domingo, 31 de octubre de 2021

TIRAR LA TOALLA

 


El periodista y académico uruguayo Leonardo Haberkorn renunció a seguir dando clases en la carrera de  Comunicación en la Universidad ORT de Montevideo, mediante esta carta que ha conmovido al mundo de la Educación:

"Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.

"Claro, es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más. Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque solo fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto.

Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal.

"Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen. Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado."

"Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante entre 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía.

Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿No era el canciller? "Así con todo. ¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.

"¿Qué partido es más liberal, o está más a la "izquierda" en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio. "¿Saben quién es Vargas Llosa?

¡Sí! "¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno. "Lamento que los jóvenes no pueden dejar el celular, ni aún en clase. Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado.

Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales. "En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con la noticia de que todavía se venden diarios y revistas en las calles..

"Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo.

Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos.

Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.

"Entonces, cuando uno comprende> que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.

"Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante. No quiero ser parte de ese círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré.

"Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible. Y no soporto el desinterés ante cada pregunta que hago y se contesta con el silencio. Silencio. Silencio. Silencio". "Ellos querían que terminara la clase.

"Yo también".

99 AÑOS


EDGAR MORIN, 99 años, filósofo. 

"Me sorprendió la pandemia, pero en mi vida estoy acostumbrado a ver llegar lo inesperado. La llegada de Hitler fue inesperada para todos. El pacto germano-soviético fue inesperado e increíble. El comienzo de la guerra de Argelia ha sido inesperado. Solo viví por lo inesperado y la costumbre de las crisis. En este sentido, estoy viviendo una nueva crisis enorme pero que tiene todas las características de las anteriores crisis. Es decir, por un lado, suscita imaginación creativa y suscita miedos y regresiones mentales. Todos buscamos la salvación providencial, pero no sabemos cómo.

Hay que aprender que en la historia lo inesperado sucede y se repetirá. Pensábamos que vivíamos certezas, estadísticas, predicciones y la idea de que todo era estable, cuando todo ya estaba empezando a entrar en crisis. No nos dimos cuenta. Debemos aprender a vivir con la incertidumbre, es decir, tener el valor de enfrentar, estar preparados para resistir las fuerzas negativas.

La crisis nos vuelve más locos y más sabios. Una cosa y otra. La mayoría de la gente pierde la cabeza y otros se vuelven más lúcidos. La crisis favorece a las fuerzas más contrarias. Deseo que sean las fuerzas creativas, las fuerzas lúcidas y las que buscan un nuevo camino, las que se imponen, aunque todavía estén muy dispersas y débiles. Podemos indignarnos con razón, pero no debemos encerrarnos en la indignación.

Hay algo que olvidamos: hace veinte años comenzó un proceso de degradación en el mundo. La crisis de la democracia no es solo en América Latina, sino también en los países europeos. El dominio del beneficio ilimitado que controla todo es en todos los países. Igual que la crisis ecológica. La mente debe enfrentar las crisis para dominarlos y superarlos. Sino, somos sus víctimas.

Hoy vemos instalarse elementos de un totalitarismo. Éste ya no tiene nada que ver con el del siglo pasado. Pero tenemos todos los medios de vigilancia de drones, celulares, reconocimiento facial. Hay todos los medios para surgir un totalitarismo de vigilancia. El problema es evitar que estos elementos se reúnan para crear una sociedad totalitaria e invivible para nosotros.

En vísperas de mis 100 años, ¿qué puedo desear?. Deseo fuerza, valentía y lucidez. Necesitamos vivir en pequeños oasis de vida y hermandad".


Hasta acá, la sabiduría de este lúcido anciano. Y el último párrafo es algo que vengo sintiendo, más que pensando: "pequeños oasis de vida y hermandad". Ya hemos comprobado que las grandes urbes no aportan una vida más agradable. Por el contrario, son estresantes y no aptas para niños ni viejos. Pero hasta los jóvenes están huyendo de ese modelo de aceleración y sobreestimulación. Estamos viendo como el capitalismo feroz ensalza el individualismo y aleja a las familias. Los lazos afectivos son lábiles y transitorios. La intolerancia hacia el OTRO rompe relaciones muy necesarias para lo emocional, para lo económico, para una mejor supervivencia. Las relaciones de vecindad se han enfriado y la desconfianza campa a sus anchas. 

Debemos volver a los pequeños oasis, a la vida comunal, al tiempo para la charla, a los espacios donde jueguen libres los niños y se despeguen de lo tecnológico. En fin, no nos sirve UN MUNDO FELIZ, de Aldous Huxley, pero volvamos a leerlo. 

sábado, 30 de octubre de 2021

TERESA PERALES


 La nadadora paralímpica Teresa Perales no necesita que se hable de ella porque sus hazañas son de una épica personal sobresaliente y ampliamente difundida, no tanto por sus sorprendentes éxitos (nadar estilo mariposa sin el apoyo de las piernas es casi impensable. Y lo dice una nadadora), sino además por sus características personales y su optimista aceptación de una vida plagada de duras adversidades. 

Pero a lo que voy: Teresa Perales vive sonriendo o riendo. Desde el punto de vista ortodóncico, su alineamiento dentario no es el ideal. Cualquier ortodoncista le recomendaría un tratamiento, incluso yo. 
Pero he aquí el dilema: esos dientes en esas encías, con esos labios, en esa cara, con ese marco esqueletal y con ese perfil psicológico ¿quién se atreve? Y eso, si ella quiere, para empezar. 
No me malinterpreten: son conocidos los beneficios de una perfecta (nunca me gustó esta palabra, ahora se habla de grados de excelencia) alineación dentaria y una buena oclusión. No hago apología de la maloclusión, faltaría más. Aclarado esto, los profesionales que llevamos tantos años en esta profesión sabemos de sobra que aún con una boca inobjetable desde el punto de vista estético y funcional, el stress (la enfermedad de nuestro tiempo) puede provocar verdaderos problemas en esa inobjetable boca. Y en primer término, las frustraciones de la persona que no se acerca a lo deseado. En esta sociedad de la imagen necesitamos con urgencia un curso acelerado de tolerancia a la frustración. Me pregunto si el paradigma físico de nuestro tiempo, esa autoexigencia para lograr la autoaceptación, por otra parte, nunca alcanzada, es algo sano. Y me contesto: NO, no es sano ni es humano. No somos esculturas griegas. 
Esta extraordinaria mujer, Teresa Perales, se acepta tal como es y se la ve muy contenta, además de que ella manifiesta tener una vida plena. ¡Y está en silla de ruedas...con una sonrisa cautivadora!
Me vuelvo a preguntar: ¿Por qué los jóvenes y adolescentes, que se supone que no quieren aceptar órdenes ni consejos de nadie, adoran al Che Guevara ( no saben  quién es, pero es guapo: sólo tienen el póster) y cargan con una rebeldía común a esa edad, son dóciles como corderitos ante la tiranía de lo impuesto por las modas, por la imagen, por lo mediático? ¿Por qué lo mediático los manipula a su antojo, antes de que su personalidad esté consolidada y ellos no se rebelan? ¿El sistema educativo tendrá algo que ver con su falta de espíritu crítico? En fin, muchas preguntas y pocas respuesta. 
Vienen a las consultas de ortodoncia y de cirugía plástica con unas aspiraciones que dan ganas de decirle: "nene/a, que no tengo la varita mágica, te conviene nacer de nuevo a ver si el marco esqueletal te sale mejor y algo se puede hacer". 
Lo que más me gustaba de la España de hace 30 años eran los jóvenes. Gorditos, altos y bajos, habitualmente de pelo y ojos oscuros bailando sevillanas o lo que fuera, sin ningún complejo, riendo a mandíbula batiente de su propio aspecto, disfrutando su juventud. Eso ha cambiado: ahora todos quieren ser BELLOS, CON DIENTES RECTOS, CON LABIOS GRUESOS, PERFIL RECTO Y CABELLO LISO CORTADO PLANO SIN QUE SOBRESALGA NI UN PELITO. Y si es posible, rubios de ojos celestes. Si todo esto no se logra, alguien tiene la culpa porque enseguida sale el "para eso pago". Del cuello para abajo ya ni me ocupo, pero imagíneselo el lector: tetas, caderas, piernas, todo divino; si no, frustración. De la lisura se ocupó un filósofo y, si me acuerdo su nombre, lo agrego. Habló de una sociedad ansiosa por la carencia de imperfecciones; nada de irregularidades ni asperezas. TODO TERSO, SUAVE, PULIDO, INMACULADO. Hasta en la arquitectura y en la escultura se ve: pasas la mano y nada altera su recorrido. Sin tropiezos, con certezas. 
¡Mamma mía! Mejor no mirar de la piel para adentro. 

viernes, 29 de octubre de 2021

TRANSFORMACIÓN

.       TRANSFORMACIÓN
 
Ayer el agua fue nube, hoy es árbol 

mañana será hombre, luego mar 

así su esencia varía de forma 

sin perder su celeste calidad. 


¿Acaso el alma, sin saberlo 

paralelamente transita  

símiles sendas etéreas 

en otro elemento vital?





martes, 26 de octubre de 2021

UN POETA JOVEN


 

CANCIÓN ÚLTIMA por Miguel Hernández

Pintada, no vacía:

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.


Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruinosa cama.


Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.


El odio se amortigua

detrás de la ventana.


Será la garra suave.


Dejadme la esperanza.


sábado, 23 de octubre de 2021

MATADEROS

 VACA HUYE CAMINO AL MATADERO


Cuento de JUAN SOLÁ

El titular del diario parecía una broma:

"Vaca huye camino al matadero, quiebra cerca metálica, rompe brazo humano y nada hasta isla deshabitada donde todavía sobrevive. "Pensé que había leído mal y volví a leer: "Vaca huye camino al matadero, quiebra cerca metálica, rompe brazo humano y nada hasta isla deshabitada donde todavía sobrevive."

Vaca huye, murmuré, mientras me cepillaba a los dientes y miraba mis propios ojos, que me devolvían la mirada desde el espejo sucio del bañito. Camino al matadero, pensé, agarrando las llaves.

Estaba nublado y hacía calor, creo que era viernes. Lloviznaba finito y había que ponerse el piloto y sudar y andar así, sin distinguir si me transpiraba la frente o me llovían las axilas.

Puse la SUBE en el lector, crucé el molinete y con la impunidad de los auriculares, exclamé:

¡Rompe cerca metálica!

Una señora me miró con impaciencia.

El subte llegó hasta las pelotas. Cuando las puertas se abrieron, le di paso a una embarazada que salió repartiendo codazos, murmurando palabrotas.

Miré la hora en el celular. Este era el último tren que me dejaba a tiempo en el centro, así que tuve que meterme al vagón a matar o morir.

Los que venían atrás de mí también llegaban tarde y me empujaron con mala leche, para estrujarme contra el vidrio opuesto, a ver si hacía lugar. Ellos también decían groserías.

El bicho de metal se puso en movimiento con un tirón que apenas nos hizo tambalear, pero alcanzó para que una mujer a mis espaldas perdiera el equilibrio sobre los tacos y se me viniera encima, en un efecto dominó de carne obrera que acabó conmigo sobre el cuerpo de pajarito de la pasajera apoyada en la puerta.

¡Mi brazo, animal!, protestó.

Llegamos a Estación Bolivar con minutos de retraso. En Independencia habíamos perdido un buen rato: las puertas no cerraban, de la cantidad de gente que viajaba.

Nadé en un mar de oficinistas bajo Avenida de Mayo y cuando alcancé la superficie, una ola de vendedores ambulantes y cadetes me atrapó y me arrastró hasta la mitad de la calle, donde giré para esquivar una corriente de chicos call center, con sus camisas arrugadas bajo la campera de roquero.

Di un par de brazadas, alcancé Rivadavia y a contracorriente llegué al edificio. Me zambullí en un ascensor inundado de perfume y un poco mareada, llegué a la isla, prendí la computadora y me preparé un café instantáneo.

Mientras tipeaba la contraseña, abrí el primer cajón, saqué el polvo compacto y lo abrí.

Del otro lado del espejito redondo, la vaca me miraba enojada.

Nadaste hasta el matadero, imbécil, me dijo.

Juan Solá

jueves, 21 de octubre de 2021

CONSUELO DE TONTO

 


Viendo en el telediario las espeluznantes escenas de la erupción del volcán de la isla canaria de La Palma; ese Leviatán de roca; y  con qué urgencia la gente tiene un ratito (quince minutos, media hora), para sacar sus cosas de la casa e irse para siempre, antes que la lava engulla vorazmente plantaciones, viviendas e infraestructuras, una se larga a pensar. A imaginar. Y a mirar en derredor lo que vemos cada día que nos despertamos y damos por sentado: las mismas cosas, todas las cosas que están a nuestro servicio y nos facilitan la vida: la cafetera, la ducha, el lavarropas. Y luego, nuestros recuerdos, los que hemos ido acumulando con los años, las fotos de los viajes. Nuestras plantas ¡las plantas, los árboles!, que sembramos y vimos crecer, día a día. Las que otras manos plantaron hace años y en esos troncos y esa savia guardan su recuerdo, mientras arañan las nubes.

La vajilla de la boda de mamá, las enormes cantidades de cartas manuscritas de mis padres cuando emigré; mis pinturas, que lo invaden todo; algunos cuadernos escolares de los hijos con sus dibujitos, los libros ¡los libros! (Si los perdiera, no me consolaría pensar que ahora los puedo leer on-line), el título de odontólogo de papá: irreemplazable. Y pienso. E imagino. ¿Cómo se sentiría Borges si una lengua de fuego se tragara su biblioteca?

Todo prolijamente devastado, incinerado, liquidado, por la naturaleza que necesita descomprimirse, desperezarse. Todo lo que creíamos que seguiría existiendo, puede pasar, en pocos días, a manos de invasores dedos ardientes de roca fundida y hundirse en un profundo y nuevo estrato terrestre. Así como todas estas islas nacieron de erupciones, las erupciones posteriores las van "aggiornando", van redibujando una orografía distinta con su negro carbón. Menos mal que contra este fenómeno explosivo no nos podemos enojar, ni buscar culpables, ni agarrarnos algún ataque de nervios señalando con el índice la causa de nuestras desgracias, como pasa hoy en día con casi todo lo demás. 

Los pobres canarios rescatan lo que pueden, incluídos los animalitos domésticos y salen corriendo en furgonetas atestadas. Al volcán le da igual que los desborde la vulnerabilidad, la desesperación. Él continúa impertérrito con sus vomitivas y ardorosas necesidades. Lecciones que nos da la vida. 

Y pienso. E imagino. Miro mis paredes, a las que hace tiempo les vendría bien una mano de pintura y que me protegen y me amparan y nunca se cansan; el techo con sus tejas aguantando frío, calor y lluvias torrenciales y nunca se cansa. Los cristales que detienen la lenta marcha descendente de las gotas de lluvia y nunca se cansan. 

                Foto de Martín Barizo

 ¿Y las palmeras? ¿Oirán los gemidos de sus lejanas parientas canarias cuando la temperatura alcanza los 1000 grados centígrados? ¿Y mi ganso Cuaco? ¿Habrán podido sus parientes canarios salir volando?

Estoy desanimada ¿se nota? No puedo evitar pasar este mal rato con tanto animal y vegetal desafortunados, aunque después siga con mi vida y los tontos inconvenientes que nos regala la vida cotidiana, y que, comparados con esas tragedias, no son más que trivialidades. Pero igual estoy desanimada ¿se nota? 


Y hablando de tontos tropiezos, ayer tuve uno. La burocracia siempre se ocupa de arruinarnos una mañana espléndida de sol y ayer me tocó ir a una repartición nacional a buscar unos papeles, armada de paciencia. Las veces que he visto que estos lugares no funcionan bien, me dan argumentos de sobra para ir arrastrando los pies. 

Pero hete aquí que, en este caso, pude aprovechar esa circunstancia para superar mi desánimo. Hice (hicimos) algo por alguien que me dió un poco de aliento en el alma. En la cola del registro civil (si, cola y con cita previa) vi a una señora ¡viejísima!¡antiquísima! y muy digna, con un par de muletas y pensé: "si yo no pude conseguir la cita previa en Internet ni con la ayuda del funcionario, qué le espera a esta pobre anciana". Y ella, sin saber nada, se dispuso a esperar tranquila, creyendo ingenuamente que cuando le llegara su turno, la atenderían, aunque ni siquiera preguntó cuál era el último de la cola y de la cita previa por Internet no tenía ni noticias. ¡La pobre! (Enseguida me acordé del tramo de mi vida con muletas). Se apoyó sin quejas en un recodo de la pared porque sillas para esperar allí, no había, no hay ni habrá. 

Así que cuando me llegó mi turno (al que accedí días antes con la ayuda de otra persona más hábil que yo en estas engorrosas cuestiones informáticas) y ya terminé mi trámite, antes de irme le susurré a la joven empleada: "¿te puedo decir algo?" Y ella asintió algo intrigada. "Allí afuera hay una viejita que no tiene cita previa, debe pasar de los 80 años y se apoya en dos muletas. ¿No podrías colarla, por favor?". Entonces ocurrió lo inesperado: la joven salió, vió la situación e hizo entrar a la anciana inmediatamente y sin ninguna explicación, frente a la mirada estupefacta de la gente de la cola...aunque nadie dijo ni mu. 

Me fui satisfecha y contenta como un boy scout que ha hecho algo bueno por alguien (aunque sea una insignificancia). Compré una plantita con una bellas floras blancas y volví para regalársela a la ahora sonriente, aparte de sorprendida, funcionaria del registro civil. Le dije: "gracias por tus esfuerzos". Y no era un hueco halago: esas personas muchas veces se dejan la piel día tras día para atender, lo mejor que pueden, a tanta gente, en general, tranquila, pero a veces vociferante. Esta joven es una víctima más de los recortes de personal en las oficinas públicas. Había sólo dos empleadas donde tendría que haber al menos cuatro o cinco personas atendiendo al público y luego, haciéndose cargo de la búsqueda y entrega de los documentos ya firmados en grandes pilas de carpetas que ni siquiera estaban por orden alfabético. 

Este tema me trae a la memoria la remanida controversia de que si hacemos algo bueno por alguien es únicamente para nuestra propia satisfacción. Nunca entendí este razonamiento, es como buscarle la quinta pata al gato. Si hacemos algo bueno por alguien hay doble beneficio: el que da y el que recibe. ¿Eso es malo?¿ O necesitamos una hipotética balanza para calibrar que pesa más? 

Y así vamos por la vida, con pequeños consuelos y desconsuelos y, a veces, por qué no, fugaces momentos de alegría.  

lunes, 18 de octubre de 2021

BÁRBAROS

 


Cuando una ha nacido en Latinoamérica, concretamente Argentina y a los 40 años ha emigrado a España, los hechos e interpretaciones (no hay hechos, sólo interpretaciones, Nietzsche) sobre la invasión española en el cono sur se sufren fuertes distorsiones. Sólo el tiempo, la lectura y el espíritu crítico la salvan a una de tomar partido a la ligera. Y hablando de lecturas un profesor de la Universidad de Barcelona, BERNAT CASTANY PRADO, publicó un interesante artículo sobre este tema: ESPERANDO A LOS BÁRBAROS en el diario El País del 17/10/21, en el cual describe cómo "en 1490, el poeta-filósofo Tecayehuatzin, demasiado impaciente como para esperar a ser civilizado, invitó a 13 sabios a su palacio" en México, para conversar sobre el significado de la poesía. A lo mejor no está de más recordar que si esto ocurrió en 1490, fue antes de que en 1492 llegaran los españoles a nuestras costas. 

¿Y qué pasó en ese palacio de la antigua México? Uno de los invitados dijo que "la poesía es un don de los dioses que nos permite dejar la huella de nuestro recuerdo sobre la tierra". Para otro de los invitados (les ahorro los nombres algo enrevesados para nosotros), la poesía es "la vía simbólica mediante la cual el dios de la Inmediata Vecindad (la divinidad única y abstracta que empezaba a eclipsar el abigarrado panteón nahua) se hace presente en el mundo"  

Interrumpo para hacer una pregunta: ¿el sapiens siempre tendió al monoteísmo?

Sigue el profe: "Menos optimista", otro invitado "dice que no hay nada claro en esta vida, de modo que es razonable dudar de que la poesía pueda expresar algún tipo de verdad. Cercano al nihilismo, Xayacámach comparará la poesía con los hongos alucinógenos, pues embriaga los corazones con visiones evanescentes que acaban dejando al hombre más triste y cansado. Finalmente, el anfitrión cerrará aquel banquete afirmando que su corazón sigue abierto a la duda; si bien piensa seguir gozando de la amistad que ha forjado con ellos gracias a su amor por la poesía, a la que llama con felicidad "el sueño de la palabra". 

Y el profe continúa narrando la vida del poeta Nezahualcóyotl, conocido como el Pericles americano, que construyó bibliotecas, museos, zoológicos y avenidas. "Que los pueblos nahua se referían a una época clásica desaparecida, en la que habían florecido las culturas teotihuacana y tolteca, que equivaldrían respectivamente a nuestros griegos y romanos". (...) "Lejos de mí la tentación de idealizar aquellas sociedades. Nada de utopía arcaica. Eran tan malas y tan buenas como las nuestras. ¿Qué realizaban sacrificios humanos? No hay duda. Aunque me cuesta decidir si es más bárbaro que te arranquen el corazón drogado sobre lo alto de una pirámide o que te quemen vivo en un auto de fe después de haberte torturado durante semanas. ¿Qué los aztecas y los incas eran pueblos que apenas llevaban 80 años en el poder y se dedicaban a tiranizar a otros pueblos? Por supuesto. Y también en Europa los pueblos más poderosos tiranizaban a los más débiles..."

¿Qué hubiese pasado si los aztecas y los incas hubieran invadido Europa? Seguramente casi lo mismo que lo que hicieron algunos españoles en América, algunos ingleses en Norteamérica, algunos belgas en el Congo y algunos americanos en sus propios territorios, ya independizados, donde siguieron maltratando a los pueblos originarios. "¿O acaso las guerras del desierto de Domingo Faustino Sarmiento o la guerra de castas del mexicano Porfirio Díaz fueron organizadas por Hernán Cortés?"

Somos un embutido de ángel y de bestia (Nicanor Parra)

"Me perdonarán unos y otros que no sepa si es necesario pedir o no perdón. Si, como dice Hannah Arendt, pedir perdón es el único modo de que nos abramos al futuro, yo, ahora mismo, descendiente de aquellas gentes que nunca pisaron aquella América, hinco la rodilla y juro no volver a hacer lo que no hice". (...) "También puede ser que no sea necesario pedir perdón porque, como dice Pablo Neruda, "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". (...) "Pero lo que sí tengo claro es que este tipo de discusiones no debería ocultar el verdadero debate entre la antropofagia neoliberal de la ignorancia, la injusticia y la explotación y la civilización amenazada de la educación, la igualdad y la lucha social". 

Ha dicho. Y digo yo: ¿los españoles de a pie que opinan de todo esto? Bueno, hablando con muchos de ellos, saco la conclusión de que, salvo los que tienen el coco comido por fanatismos (derechas y ultraderechas), en general he visto como se sienten mal con todo este asunto de la invasión, les duele y les avergüenza. Algo es algo. No tendrían por qué ya que esos españoles no son estos. El imperio se acabó y hablandode imperios, por lo menos, fundaron hospitales, más de 30 universidades y se casaron con originales del lugar, porque las leyes de los Reyes lo permitían. Es decir, hubo mestizaje. El imperio anglosajón, por el contrario, arrasó con todo y evitaron mezclarse los guapos blanquitos sin corazón con esos "bárbaros".  Conclusión: yo tampoco soy culpable del calentamiento global, pero mi especie sí lo es. Y eso me pesa. 

sábado, 16 de octubre de 2021

Tangazo

 

NADA de Homero Manzi. 


He llegado hasta tu casa…

¡Yo no sé cómo he podido!

Si me han dicho que no estás,

que ya nunca volverás…

¡Si me han dicho que te has ido!

¡Cuánta nieve hay en mi alma!

¡Qué silencio hay en tu puerta!

Al llegar hasta el umbral,

un candado de dolor

me detuvo el corazón.

Nada, nada queda en tu casa natal…

Sólo telarañas que teje el yuyal.

El rosal tampoco existe

y es seguro que se ha muerto al irte tú…

¡Todo es una cruz!

Nada, nada más que tristeza y quietud.

Nadie que me diga si vives aún…

¿Dónde estás, para decirte

que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor?

Ya me alejo de tu casa

y me voy ya ni sé dónde…

Sin querer te digo adiós

y hasta el eco de tu voz

de la nada me responde.

En la cruz de tu candado

por tu pena yo he rezado

y ha rodado en tu portón

una lágrima hecha flor

de mi pobre corazón.

"Nada". Homero Manzi

Foto La Boca: Sameer Makarius.


miércoles, 13 de octubre de 2021

SUICIDAS

 EPÍLOGO DE SAPIENS, de Yuval Noah Harari. 



El animal que se convirtió en un dios. 

Hace 70.000 años, Homo Sapiens era todavía un animal insignificante que se ocupaba de sus propias cosas en un rincón de África. En los milenios siguientes se transformó en el amo de todo el planeta y en el terror del ecosistema. Hoy en día está a punto de convertirse en un dios, a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción. 

Lamentablemente, el régimen de los Sapiens sobre la Tierra ha producido hasta ahora pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos. Hemos domeñado nuestro entorno, aumentado la producción de alimentos, construido ciudades, establecido imperios y creado extensas redes comerciales. Pero ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo? Una y otra vez, un gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de los sapiens individuales y por lo general causó una inmensa desgracia a otros animales. 

En las últimas décadas hemos hecho al menos algún progreso real en lo que a la condición humana se refiere, reduciendo el hambre, la peste y la guerra. Sin embargo, la situación de otros animales se está deteriorando más rápidamente que nunca, y la mejora en la suerte de la humanidad es demasiado reciente y frágil para poder estar seguro. 

Además, a pesar de las cosas asombrosas que los humanos son capaces de hacer, seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos y parecemos estar tan descontentos como siempre. Hemos avanzado desde las canoas a los galeones,.a los buques de vapor y a las lanzaderas espaciales, pero nadie sabe adónde vamos. Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecen ser más irresponsables que nunca. 

Dioses hechos a sí mismos, con solo las leyes de la física para acompañarnos, no hemos de dar explicaciones a nadie. En consecuencia, causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar ninguna satisfacción. 

¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren? 



domingo, 10 de octubre de 2021

MIENTRAS


 ¡Felices 85, #LauraDevetach!!! 🌸 

Un día como hoy de 1936 nacía esta hermosa Maestra en Reconquista, Santa Fe 💐


✒"Mientras 


Mientras la casa va tomando el largo olor de las manzanas y la cocina hace tormenta en la olla del puchero.

Mientras los hijos bucean como nuevos en este mar de cosas rotas.

Mientras tejo un tornado en el lavarropas y los ascensores juegan al yoyo y los prestidigitadores hacen como que todo va mejor.

Mientras las plantas crecen y los retratos y los objetos son susurros. Crepitar, mezcla de nombres y de roces.

Mientras maldigo el teléfono, el portero eléctrico, el timbre, el televisor y a la vecina de enfrente que me da su ¿cómo esta? Y pregunta con vidrios de aumento.

Mientras la tristeza se hace estomago, intestino, cabeza, huesos, cuerpo.

Mientras busco un lugar para mis palabras que son para todos y seguramente para muy pocos.

Siento que el amor, solo el amor me sostiene por un pelo." 


En "Para que sepan de mí" 📗❤


#lauradevetach 

#85años 

#mientras 

#paraquesepandemí

UN TERRORISTA

 MI TÍO EL TERRORISTA por Unai Rivas Campo.



Quise armar mi propia banda terrorista

Correr por ahí estallando bombas por toda la ciudad

Sembrar el miedo entre los más ricos

Y hacer que cunda el pánico entre los agentes de la policía 

Quise armar una banda terrorista, pero no supe qué pedir

Y pedir es lo más importante para un terrorista

Pedir es la parte más creativa del trabajo 

Los terroristas siempre piden algo:

La independencia de su Patria

El fin del capitalismo

La rendición incondicional de los Estados Unidos de América

O que el Primer Ministro del Reino Unido 

se coja un cerdo en televisión

No importa

Hay que pedir algo 

Hay que pedir algo imposible

Ser terrorista es desear lo más absurdo 

con todas las células del cuerpo

Un buen terrorista es aquel que mata y muere 

por un sueño delirante

Mi tío era terrorista

Y se pasó 30 años de su vida encerrado en una cárcel 

No mató a nadie

No sabía poner bombas

Nunca pegó un tiro

Mi tío era miope

Y se mareaba al ver la sangre

Mi tío el terrorista solo llevaba mensajes 

de un lado para otro

Y cuando la policía lo encontró 

estaba escondido debajo de su cama

Mi tío el terrorista se entregó sin resistencia

Yo sé que mi tío ya estaba entregado mucho antes

Fue después de aquel divorcio

Después de que su ex no le dejara ver al niño

Después de que ella obligara a su hijo a llamar papá al otro tipo

Mi tío estaba sin trabajo y no podía pagarse un abogado

Mi tío estaba tan perdido 

Que eligió pelear por una causa todavía más perdida

¿Entienden que mi tío perdió 30 años de su vida 

reclamando la rendición 

del puto Reino de España?

Yo tenía nueve años

cuando lo escuché llorar al otro lado de la puerta

Mi tío el terrorista estaba tan perdido 

Que sólo pudo elegir su propia forma de perder

Mi tío peleó una guerra 

contra el puto Reino de España

para no ser derrotado por la vida

Mi tío el terrorista

se entregó a la policía

para no entregarse a la verdad.

lunes, 4 de octubre de 2021

UN CUENTO DE BORGES

Ilustración de ALBERTO BRECCIA


EMMA ZUNZ de Jorge Luis Borges. 

El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto. 


Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería. 


En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre "el desfalco del cajero", recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder. 


No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera. 


El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió. 


Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman. 


¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. 


Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Paradójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin. 


Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz. 


La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir. 


Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así. 


Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado ("He vengado a mi padre y no me podrán castigar..."), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender. 


Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté... 


La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.


JORGE LUIS BORGES - EL ALEPH (1949)


Ilustración: ALBERTO BRECCIA