martes, 31 de agosto de 2021

UN GATO



Autor: CARLES TÀVEC

Somos legión los que experimentamos sensibilidad extrema en esta época. En mi juventud decíamos: «saltó como leche hervida» y la cosa quedaba ahí, pero en tiempo de redes sociales el escarnio está a flor de piel. Fue así que me dediqué a investigar y recopilar las acepciones de «gato», vocablo que causa escozor, controversias y discusiones, sobre todo en la Argentina, país en el que hasta se utilizó para caracterizar a un primer mandatario. Siguen a este párrafo las fuentes utilizadas en la investigación. Después aparece una lista de acepciones y al final planteo algunos ejemplos o curiosidades y mi propuesta:

 

• Diccionario integral del español de la Argentina, Voz activa, 2008, Bs. As.; 

• Diccionario etimológico del lunfardo, Oscar Conde, Libros Perfil S.A., 1998, Buenos Aires;

• Diccionario de la Real Academia Española en línea.


Gato: 1) mamífero felino doméstico; 2) persona nacida en Madrid; 3) en Costa Rica y Nicaragua: persona que tiene los ojos azules o verdes; 4) en El Salvador y México: criado o sirviente; 5) herramienta; 6) composición musical y danza que se baila a su compás; 7) bolso o talego que se utilizaba para guardar dinero y el dinero que se guardaba en él; "8") trampa para cazar ratones; 9) ladrón; 10) Hombre sagaz, astuto; 11) en la Argentina: persona que paga a otra una suma de dinero para intimar con ella; 12) En la Argentina: persona que para intimar con otra cobra una suma de dinero; 13) peluquín; 14) individuo sin bienes ni dinero.

   

Esta polisemia induce a confusiones. Por ejemplo, no es lo mismo «gato de Ushuaia» que «gato de Ursaria», y tampoco «gato de Angola» que «gato de Angora». Y vamos a dejar de lado por ahora al gato de Cheshire, al gato con botas y al gato Barbieri pues son gatos artísticos. «Alcanzame el gato» es otra frase que merece aclaración. ¿A qué gato se refiere el hablante? ¿Al animal, al peluquín, a la herramienta, a la trampa…? En otros casos depende del país. Si alguien en la Argentina dijera: «Hay mucho gato acá» y no se divisara ningún animal de cuatro patas, ¿cuál sería la acepción de la palabra «gato»? ¿Habrá muchos ladrones, mucha gente sin bienes ni dinero, muchas personas sagaces y astutas…? Por todo ello, propongo a las academias de la lengua que para denominar al mamífero felino doméstico no se use más la palabra «gato» sino «micifuz» acompañado de los sinónimos que en cada país determinen los usos y costumbres. Así, la frase polisémica: «me encontré con un gato en la calle» se convertiría en otra mucho más precisa: «me encontré con un micifuz en la calle». No seré Andrés Bello ni Domingo Faustino Sarmiento, pero ideas no me faltan.



viernes, 27 de agosto de 2021

PINTURA ARGENTINA

 Publicado por Alejandra Kogan. Desde "La Blanco Encalada" en conjunto con Mauricio Nizzero, Rubén Borré y Rubén Sassano. 

  

                           “El Dibujo su Memoria"

para ver:https://youtu.be/uMDfe4WSF1k (tomoIII)

un recorrido por los grandes maestros del dibujo argentino en su tercer tomo.

Un aporte que consideramos necesario en reconocimiento a quienes nos legaron su fecunda huella a través de la línea.


LINO ENEA SPILIMBERGO




“El Maestro”

Buenos Aires 1896 - Córdoba 1964

Con su formación industrial y al tiempo que tiene diversos empleos, en 1915 ingresa a la Academia Nacional de Bellas Artes. Tiene de compañeros a Basaldúa, Badii, Butler y Bigatti. Egresa en 1917 como Profesor Nacional de Dibujo. Viaja a Italia y Francia con sus compañeros y se suman, Berni, Forner, Pissarro y Neira para conformar el “grupo de París”.


Funda en 1933, el Sindicato de Artistas Plásticos. Ese año participa con Castagnino, Berni y Lázaro en el mural “Ejercicio Plástico”, de David Alfaro Siqueiros en la quinta Botana. Más tarde se desempeña como Profesor de “Dibujo, pintura y composición” del Instituto de Arte de la Universidad de Tucumán. 


Las primeras obras responden a un lenguaje naturalista representando paisajes desolados y personajes humildes del interior. Durante su etapa europea, trata de conciliar la tradición  renacentista con el espíritu moderno. Se orienta hacia el llamado “retorno al orden” de los artistas de la Escuela de París. Se percibe en su obra la gravitación del Novecento italiano. Se ocupa de la figura humana, el retrato, la naturaleza muerta, el paisaje y escenas de crítica social o de alegoría simbólica. Su pintura está regida por el concepto de claridad formal y estructuración geométrica entre las formas y el espacio. En ocasiones, asume un realismo inquietante de tono onírico, a la manera de la pintura metafísica italiana.


En el grabado, alcanza un notable dominio de la monocopia con la que realiza series expresivas y descarnadas como la dedicada a la “Breve historia de Emma”.


En el trabajo de Spilimbergo vemos la extraordinaria solidez constructiva de toda la obra, una multiplicidad de propuestas plásticas y estéticas dentro de la misma, que nos permite hacer relecturas y recorridos visuales diferentes del cuadro en forma didáctica, esto permite calificarlo como “El Maestro”.

jueves, 26 de agosto de 2021

ESTAFASENESPAÑA.COM.

 El diario El País del 22 de agosto de 2021 hizo una interesante recorrida por las grandes estafas empresariales durante la democracia. 

Muy "nutritivos" estos revival para comprobar que muchas veces los listillos no se salen con la suya y una lo vive como una bocanada de aire fresco. Ahí va la lista de los listillos que acabaron en la cárcel:


RUMASA 1983. Recién llegado el PSOE al poder expropió el holding de Ruiz Mateos por llevar doble contabilidad, un agujero millonario (todavía en pesetas) , cuantiosas deudas fiscales y unas pérdidas millonarias que no se correspondían con los beneficios anunciados. Ruiz Mateos se fugó a Alemania hasta que fue extraditado y encarcelado, junto con sus 6 hijos varones. 
BANCA CATALANA 1984. Los fiscales presentaron una querella contra 25 directivos de la entidad, entre ellos Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, pero fue exculpado porque se presentó como víctima del ejecutivo socialista contra él y contra Cataluña. No obstante, el propio Pujol confesó que disfrutaba de una fortuna oculta en el extranjero. Con él cayeron sus 7 hijos y otras 11 personas. 


BANESTO 1993. El Banco de España dió un ultimátum a Mario Conde, quién se resistió a reconocer la maña situación y el banco fue intervenido. Fue acusado de estafa y apropiación indebida y de haber generado un agujero de millones de pesetas. Fue condenado a 10 años de cárcel. 

IBERCORP 1994. Es un ejemplo de la cultura del pelotazo y, aunque sus cantidades no alcanzan a las de otros escándalos, muchos de los implicados pertenecían a la " beautiful people" y llevó a la cárcel al ex gobernador del Banco de España y tuvo muchas consecuencias políticas. 


TERRA 2000. Juan Villalonga importó las stock options que hicieron ricos a muchos, compró empresas y fundó otras. Pero lo más osado fue la creación en 1998 de Terra en medio de la burbuja tecnológica. Acabó en los tribunales. Terra significó el estallido en España de las "puntocom". 

GESCARTERA 2001. Antonio Camacho creó Gescartera, una sociedad de Bolsa que, entre sus clientes tenía varios obispados y arzobispados, lo que le valió el mote de broker de los conventos. Sus ramificaciones alcanzaron a directivos de la Comisión Nacional del Mercado de Valores y a altos cargos del gobierno del PP, aunque una comisión parlamentaria eximió al gobierno de Aznar de responsabilidad. 

FIN DEL CUENTO. 

miércoles, 25 de agosto de 2021

CON LA GUITA NO SE JUEGA

 


ESCRITO POR UNAI RIVAS CAMPO.

¿No les llama la atención que hasta hace 10 días nadie "supiera" que había una guerra en Afganistán? 


Se hablaba de tropas de paz, reconstrucción del país, misiones humanitarias y la mar en coche. Pero ahora resulta que había una guerra y que los EEUU la terminaron perdiendo.


La otra pregunta es por qué los EEUU tuvieron que salir corriendo en una forma tan humillante. Si los EEUU hubieran dejado una base activa con unos 5000 soldados podrían tener condicionados a los talibanes. No parece tanto y hubiera evitado semejante papelón.


Pero no se podía. Y no se podía por algo que nadie está diciendo. Sucede que a partir del 2001 el gobierno de los EEUU comenzó a privatizar toda la logística de la guerra: armas, uniformes, lavandería, transportes, hospitales, cocina, comunicaciones, todo, absolutamente todo lo que no es un soldado ahora lo maneja una empresa contratista del Estado. 


No olviden que por cada soldado en el frente hace falta un mínimo de 4 personas dedicadas a asistirlo. Así, desplegar 5000 soldados implica mover 25.000 personas que cobran mucho más de lo que cobra un soldado.


Y eso multiplica los costos de la guerra. Lo que antes hacia un soldado que ganaba 20.000 dólares al año, hoy lo hace un contratista que cobra auténticas fortunas. Y lo peor es que a día de hoy el ejército yanky no tiene más remedio que acudir a los privados porque su aparato logístico ya no existe más.


Entonces el ejército de los EEUU está roto. Se mantuvo está guerra -casi en secreto- durante décadas para favorecer el curro de los contratistas privados. El auténtico botín de guerra no fue el petróleo, fue el dinero que le sacaron al contribuyente norteamericano. Y por eso no quedó más remedio que cortar el flujo de dinero. Las tasas de pobreza en la primera potencia mundial son escandalosas y necesitan ese dinero para que el país no les estalle por los aires. El problema allá no es el racismo o la inmigración, es la billetera. La gente se enoja mucho cuando la billetera está vacía.


Y por eso tuvieron que salir como salieron.

En fin, sobre esto hablo en el último video que saqué para mi canal. Mírenlo y díganme qué les parece.

jueves, 19 de agosto de 2021

CUENTO GANADOR

 Cuento ganador de "Quilmes a Contar" de FEDERICO CANIZZARO.

  



EL ASCENSO


Beto se había ido como, luego supimos, se estaban yendo muchos en ese momento, y con él se fueron tantas cosas que costaba pensar en lo que nos quedaba. Yo también me fui un poco con él, o con todo eso que nos dejó su ausencia; lo abrupto de su partida nos dejó tambaleando en tiempos en los que necesitábamos estar de pie. Yo me quedé de este lado del río y de la realidad, pero también me fui en cierto modo, porque estar aquí no era estar del todo; algo nos oprimía y no podíamos nombrar esa fuerza que poco a poco se nos instalaba adentro; y también afuera en la ciudad, que ya venía siendo otra cosa por completo distinta a la que estábamos acostumbrados a ver, se oscurecía. El olor a malta y río con el que crecimos, ese sabor nuestro, de entrecasa, que percibíamos en cualquier esquina de la ciudad, nunca dejó de hacernos saber que estábamos, como siempre, en Quilmes, pero lo cierto era que nos caíamos, nos estábamos cayendo en un pozo y la ciudad pozo nos hundía con Beto, con lo que Beto nos dejaba. Porque Beto se fue, se tuvo que ir o se lo llevaron, y esas tres posibilidades de pensar en su suerte nos conectaba con nuestra propia ausencia.



Siempre fuimos tres, Beto Robledo, Carlos Peralta y yo; amigos desde siempre, nos unían muchas cosas que nos venían de antes, la ciudad, el barrio, la misma cuadra, pero mucho más nos aferraba eso que habíamos elegido, decidido y tomado de niños como si fuésemos adultos con cordones desatados, éramos hinchas de Quilmes; Cerveceros, como nos gustaba proclamarnos en la escuela y en la vida, como si de esa manera afirmáramos aún más nuestra elección; porque de Quilmes obviamente éramos, habíamos nacido aquí, todos los quilmeños son de Quilmes, pero Cerveceros no todos y nosotros sí, y ésa era nuestra razón de ser. Pensábamos que ver a Quilmes con ojos Cerveceros era ver dos veces una misma cosa pero distinta, especial. Tal vez por eso, años después, comenzamos a percibir que en cada detalle la ciudad se nos estaba escapando; había algo, luego todos lo comprendimos, que contrastaba fuerte lo que sucedía en la cancha con lo que estaba pasando en la ciudad. La cancha se llenaba, la gente iba en multitudes, pero la ciudad perdía sus pasos y sus paseantes; las casas cerraban sus puertas, la cuadra apagaba la luz. Algo o alguien se había adueñado de nuestra ciudad y nos la quitaba de a poco.


Fuimos creciendo juntos, los sábados en Guido y Sarmiento, en nuestra ciudad, mucho antes de todo, mucho antes de lo de Beto. Empezamos yendo los tres cuando comenzamos el secundario y podíamos cuidarnos solos. Nos juntábamos en la casa de Carlos y caminábamos hasta la cancha. Luego los años, la facultad y nuestras vidas fueron modificando ese ritual y nos encontrábamos directamente en los tablones más altos del codo que daba a la sede social. Para ese entonces peleábamos el ascenso a primera, pero de a poco algo empezaba a decirnos que la pelea era por algo más; no teníamos del todo claro qué era, pero sentíamos que algo tiraba para abajo y nosotros saltábamos sobre los tablones como queriendo soltarnos de esa presión.


Se venían los últimos partidos del campeonato y el ascenso se perfilaba a una realidad. La ciudad entera estaba en la cancha, pero esa tarde Beto no vino. Con Carlos pensamos, o tal vez preferimos limitarnos a pensar, que estaba preparando exámenes o cursando en la Facultad, porque la ciudad estaba vacía, jugaba Quilmes, y no hubiese sido lo mejor que la tarde lo encontrara demorado en la calle, caminando hacia la cancha para poder estar. Ganamos dos a uno y el ascenso se definía en casa si lográbamos al menos un empate de visitante. Salimos de la cancha y caminamos hasta la peatonal; la gente buscaba rápido sus destinos, nadie quería demorarse mucho. Apuramos el paso nosotros también, contagiados por la multitud que huía con el sol y le escapaba a la noche, que ya le ganaba a la ciudad. Hablamos poco de la ausencia de Beto esa tarde pero no dejábamos de pensar en eso; sabíamos bien que jamás se perdería ese partido, en ese momento, con tanto por ganar, con tanto que afirmar. Caminamos esas cuadras buscando a Beto, sin decirlo, entre los últimos hinchas que se perdían doblando la esquina; esperábamos verlo aparecer de repente y abrazarnos los tres después de semejante victoria, queríamos contarle cada detalle del partido que se había perdido por culpa del examen, del demorado tren o de lo que fuese; pero la ciudad ya estaba vacía, volvía a ser ese desierto al que tanto nos estábamos acostumbrando, como a la sensación de que un tigre hambriento comenzaba a merodear. Me despedí de Carlos en Mitre y Rivadavia, nos veríamos el sábado en la estación para tomar el tren y buscar ese punto de visitante. Caminé unos metros y miré hacia atrás, busqué a Beto una vez más. Me resistía un poco a todo esto.


Salir de la ciudad nos daba una tregua a Carlos y a mí, es probable que también a los cientos de hinchas que viajaban con nosotros en el tren; alejarnos un poco nos liberaba de algún modo de ese estado de hundimiento en el que nos tenía la ciudad, buscábamos el ascenso. Beto no viajó con nosotros, y al igual que el sábado anterior tampoco estuvo ese día. Comenzábamos a asimilar su ausencia. No teníamos modo de buscarlo más que por un pequeño itinerario que agotamos rápido con la habitación que alquilaba en Caballito, que la había abandonado sin aviso ni sus cosas, y la Facultad, donde hacía varios días que nadie sabía nada de él. Buscarlo en la ciudad no fue una opción. Conseguimos un empate en el Oeste y sólo restaba lograr el triunfo en casa.


Ese último sábado en Guido y Sarmiento, la cancha estaba como nunca, no entraba un alma; las tribunas se abarrotaban de hinchas que se apretaban para hacer un poco más de lugar y recibir a los que seguían entrando. Faltaban dos horas para el comienzo del partido y la cancha era una marea azul y blanca en permanente movimiento. No podría calcularse la cantidad de hinchas que había, veinte o treinta mil, o tal vez uno solo, no había distinción, era una sola fuerza que empujaba hacia arriba y gritaba, se hacía escuchar en un mismo abrazo en el que nos fundíamos todos los Cerveceros, Carlos y yo. Asomaron las primeras camisetas blancas al campo de juego y el aire se hizo papel, millones de partículas de aire convertidas en papeles azules y blancos cubrieron todo y llenaron nuestros pulmones para volver a gritar con más fuerza. Empezó el partido y la euforia aumentaba, los tablones se arqueaban y devolvían el impulso de un resorte, íbamos a tocar el cielo. Llegó el tiro libre y el primer gol, y con él un cerrojo estallaba, algo se abría. Abracé a Carlos, que reía con lágrimas en los ojos, comprendí que había visto a Beto mezclado entre la marea. Siguió el partido y seguíamos ascendiendo, no parábamos, no queríamos parar de gritar y cantar, liberábamos una presión que nos excedía. Llegó el penal, el segundo gol y una puerta que se hacía pedazos, la voz de Beto, inconfundible, me llegaba con su grito de gol desde alguna parte de la tribuna o de ese mundo en el que se había convertido la cancha.


Terminó el partido y la calle fue una continuación de los tablones, la marea se expandía por las calles de la ciudad. La gente aparecía por todas partes, se abrían las puertas de las casas y salían como de la boca de un subterráneo, se sumaban a la multitud que no paraba de crecer; habíamos logrado el ascenso, salíamos del pozo y con miles de manos apretadas nos empujábamos a la superficie. Caminaba junto a Carlos en la multitud de bombos y banderas, saltando y cantando, no podíamos más, no nos quedaba un hilo de voz pero seguíamos, no podíamos parar. Una cortina de humo azul y blanco nos acompañaba, era nuestro cielo, no había límite, éramos la ciudad. Las bocinas de los autos y la música que salía de algún bar, el griterío y el canto desbordaban el volumen de la calle; un estruendo en el cielo y luego otro más, y ya no nos escuchábamos, y todos éramos uno y Beto con los ojos vendados, atado a una silla, los brazos lastimados y los bombos que sonaban cada vez más fuerte y saltábamos sobre el tablón de cemento que era la Avenida Mitre y Beto conteniendo la respiración y el grito de dolor; una bengala azul volvía a pintar el cielo y cantábamos, gritábamos y Beto encapuchado, arrojado al baúl de un auto y saltábamos, no podíamos parar de saltar, de agarrar bien fuerte a la ciudad que era nuestra otra vez, y el silencio, y las lágrimas y el miedo y el terror de Beto que se nos escapaba, nos soltaba la mano y el cielo se abría otra vez, y la marea bajaba, y la calle se despejaba, la gente se perdía y se alejaba por las esquinas como disolviéndose en ese instante que nos preparaba para lo que vendría después.


Seguí caminando con Carlos y los últimos hinchas que se iban quedando atrás. Caminamos sin hablar y llegamos a la peatonal; nos despedimos cuando anochecía. Una noche larga era la que iba a comenzar. Caminé, esta vez sin mirar atrás. Seguí buscando a Beto en cada esquina y en cada gol.

                  FEDERICO CANIZZARO

lunes, 16 de agosto de 2021

UN DIOS QUE EVOLUCIONA.

 Jorge Luis Borges sobre Dios (maravilloso)



¿Cree usted en Dios?


Borges —Si por Dios se entiende una personalidad unitaria o trinitaria, una especie de hombre sobrenatural, un juez de nuestros actos y pensamientos, no creo en ese ser. En cambio, si por Dios entendemos un propósito moral o mental en el universo, creo ciertamente en Él. En cuanto al problema de la inmortalidad personal que Unamuno y otros escritores han vinculado a la noción de Dios, no creo, ni deseo ser personalmente inmortal.

Que hay un orden en el universo, un sistema de periodicidades y una evolución general, me parece evidente. No menos innegable es para mí la existencia de una ley moral, de un sentimiento íntimo de haber obrado bien o mal en cada ocasión.


—¿Quiere decir entonces que en esencia todo eso probaría la existencia de Dios, o que Él haya sido el creador, el principio y el fin de las cosas?


Borges —No sé si Dios está en el principio del proceso cósmico, pero posiblemente está en el fin. Dios es tal vez algo hacia lo cual tiende el universo.


—¿Y por qué cree usted de esta manera en Dios?


Borges —Creo por intuición y además porque sería desesperante no creer. Si suponemos que hay un ser perfecto y omnipotente que está al principio de la historia universal, y suponemos que creó el mundo, entonces no comprendemos por qué existe el dolor o la maldad; en cambio si suponemos un Dios que está creándose a través del proceso cósmico o de nuestros destinos personales, en esa única forma podemos creer en Él, es decir, como canalización evolutiva hacia la perfectibilidad.


—¿Y cómo aplica su creencia a la vida práctica cotidiana?


Borges —Trato de aplicarla. Dentro de la vida para la cual estoy condicionado hago lo más que puedo. Además no exijo a la finitud de mi ambición más de lo que el proceso natural de mi propia evolución podrá darme. Trato de ser un hombre justo, pero no siempre lo consigo.

domingo, 15 de agosto de 2021

BOMBI Y JULIÁN.

Tendría yo unos ocho años cuando ese día soleado e invitador nos fuimos de excursión. Había un sendero. Mi hermanito y yo corríamos entre cañaverales bajo un sol inmisericorde con esa felicidad ciega que solo se vive en la infancia. Había árboles, matorrales y unas mariposas andaban mariposeando por ahí. Vimos unas vacas tetonas blanco y negro que nos miraban de reojo mientras rumiaban. Un arroyo perezoso nos arrullaba con su cuarto elemento transparente y coqueto. 

Llegamos a un lugar con sillas y mesas de jardín. Unas gallinas con sus pollitos pululaban por todos lados. La más sana de las libertades nos sonreía desde esa brisa acariciante. Una tarde divina. 

Salí corriendo con la absoluta convicción de alcanzar y abrazar a una gallina y declararle mi amor. En mi caracoleante correr había muchos obstáculos...y uno de ellos me pilló. Caí cuan larga era al suelo de tierra, de boca y mis dos incisivos centrales de leche salieron despedidos para siempre de mi boca, en un fuerte impacto. Sangre, gritos y un gran alboroto se formó a mi alrededor. Mi papá me levantó en brazos y volamos al baño donde me lavó la boca con mucha agua y jabón. Recuerdo que no lloraba, estaba como muy perpleja y asustada. Me acostaron y de golpe me encontré en el siglo XIX porque estaba en vigencia el ROMANTICISMO como corriente estética. Un concierto de piano de Rachmaninoff iba y venía y me hamacaba mientras una escalera de teclas marfil y negras me hacía perder el equilibrio. La música más dulce y sobrenatural nos sobrevolaba y, por un momento, pensé que estaba en el mejor de los mundos posible, flotando entre partituras y pianistas melenudos. Nada me dolía y todo me complacía. ¡Cuánto le tengo que agradecer a Rachmaninoff!

 Al despertarme, sonreí al ver a mi papá a mi lado, que me devolvió una mirada algo apenada. ¡Claro, le impresionó mi sonrisa desdentada de un minuto para otro!

Más de 65 años más tarde iba yo caminando con la Bombi, la perrita boxer francés de mi hijo Alejo por una bella calle arbolada de Chiclana de la Frontera, cuando inadvertidamente pisé una baldosa de punta que me hizo perder el equilibrio. Mientras caía al suelo, sólo pensaba en proteger mi prótesis de cadera; así que esa pierna la mantuve de manera refleja, lejos de la caída. Alcancé a abrazar a una papelera para amortiguar el golpe y caí de boca. Sangre, escándalo y vecinos... Bombi ladraba asustada. Y me seccioné el labio superior por la mitad, como si tuviera labio leporino. Me lavé vigorosamente con agua y jabón en el baño de la asustada vecina, comprobé que mis dientes no se movían y me junté los dos bordes de la herida, manteniéndolos unidos, a ver si se reconocían, encajaban y tenían a bien cicatrizar sin necesidad de hilo y aguja. 

Volvimos Bombi y yo a casa caminando, ya que era cerca, y me tumbé en el sillón mientras mantenía bien unidos los bordes de la herida con papel higiénico bien mojado. Los del tercer mundo nos arreglamos con lo que haya a mano. Bombi me miró hasta comprobar que la cosa estaba tranquila y ella también se tumbó en su alfombrita. Nos dormimos. No sé que soñó ella pero yo me dejé acariciar por el concierto para piano de Grieg. Parece que cada vez que me rompo la cara me visitan los románticos. Será para compensar, digo yo. 

Las caídas y ruptura de dientes traen otros recuerdos que vinieron a remolque desde mi casa de Témperley: el Tata Broquen, viejo amigo de la familia, abogado de profesión,  luchador por los derechos humanos, solía venir a mi casa de Témperley los domingos a comer ravioles y nos deleitaba con su culta y humorística charla que los demás escuchábamos abducidos. Tenía terror a los dentistas, (de ahí el lamentable estado de su dentadura) y a las cirugías. Por esa razón tenía una gran hernia que llamaba mucho la atención por su volumen, cosa que él aceptaba con deportividad, comentando que no quería "despertar falsas expectativas en las mujeres". No podía ocultar que le gustaban muy jóvenes, ése era su punto flaco y lo que seguramente le trajo problemas con su ex-mujer. 

Él era el que me recomendaba lecturas para que mejorara mi mediocre nivel cultural y me había rebautizado como "diamante en bruto". Mi pareja, Juan Giani y él se reían a carcajadas de sus propias ocurrencias, más ocurrentes después de un par de vinitos. ¡Cuánto aprendí de ellos dos! El Tata y nosotros nos habíamos conocido a través de su hija Patricia (Patru para los amigos),  ingeniera agrónoma, que trabajaba en Parques Nacionales cuando todos vivíamos en la provincia del Neuquén. Patricia estaba casada con "Bicho" Girardin, un uruguayo divino y ya habían nacido dos de sus tres hijos: Julián y Leandro y dos de los tres míos: Camilo y Cuyén. 
Girar para ver la fotografía. Sepan disculpar. 

Me acuerdo que cuando se anunció la visita del Tata a la casa de Patru, yo dije algo así como: "uh, nos invaden los jovatos" con tono sospechosamente desconfiado (Eran épocas de rupturas generacionales), pero Bicho me tranquilizó usando una expresión muy suya: "No, Momoca (mote mío para los íntimos), éste es potable". 

Y tanto que lo fue. Jamás nos hubiéramos imaginado que nos íbamos a encontrar con un ser con semejante cultura, magnetismo y poderosa seducción, todo en el mismo envase. "¡Lo que habrá sido de joven, un peligro, como todos los seductores!", decía Juan medio en broma, medio en serio, quién, a pesar de su gran simpatía hacia él, lo seguía analizando concienzudamente. Como si algo del fondo del Tata no llegara a comprender del todo. A mí me parecía una exageración y no le hacía mucho caso a esas dudas. ¡Bah!, le decía, nadie es perfecto. 

Más de 60 años más tarde, su nieto Julián y yo iniciamos una charla, nuevas tecnologías mediante, en la cual rescatamos recuerdos aparentemente perdidos, amor por la poesía y unas cuantas fotografías. Esas frases que quedan colgadas de alguna neurona a punto de morir revivieron desde el fondo del hipocampo, acompañadas de paisajes idílicos, caras sin arrugas y pelos sin canas. Las sorpresas que nos da la vida.

sábado, 14 de agosto de 2021

ATAHUALPA

 


Porque no soy de estos pagos 

me acusan de forastero.

Como si fuera un pecado

Vivir como vive el viento.

¡De dónde vendrán los ríos,

de adónde vendrá el sereno

que besa los pastizales

de la llanura y el cerro!


Yo vengo de todas partes

por los caminos del sueño,

cómo las rosas a mayo

y los jazmines a enero.

Doy lo que tengo que dar

y a veces me doy entero,

cómo la dicha en los valles

y la pena en los desiertos.

.

Fragmento de "El Forastero" incluido en su libro "Guitarra"

miércoles, 11 de agosto de 2021

LA CALESITA INMÓVIL.

 Estoy proclive a los recuerdos: debe ser el sofocante verano que me pone las neuronas a baño maría. 


Y hablando de calor, el cual automáticamente me evoca agua transparente y fresquita; también vienen a mi memoria imágenes de las épocas de carnaval de la adolescencia en el verano del hemisferio sur, cuando había que cuidarse de las bombitas de agua que tiraban jóvenes "bandoleros" escondidos en los jardines vecinos, si una iba bien vestida para ir al cine. Lo cual no dejaba de ser un divertido desafío y una aventura. 
Poniendo la marcha atrás de los recuerdos me veo arriba de una calesita, aferrada a una de sus barras, riendo al unísono con mi hermanito, que iba sentado en un cochecito rojo de lata. Éramos felices como solo se puede ser feliz a esa edad, con todo el cuerpo. "No hay otros paraísos que los paraísos perdidos" dijo Borges. Mi hermanito Mario Aníbal estaba disfrazado de vaquero y yo de aldeana rusa. Lo curioso era que carnaval tras carnaval no cambiábamos de disfraz: usábamos el mismo. Nos encantaba esa costumbre. Eran otros tiempos, los vestidos eran eternos y la novedad, todo un acontecimiento. Mi papá, por ejemplo, alardeaba de que hacía 20 años que usaba el mismo traje. Los zapatos eran dos pares por año, unos de invierno y otros de verano. Pero volvamos a la calesita (o tíovivo, como se llama en otras latitudes).  

Yira que te yira (diría el tango) rotaba mi calesita de colores con coches, aviones y animales, ante las miradas sonrientes y movedizas de la parentela. No sabía si giraba o volaba, pero el hecho es que yo la sortija no la alcanzaba, por mucho que me estirara. El germen de lo que luego fue mi perseverancia ya se dibujaba desde esos remotos tiempos porque seguía insistiendo en cada vuelta, con ojos desorbitados y risas histéricas, el impulso de agarrar la sortija de marras. 


Cuando estaba por terminar la última vuelta, el hombre que sostenía la anhelada "joya" tuvo la generosidad de ponérmela a tiro. Eso no lo sospechaba yo: suponía que esta vez  me la había ganado a pulso gracias a mi buena puntería. 


Ese hombre joven que me facilitó apropiarme del tesoro probablemente nunca supo la inmensa satisfacción e inolvidable sensación de logro que me regaló aquélla tarde de verano. Todo se olvida pero esa emoción no. 

Cuántas personas nos han dejado huella y de las cuales solo conservamos eso: la huella. Ni caras, ni nombres, ni siquiera lugares, aunque lo indeleble persiste y persiste tercamente rodeado de imágenes difusas, músicas antiguas y personas inolvidables que ya han sido olvidadas, (otra vez Borges). Todo es evanescente, diluído, borroso y hasta llegamos a preguntarnos si de verdad aquéllo ocurrió, pero ya no queda nadie a quien preguntarle. 

 La flacucha de melenita oscura que era yo, ese día algo aprendió: a insistir una y otra vez, tautológicamente, sin perder de vista el objetivo. El "mandato" de feminidad de lograr algo dándole al tema las vueltas que sea necesario se lo copié a la calesita. ¡Por eso nos dicen víboras, jeje!

Tampoco olvidé cuando miraba con intrigada tristeza desde la ventana de mi casa al bello carrusel parado, con su funda de tela cubriéndola por completo y dándole un aire fantasmal, porque había una epidemia de poliomielitis en el año 1956. "¿Qué pasó con la calesita?" pregunté perpleja a María, la galleguita inmigrante que desde los 15 años vivía con mi familia y era buena para todo; y me contestó algo que entendí vagamente como "parada infantil", lo cual no se alejaba tanto de la realidad porque parálisis es estar parada, detenida. Por eso no íbamos al colegio, pintaban los árboles de blanco y llevábamos bolsitas de alcanfor colgadas del cuello. Pensé: ¿la calesita también puede enfermar y por eso está quieta?

Recuerdo el desborde de angustia que se desató en mi casa cuando mi hermanito amaneció un día con fiebre, en plena epidemia. Vino el pediatra volando y diagnosticó una amigdalitis. Menos mal. Me confundió mucho ver a mi madre sollozando agónicamente porque no entendí que era de alivio. La sonrisa de mi padre fue más explícita. Veía, a través de la ventana del living, a los vecinos de una familia muy pobre y numerosa jugando alegremente por la calle, a pesar de la polio y oí a mi padre que murmuró con serio semblante: "a ellos no les va a pasar nada, gracias a Dios. El virus vive en ambientes inmaculados con lavandina. Mejor, ya tienen bastante con la pobreza". Pensé: entonces  ahora mismo me voy a revolcar en el barro... no era mala idea y sonaba alegre y transgresor. ¡En el barro tibio con los tres chanchitos: una gozada!

En algún momento se restableció la normalidad, pero la polio había dejado un tendal. Se superó gracias a las vacunas de los doctores Salk y Sabin. Eterno agradecimiento hacia ellos. 

martes, 3 de agosto de 2021

PENAS

 Cuando las penas agotan, los hijos y el nieto alejados y enfrentados, preocupan, y se convive con los que una no puede sincerarse enteramente por esa cuestión de no entorpecer la vida doméstica y no ser desagradecida; cuando no se ve salida por ningún lado, cuando, aunque nada grave nos esté tocando directamente y aún así la tristeza se asoma cada mañana y nos deja sin respuestas, se nos caen los brazos a cada lado del cuerpo y la mirada sólo ve baldosas. "Bonjour tristesse", de Françoise Sagan, ¿se acuerdan de ese libro?  La erosión es lenta, lentísima pero se va comiendo las pocas amarras a un paisaje esperanzador, esperando el próximo golpe en una sociedad convulsionada y con alarmas de tipo sanitario y humanitario... cuando todo eso ocurre, sólo queda esperar. Esperar, pero ¿qué? 

Qué la situación cambie, que se encuentren recursos interiores propios para levantar la cabeza y ver las bellezas naturales y poder apreciarlas, que nuestras palabras sean atendidas y entendidas, que la ternura de una mirada perruna empuje un poquito, que se pueda vaciar el cerebro y mirar las nubes. Y qué remedio queda que aferrarse a lo que se ha ido desarrollando a lo largo de la vida: esto mismo, por ejemplo, la escritura. Una pareja cariñosa y omnipresente, una hija cercana, unos amigos. La pintura, la jardinería y... el lorazepam. Dicen que el bienestar es una decisión propia (en realidad, lo dicen de la felicidad, pero esa palabra siempre me pareció excesiva), así que a ver cómo y cuándo me decido. 

No ocurre lo mismo en el otro hemisferio: allí la tragedia es carnal, real, presente e irreversible. Graciela se fue para no volver. Pablo se fue para no volver.  Unas semanas más tarde todos se reúnen para celebrar el cumpleaños de Mariano y como dice Stella: "hay tristeza pero no melodrama" para preservar a los nietos. Allí, en ese preciso momento, es cuando se ve el valor de una familia unida. El calor de la confianza que se ha perdido en el hemisferio norte, que rodea de apoyos a los que sufren. 

Y de repente, aparece una persona, que, desde el hemisferio sur, a dónde emigró ya adulto, se comunica por teléfono una sola vez por semana con el hemisferio norte y sin saber cómo, nos devuelve una leve sonrisa. Su propia y contagiosa risa es capaz de barrer la amargura y el pesimismo. 

Esa persona descorre un telón y nos muestra con un reflector a la que está acurrucada en nuestro interior, como un embrión que espera pacientemente el momento de respirar con autonomía y desplegar los brazos al mundo. "Volver a vivir". ¿Alguien recuerda ese programa en la tele de hace mil años?

Estaba ahí dentro, encapsulada por reproches propios y acojonada por tantos sermones y CULPAS.

El pasado y el presente la aplastaban. Avinagrada como una vieja resentida y dándole vueltas obsesivamente al mismo rollo autodestructivo. Pero esa vieja vestida de negro y con el índice señalando admonitoriamente fue una vez una joven luminosa y agradecida... lo que pasó fue que el tiempo y las circunstancias le ganaron la partida. Pero todo embarazo llega a su fin y un buen partero es capaz de gestionar hábilmente ese momento tan esperado. Y allí nos dimos cuenta que todo es una construcción propia alimentada por nuestro enojo. Y por las malas noticias que con morboso deleite nos brindan aquéllos que ven "las cosas claras" oscureciéndonos de paso a los demás. Apartemos a los "amigos" de los desastres de nuestra vista, que ya tenemos bastante con el día a día. ¿Habrá margen para la esperanza?¿ Entenderemos cómo funciona este maldito juego?

¡Apagá la tele! ¡Largá el teléfono! Éste es el mundo que te tocó vivir... ahora sos vieja pero fuiste joven e hiciste lo que te dió la gana en las oportunidades que se te brindaron. Ya que sos vieja aprendé del dulce uruguayo Benedetti y sé un "optimista bien informado". Armate una risa forzada que ella dejará paso a la otra, a la que viene de adentro. Desarmá la madeja. Sé un "optimista bien informado", repito y repetiré mil veces. Anímate, dale. 

lunes, 2 de agosto de 2021

UN SEDUCTOR

 

Mi papá me contaba anécdotas de su juventud que son inolvidables. En esos años divertidos, donde era el soltero de oro, estaba siempre trotando detrás de una atractiva joven, con aviesas intenciones, sentado en un café, tratando de convencerla ya sabemos de qué. Eran arduos años para los hombres, donde una encamada había que ganársela a pulso. 

Charla que te charla, haciéndose el encantador de serpientes, fue abruptamente interrumpido por el padre de la joven, que lo veía venir. Mi papá, muy ceremonioso, se puso de pie sonriente y saludó amablemente al otro, a pesar de su cara de bulldog. Y entonces éste le contestó: "¡Doctor Bardi, usted siempre tan simpático DE MIERDA!"

No hicieron falta más adjetivos ni sustantivos. El doctor en cuestión se evaporó como por ensalmo. FIN DEL CUENTO. 

domingo, 1 de agosto de 2021

VIEJOS: AL PAREDÓN.

 LA GUERRA DEL CERDO: QUE SE MUERAN LOS VIEJOS

Por Sandra Russo. 


"...de pronto nos encontramos con un sistema que no se correspondía con el capitalismo tal como lo habíamos vivido, o estudiado en la escuela o la universidad. No explotaba. Escupía. Excluía. Descartaba. Nos decía claramente que había gente de más."

"A ese desvío que adoptó el capitalismo le molestaba que las personas tuvieran buena calidad de vida, y que tuvieran vejeces más dignas y lúcidas que generaciones anteriores."

"Eso es lo que la preocupaba a Lagarde. Que la gente viva tanto significa que hay que pagarles las jubilaciones durante más años más que antes, porque la ciencia mejoró la calidad de vida de muchos adultos mayores"

"Todas las culturas ancestrales, desde las nativas latinoamericanas como las del norte del continente, las asiáticas y las africanas, han cultivado el amor y la protección a sus ancianos en un biosistema lógico: eran los que tenían la experiencia y la sabiduría, los que podían curar, predecir, aconsejar. La comunidad reverenciaba a los ancianos porque eran los que sabían lo que los jóvenes debían aprender para que el ciclo de la vida se regenerara. Incluso en las culturas fundantes de Occidente, en Grecia y Roma, la experiencia y la sabiduría eran los pilares sobre los que se apoyaban valores."

"Y sin embargo, pocos años más tarde, nos encontramos en pandemia. Las características de este virus hacen que las personas mayores de 65 años constituyan un grupo de riesgo. Los jóvenes pueden morir, cualquiera puede morir de Covid, pero en las estadísticas de todos los días muchos anticuarentena han empezado a escuchar como una letanía que corre el atroz riesgo de convertirse en consuelo, que “bueno, pero mueren los mayores de 70”."

"...probablemente lo más escalofriante de ese mosaico de personas que en todo el mundo rompen las reglas y expanden una y otra vez los contagios, incluso en ciudades que ya estaban libres del virus, es que anteponen lo que ellos consideran su derecho (jugar al fútbol, hacer una despedida de soltero, festejar un cumpleaños, organizar un babyshower, etc. ), sobre el derecho a la vida no ya en abstracto, no ya en fórmula ideológica, no ya en posición política, sino representado, ese derecho, en sus propios seres queridos. No les importan."


" No sólo atravesamos una pandemia. Atravesamos también un giro subjetivo que arrasa con todo lo que identificamos como civilizado pero incluso también como instintivo. Ningún animal tendría un comportamiento semejante. Hay nichos de la población mundial que experimentan, dentro de sí, una sorda disolución de lo humano."     

SANDRA RUSSO

OMNIPOTENCIA.

 ¿POR QUÉ A LOS POLÍTICOS NO LES DA EL "SÍNDROME DE BILES"?

                             Por Fernando Vallespín.


Es extraño, si, porque los políticos tienen muchas cosas en común con los deportistas de élite. Como ellos, llevan casi toda su vida preparándose para la competición- electoral, en este caso-, y deben estar siempre atentos a sus marcas -aquí los datos de encuesta-. Y aunque sus olimpíadas suelen ser las elecciones generales, donde se juegan todo, no tienen un momento de respiro, el enfrentamiento con otros es constante. Para aquéllos en el poder, la cosa es todavía peor, no paran de tomar decisiones difíciles. ¿Por qué que sepamos, nunca les entra una pájara, jamás aparentan sentir el vértigo de la responsabilidad? Podrán rendir más o menos, de eso somos bien conscientes, pero derrumbarse, decir "hasta aquí he llegado", no lo hemos oído nunca. 

Todos sabemos que es una de las más duras actividades humanas, casi insoportable: siempre ante la mirada pública, no cabe esconderse, escaquearse, refugiarse atrás de algún hombre de paja. Siempre dando la cara y, lo que es peor, teniendo que ocultar que están enfermos, que también son débiles y vulnerables. Aunque aquí es donde seguramente se encuentra la explicación del misterio: el poder es incompatible con cualquier muestra de debilidad o decaimiento. En eso también se parecen a los deportistas. En cuanto les tiemblan las piernas se convierten en presa fácil de sus competidores e incluso de los compañeros de su mismo equipo. 

Insisto, creo que solo el ciclismo de las grandes rondas tiene una dureza similar. Quizás por eso mismo disfrutaba tanto Rajoy contemplando las etapas del Tour, porque se proyectaba sobre sus esforzados protagonistas.

Y hay otra razón que no es menor: tienen su propia cultura terapéutica, sus propias estrategias de coaching psicológico. A diferencia de los deportistas, sus marcas no son objetivables, ni siquiera en estos momentos en los que todo, también la política, tiende a contemplarse a partir de datos estadísticos cuantificables. Siempre, hagan lo que hagan, les rodea un grupo de hooligans que les ríe todas las gracias, que casi bajo cualquier circunstancia está dispuesto a apoyar al líder, a afirmarles en la idea de que las críticas son injustas, que son los más grandes. Adaptan la realidad a la medida de su gloria. Todas sus acciones se racionalizan en positivo, por eso se quedan tan perplejos cuando pierden el puesto, ya sea por decisión ciudadana en las elecciones o por designio del jefe. Aquí es cuando se derrumban, cuando se gripan, cuando caen en la depresión. 

Como pueden ver, la clave está en el poder, en poseerlo o aspirar a él. Éste es el manto protector, su bálsamo de Fierabrás. 


                             FIERABRÁS

Mientras lo tengan no hay derrumbe posible. Pero, ojo, podrán no caer en el síndrome de Biles, pero si pueden hacerlo en otro aún más patológico, el síndrome de hybris, de desmesura o soberbia. Fue teorizado por un psiquiatra británico que también ejerció de político, David Owen. Lo asociaba a la tendencia de algunos políticos a intoxicarse con el poder, a autoglorificarse, a caer en el trastorno de personalidad narcisista, que en muchos casos les conduce a una euforia descontrolada y a confiar en exceso en sus propios atributos. Entre los nuestros pueden pensar en muchos que lo padecen. Owen mismo señalaba a Aznar; o sea, que no tiene cura. Aunque se pierda el poder.