miércoles, 3 de agosto de 2022

EL ESQUELETITO

Cuento corto de Mónica Bardi. 

CAPÍTULO I: MATASEJÚN

"¡Nos vamos al pueblo, por fin!" gritó la mamá Azucena, eufórica, mientra subía las maletas a la caravana que habían comprado 《con mucho sacrificio》, como repetía a los cuatro vientos para que nadie pensara que estaban forradas. Esta vez no llevaba plantas de su vivero, como siempre, porque ya iban muy cargadas. La hija Magnolia revoloteaba alrededor con su mochila al hombro haciendo como que ayudaba aunque solo entorpecía. Como todos los hijos. Únicamente pensaba en sus bichos preferidos: los dinosaurios de Matasejún. Esa ruta de las Icnitas con sus huellas de tres dedos la tenían fascinada. Finalmente llegaron tomando la desviación de la carretera SO-630. Al día siguiente saltó la niña Magnolia de la cama y volando raudamente con su precario equipito de paleontología, salió a la conquista de fósiles y de libertad, ya que en el pueblo no había peligros, mientras pensaba: "qué guay no tener que ir al cole a escuchar a la pesada de la profe". Trotando por el empedrado de las calles de Matasejún aterrizó en el yacimiento de las Adoberas y allí desparramó sus "instrumentos profesionales". Así le gustaba llamarlos y no "herramientas", algo que había aprendido de su dentista, la que le había puesto la ortodoncia, porque ella sabía que entre los utensilios de un arqueólogo hay raspadores dentales. Sin pensárselo dos veces se puso a excavar con entusiasmo febril. 

Cavaba y sudaba, sudaba y cavaba, y solo escarabajos y hormigas encontraba, hasta que toda ella quedó dentro de un túnel. Cuando estaba en lo mejor llegó esa inconfundible voz que podía taladrar una pared de titanio: "¡a comerrrrrrr!" Su madre, ¡ufff!, qué condena, el panóptico, el ojo que todo lo ve. ¿Por qué no seguirá con sus plantas, que son su pasión? Cuando ya, obedientemente, se iba, vió emerger del fondo del pozo algo convexo, redondeado. Apartó los pedruscos y sacó un hueso como de un perro grande. Y lo dejó a un lado para seguir más tarde. Tenía que ducharse con carácter de urgencia antes que mamá Azucena la viera cubierta de polvo. "Algún dia seré libre, nunca más iré a la escuela, comeré cuando tenga hambre y no me ducharé jamás" pensaba Magnolia mientras caminaba resignadamente a su destino.  

CAPITULO II: SAURÓPODOS, ORNITÓPODOS Y TERÓPODOS.

Encontró más huesos hasta casi completar un esqueletito que armó en una especie de repisa que fabricó dentro del pozo. Fue alli cuando una extrañísima voz, mezcla de ancestral e infantil, pero al menos en castellano,  brotó de esa mandíbula desencajada, murmurando: "No te asustes, niña, por favor". Inútil advertencia, claro, porque por poco se le para el corazón, pero superado el primer sobresalto, reprimió con entereza las ganas de salir corriendo y dejó que la curiosidad ganara la partida. Se acercó cautelosamente. Siguió escuchando, ya que hablar no podía. Tenía un atasco laríngeo, como diría un otorrino. "Soy el hijo pequeño de una especie carnívora que se extinguió  hace 140 millones de años y sólo querría estar al lado de mi mamá saurio. No te vayas, estoy cansado de estar solo". 

"No, no me voy. Pero tu mamá está...muerta" contestó la niña Magnolia con un hilo de voz. 

"Claro" replicó el esqueletito. "Y yo también, pero igual querría estar a su lado. Los fósiles tenemos sentimientos  ¿sabes?"

"Bueno, no lo sabía pero te creo. Y ella, ¿dónde está?"

"No lo sé, en algún museo, porque la desenterraron y se la llevaron. A mí no me vieron".

"Esto sí que es raro" pensó Magnolia. "Estoy hablando con un esqueleto como en la peli la novia cadáver y tenemos que encontrar a su madre. Y a propósito de madres, más me vale que la mía ni se entere, si no quiero ir a parar a un psicólogo. Con esos ajustatornillos una sabe como entra pero nunca como sale". 

"¡Tengo una idea!" exclamó al cabo la niña Magnolia. "Tu madre debe estar en un museo cerca de aquí. Le preguntaremos al dr. Google" explicó entusiasmada. Después de todo, era la primera vez que hablaba con un fósil de dinosaurio.  

"¿El dr Google es un paleontólogo?"

"No, no" se rió la niña, que no solo había perdido el miedo sino que se sentía en la gloria, como nunca hubiera soñado. "Ya verás" y se trajo la laptop. Buscó las fotos de los fósiles expuestos en los museos cercanos y al final el esqueletito reconoció, con gran emoción, a su inmensa madre en el Aula Paleontológica de Villar del Río. 

CAPÍTULO III: LOS PALEONTÓLOGOS.

Lucas Mallada y Pueyo (1841-1921), fundador de la paleontología española y Emiliano Aguirre (1925-2021), descubridor de Atapuerca, patrimonio mundial por la UNESCO, charlaban en el Aula de Villar del Río de diversas cuestiones, para no perder actualidad. Estaban a gusto entre sus queridos fósiles, mucho mejor que en ningún cielo o infierno, ya que ellos también estaban muertos. Allí se quedaron a vivir... vivir, no, bueno, no exactamente... ustedes ya me entienden.  A Lucas Mallada le gustaba leer el diario en voz alta y comentar las novedades con Emiliano Aguirre, siempre enfrascado en alguna falange petrificada.

"Recórcholis, licenciado, mira lo que dice el diario. Una niña descubrió cerca del empedrado de Matasejún un fósil. Pero es que es de la misma especie del ejemplar que tenemos aquí", comentó Lucas. 

"¡No me digas!", se soprendió Emiliano, apartando la lupa de un trilobite. "¿Y cuándo lo van a traer?"

"Nunca, porque se lo llevaron al museo de Madrid".

"¡Eso no puede ser! ¡Le corresponde estar aquí!", se indignó Emiliano. 

"Eso mismo creo yo. Ni te imaginas el desconsuelo de la niña y el fósil porque parece que hablaron entre ellos. Claro que nadie les creyó, sólo Iker Jiménez, el de Cuarto Milenio".

"¡Qué injusticia! Y nosotros ¿qué podemos hacer para reparar el daño? Nada. Estamos aquí menos que pintados en la pared, para toda la eternidad". 

"Aunque...aunque...espera...espera..." musitó Lucas, presa de una epifanía. "Quizás algo podamos hacer, una conexión... esa niña...

CAPÍTULO IV: LA ESPERANZA. 

La mamá Azucena estaba tan preocupada por la persistente tristeza de su niña Magnolia, que ya ni siquiera pensaba en la hipoteca, mientras regaba parsimoniosamente a sus amadas plantas. Era su terapia. Desde que le quitaron a su querido esqueletito, Magnolia casi no hablaba y vivía encerrada en su habitación. "¿Para qué habré comunicado el descubrimiento a los del museo, con todos los fósiles que tienen allí arrumbados? Me lo hubiera traido en el maletero del coche, con el morro bien blindado y santas pascuas" pensó arrepentida. Pero claro, no era lo correcto, aunque ese razonamiento no consolara en absoluto a su hija... ni a ella, porque toda madre sabe que una hija está incluida en cualquier imperativo categórico, es un mandamiento antes que cualquier otro. Y si no, que se lo pregunten a Kant. En esas disquisiciones filosóficas se encontraba inmersa cuando de golpe ocurrió lo imponderable: "¡Mamá!...¡mamá! ¡Tengo un hambre de lobo feroz!" saltó la niña de su dormitorio con una rutilante sonrisa.  

"¡Pero qué maravilla, tesoro...te veo contenta...¡qué cambio! ¿Pasó algo nuevo? Ya mismo te preparo unas lentejas"

"¡Nooooo... no me arruines el día, mamá,  mejor una pizza!"

"Vale, una pizza". Todo le daba igual a mamá Azucena con tal de verla repuesta y feliz. "Pero, cuéntame, ¿cómo es que estás tan alegre, así, de golpe?"

"Es que estoy hablando con dos paleontólogos famosos y ellos me han animado y motivado para seguir luchando por lo que me apasiona. Así que decidido está: estudiaré arqueología y cuando pueda, me traeré a mi esqueletito con su madre, a Matasejún. Total, si hace tantos años que espera, unos cuantos más no lo van a deprimir". 

"Ah, buen plan, nadie dirá que eres cortoplacista, ¿hablas con ellos por Internet, ¿no?"

"No, lo hago en persona. Face to face. Son muy famosos. Ellos han muerto hace tiempo. Pero no te alarmes: ¿no eres tú la que le habla a las plantas?"

Un silencio espeso cayó como un telón y la cara de la madre empalideció . "¿Cómo? ¡pero qué dices! Eso es muy distinto: yo no espero que me contesten" y puso la mano en la frente de la niña. "¿Sin fiebre y otra vez hablando con fantasmas? Y dime, cariño, motivo de mis desvelos, esos señores ¿cómo se llaman?"

"Lucas y Emiliano". 

CAPÍTULO V: AS THE YEARS GO BY

La niña creció y cumplió con su vocación, que más que vocación parecía obsesión. En la Complutense de Madrid se graduó, se doctoró, se fue al extranjero, volvió, se hizo una famosa divulgadora en televisión, tuvo becarios, y tuvo una hija a la que llamó Rosa, para seguir con la tradición de los nombres botánicos y floridos. Como su madre y su pasión: las plantas. 

Asi es como encontramos a tres mujeres: la ahora abuela Azucena (que por fin había terminado de pagar la hipoteca), la ahora madre Magnolia (que por fin había terminado la tesis de doctorado) y la joven niña Rosa (que por fin había terminado el bachillerato), charlando animadamente en Matasejún, esperando que pasaran las Móndidas y el mozo del Ramo (que por fin habían superado la pandemia). 

"Abu, ¿cómo te fue en Madrid con tu nuevo novio?" preguntó mientras se desperazaba lánguidamente la nieta Rosa. 

"Ah, muy bien. Unos días espléndidos y muy románticos, jeje" contestó la abuela Azucena, mirándola con picardía. "Aproveché para pasear; ya estaban preparando la Feria del Libro y no dejé de ir al museo arqueológico para volver a visitar al fósil de dinosaurio que encontró tu mamá cuando era pequeña, ¿recuerdas lo que te conté mil veces?"

La mamá Magnolia, indiferente, seguía infatigable e inasequible pegada al móvil, rebuscando actualizaciones mundiales de paleontología. La gran científica no estaba, aparentemente, en la conversación. 

Prosiguió la abuela Azucena con su incesante perorata bajo la atenta mirada de su nieta Rosa, que sabía perfectamente a donde quería llegar: "Así que fui a ver al esqueletito, como lo llamaba tu mamá, y allí estaba, donde siempre. Ahuyenté a mi seudo-novio con un pretexto y me acerqué mucho, mucho, mucho al fósil y le susurré: "¿me oyes, querido, estás bien?" No me contestó pero me pareció ver un brillo distinto, una chispa, dentro de las cuencas de los ojos. Esperé y disimulé porque un vigilante me observaba extrañado y al rato volví a preguntar: "¿estás bien?" Una voz dulce y extrañamente cavernosa me llegó: "si, señora... la oigo... me encuentro bien. Aquí me tratan de lujo, me mantienen limpio, no dejan que los niños me anden toqueteando y todo eso, pero...pero..."

"Pero querrías estar con tu madre ¿verdad?"

"Si, si, me hace falta su amor. Usted seguro que lo comprende".

"Claro que lo comprendo. Seguiremos luchando para lograrlo, te lo prometo. La burocracia es espantosa; las cosas de palacio van despacio".

"¿Qué es la burocracia, señora?"

"Ohhh, mejor que no lo sepas. Es cosa de burros, con todos mis respetos a esos entrañables cuadrúpedos". 

CAPÍTULO VI: DESENLACE

"Mamá, mamá, deja ya el móvil, porfa. Tú, que eres importante en el mundo de la arqueología ¿no podrías hacer algo por el esqueletito?"

En ese momento abuela y nieta se dieron cuenta que mamá Magnolia estaba conmocionada porque inadvertidas lágrimas súbitamente explotaron en llanto. Estupefactas, esperaron que pasara el temporal mientras la acariciaban. "¿Qué te pasa, mamá?", "¿qué te pasa, hija?" preguntaron al unísono. Entre hipos y suspiros, contestó desconsoladamente Magnolia: "lo había olvidado por completo. No sé en qué parte de mi cerebro lo escondí. ¿Cómo pude hacerle eso al pobre esqueletito?, lo abandoné, tengo que arreglar esto de inmediato". 

A continuación, la sabia abuela Azucena explicó: "con el cerebro hemos topado. Porque todo lo que no sea racional una gran científica no puede permitírselo. Entrar en un sueño no es científico...y un sueño compartido con tu madre, para colmo, que ni siquiera te creyó", afirmó rotunda pero dulcemente mientras desenredaba el pelo de su hija y continuó: "justo yo, que alardeaba de hablar con las plantas. Hasta que lo entendí a través de la poesía, cuando leí a Jorge Luis Borges en LA MILONGA DEL MUERTO, que dice así: 《Lo he soñado en esta casa entre paredes y puertas. Dios le permite a los hombres soñar cosas que son ciertas.》"

"Yo también quiero entrar en vuestros sueños, abuela" dijo la joven Rosa, emocionada. 

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Unos meses mas tarde el esqueletito de los candentes ojitos, asomaba entre las enormes patas de su madre, en el Aula Paleontológica de Villar del Rio. Y pensaba: "nadie está viendo como me rio". 

                   FIN DEL CUENTO


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