miércoles, 31 de marzo de 2021

EUTANASIA

 ESTO ES POLÍTICA. Soledad Gallego-Díaz. 

(...) "Afortunadamente, en los debates de la Ley sobre Regulación de la Eutanasia ha existido una cierta contención. Quizás porque desde el punto de vista de gran número de ciudadanos la peor práctica posible entre seres humanos es la que supone la ausencia de piedad, la falta de compasión ante el mal del otro. Algo que en LA DIVINA COMEDIA estaba condenado con un gran castigo. Dante únicamente se atrevió a cruzar "al otro lado", el infierno, cuando tuvo la garantía de la protección de Lucía, precisamente aquélla que "aborrece el sufrimiento".


"Lo expresó con otras palabras MARÍA LUISA CARCEDO, médica de formación y la persona, la mujer dedicada a la política, que, primero desde el Ejecutivo como ministra de Sanidad (2018-2020) y después como diputada por Asturias, ha sido quién ha impulsado esta ley. {El dolor, el sufrimiento- explicó Carcedo, dirigiéndose al PP desde la tribuna parlamentaria- no tiene ideología}. Esta ley consagrará un derecho, uno que usarán después incluso, muchos de aquéllos que ahora votarán que no y muchos de aquéllos ciudadanos que votan a sus siglas. Lo usarán ustedes y sus familiares, porque nadie puede impedir que una persona que sufre opte por una muerte digna". 

El recorrido de esta ley, a través de los debates en la Comisión de Justicia del Congreso, las enmiendas incorporadas, su retoque final en el Senado  y su vuelta al pleno final de la Cámara baja, fue pausado y argumentado, como lo fue la votación final: 202 votos a favor, 141 en contra y 2 abstenciones. Es decir, la ley recibió un voto transversal, capaz de unir a muchos grupos y a muchos diputados del Congreso; un voto no marcado por una raíz ideológica, sino por el reconocimiento generalizado de que debe existir ese derecho y de qué es imprescindible regular ese comportamiento. Es cierto que el Partido Popular y Vox mantuvieron (88 más 52 escaños) su rechazo y negativa total, pero también que prácticamente todos los demás grupos de la Cámara- y en este momento están representados nada menos que 20 partidos, coaliciones y agrupaciones electorales diferentes-votaron a favor. Gracias, señora Carcedo: gracias señores diputados".

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ. 

viernes, 26 de marzo de 2021

ÚTERO VACÍO. Cecilia Solá.

 


ÚTERO VACÍO 

24 de Marzo. 

CECILIA SOLÁ.

"Por esa época yo trabajaba en el Juzgado, y era un abogadito recién recibido, imbuído de mi propia importancia.

Lamentaba profundamente que mis ingresos todavía no me permitieran acceder al ansiado 128, que me ahorraría esas cuadras hasta la estación de Tribunales, donde tomaba el subte que me dejaba sano, salvo y algo desarreglado en mi departamento, al borde mismo de Once.

Ella subió en la estación de la Facultad de Medicina. Flaca, alta, con el pelo oscuro tapándole media cara y un montón de libros en las manos de dedos largos y huesudos. Manos de artista, diría mi abuela; manos de cirujana, pensé yo.

Se sentó a mi lado, arremangándose el guardapolvo blanco que llevaba abierto y flotante, como alas, sobre los jeans, que entonces llamábamos vaqueros, y una camisa a cuadritos, muy poco femenina.

Casi sin querer eché un vistazo a los libros que se puso sobre la falda. El título y el nombre del autor me saltaron a la cara, y no pude evitar el respingo: La Náusea, de Sartre. Era poco sabio, por no decir totalmente estúpido, andar circulando en un transporte público con un libro prohibido.

Alcé la vista y me encontré con sus ojos, grandes y pardos, como los de un cachorro, que habían sorprendido mi mirada de horror y me la devolvían, divertidos.

- No nos podemos quedar solo con lo que dicen los comunicados, no te parece?- cuchicheó, y reconocí la cadencia musical de Córdoba en su voz.

Tal vez debería haberme callado, quizás hubiera sido mejor mirar para otro lado, o cambiarme de asiento, pero esos ojos lo enganchaban a uno , y me di cuenta de que quería seguir mirándolos.

-¿No es peligroso?- pregunté, y ella me sonrió con una boca ancha y generosa, en un relámpago de dientes blancos.

- ¿Sartre? Hay cosas más peligrosas, y mucho menos bellas- sentenció, y a continuación disparó su nombre, como una declaración.

- Victoria.

- Aníbal - me las arreglé para responder, sin tartamudear.

- Ah, como el Cartaginés- sonrió.

- Como Troilo, mi viejo era fanático - reconocí, y ella se rió, con tintinear de cucharitas de plata.

Se bajó igual que como había subido, un remolino de pelo suelto y piernas largas, apoderándose de la plataforma como una conquistadora.

Dos días después volvió a subir en la misma estación. Me identificó de inmediato, y abriéndose paso entre la gente, fue a pararse a mi lado.

- ¿Cómo te va, Cartaginés? - saludó, y yo sonreí, feliz, ante ese chiste que sentí privado.

Una tapa colorida asomaba, insolente, entre los apuntes. Elsa Bonnerman y "Un elefante ocupa mucho espacio".

Esta vez me animé a hacerle la pregunta con los ojos.

- Para los pibes de la villa - explicó - Doy una mano en un comedor comunitario, ya sabés, higiene, alfabetización, esas cosas.

Asentí, imaginándomela leyendo, con esa sonrisa blanca y abierta, y la voz cantarina.

Desde entonces nos veíamos tres o cuatro veces a la semana, en ese tubo rugiente y veloz, demasiado veloz para mi gusto, que terminó transformándose en mi universo paralelo, un lugar mágico que me desesperaba por alcanzar, caminando deprisa hasta la boca del subte, bajando las escaleras de dos en dos, hasta zambullirme en ese útero mecánico que me llevaría hasta ella.

Hablábamos y reíamos; a veces había incluso pequeños conatos de pelea por lo que ella llamaba mi "burguesa miopía", y yo su "exaltada hipersensibilidad".

Terminaba noviembre cuando le dije que deberíamos tomar algo, animarnos a salir del útero a la vida real.

Sonrió, apartándose el pelo de la cara, en un gesto que yo ya había aprendido a identificar como previo a una de sus lapidarias declaraciones.

- Esto debería ser la vida real, Cartaginés. Ojalá lo fuera. No me gusta mucho lo que hay ahí afuera.

Insistí, debatí, arguyendo, en esa esgrima verbal que tanto disfrutábamos, hasta arrancarle un casi sí.

- Me voy a Córdoba unos días, pero en dos semanas vuelvo. Entonces capaz que exploramos ese "afuera" que vos querés - me sonrió. antes de plantarme un beso en la boca y bajar, casi de un salto.

La vi alejarse, hacerse más chiquita en el andén, muerta de risa ante mi cara de desesperado asombro por no haber bajado a tiempo para seguirla.

Pelo suelto y piernas largas, sonrisa plena, a medida que el subte se alejaba, aprisionándome lejos de ella.

Pasaron los quince días prometidos, y treinta mas. Terminó Diciembre. Aún durante la Feria, me iba hasta Tribunales y tomaba el subte de vuelta, la cara pegada a la puerta, buscándola, esperando el reencuentro que no llegaba, y dándome cuenta de que solo sabía su nombre, sin dirección, ni apellido, ni teléfono.

Pasaron meses, después años; empecé a no pensarla durante un par de horas al día, luego un par de días al mes, y así, hasta llegar a ese estadío de sonrisa melancólica, muy de vez en cuando.

En febrero del 2005, atravesando la Plaza de Mayo, me crucé con la Marcha de las Abuelas.

 No presté mucha atención, pensando en el regalo que le iba a comprar a mi nieta al salir de mi despacho, inmerso en mi vida, tan lejos de su lucha, porque yo nunca había tenido problemas.

Pasaba de largo, indiferente, inmune,hasta que los ojos de cachorro y el largo pelo lacio me golpearon desde la imagen congelada de una fotografía en blanco y negro: Victoria Armendáriz, 22 años, secuestrada por un grupo armado paramilitar el 26 de noviembre de 1979 en las escaleras del subte, estación Facultad de Medicina.

Y de golpe dejé de ser indiferente, dejé de ser inmune, y me quedé mirando la foto hasta que me picaron los ojos.

Y después corrí. Crucé la Plaza, corriendo, olvidado del auto que me esperaba en el estacionamiento pago, olvidado de mis 52 años, corrí hasta llegar a la boca de Catedral y me sumergí en el vagón, casi sin ver.

Lloré todo el recorrido. Lloré como un chico y como un hombre, lloré porque ella siempre había tenido razón, y hay cosas mucho más peligrosas y menos bellas que Sartre.

Y porque ahora yo también deseaba que el mundo real fuera ese, nuestro útero mecánico, ahora vacío, que ya no me llevaría a su encuentro."


 Cecilia Solá

miércoles, 24 de marzo de 2021

ESTAMOS EN PELIGRO DE EXTINCIÓN.

 


"El paleoantropólogo JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO, de 68 años, codirector del yacimiento de Atapuerca (Burgos) y primer director del Museo de la Evolución Humana, ha vertido décadas de investigación y reflexiones sobre el origen de la humanidad en su nuevo libro, DIOSES Y MENDIGOS (Crítica), que se publica el miércoles 24." (Marzo de 2021). (...)

PREGUNTA: "En su libro, hay un momento en que defiende que la única certeza sobre la evolución humana es que sobrevivimos, que estamos aquí, porque relata que hubo muchos momentos en que estuvimos al borde de la extinción. ¿Realmente es tan extraordinaria nuestra presencia en la tierra?

RESPUESTA: La única certeza que tenemos sobre nuestra evolución es que existe la humanidad. Existe, pero podría no existir. Podríamos haber desaparecido como los neandertales. Todo es muy azaroso. Hemos pasado por crisis tremendas. Podríamos haber desaparecido por cualquier razón, la que sea, una erupción volcánica o la endogamia. Sin embargo, estamos aquí. Hay una cosa muy importante: somos los últimos de una genealogía, de una filogenia, una única especie. Hemos tenido una filogenia muy floreciente y ha habido muchas especies humanas que han convivido o coexistido al mismo tiempo en África, en Eurasia, especies que se están descubriendo ahora. De este grupo quedamos solamente nosotros. Los neandertales probablemente se extinguieron por culpa del cambio climático, por una glaciación brutal, y tuvieron un imperio. Cómo decía un amigo científico ya retirado, no solamente estuvieron en Europa o en Oriente Próximo, sino que se bañaron en el Pacífico. Y sin embargo, desaparecieron. La glaciación que empieza hace 70.000 años y termina hace unos 29.000 fue terrible. Acabó con ellos y acabó con los cromañones. 

PREGUNTA: ¿Eso quiere decir que acabó también con nuestra especie en Europa?

RESPUESTA: Sí, lo mismo que los neandertales. Es decir, nosotros nos expandimos fuera de África hace 120.000 años. Llegamos al sur de China, a lugares tropicales, alcanzamos el suroeste de Asia y Australia. Llegamos a Europa hace unos 40.000 años. Y desaparecimos, fuimos sustituídos por otros SAPIENS y otros por otros. Es decir, nosotros somos descendientes de una población bastante reciente de HOMO SAPIENS, que llegó en el Neolítico.

PREGUNTA: ¿Entonces no somos descendientes de los humanos que pintaron las cuevas de Altamira, Chauvet o Lascaux?

RESPUESTA: Los humanos que pintaron Altamira ya no están. Aunque siempre hay mestizaje, posibilidad de hibridación. Las poblaciones no tienen por qué desaparecer del todo. Los genes están ahí. Pero la mayor parte de los genes que nosotros tenemos en este momento proceden del Neolítico. 

PREGUNTA: Defiende en su libro que no hay un único origen de la humanidad, sino que aboga por la llamada hipótesis asiática. ¿Por qué sigue siendo una teoría tan polémica?

RESPUESTA: Es una hipótesis que no está aceptada por la comunidad científica, aunque sí la defienden algunos colegas. No se sabe exactamente cuándo ocurrió la divergencia entre neandertales y homo sapiens, aunque la genética indica que hace entre 550.000 y 800.000 años. Estoy convencido de que esa divergencia no ocurre en Europa, ni en África, sino en un lugar intermedio , en el suroeste de Asia, formado por estos países que conocemos en la actualidad como Israel, Líbano, Siria, Irak, toda esta zona. El origen del HOMO SAPIENS está ahí. ¿Dónde aparecemos como especie? En África. De ahí se deduce que el origen de todo es África y que todo sale de África. Algunos estamos intentando salir de este impasse. Pero resulta muy difícil que un nuevo paradigma entre en la comunidad científica. 

PREGUNTA: Usted sostiene que el momento más importante de la evolución humana es el BIPEDISMO, algo tan sencillo como comenzar a caminar erguidos sobre dos patas. Sin embargo, asegura que no está nada claro por qué lo hicimos, qué ventaja nos proporcionaba para sobrevivir esa nueva postura. ¿Es ese el mayor misterio de nuestro pasado?

RESPUESTA: Hay muy poca información, quedan cuatro o cinco yacimientos con fósiles muy fragmentarios que demuestran que éramos bípedos, pero nada más. Se empezó diciendo que nos pusimos de pie porque salimos del bosque a la sabana y teníamos que mirar por encima de las hierbas para ver si venía algún depredador. Pero ¡si éramos muy bajitos! Medíamos un metro y la vegetación puede llegar a eso. Además, la postura bípeda apareció en zonas del bosque. Sabemos que surgió hace unos siete millones de años y que ocurrió cuando todavía vivíamos en el bosque, cuando estábamos cerca del linaje de los chimpancés. El problema es que, desde el punto de vista de la física, no puedes imaginarte a un ser que pudiera moverse a medias , entre ser cuadrúpedo y ser bípedo. Eso físicamente no es posible. Pero es una cuestión que seguirá abierta hasta que no aparezcan fósiles, y eso es muy difícil. 

PREGUNTA: ¿Qué es más importante, la idea de varias especies humanas compartiendo el planeta o la idea de que ya quede sólo una, nosotros?

RESPUESTA: Hay a la vez una unidad y una diversidad increíble en nuestra especie. Lo dramático de la situación es que somos los últimos de esta filogenia. Somos muchos, 7.500 millones de humanos pero somos los últimos y estamos en peligro de extinción por el cambio climático o por la superpoblación. 

                             Entrevista a JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO en el diario El País, 21/3/2021. 



lunes, 22 de marzo de 2021

SAN MARTÍN

 


POR ROBERTO VALERO.

San Martín estuvo en 40 billetes durante 150 años,   joven, maduro o anciano, a veces montado sobre su caballo blanco en los reversos, con denominaciones que oscilaron entre los 5 centavos y el millón de pesos, San Martín compartió la numismática local y fue testigo de la depreciación de la moneda argentina, y mal que les pese a los detractores de ballenas y yaguaretés de los billetes de esta época, también debió coexistir con perros, toros, vacas, ovejas, caballos, llamas, ñandúes y hasta un canguro, riesgos que se corrían al mandar a imprimir los billetes a otros países que confundían a las Provincias Unidas con Australia. 

El 1 de enero de 1970 comenzó a circular el peso ley 18.188, nacido de la eliminación de dos ceros a la anterior denominación. Comenzaba así el cambio de signos monetarios por el efecto de la inflación que hacía ya varios años no paraba de erosionar el valor real de la moneda, con el consiguiente vuelco de cada vez más personas al ahorro en dólares, que se transformó en la referencia para distinto tipo de transacciones.

Un simple ejercicio puede servir para entender a qué se debe tanto apego de los argentinos a una moneda de otro país. Si ese 31 de diciembre alguien que contara con diez billones de pesos moneda nacional hubiera optado por cambiarlos por dólares y guardarlos hasta el día de hoy, contaría con 28.409.090.909,09 dólares. Si, por el contrario, hubiese preferido atesorarlos sin convertirlos a otra moneda, lo que tendría hoy es un peso.

El flaco debe pensar “Les liberé tres países. Al pedo. Tres. A sable y a chotazos. Ahora van y vienen todos por LAN a comprar pelotudeces, pero yo crucé a pulmón, viejo. Me la aguanté hecho percha y fui a fajarme con el Godo, no a sacarme selfies a Puerto Montt para darle envidia a una prima. Al reverendo pedo. Ponen en el de mil al pájaro sorete ese que vive adentro de una pelota de barro y que lo único que hace es cagar todo el día. Y a mí me mandan como billete de menor denominación para terminar, enrollado en esos elefantes de mierda que ponen la viejas arriba de los televisores para ver a Fantino, o ni eso, me jubilan directamente, pero váyanse todos a recontra cagar.”

sábado, 20 de marzo de 2021

REMOLINO

ANTONIO DAL MASETTO

Después de dieciséis horas de vuelo, dos trenes, un transbordador, el viajero regresa al pueblo donde nació y del que se fue siendo chico. Se instala en un hotel que en un tiempo fue un convento y de inmediato sale a recorrer. Camina lo que queda de ese día, camina al día siguiente. Pasa por la que había sido su casa, por la escuela, por la cancha de fútbol, por el cementerio. Cruza los puentes sobre los dos ríos que bordean el pueblo, busca sin encontrarla la represa donde iba a nadar. Demasiadas cosas cambiaron, modificadas por la intervención de los hombres o por las traiciones de la memoria. Y aún aquellas que se conservan tal como las había fijado el recuerdo ya no le pertenecen. El viajero camina sin parar, desilusionado y extranjero. En algún momento se pregunta si todavía estará cierto patio empedrado, detrás de una pequeña iglesia, bajando hacia el lago. Ahí se reunía a jugar con los amigos después de la escuela. De ese patio, vaya a saber por qué, conservó la imagen de un ángulo formado por las paredes de dos casas, donde el viento se arremolinaba y arrastraba hojas secas, briznas de pasto, papeles. Recuerda en especial -otra curiosa selección de la memoria- los envoltorios de caramelos. En la mañana del tercer día se mete en una callecita en sombra que viborea entre construcciones antiguas, pasa bajo una arcada y ahí está, frente a él, el patio. Acá no advierte grandes cambios. Sólo le parece que las paredes estan más negras y que las puertas y las ventanas alrededor variaron de tamaño. Avanza unos pasos cautelosos y entonces lo ve. En el rincón perdura el remolino. El viento arrastra hojas secas y papeles igual que antes. Después de haber deambulado por el pueblo sin encontrar nada que le permitiera identificarse, nada para abrazar, nada para poder decir "esto es mío, esto soy yo", el viajero acaba de oír una voz familiar llamarlo por su nombre. Cierra los ojos para escucharla mejor, para que no se le pierda. Se abandona. Entonces piensa que desde el momento de su partida, la voz estuvo ahí, viva en el remolino, invocándolo, reiterando día tras día el conjuro para el regreso. Piensa que la voz perduró alimentada por un elemento tan inasible como el viento, se mantuvo gracias a la persistencia y a una forma de fidelidad del viento. Y el reclamo sin duda llegaba hasta él, en su ciudad del otro lado del océano, porque ésa, la del patio empedrado, era una de las imágenes que volvían a la hora de recordar. Al viajero le gusta creer eso. Y permanece parado de cara al rincón, viendo desfilar su vida. Su vida transcurrida en otras partes del mundo, sometida a leyes de otros vientos. Aunque ahora le parece saber que, anduviera por donde anduviere, siempre estuvo mirándose en ese espejo, atento a la voz del remolino inicial, intentando mantener vivas también él, en las pérdidas y en las turbulencias de sus años, tantas diminutas cosas desechadas.


Antonio Dal Masetto.

EL OBELISCO

 Por Mónica Bardi

Yo era el sueño de un hombre pero él no lo sabía. Yo entraba en él, como Palas Atenea, mi prima, diosa como yo, y poblaba sus noches de erotismo, felicidad, miedo y diversión. Vivíamos de sueño en sueño y pesadillas tampoco faltaron. A veces flotábamos en transparencias turquesas, que no se sabía si era cielo caribeño o agua mediterránea. Otras veces trotábamos alegremente hasta el Obelisco en piyama por la calle Corrientes. 


  También volábamos con cigüeñas en cielos ibéricos de atmósferas vaporosas y nubladas, acompañados con gente conocida o no; vivos, muertos o desaparecidos. Estos últimos andaban mucho a nuestro lado, con miradas tristes y cariacontecidas. Todavía no les había llegado la hora, eran jóvenes y  fueron secuestrados por negras manos criminales. Nunca hablan, simplemente están, sin envejecer, sin canas, sin arrugas: eternidades que "nos pueblan como fantasmas buenos" y que se agigantan con el tiempo. Sólo nos queda verlos en sueños y allí, a veces, nos sonríen y nos tranquilizan. 

En otras ensoñaciones me llevaba a mi hombre dormido de viaje, pero atento a todo, bien "despierto" para disfrutar los preciosos murales de Flor Menéndez en la calle 25 de Mayo, en Témperley, que, con gran talento ha plasmado una luminosa obra de arte en cada fachada de cada casa. 
Un sueño hecho realidad. 

Aunque para nosotros, en plena fantasía onírica, había mucho más. Donde terminaba la coqueta calle preciosamente decorada, se oía la inesperada, atronadora y tempestuosa rompiente del Mar Báltico chocando con el inmenso acantilado blanco de una isla danesa. Así son los sueños; sin norte, te transportan y no te piden pasaporte. 

Había noches profundamente eróticas aunque mi hombre nunca alcanzaba el clímax. Yo no lo dejaba, lo despertaba antes;  también se debía a que él estaba con la constante expectativa de que, al salir del sueño, yo estuviera ahí, entre sus sábanas, para hacer el amor. Pero nunca estaba. En ese momento bailaba una milonga en la calle CAMINITO con un cuchillero amigo de Borges. "¡Búscate otra!" me burlaba yo "¡las diosas somos caprichosas!", pero luego me daba lástima. ¡Y celos! ¡Muchos celos! ¿Y si aparece otra? pensaba, "las diosas somos celosas, además de caprichosas". 

Algunas tardes lo dejaba descansar sin sueños, con la mente en blanco. Tumbado en su sillón favorito, que lo acogía como a un náufrago, el pobre caía rendido. Este hombre, que en nada se distinguía de los demás, necesitaba con urgencia siestas relajantes: siempre estaba trabajando o preocupado por el dinero, gran problema para los humanos. Él repetía las palabras de Grocho Marx: "el dinero no me hace feliz, me hace falta". 

Hace poco, una noche porteña, azul y milonguera, decidimos, entre mantas y edredones, ir al mercado de San Telmo. Un flaco que de jovencito había vivido en España nos preparó unos exquisitos choripanes con una amplia sonrisa. "Macanudo el pibe", dijo mi hombre "ojalá fuera nuestro hijo". "

"Y ojalá yo fuera tu mujer" pensé y algo nuevo e inquietante germinó en mí. ¿Qué podría ser?

Por una sinrazón onírica, tuvimos que trepar muchas escaleras entre nubes y delfines para arribar a unos bancos de piedra del castillo Sancti Petri, en la ciudad de Chiclana, en el sur de España. Situado en una isla, se escondía un santuario submarino llamado Heraklion, tan antiguo que ya se hablaba de él antes del nacimiento de Cristo y sus apóstoles. El misterioso castillo, algo alejado de la costa, en su particular ínsula, estaba enteramente rodeado por el Atlántico, gran generador de marismas y salinas.  Neptuno nadaba por allí,  milagrosamente manso, y no me reprochó nada de que con un humano estuviera paseando. También buceaba por allí Melkart, uno de mis dioses preferidos, nadando sin pensar en nada y menos machista que los otros, tan podridos. 

¡Nadie pide visados ni documentos! ¡Qué aleluyante pasar del verano al invierno en un santiamén!


Por esa época volví a preguntarme que pudo haber pasado aquel día en la choripanería de San Telmo. Algo en mí había cambiado, aunque no sabía exactamente qué. Un rumor desconocido bullía en mi interior, una pequeña llama se había encendido. ¿Qué sería?
Sobre la almohada blanda y perfumada cerró él los ojos y nos adentramos en las mil y una noches del zoco de Marraquech, donde las Meninas de Velázquez andaban sudando la gota gorda con sus pesados ropajes, ajadas y con ánimo contrariado; anhelando volver al Prado y su aire acondicionado. ¡E inesperadamente, chisporroteó lo erótico entre mi hombre y yo, que casi se consuma en sombreado rincón bajo un sauce llorón! Volví a sentir que algo había cambiado en mí... a ver si lo descubría. ¿A quién preguntaría?

Una madrugada de resaca (habíamos bebido de más), nos internamos en el bosque danés de Møn, frondoso y siempreverde, con brujas belgas y Meigas gallegas, que se balanceaban con gran pena, contando y cantando cómo murieron en la hoguera. ¡Pobres mujeres! A ellas no les podría preguntar nada...

Así son las pesadillas, se viven con todo el cuerpo, como desagradables cosquillas. A veces dejaba a mi hombre por la Caleta de Cádiz, escuchando el remoto cante jondo, entre burbujas y rompientes, doloroso como un tango, que llegaba a sus oídos, a los de la sirenita danesa y a los de las Náyades andaluzas. A ellas tampoco les preguntaría nada... ¡eran muy jóvenes!

Sumergido en sábanas y estrellas, mi hombre me deseaba y quise complacerlo, por eso entré en él y lo inundé de imágenes sugerentes, pero sin final porque otra vez lo desperté antes de tiempo. Se incorporó sudoroso, con pena de dejar el sueño y miró las paredes, rodeado de pinturas que retrataban a una familia; la suya con sus mascotas. Estaba solo. Una gran pena me invadió de verlo triste y allí, justo allí, descubrí lo que me venía cambiando el ánimo: de tanta convivencia onírica me nació un deseo irrefrenable: ¡estoy enamorada! ¡lo quiero todo el tiempo, lo amo! ¡Me duele su dolor! Mi hombre me había conquistado, se había producido "una mitología privada", diría Borges. 

Quiero ser humana y no diosa, al estilo sirenita. Invoqué a Morfeo y hablamos largamente. "¿Pero para qué quieres ser mortal? Se lo pasan fatal,  enfermándose y doliéndose. Desde el parto hasta el hoyo, un embrollo. ¿Y el dinero? ¡No tienes mérito ni tarjeta de crédito!" (Muchos dioses hablamos en rima).

"Es que estoy enamorada" le contesté malhumorada. "El dinero es lo de menos, el amor es lo que importa". Y lloré amargamente para ser más convincente. El dios Morfeo se apiadó de mí y conmovido, murmuró: "Bueno, serénate, hablaré con Zeus, a ver qué opina de esta locura. Él decidirá, ya sabes cómo es de inestable". Y pensó: "la pobre diosa no sabe lo que hace, el amor dura menos que una pompa de jabón".

Y ocurrió que, vestido con un albornoz y andando mi hombre solo, en Buenos Aires, por San Juan y Boedo, llegó al Pinar de los franceses en la Cyclia, hoy llamada Chiclana y allí, exactamente allí, él me descubrió, envuelta en una sábana, esperándolo sonriente ¡justo cuando el dios Zeus me transformaba en humana!

Vivimos apasionadamente mucho tiempo...claro que con los años la pasión se atemperó, yo me arrugué y mi hombre encaneció.  Seguíamos soñando pero ya no tanto. Ahora éramos amigos cariñosos y compañeros incondicionales. Allí entendí lo que era EL TIEMPO, que tantos quebraderos de cabeza le trae a los filósofos. El presente que es brevemente presente, ya que si está pasando, es pasado, se evaporará antes que después y el futuro es como una incógnita, porque todavía no ha llegado; pero cuando llegue, será presente e inmediatamente pasado. Lo único que vivimos, al final, es el presente, aunque un presente que envejece al instante, "el presente está solo" como dice Borges. Los dioses no teníamos tantas dudas ni preguntas, andábamos a nuestro aire, eternamente. Los humanos se machacan mucho con su falta de certezas o con demasiadas certezas. 

Y entonces, ocurrió lo imponderable: la diosa Afrodita, aburrida de ver tanta humanidad problematizada y respondiendo a sus tendencias homosexuales, entró en mí y erotizó mis noches, para divertirse un poco. Para mantenerme calentita no me permitía ni un orgasmo, de modo que me despertaba sudorosa e incompleta en un dormitorio rodeado de pinturas que retrataban a una familia y sus mascotas: mi familia. Pero estaba sola, completamente sola. ¿Habrá sido todo un sueño?





Murales de Flor Menéndez en marcha. Fachadas de una calle mágica. 

sábado, 13 de marzo de 2021

"RECUERDOS QUE SERÁN OLVIDO"

 


Los caminos entre Stellita Botti y yo se habían bifurcado al empezar mis estudios de odontología en la ciudad de La Plata y más se alejaron cuando, pocos años más tarde, una vez terminada la carrera, me fui a vivir al sur con mi familia, primero a Villa La Angostura y luego a San Martín de los Andes. Ahora recuerdo (antes que se transforme en olvido, como dice Borges) que una vez, de vacaciones, fui a la omnipresente casa de Tomás Espora, en Témperley, a visitar a Stellita que vivía en esa adorada calle silenciosa y arbolada, cargada de adolescencia, rebeldía, puchos y uniformes del colegio. Resulta que su marido había comprado la casa de la calle Espora a los padres de Pily, una compañera y amiga del colegio HORTUS CONCLUSUS (en latín, huerto cerrado y que nosotras, las niñas "bien" habíamos reformulado a ORTO INCONCLUSO, que tenía otras connotaciones. Pero ésa es otra historia). Las aparentemente mudas paredes de esa casa de la calle Espora, escondían, entre ladrillos y empapelado, secretos de jóvenes con hormonas desaforadas de dos generaciones, además del batallón de amigos y compañeros de estudios. Y la casa hablaba, la muy puta. Cada escalón al living o a la buhardilla recordaba suelas cargadas de confidencias desde esa primera y vomitiva borrachera con el champán que sobró de Navidad. Cada rincón emitía voces de gentes diversas, algunas con acentos de España. 

De esa reunión me quedó el incesante desfile de gente conocida y desconocida que entraba y salía, como si todos tuvieran una llave. ¿Habría llave? Las toneladas de comida exquisita y los mates a gusto del consumidor se prodigaban en la gran mesa del comedor, donde bullía la vida. 

No sé exactamente de qué hablamos aunque todavía siento en mi sangre el sentirme como en familia, igual que un chancho en su chiquero, pero más limpio. Y era porque las paredes me hablaban... mucho después lo entendí. Y cada vez que voy, me reconocen y me vuelven a hablar de cosas que yo ya había olvidado. 

Alrededor del mantel éramos unos cuantos y, un poco, la rara era yo, que no vivía en el barrio y podía contar cosas diferentes: mi trabajo en un pequeño hospital neuquino, los aborígenes cargados de resignación y vino, el bosque de arrayanes, los lagos de ensueño con heladas aguas, los cuentos de la luz mala y, sobre todo, la nieve. Mucha nieve cordillerana que todo lo reducía a blanco y negro. Los colores habían huído a lugares más cálidos. En algún momento de la conversación yo, para variar, dije algo inadecuado y/o muy bestial, con lo cual me gané la mirada desaprobadora de Folledo, que era un hombre muy formal. Folle, para los amigos, era el esposo de Stella. Seguro que conté algo de mi separación del negro Hidalgo, un poco tumultuosa, con vertientes que yo convertía en zarzuela, para quitarle dramatismo, pero a él no le hizo mucha gracia. Me di cuenta de mi metida de pata cuando, debajo de la pata de la mesa recibí una soberana patada de mi entrañable amiga. Me pasó lo de siempre: que cuando hay público receptivo, una sobreactúa con ironías dignas de la mejor censura franquista. Es como una droga: engancha y transforma lo dramático en cómico; una cada vez necesita más... y el público también. En fin, me fui muy tarde pero con la felicidad absoluta de tantas carcajadas compartidas y desbordando endorfinas acreditadas para varios días. 

Esta visita me trae a remolque otra: cuando mis hijos y yo nos mudamos, luego de 7 años, de San Martín de los Andes a Témperley. En principio con mis padres hasta que ya no nos aguantaron más y nos volvimos a mudar cerca de la estación, apenas pude yo despegar económicamente, a un tiro de piedra de la familia Ballesteros, que tenían una veterinaria y vivían en la legendaria calle Obligado. Otra familia inolvidable. 

                    ANDREA BALLESTEROS

Estando todavía en Cangallo 274, la casa paterna, organizé un cumpleaños de alguno de mis hijos. Ya no recuerdo cuál porque tres para mí son muchos y la invité a mi gordi,  por supuesto. 

Rememoro nítidamente la impresión que me causó Stella Maris Botti (actualmente rebautizada Bottichelli) porque la notaba bastante cambiada... hasta diría refinada. Bueno, tanto no. 

Había allí, en el living, otras personas y se inició una conversación. Lo que me sorprendió gratamente fue cómo con los años, mi amiga del alma había adquirido el don de la oratoria y tenía subyugados a los interlocutores. Esa condición magnética al hablar no la perdió nunca más. Ella hablaba y los demás nos nutríamos. Pensé: ¿de qué manera y usando qué métodos se habrá reeducado tan finamente? Porque nosotras, como decía la mamá de Inés Arraiz, otra entrañable amiga, teníamos la facilidad de "putear universitariamente", que sería algo así como decir barbaridades sin perder la apostura y la compostura... y el que quiera entender, que entienda. Otros le llaman ubicuidad con el entorno. 

En otra ocasión la volví a invitar a una reunión de mujeres para aprender (y comprar) maquillaje. Stella me avisó que solo iba para sumar gente pero que obviamente el mundo de la cosmética facial no le atraía ni le resultaba familiar. Ni a mí. Pero como era de una paciente odontológica que me traía muchos amigos y familiares al consultorio, había que tratarla bien y comprarle lo máximo posible. 


Vinieron algunas vecinas y recuerdo con gran cariño que también acudió la de la sonrisa con hoyuelo, la dulce Titina Gemignani, gran amiga de plantas y animales pero no de mucho maquillaje. Suma y sigue. Cuanto bicho con faldas que caminara cerca mío, no se salvaba de la invitación para esa tarde que, más que invitación, era compromiso. Pero así es la vida: hoy por ti, mañana por mí. 

La vendedora se empleó a fondo y argumentó seudocientíficamente, no se qué paridas fabulosas sobre la bondad de sus cremas y potingues y sus resultados milagrosos en nuestra delicada piel. Casi todo mentira, por supuesto, pero yo estaba contenta y exultante de que ella pudiera hacer su negocio. Era una mujer encantadora, trabajadora, generosa y me traía mucha gente al consultorio. 

Cuando todos sus argumentos estaban sólidamente apilados, la teóricamente prudente y educada señora Botti de Folledo pronunció esas inolvidables, o debería decir imperdonables, palabras; "todas estas cremas y lociones están muy bien, realmente me encantan, pero si yo me las pongo, se me llena la cara de puntitos negros". MI GOZO EN UN POZO, como dicen en estas latitudes. Ni Titina pudo disimular el desaguisado, aunque tampoco una risita prudente. 

La pobre vendedora se desarmó y su maquillada face no pudo ocultar el tono purpúreo adquirido de golpe. Esta vez fui yo la que le dió una patada por debajo de la pata de la mesa a Stellita por la gran metida de pata. Al final, arreglé el tema con paños fríos, falsas sonrisas y comentarios sobre cómo había variado la temperatura en un ratito, metáforicamente hablando. Luego me gasté un montón de plata en comprarle los productos que nunca usé, para que me siguiera mandando pacientes. Alguien más le compró alguna cremita, una loción, pero indudablemente la frasesita de marras nos desmotivó.  Vaya lo comido por lo servido, dicen acá. 



jueves, 11 de marzo de 2021

TANGO

 Recordamos al gran Astor Piazzolla a 100 años de su nacimiento. 



"Alguien le dice al tango" 


Tango que he visto bailar

contra un ocaso amarillo

por quienes eran capaces

de otro baile, el del cuchillo.

Tango de aquel Maldonado

con menos agua que barro,

tango silbado al pasar

desde el pescante del carro.


Despreocupado y zafado,

siempre mirabas de frente.

Tango que fuiste la dicha

de ser hombre y ser valiente.

Tango que fuiste feliz,

como yo también lo he sido,

según me cuenta el recuerdo;

el recuerdo fue el olvido.


Desde ese ayer, ¡cuántas cosas

a los dos nos han pasado!

Las partidas y el pesar

de amar y no ser amado.

Yo habré muerto y seguirás

orillando nuestra vida.

Buenos Aires no te olvida,

tango que fuiste y serás.


Letra: Jorge Luis Borges

Música: Astor Piazzolla

lunes, 8 de marzo de 2021

ARGENTINOSAURUS III

 Muchos años más tarde y tal como se lo había propuesto, la licenciada Luna Arsuaga Mendizábal había hecho una carrera brillante. Se había doctorado, rodado películas de divulgación paleontológica, dado charlas interesantísimas en barrios de escasos recursos, fomentado becas, las universidades se la rifaban y muchas vocaciones despertaron gracias a su entusiasmo y su amor por ese aspecto de la ciencia. Se había casado con un compañero de la facultad que amaba la prehistoria tanto como ella. Tenían 3 hijos, pero la que parecía haber heredado su pasión (más que vocación) era la del medio, una niña llamada Cuyén (que es luna en idioma aborigen mapuche), para seguir con la tradición de llamarse como nuestro romántico y omnipresente satélite natural. De esta manera, la abuela Selene era la luna griega en cuarto menguante, porque ya estaba viejita, aunque saludable. 

La madre Luna, la paleontóloga, luna llena, porque estaba en la flor de la vida. 
Y la hija Cuyén, que era la luna en cuarto creciente, ya que era muy jovencita. 



Las tres generaciones de lunas estaban charlando un domingo cualquiera, de bueyes perdidos (como decimos en Argentina) y, como al pasar, la madre Luna leyó una corta pero gigantesca poesía de Borges, llamada LA LUNA.  
HAY TANTA SOLEDAD EN ESE ORO. 
LA LUNA DE LAS NOCHES NO ES LA LUNA
QUE VIÓ EL PRIMER ADÁN.
LOS LARGOS SIGLOS DE LA VIGILIA HUMANA LA HAN COLMADO DE ANTIGUO LLANTO. MÍRALA. ES TU ESPEJO. 

Súbitamente, la abuela Selene, la del cuarto menguante, dijo, sin venir a cuento: "Ayer fui con una amiga para ver el pequeño fósil de argentinosaurus, la joya de la corona en el museo de ciencias naturales de nuestra hermosa ciudad, Mercedes".
"Ah, si, el que quieren llevar al museo de Neuquén ¿no, abu?"-dijo Cuyén, la cuarto creciente, siempre pendiente de su abuela y muy bien informada del controvertido asunto del fósil argentinitosaurus. 
"Deberían; hace años que estoy intentando que vuelva a donde corresponde: papeleos, solicitadas a los diarios, abogados, pero como dicen en España, las cosas de palacio van despacio. Y ya me veo muerta y sin lograrlo. Al menos espero que si hay otro mundo pueda quedarme a hacerle compañía al esqueletito". 
"Eso no es posible, abuela, vos sos inmortal". 
La madre Luna (la llena) estaba muy silenciosa, como imbuída de profundos pensamientos. 
"Abuela, ¿es cierto eso que se dice en la familia?, que mi mamá Luna hablaba con el argentinito".
"Bueno, eso decía ella. Recordemos un fragmento de Borges, LA MILONGA DEL MUERTO:  "Lo he soñado en esta casa 
entre paredes y puertas.
Dios les permite a los hombres
soñar cosas que son ciertas".

"Yo", prosiguió la abuela, "hace muchos años, una de las veces que fui al museo, me acerqué, como siempre, a su vitrina. Iba muy seguido porque me recordaba la niñez de tu madre: ese fósil marcó para siempre su vida. Como un tatuaje que dijera: NO ME OLVIDES. Y por eso se decidió por esa carrera. Si hasta me contaba que hablaba por las noches con paleontólogos famosos ya muertos. Pero volvamos a lo que íbamos. 
El museo estaba lleno de turistas y escolares que no paraban de meter ruido y gritar. Pensé: aunque suene paradójico, éste es el mejor momento para intentar conectarme con el fósil porque nadie escucha nada en medio de este bochinche. Me acerqué más y más y más a la vitrina y me pareció ver una mirada en lo más profundo de sus cuencas orbitales. Entonces le hablé: "argentinito, hijo, cómo te encuentras?"
Una voz que parecía provenir de la caverna de Platón y más allá, contestó algo ronca pero infantil: "Bien, no me puedo quejar, acá me cuidan, pero yo querría estar con mi mamá, en el otro museo".  Ni siquiera me sorprendió que me respondiera: hacía mucho que lo esperaba. 

"Lo sé, querido, lo sé e intentaré trasladarte, pequeño, te lo prometo, aunque ya sabes que eso llevará siglos de burocracia". Y me dijo algo tan triste, pero tan triste, que allí mismo se me cayó un lagrimón. 
"Hace millones de años que espero. Tiempo es lo que me sobra, pero gracias igual, buena señora". 
"Y él ya no habló más, como si se hubiera apagado, aunque otras veces volví y algo más pude conectar con él. Así que a mí no me tienen que convencer de que tu madre habló con él. A menos que las dos estemos soñando ¿no? También es posible". 
"Yo también quiero entrar en ese sueño, Abu".
La madre Luna seguía extrañamente callada y pensativa. 
La abuela, viendo la cancha libre, siguió con sus elucubraciones: "las esperas con expectativas son capaces de erosionar la mente más racional. Y si no, que se lo digan a las madres de los desaparecidos, las de Plaza de Mayo, esos jóvenes que están sin estar, como los virus, en la frontera entre lo vivo y lo no vivo".

"Mamá"- dijo Cuyén, volviéndose bruscamente hacia su madre Luna, "¿vos no podrías empujar este asunto, ya que eres tan importante en tu profesión?"
En ese momento, abuela y nieta notaron que a mamá Luna le caían las lágrimas en silencio. Ante las palabras de su hija Cuyén, la madre, la mujer luchadora, la gran paleontóloga, la gran científica que durante años había enterrado en el fondo de su hipocampo, aquéllos momentos mágicos vividos con el argentinitosaurus,  reaccionó exteriorizando su congoja y su desesperación, llorando e hipando cada vez más fuerte hasta sacudir su cuerpo y su conciencia. Algo había hecho "clic" en su cerebro y los recuerdos la desbordaron como un río enloquecido fuera de su cauce. 

Seis meses más tarde, las tres, abuela, madre y nieta fueron a visitar al argentinito que posaba muy orondo entre las enormes patas de su madre, la majestuosa ARGENTINOSAURUS HUINCULENSIS, en el museo del Neuquén. Hasta parecía sonreír...pero ¡qué tontería!¿no? Los fósiles no sienten ni padecen. 

Fin del cuento. 
 

sábado, 6 de marzo de 2021

ARGENTINOSAURUS II

 

            FLORENTINO AMEGHINO

                    JOSÉ BONAPARTE. 

Florentino Ameghino murió en 1911 y José Bonaparte en 2020. Uno a principios del siglo XX y otro a principios del siglo XXI. Vivieron tiempos distintos, pero compartieron una pasión: la prehistoria y sus habitantes. 

Quizás por eso, en vez de ir a cielos o infiernos, se quedaron, después de muertos, merodeando en donde más cómodos se sentían: los museos de historia natural,  mientras seguían conversando sobre sus respectivos trabajos, investigaciones y taxonomía. Las novedades científicas volaban y ellos no querían quedarse atrás. 

"¿Te enteraste que encontraron a un hijo del gigantón que descubriste en la Patagonia, José?" preguntó Florentino, hojeando el diario. 

"No. Cuéntame"- contestó Bonaparte, mientras miraba un trilobite con una lupa. 

"Estos jóvenes investigadores no leen el diario: pasan de todo" pensó Florentino pero no dijo nada. "Resulta que una niña encontró un esqueleto casi entero de un argentinosaurus bebé, a poca profundidad, al lado de la ruta 40, cerca de donde tú encontraste al primer ejemplar". 

"¡Bien por la niña!" se alegró José. "Lo llevarán al museo de plaza Huincul, junto al otro ejemplar, seguro y podremos ir a verlo". 

"Ahí te equivocas, se lo llevaron, casi por la fuerza, unos funcionarios del museo de Mercedes, porque, como sabrás, es una joya que muchos ambicionan"se lamentó Florentino. 

"¡Pero eso no puede ser!" casi gritó Bonaparte, apartando bruscamente la vista de la lupa. "Ese tesoro pertenece a la provincia del Neuquén"

"Así es la política, mi amigo, todos se quieren colgar la medallita, pero ya hay un litigio en marcha, que, como te imaginarás, durará una eternidad entre sellos y papeleos, abogados y oficinas... claro que a nosotros nos da igual. Tenemos toda la eternidad para ver cómo se resuelve. La que me da lástima es la niña, que parece que está muy triste, ya que ella habló con el esqueletito del saurus y éste extraña a su mamá. El saurito querría estar a su lado. Naturalmente, nadie le creyó". 

"¿Y nosotros no podemos hacer nada? "musitó José, muy pensativo. 

Florentino lo miró, también pensativo: "como no vayamos al programa de la tele de Iker Jiménez, Cuarto milenio, no se me ocurre más nada. Con la burocracia que inventamos estando vivos, no hay nada que hacer: nos pedirían hasta la vacuna del último perro que tuvimos. Y robarlo no podemos porque buscarían culpables entre los vivos: sería injusto". 

"Sin embargo" los ojos de José se iluminaron de golpe con una luz sobrenatural, como en todos los difuntos suele ocurrir, porque para eso están kaput. "Algo muy loco sí podemos hacer...pero llevará mucho tiempo".

"Tiempo es lo que nos sobra, José, cuéntame tu idea". 

..........................................................................

"Ya sé lo que voy a estudiar de mayor, mamá: paleontología" anunció Luna a Selene, con una prometedora sonrisa, saliendo de su melancolía y de su aislamiento. 

"Anda ya, niña, déjate de pavadas. Vas a estudiar odontología, como tu padre y tu abuelo. El futuro asegurado, que es lo más importante"-dijo Selene, sin dejar de hacer veinte cosas a la vez, como todas las mujeres y más, si son madres,  pero con una secreta alegría de ver a su hija otra vez contenta. 

"Si, mami, dientes estudiaré, pero los de los fósiles; ya verás, y de hambre no me moriré, ma, en todo caso heredaré tu piso". 

"¿Mi piso? Ja, ja, después de la guerra civil con tus hermanos te quedará medio dormitorio, con suerte.  Pero volvamos al tema de marras, todo esto se te ocurrió por lo del argentinito, ¿verdad, tesoro? Eso te afectó mucho". 

"No, mami, no es por el esqueletito, es porque hace varias noches que vengo charlando con 2 paleontólogos famosos y ellos me interesaron mucho en estos temas. Me contaron historias fabulosas de antropólogos que trabajan en la sierra de Atapuerca hace más de 20 años, en Burgos,  en España. Ya veré luego en qué me especializo porque la prehistoria es un período de tiempo inmenso, ¿sabías, mamá? Es una maravilla. Todo, todo me lo están contando ellos. 

"Ah, claro... hablas con ellos por Internet".

"No, mami, ellos ya murieron, hablo con ellos face to face, como quien diría. "

Selene se acercó alarmada a su hija y le tocó la frente: "¿otra vez sin fiebre y hablando con fantasmas?" pensó y al borde de un ataque de ansiedad, interrogó a Luna. 

"Dime, hijita de mi alma, desvelo de mis días y mis noches, tesoro de mi cuore ¿quiénes son esos señores con los que hablas, en lugar de dormir?"

"Florentino y José". 


Continuará.








viernes, 5 de marzo de 2021

ARGENTINOSAURUS I

En este viaje de verano en la caravana súper- nueva que habían comprado "con mucho sacrificio", como no se cansaba de repetir su madre Selene a toda la parentela, para que no pareciera que estaban forrados en dólares; la niña Luna aprovechaba para disfrutar libre como un pájaro en esa infinita Patagonia argentina. Estaban  descansando padre, madre e hija, haciendo la comida, al borde de la ruta 40, en Buta Ranquil, cuando la niña vió una enorme mosca muerta en el suelo. La movió con un palito y la observó detenidamente. 

Luna razonó de la siguiente manera: "si todos tenemos un esqueleto, las moscas también deben tener uno. Seguro, muy, muy pequeño y delgado pero esqueletito al fin.  (Los conocimientos de biología de la pequeña eran todavía muy limitados).

Basada en esta hipótesis de trabajo hizo un pocito en el suelo y la enterró cuidadosamente. Esperó un tiempo prudencial (a su juicio) para que se le pudriera toda la carnecita, o sea, un par de días. Al cabo de ese tiempo y presa de enorme curiosidad se puso a desenterrarla con su palita pero no encontraba nada, así que siguió y siguió cavando y siguió cavando en la tierra haciendo un hoyo cada vez más profundo hasta que ella misma se perdió de vista. De repente apareció un hueso. "Pero es enorme para ser el de la mosca", pensó. Eso la estimuló a seguir y fueron apareciendo más y más huesos como los de un animal de un tamaño de un perro grande. Eran tantos que fabricó una repisa de tierra para ir armando el esqueleto como había aprendido con sus juegos apasionantes de paleontología. 




Ya era de noche y estaba totalmente concentrada en la tarea cuando llegó esa voz que siempre la agarraba en el mejor momento: "¡¡A comeeeeerrrr!!" aulló su madre, el ser más inoportuno de todos los existentes. La madre de Luna se llamaba Selene (que es luna en griego), porque había como una tradición familiar con llamar a las niñas con el nombre de nuestro romántico y omnipresente satélite natural, "espejo del tiempo", como dijo un poeta. Resoplando contrariada, Luna salió del agujero llena de tierra y fue directamente a ducharse para evitar las insoportables  indagaciones del "ojo que todo lo ve", el PANÓPTICO: su madre, mientras pensaba: "Cuándo seré libre, mein Gott". Al día siguiente, voló tempranísimo de la cama. Estaban de viaje de vacaciones, menos mal, no tendría que perder el tiempo yendo al cole. La profe era una pesada que nunca acertaba con lo que a ella le gustaba. Se metió en su agujero secreto y buscó con la linterna a su interesantísimo esqueleto, que, inesperadamente le dijo: "Bueno, niña, ¿ me vas a terminar de armar?". Sobresaltada, gritó: -"¡¡Ohhhh, como la novia cadáver!!" 

-"¡No, no soy la novia cadáver, soy argentinitosaurus!"-parloteó el esqueleto ya de pie, con una voz ancestral y rarísima, pero por lo menos castellana. "No te asustes, por favor". La niña tragó saliva, su corazoncito bajó la frecuencia cardíaca un poco, y, armándose del resto de valor que le quedaba, dijo, toda transpirada y con un hilillo de voz: "¿argintiniwhatttttt?"


-"Argentinitosaurus, hijo de argentinosaurus huinculensis. Me dijo mi mamá que somos el espécimen más grande que nunca caminó por el planeta"- afirmó muy digno el espécimen óseo. "Estoy muy cansado de estar 97 millones de años enterrado, necesitaba ver la luz del sol y lo que más quiero es estar al lado de mi mamá". 

-"Pero, pero" -protestó la niña- "¿dónde está ella? ¡Además, eso es absurdo, tú estás muerto y ella, seguramente también". 

-"Bueno, pero yo quiero estar muerto al lado de mi mamá muerta, por supuesto. Somos fósiles, pero tenemos sentimientos, ¿sabés? Sufrimos mucho, nos liquidó un meteorito, una bola de fuego inmensa que dejó el planeta a oscuras muchos años. Eso lo sabe todo el mundo". 

-"Pero, pero, ¿cómo vamos a encontrar a tu mamá? Puede estar enterradísima, como tú. Yo te encontré por casualidad". 

"Si, pero también puede estar "corpore insepulto".  O a lo mejor la encontraron, siendo gigantesca como era y está expuesta en un museo". 

"Un fósil culto...¡qué cosas! Casi no le entiendo, bueno, a ver como resolvemos esto. Yo te quiero ayudar aunque no sé cómo, argentinitoetcétera. A propósito, me llamo Luna". Los dos tenemos nombres muy originales, ¿verdad? Tendremos que recurrir al Dr. Google para hacer algunas averiguaciones". 

"¿Un paleontólogo?"

"No precisamente. Pero es muy útil. Ya verás". Trajo la niña el laptop y, ante la mirada atónita del fósil, empezó a teclear y lo encontró: "José Bonaparte (vaya con el nombrecito, podría formar parte de este club de nombres raros): paleontólogo argentino considerado el MAESTRO DEL MESOZOICO, fue autodidacta y fundó, a los 19 años, con un grupo de amigos, el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mercedes, provincia de Buenos Aires, su ciudad natal. Halló el CANOTAURUS SASTREI, el primer fósil de dinosaurios con cuernos y el ARGENTINOSAURUS HUINCULENSIS, considerado el dinosaurio más grande que caminó sobre la Tierra. Vivió en el cretácico superior. Está en el museo municipal CARMEN FUNES, PLAZA HUINCUL, PROVINCIA DEL NEUQUÉN. 

MUSEO CARMEN FUNES

Había un dibujo del gran ejemplar y Luna se lo mostró al argentinito, que gritó: "¡Ésa es, ésa es mi mamá, la reconozco porque...porque...es mi mamá y por las manchas del lomo! ¿Dónde está?"

"Qué buen identikit", pensó Luna. "Ahora hay que llevarlo hasta el museo. Es lejos. ¿Cómo lo haré? Mientras pensaba en todo esto aprovechó para enterarse que no iba a encontrar ningún esqueletito de mosca porque ellas son artrópodos que tienen exoesqueleto, es decir, como una cáscara externa que se pierde junto con el resto de los tejidos blandos. Bueno, suspiró Luna, todos los días se aprende algo. 

De pronto, tuvo una idea: pediría la ayuda de los científicos más cercanos: los del museo de su ciudad, Mercedes, provincia de Buenos Aires. Cuando Luna mandó una foto por e-mail de su esqueletito, en el museo hubo una pequeña revolución porque los paleontólogos inmediatamente se dieron cuenta de la importancia del descubrimiento. Y contestaron por correo electrónico: "Qué extraordinario ejemplar para nuestro museo. Todos estaremos muy orgullosos, Luna. Tráelo lo más pronto posible y no lo comentes mucho, que sea nuestro secreto, ¿OK? O mejor: iremos nosotros a recogerlo, no sea cosa que se pierda. Ya sabemos dónde estás por tus coordenadas del celular". 

"¡Ehhhhh, noooo, momento, él quiere estar con su mamá, que está en el museo de Plaza Huincul, en la provincia del Neuquén" -replicó por WhatsApp alarmada Luna. 

"Pero eso no es posible, su mamá está lejos, en la provincia del Neuquén; imagínate toda la burocracia que hay que hacer para cambiar de provincia" replicó alarmado el paleontólogo, que veía esfumarse a su extraordinario fósil como arena entre los dedos. 

"Ya lo sé, ¡pero es lo que él quiere y espera hace millones de años!"- se desesperó Luna. 

"Luna, ¿qué estás diciendo? ¿No ves que no siente ni padece?: está muerto, es un fósil y su lugar está aquí, tú lo has descubierto y ésta es la ciudad donde has nacido".

Arrastrando los pies y con infinita pena, Luna se arrepintió muchísimo de haber recurrido a ellos. Volvió a la caravana, se metió en la cama y rompió a llorar. "Pobrecito argentinito...los mayores no entienden que los fósiles tienen sentimientos, en realidad, los mayores no entienden nada ¿Y yo, para qué habré abierto la boca?  Ya me tienen localizada por el celular. ¿En quién podría confiar para llevar a mi argentinito al lado de su mamá?" No tardó mucho tiempo en darse cuenta que ésa era la primera batalla perdida de su corta vida: no había nada que hacer. 

Continuará.