sábado, 20 de marzo de 2021

EL OBELISCO

 Por Mónica Bardi

Yo era el sueño de un hombre pero él no lo sabía. Yo entraba en él, como Palas Atenea, mi prima, diosa como yo, y poblaba sus noches de erotismo, felicidad, miedo y diversión. Vivíamos de sueño en sueño y pesadillas tampoco faltaron. A veces flotábamos en transparencias turquesas, que no se sabía si era cielo caribeño o agua mediterránea. Otras veces trotábamos alegremente hasta el Obelisco en piyama por la calle Corrientes. 


  También volábamos con cigüeñas en cielos ibéricos de atmósferas vaporosas y nubladas, acompañados con gente conocida o no; vivos, muertos o desaparecidos. Estos últimos andaban mucho a nuestro lado, con miradas tristes y cariacontecidas. Todavía no les había llegado la hora, eran jóvenes y  fueron secuestrados por negras manos criminales. Nunca hablan, simplemente están, sin envejecer, sin canas, sin arrugas: eternidades que "nos pueblan como fantasmas buenos" y que se agigantan con el tiempo. Sólo nos queda verlos en sueños y allí, a veces, nos sonríen y nos tranquilizan. 

En otras ensoñaciones me llevaba a mi hombre dormido de viaje, pero atento a todo, bien "despierto" para disfrutar los preciosos murales de Flor Menéndez en la calle 25 de Mayo, en Témperley, que, con gran talento ha plasmado una luminosa obra de arte en cada fachada de cada casa. 
Un sueño hecho realidad. 

Aunque para nosotros, en plena fantasía onírica, había mucho más. Donde terminaba la coqueta calle preciosamente decorada, se oía la inesperada, atronadora y tempestuosa rompiente del Mar Báltico chocando con el inmenso acantilado blanco de una isla danesa. Así son los sueños; sin norte, te transportan y no te piden pasaporte. 

Había noches profundamente eróticas aunque mi hombre nunca alcanzaba el clímax. Yo no lo dejaba, lo despertaba antes;  también se debía a que él estaba con la constante expectativa de que, al salir del sueño, yo estuviera ahí, entre sus sábanas, para hacer el amor. Pero nunca estaba. En ese momento bailaba una milonga en la calle CAMINITO con un cuchillero amigo de Borges. "¡Búscate otra!" me burlaba yo "¡las diosas somos caprichosas!", pero luego me daba lástima. ¡Y celos! ¡Muchos celos! ¿Y si aparece otra? pensaba, "las diosas somos celosas, además de caprichosas". 

Algunas tardes lo dejaba descansar sin sueños, con la mente en blanco. Tumbado en su sillón favorito, que lo acogía como a un náufrago, el pobre caía rendido. Este hombre, que en nada se distinguía de los demás, necesitaba con urgencia siestas relajantes: siempre estaba trabajando o preocupado por el dinero, gran problema para los humanos. Él repetía las palabras de Grocho Marx: "el dinero no me hace feliz, me hace falta". 

Hace poco, una noche porteña, azul y milonguera, decidimos, entre mantas y edredones, ir al mercado de San Telmo. Un flaco que de jovencito había vivido en España nos preparó unos exquisitos choripanes con una amplia sonrisa. "Macanudo el pibe", dijo mi hombre "ojalá fuera nuestro hijo". "

"Y ojalá yo fuera tu mujer" pensé y algo nuevo e inquietante germinó en mí. ¿Qué podría ser?

Por una sinrazón onírica, tuvimos que trepar muchas escaleras entre nubes y delfines para arribar a unos bancos de piedra del castillo Sancti Petri, en la ciudad de Chiclana, en el sur de España. Situado en una isla, se escondía un santuario submarino llamado Heraklion, tan antiguo que ya se hablaba de él antes del nacimiento de Cristo y sus apóstoles. El misterioso castillo, algo alejado de la costa, en su particular ínsula, estaba enteramente rodeado por el Atlántico, gran generador de marismas y salinas.  Neptuno nadaba por allí,  milagrosamente manso, y no me reprochó nada de que con un humano estuviera paseando. También buceaba por allí Melkart, uno de mis dioses preferidos, nadando sin pensar en nada y menos machista que los otros, tan podridos. 

¡Nadie pide visados ni documentos! ¡Qué aleluyante pasar del verano al invierno en un santiamén!


Por esa época volví a preguntarme que pudo haber pasado aquel día en la choripanería de San Telmo. Algo en mí había cambiado, aunque no sabía exactamente qué. Un rumor desconocido bullía en mi interior, una pequeña llama se había encendido. ¿Qué sería?
Sobre la almohada blanda y perfumada cerró él los ojos y nos adentramos en las mil y una noches del zoco de Marraquech, donde las Meninas de Velázquez andaban sudando la gota gorda con sus pesados ropajes, ajadas y con ánimo contrariado; anhelando volver al Prado y su aire acondicionado. ¡E inesperadamente, chisporroteó lo erótico entre mi hombre y yo, que casi se consuma en sombreado rincón bajo un sauce llorón! Volví a sentir que algo había cambiado en mí... a ver si lo descubría. ¿A quién preguntaría?

Una madrugada de resaca (habíamos bebido de más), nos internamos en el bosque danés de Møn, frondoso y siempreverde, con brujas belgas y Meigas gallegas, que se balanceaban con gran pena, contando y cantando cómo murieron en la hoguera. ¡Pobres mujeres! A ellas no les podría preguntar nada...

Así son las pesadillas, se viven con todo el cuerpo, como desagradables cosquillas. A veces dejaba a mi hombre por la Caleta de Cádiz, escuchando el remoto cante jondo, entre burbujas y rompientes, doloroso como un tango, que llegaba a sus oídos, a los de la sirenita danesa y a los de las Náyades andaluzas. A ellas tampoco les preguntaría nada... ¡eran muy jóvenes!

Sumergido en sábanas y estrellas, mi hombre me deseaba y quise complacerlo, por eso entré en él y lo inundé de imágenes sugerentes, pero sin final porque otra vez lo desperté antes de tiempo. Se incorporó sudoroso, con pena de dejar el sueño y miró las paredes, rodeado de pinturas que retrataban a una familia; la suya con sus mascotas. Estaba solo. Una gran pena me invadió de verlo triste y allí, justo allí, descubrí lo que me venía cambiando el ánimo: de tanta convivencia onírica me nació un deseo irrefrenable: ¡estoy enamorada! ¡lo quiero todo el tiempo, lo amo! ¡Me duele su dolor! Mi hombre me había conquistado, se había producido "una mitología privada", diría Borges. 

Quiero ser humana y no diosa, al estilo sirenita. Invoqué a Morfeo y hablamos largamente. "¿Pero para qué quieres ser mortal? Se lo pasan fatal,  enfermándose y doliéndose. Desde el parto hasta el hoyo, un embrollo. ¿Y el dinero? ¡No tienes mérito ni tarjeta de crédito!" (Muchos dioses hablamos en rima).

"Es que estoy enamorada" le contesté malhumorada. "El dinero es lo de menos, el amor es lo que importa". Y lloré amargamente para ser más convincente. El dios Morfeo se apiadó de mí y conmovido, murmuró: "Bueno, serénate, hablaré con Zeus, a ver qué opina de esta locura. Él decidirá, ya sabes cómo es de inestable". Y pensó: "la pobre diosa no sabe lo que hace, el amor dura menos que una pompa de jabón".

Y ocurrió que, vestido con un albornoz y andando mi hombre solo, en Buenos Aires, por San Juan y Boedo, llegó al Pinar de los franceses en la Cyclia, hoy llamada Chiclana y allí, exactamente allí, él me descubrió, envuelta en una sábana, esperándolo sonriente ¡justo cuando el dios Zeus me transformaba en humana!

Vivimos apasionadamente mucho tiempo...claro que con los años la pasión se atemperó, yo me arrugué y mi hombre encaneció.  Seguíamos soñando pero ya no tanto. Ahora éramos amigos cariñosos y compañeros incondicionales. Allí entendí lo que era EL TIEMPO, que tantos quebraderos de cabeza le trae a los filósofos. El presente que es brevemente presente, ya que si está pasando, es pasado, se evaporará antes que después y el futuro es como una incógnita, porque todavía no ha llegado; pero cuando llegue, será presente e inmediatamente pasado. Lo único que vivimos, al final, es el presente, aunque un presente que envejece al instante, "el presente está solo" como dice Borges. Los dioses no teníamos tantas dudas ni preguntas, andábamos a nuestro aire, eternamente. Los humanos se machacan mucho con su falta de certezas o con demasiadas certezas. 

Y entonces, ocurrió lo imponderable: la diosa Afrodita, aburrida de ver tanta humanidad problematizada y respondiendo a sus tendencias homosexuales, entró en mí y erotizó mis noches, para divertirse un poco. Para mantenerme calentita no me permitía ni un orgasmo, de modo que me despertaba sudorosa e incompleta en un dormitorio rodeado de pinturas que retrataban a una familia y sus mascotas: mi familia. Pero estaba sola, completamente sola. ¿Habrá sido todo un sueño?





Murales de Flor Menéndez en marcha. Fachadas de una calle mágica. 

4 comentarios: