su hija... ni a ella, porque toda madre sabe que una hija está incluida en cualquier imperativo categórico, es un mandamiento antes que cualquier otro. Y si no, que se lo pregunten a Kant. En esas disquisiciones filosóficas se encontraba inmersa cuando de golpe ocurrió lo imponderable: "¡Mamá!...¡mamá! ¡Tengo un hambre de lobo feroz!" saltó la niña de su dormitorio con una rutilante sonrisa.  

"¡Pero qué maravilla, tesoro...te veo contenta...¡qué cambio! ¿Pasó algo nuevo? Ya mismo te preparo unas lentejas"

"¡Nooooo... no me arruines el día, mamá,  mejor una pizza!"

"Vale, una pizza". Todo le daba igual a mamá Azucena con tal de verla repuesta y feliz. "Pero, cuéntame, ¿cómo es que estás tan alegre, así, de golpe?"

"Es que estoy hablando con dos paleontólogos famosos y ellos me han animado y motivado para seguir luchando por lo que me apasiona. Así que decidido está: estudiaré arqueología y cuando pueda, me traeré a mi esqueletito con su madre, a Matasejún. Total, si hace tantos años que espera, unos cuantos más no lo van a deprimir". 

"Ah, buen plan, nadie dirá que eres cortoplacista, ¿hablas con ellos por Internet, ¿no?"

"No, lo hago en persona. Face to face. Son muy famosos. Ellos han muerto hace tiempo. Pero no te alarmes: ¿no eres tú la que le habla a las plantas?"

Un silencio espeso cayó como un telón y la cara de la madre empalideció . "¿Cómo? ¡pero qué dices! Eso es muy distinto: yo no espero que me contesten" y puso la mano en la frente de la niña. "¿Sin fiebre y otra vez hablando con fantasmas? Y dime, cariño, motivo de mis desvelos, esos señores ¿cómo se llaman?"

"Lucas y Emiliano". 

CAPÍTULO V: AS THE YEARS GO BY

La niña creció y cumplió con su vocación, que más que vocación parecía obsesión. En la Complutense de Madrid se graduó, se doctoró, se fue al extranjero, volvió, se hizo una famosa divulgadora en televisión, tuvo becarios, y tuvo una hija a la que llamó Rosa, para seguir con la tradición de los nombres botánicos y floridos. Como su madre y su pasión: las plantas. 

Asi es como encontramos a tres mujeres: la ahora abuela Azucena (que por fin había terminado de pagar la hipoteca), la ahora madre Magnolia (que por fin había terminado la tesis de doctorado) y la joven niña Rosa (que por fin había terminado el bachillerato), charlando animadamente en Matasejún, esperando que pasaran las Móndidas y el mozo del Ramo (que por fin habían superado la pandemia). 

"Abu, ¿cómo te fue en Madrid con tu nuevo novio?" preguntó mientras se desperazaba lánguidamente la nieta Rosa. 

"Ah, muy bien. Unos días espléndidos y muy románticos, jeje" contestó la abuela Azucena, mirándola con picardía. "Aproveché para pasear; ya estaban preparando la Feria del Libro y no dejé de ir al museo arqueológico para volver a visitar al fósil de dinosaurio que encontró tu mamá cuando era pequeña, ¿recuerdas lo que te conté mil veces?"

La mamá Magnolia, indiferente, seguía infatigable e inasequible pegada al móvil, rebuscando actualizaciones mundiales de paleontología. La gran científica no estaba, aparentemente, en la conversación. 

Prosiguió la abuela Azucena con su incesante perorata bajo la atenta mirada de su nieta Rosa, que sabía perfectamente a donde quería llegar: "Así que fui a ver al esqueletito, como lo llamaba tu mamá, y allí estaba, donde siempre. Ahuyenté a mi seudo-novio con un pretexto y me acerqué mucho, mucho, mucho al fósil y le susurré: "¿me oyes, querido, estás bien?" No me contestó pero me pareció ver un brillo distinto, una chispa, dentro de las cuencas de los ojos. Esperé y disimulé porque un vigilante me observaba extrañado y al rato volví a preguntar: "¿estás bien?" Una voz dulce y extrañamente cavernosa me llegó: "si, señora... la oigo... me encuentro bien. Aquí me tratan de lujo, me mantienen limpio, no dejan que los niños me anden toqueteando y todo eso, pero...pero..."

"Pero querrías estar con tu madre ¿verdad?"

"Si, si, me hace falta su amor. Usted seguro que lo comprende".

"Claro que lo comprendo. Seguiremos luchando para lograrlo, te lo prometo. La burocracia es espantosa; las cosas de palacio van despacio".

"¿Qué es la burocracia, señora?"

"Ohhh, mejor que no lo sepas. Es cosa de burros, con todos mis respetos a esos entrañables cuadrúpedos". 

CAPÍTULO VI: DESENLACE

"Mamá, mamá, deja ya el móvil, porfa. Tú, que eres importante en el mundo de la arqueología ¿no podrías hacer algo por el esqueletito?"

En ese momento abuela y nieta se dieron cuenta que mamá Magnolia estaba conmocionada porque inadvertidas lágrimas súbitamente explotaron en llanto. Estupefactas, esperaron que pasara el temporal mientras la acariciaban. "¿Qué te pasa, mamá?", "¿qué te pasa, hija?" preguntaron al unísono. Entre hipos y suspiros, contestó desconsoladamente Magnolia: "lo había olvidado por completo. No sé en qué parte de mi cerebro lo escondí. ¿Cómo pude hacerle eso al pobre esqueletito?, lo abandoné, tengo que arreglar esto de inmediato". 

A continuación, la sabia abuela Azucena explicó: "con el cerebro hemos topado. Porque todo lo que no sea racional una gran científica no puede permitírselo. Entrar en un sueño no es científico...y un sueño compartido con tu madre, para colmo, que ni siquiera te creyó", afirmó rotunda pero dulcemente mientras desenredaba el pelo de su hija y continuó: "justo yo, que alardeaba de hablar con las plantas. Hasta que lo entendí a través de la poesía, cuando leí a Jorge Luis Borges en LA MILONGA DEL MUERTO, que dice así: 《Lo he soñado en esta casa entre paredes y puertas. Dios le permite a los hombres soñar cosas que son ciertas.》"

"Yo también quiero entrar en vuestros sueños, abuela" dijo la joven Rosa, emocionada. 

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Unos meses mas tarde el esqueletito de los candentes ojitos, asomaba entre las enormes patas de su madre, en el Aula Paleontológica de Villar del Rio. Y pensaba: "nadie está viendo como me rio". 

                   FIN DEL CUENTO