domingo, 25 de agosto de 2019

MARCOS DOÑO Y LA MEMORIA.

"Carta abierta a Luis Brandoni

A USTED LE HABLO

Le hablo a usted, Luis Brandoni. Hace ya tiempo que quería decirle algunas cosas. No lo tuteo porque no me conoce, aunque yo sí a usted; bueno, quién no conoce a Luis Brandoni en la Argentina. ¿Ve?, en esto me lleva ventaja, porque mis palabras son las de un ciudadano anónimo, lo que hace que a veces lo que uno dice se transforme en una muda súplica. Pero las suyas son palabras precedidas por la fama de un actor que tiene tantas películas memorables en su haber. Es por eso que creo que hay una responsabilidad especialísima en usted cuando emite una opinión a los argentinos.
De todas las películas que interpretó, hoy quiero recordar una: “La Patagonia Rebelde”. ¿Se acuerda? Seguro que sí, Luis. Se lo abrevio al lector: es una historia real ocurrida en el sur argentino a principios del siglo XX, cuando los trabajadores laneros pedían mejores condiciones y salarios dignos, y el gobierno radical, en defensa de lo intereses de los dueños de las estancias, dio la orden al ejército para que terminara con esas protestas. Usted que es tan memorioso, ¿se acuerda cómo termina esa represión, Luis? El teniente coronel Héctor Benigno Varela, cumpliendo con la orden de “normalizar” la situación, terminó fusilando a casi 1500 trabajadores y deportando a otros cientos hacia Chile y España. En esa película, usted, Brandoni, interpretaba al gallego Soto, Antonio Soto, un español escapado de la miseria de su país, que al momento de las huelgas se desempeñaba como Secretario general de la Sociedad Obrera de Río Gallegos.
¡Qué tiempos esos; los del gallego Antonio Soto y los suyos, Luis, cuando interpretó a ese luchador que enfrentó con dignidad la explotación miserable y el maltrato de los terratenientes!
Pero hagamos más memoria. ¿Sabe de los  apellidos de esa oligarquía estanciera que relata la película? Recordemos algunos: Adolfo Bullrich, vendedor de todo lo que la campaña de Roca le quitó a los pueblos originarios y dueño de la mansión que hoy es el Patio Bullrich. Es el tatarabuelo del ex Ministro de Educación y actual senador macrista Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, tal su apellido popular. Y familiar directo de la Patricia, la Ministro de Seguridad de la Nación, la tía segunda de Esteban, descendiente de Honorio Pueyrredón, ministro de Agricultura  y posteriormente ministro de Relaciones Exteriores del presidente Hipólito Yrigoyen, cuando ocurrió la represión en la Patagonia. Estaban también los Braun, los Peña Braun, los familiares directos del “patriota según Carrió” Marquitos Peña, el jefe de Gabinete del Gran Bonete Mauricio. Ah, casi me olvidaba de Pinedo, el apellido que selló el tratado Roca- Runciman, el que entregó a los ingleses el comercio de las carnes, los frigoríficos y tantas cosas que hacían a la soberanía de la Nación. Aquel es el familiar directísimo del calmo don Federico del PRO, el que fue presidente por unas horas. ¡Qué apellidos! Y no por apellidos sino porque cada una de esas familias han transcurrido el siglo XX y ahora el XXI preñados del mismo dogma de clase.
Pero volvamos al presente. Déjeme ahora recordarle al lector, también a usted y a mi, las palabras que por estos días les dirigió a los militantes y argentinos macristas, en un video que grabó en Madrid, adonde aclara que estaba “cumpliendo un compromiso asumido hace muchos meses”. Allí, con una bien actuada voz, tan cercana al tono de homilía dominical de un cura párroco, dijo lo siguiente:
“… acá estamos, en España… ¡preocupado… pero no derrotado! Al contrario, queda mucho por hacer, todavía. Por lo pronto, el sábado, el sábado 24, salgamos a las calles y las plazas de todo el país para mostrar y mostrarnos que somos muchos, muchos más los que queremos un país republicano, democrático y decente. Y prepararnos para la de ‘en de veras’, la del 27 de octubre, con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros.
Perdimos la República muchas veces… otra vez no.” Y finaliza sollozando: “Abrazos y viva la patria… eh.”

¿Qué es lo que lo que tanto le preocupa, Luis? ¿Qué insinúa con ese tono mendicante, de hablar bajito, cuando balbucea: “queremos un país republicano, democrático y decente... con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros.?” ¿A qué argentinos está alertando cuando clama bajito: “perdimos la República muchas veces… otra vez no”?

Su soberbia indigna, pero más su falta de sentido democrático y republicano, el que reclama para sí y para los suyos como patrimonio, dejándome a mi y a millones afuera. Por eso quiero contarle sucintamente quién soy yo, aun a sabiendas de que quizás usted nunca se entere de mis palabras.
Me llamo Marcos Doño; soy periodista y escritor. Como la mayoría de los millones de argentinos, soy un ciudadano común con una historia particular llena de momentos felices y también trágicos. Me crié en una familia de clase media; mis abuelos paternos eran inmigrantes venidos de Turquía y los maternos de Ucrania, escapando a las persecuciones y los pogroms antisemitas. Fueron luchadores incansables, como lo eran todos los inmigrantes llegados a principios y mediados del siglo XX. Mis abuelos paternos trabajaron en la ciudad de Buenos Aires, en Córdoba, en San Isidro y en el Partido de Tigre, donde nació mi padre, un genio natural, músico de jazz y luego un pequeño industrial, un trabajador incansable que se vio obligado a salir al ruedo de la vida desde muy temprano, a los ocho años, trabajando de canillita. Los maternos se asentaron en una colonia de un campo de Entre Ríos, donde junto a otros fundaron una cooperativa agrícola. Eran esos gauchos judíos que cuenta la novela homónima de Gerchunof. Y eran socialistas; socialistas de Palacios y de Repetto, como me decía siempre mi zeide (abuelo). Y hablando de ese patriotismo republicano que usted declama como un puñal que se clava en contra de los otros argentinos, los que usted denuesta con cada sílaba, hay un hecho que quiero destacar: mis abuelos tenían la costumbre de colgar la bandera argentina del balcón en cada fecha patria. Y una de esas banderas me fue dada en herencia como un tesoro invalorable. Así crecí, como tantos millones de argentinos, envuelto en esta identidad, educado en la escuela pública, aprendiendo día a día el sentido fundamental del trabajo y la honestidad como los valores esenciales para una vida digna. La ironía maldita quiso, sin embargo, que un día, mejor dicho una noche eterna, cuando estaba secuestrado y torturado, uno de mis verdugos me dijera“…que seas zurdo vaya y pase… pero donde la cagaste es en que sos judío… vos no sos argentino”. Pero resulta que yo estaba allí, estaqueado en esa cama de metal, desaparecido para el mundo, por ser un joven apasionado que se había decidido a luchar por la Patria, por la República y por la Democracia que usted y los suyos dicen defender y yo no, señor Luis Brandoni.
La República perdida, esa que tanto le asusta se vuelva a perder con el peronismo, fue secuestrada durante la larga noche que dio inicio el 24 de marzo de 1976 con el golpe de Estado. ¿Recuerda usted, Brandoni, los apellidos de esos cruzados de la muerte que asolaron la Argentina durante los años de la dictadura videlista? Busque y se va a encontrar con la sorpresa de que son las mismas familias, los mismos apellidos que vienen de lejos en el tiempo haciendo las mismas iniquidades desde que decidieron que la Argentina sería por siempre su propiedad privada. Son los mismos apellidos que aborrecían a San Martín y Belgrano y su política de construir una América grande, respetando a sus pueblos originarios en su cultura y en el derecho a la propiedad  de sus tierras y sus bienes. A José de San Martín lo odiaban como hoy se odia a otras y a otros. Por eso el Libertador debió irse y morir en Francia, porque no quiso participar de la desunión nacional que promovía el odio a una clase. Y porque su asesinato estaba resuelto. Bien, la mayoría de estos apellidos los va encontrar también reunidos en la Sociedad Rural Argentina. Son los mismos que no tuvieron empacho en insultar y silbar a Raúl Alfonsín, su amado Alfonsín, quien fue claro cuando dijo que Macri era el límite para un radical, en un acto antidemocrático en contra de todo lo que representaba su política distributiva. Usted lo sabe, don Luis, esos gritones ganaderos no eran peronistas.
No, Luis. La vida y la historia no son blanco y negro. Y como en las mejores familias, en los partidos hay de todo; un Alfonsín y un Sanz, un Moreau y un Negri, un Néstor y un López Rega, como el que lo persiguió a usted. Y también a mi, don Brandoni. Y también a tantos peronistas asesinados por esa banda de ultraderecha, las Tres A, que usted siempre pone en punta de lengua cuando quiere tipificar al peronismo de antidemocrático y antirepublicano. Eso se llama maniqueísmo, Brandoni. Porque usted sabe, o debería saber, que el “brujo” López Rega era de la misma estirpe ideológica que Rivarena Carlés, aquel allegado al radicalismo que casi un siglo atrás comandó la Liga Patriótica durante la Semana Trágica.
No hay ángeles ni demonios, como usted quiere don Luis Brandoni. Sólo hay seres humanos. Por eso la historia es así, sinuosa, como los amores y los odios. Pero si se trata de robo, de saqueo masivo, de robar la República, debería coincidir conmigo que son ellos, don Luis, los que verdaderamente se robaron la República, una y otra vez. Y mire usted, son los apellidos que hoy defienden con tanto ahínco como la garantía de la democracia y el republicanismo. Tampoco ignora usted, Brandoni, quiénes llenaron las cárceles de la dictadura de los Pinedo, los Bullrich, los Ortiz Ocampo, los Alvear. En su mayoría eran peronistas. ¿Entonces?
Y conste que por esos días yo no sólo no era peronista sino que muchas veces me había comportado como un gorila profesional. Pero eso sí, mi gorilismo jamás rozó el odio, como el que usted transpira. ¿Cómo podría odiar sabiendo que allí anidaba el clamor de la mayoría del pueblo argentino trabajador? Lo mío era un antiperonismo como el de Julio Cortázar o el del Che Guevara. Era más bien un arraigo cultural, una costra de prejuicio nacida de la mirada general de una clase media que odiaba al general, y también de cierta ortodoxia marxista que cabalgaba en mis venas y que me impedía acceder, como lo haría años después, y como finalmente lo hicieron Cortázar, el Che y tantos, a la comprensión de un movimiento popular que para otros millones nunca dejaría de ser la encarnación de todos los males de la Argentina. Reconozco que en mi siempre había anidado una llama que más de una vez me hacía repensar mi posición.
Esa llama la había encendido mi madre, quien desde lo puramente sentimental se había sentido cerca de ese pueblo peronista al que el odio de clase no esperó para etiquetar como el “aluvión zoológico”, desde ese primer 17 de octubre, cuando las masas obreras llegaron y se concentraron en la Plaza de Mayo. Seguro que usted, Brandoni, como tantos otros millones de argentinos, están convencidos al día de hoy quienes comenzaron con la grieta. Pero no busque tan cerca porque no fue ni Cristina, ni Néstor, ni Perón, ni en alguna grieta lejana en el tiempo, que de tanto en tanto se abre. Esta última, la que divide a peronistas de gorilas, no la va a encontrar en los cuentos y diatribas de Jorge Lanata, Majul, Leuco y usted mismo. ¡No! Al menos tenga valentía intelectual de buscarla en el odio de clase que bautizó  a la clase trabajadora de “aluvión zoológico”, cuando la alegría de sentirse dignificados y visibles los llevó  a marchar y concentrarse por primera vez en la historia en La Plaza de Mayo, ese 17 de octubre de 1945. Ahí la va encontrar, en el odio explícito y explicitado de una clase social en contra de otra. Hoy, el aluvión tiene otros nombres para ese odio de clase. Se llama “grasa militante”, “choripaneros”, “planeros”, “camporistas”, “vamo a volver”.
Por todo esto, por sus dudas y por las dudas que peligrosamente usted está tratando de inyectarle a la población, don Brandoni, quiero decirle lo siguiente: Yo soy un ciudadano común que sufrió la cárcel de la dictadura por espacio de casi dos años. Yo viví la muerte, la tortura y las vejaciones más indecentes en carne propia y las sufridas por mujeres y hombres que lucharon por recuperar la República perdida, la República de TODOS.
Yo soy un ciudadano que se alegró como millones de argentinos cuando la democracia volvió de la mano de Alfonsín como presidente. Un Alfonsín que fue votado por propios y por peronistas. Un Alfonsín que poco tiempo después, cuando su gobierno estuvo acorralado por los militares golpistas carapintadas, se sostuvo en el poder por el apoyo y la lucha de TODOS los argentinos que salimos a defender la democracia y la República.
Yo soy un hombre común, Brandoni. Soy un hombre decente y republicano que a pesar de haber sufrido el exilio y escarnio, y de haber estado tantas veces cerca de la muerte junto a mi esposa, pude formar una familia maravillosa con tres hijos y nietos que somos parte de la construcción de esta Nación que usted cree es honesta sólo si se la piensa como usted. Por eso yo no voy a permitirle que desde el odio y el resentimiento más profundos, únicas guías de su lengua, me acuse a mi y acuse a millones de argentinos de ser parte de una especie de conspiración que quiere destruir la República.
Le pido que repase en su memoria los apellidos que hoy gobiernan este país y que usted defiende con tanta pasión, alimentado por su memoria cada día más selectiva, tan selectiva como lo es una clase dominante en detrimento de la clase dominada. Son ellos, Brandoni. Allí va a encontrar los apellidos que se robaron la República y la Democracia con toda la indecencia que se pueda uno imaginar.
Y concluyo: No lo odio Brandoni como seguramente usted me odia a mi. Lo que sí puedo afirmar y decir con razón, es que le he perdido todo respeto."

Marcos Doño

sábado, 24 de agosto de 2019

POESÍA DE ENRIQUE SAMPONS

Dijo la torda cardiologista:
"He visto electros mucho más piores,
pero el suyo, vea, me despista:
parece un pingo más que un cuore.
Usté no fuma, no anda de copas,
ni hace abuso de sus labores,
pero no entiendo la forma loca
en que palpita su pobre cuore".
"No se sorprenda si anda mi bobo
meta galope, metiendo bulla.
La pena lo infla igual que un globo
Sólo al mirarla, él se hace el coco.
Sepa, dotora, por culpa suya".

lunes, 19 de agosto de 2019

EL POBRE.

Por Mónica Bardi

Va al supermercado. Es una compra rápida y elemental porque viene del trabajo y está cansado. En la puerta un hombre andrajoso, flaco, de mirada verde y barba crecida lo mira suplicante con una lata vacía, también suplicante.
Se detiene un momento con su carrito, mira a ese pobre y le pregunta: "¿Qué te traigo?"
La voz salió renqueante de una boca con dientes estropeados: "Agua y un bocadillo, si puede ser". La mirada verde era extrañamente dulce con pinceladas de tristeza pero el esbozo de sonrisa completaban un cuadro peculiar, dotándolo de una extraña ¿totalidad, humanidad, dignidad?
Eso, era un pobre con humildad, pero digno.
Él no encontraba la palabra que definiera exactamente lo que ese pordiosero le evocaba, aunque era algo especial.
Compró lo que necesitaba rápidamente, salió y le dió fiambre, queso, pan y agua.
"Gracias", murmuró el pobre.
En pocos segundos ya se había armado su bocata y lo devoraba sin contemplaciones.
Cuando minutos más tarde, pasó a su lado con el coche, se saludaron y una mágica vibración de efímero bienestar unió a esas dos personas con un vínculo fugaz, algo así como una sensación de hermandad,  siendo como eran personas que habitaban diferentes planetas ubicados en la misma tierra. Esa tierra calcinada y hostil para unos y divertida y vacacional para otros.

lunes, 12 de agosto de 2019

INFALIBILIDAD.

Por Mónica Bardi

Estaba mi joven tío Laertes muy enfermo de tuberculosis, que por aquéllos años, sin antibióticos, podía ser fácilmente una enfermedad mortal. Calculo que sería 1930 o 1935. La familia vivía en gran estado de agitación y duelo porque ya había muerto mi abuelo prematuramente, por una intoxicación.

Entonces, mi padre, Mario Pedro Bardi, encontró trabajo como empleado administrativo en el ferrocarril para mantener a su madre y sus hermanos, mientras proseguía sus estudios de odontología, con un esfuerzo loable, del cual no se quejaba.
En algunas épocas se podían hacer cosas que hoy suenan del todo imposibles: mantener una familia y estudiar en la universidad.
En la casa de mi abuela siempre había habido música y arte. Tenían un piano, se cantaba y se montaban pequeñas obras de teatro. Las flores y algunas pinturas originales mostraban un buen gusto dentro de la pobreza. Eran jóvenes, alegres; las chicas al final consiguieron casarse con buenos partidos, porque mientras ellas iban al club de tenis, mi papá trabajaba y estudiaba. La vida de aquéllos tiempos era así y todos lo aceptaban: las chicas "bien" no trabajaban.
La muerte del abuelo los pilló desprevenidos. Él era sastre y había mantenido dignamente a su familia, hasta que se fué para siempre y entonces, las desgracias vinieron todas juntas.
No obstante, se repusieron, porque en aquélla época, aceptaban la muerte como parte de la vida.
Pero a lo que iba. Llamaron al tío Emilio, que era médico para que diera su opinión sobre la dolencia de Laertes. No tengo ni idea de con quién emparentaba directamente este Emilio, pero era, según mi abuela, Victoria Molfino de Bardi, la viva encarnación de la mejor medicina y digno de gran respeto.
Llegó a la casa con su porte patriarcal,  revisó a mi tío Laertes minuciosamente y no dijo nada, pero se notaba que veía la gravedad del cuadro clínico. 
Mi padre, con mucha prudencia y en voz baja le dijo: "tío, yo a lo que le temo es a una hemóptisis". Una hemóptsis es la aspiración de un vómito de sangre, algo de lo cual no se salía vivo y que ocurre en las enfermedades pulmonares.
Entonces, el tío Emilio miró a mi jovencísimo padre por encima del hombro con aire de superioridad y en tono paternalista y académico afirmó rotundamente:  "futuro doctorcito, te diré algo: yo en mis veinte años de profesión nunca he visto una, olvídalo". Punto final.
Mi papá pensó: "¿y si ésta fuera la primera?", pero no se animó a decir nada.
Pocos días más tarde mi tío Laertes moría, en medio de espantosos espasmos e interminables intentos de hacer entrar aire en sus pulmones hasta, que por fin, luego de infinitos e inenarrables minutos, el corazón, piadosamente, dejó de latir; todo eso en presencia de la desesperación y los gritos de su madre y sus hermanos. Una tragedia. Una hemóptisis. Desde ese momento, el piano enmudeció para siempre, las risas huyeron en frías oleadas de dolor y un manto oscuro cubrió ese hogar antes luminoso.
Cuando mi papá me contó este luctuoso hecho del pasado, sus ojos grises se agrisaban más y un extra de lágrimas pugnaban por caer, a pesar de sus esfuerzos para evitarlo. Habían pasado muchos años pero el dolor estaba ahí.

viernes, 9 de agosto de 2019

MIRADAS QUE MATAN.

Por Mónica Bardi

Hace unos treinta años, cuando yo era joven y guapa y recién llegada a España, estaba tomando algo con unos conocidos, en una especie de pub llamado "lugar de encuentro" en Algeciras.
Un hombre me miraba fijamente desde cerca, al otro lado de la barra. Es algo extraordinario como jamás olvidé esa mirada. ¿Por qué?
Ahora reinterpreto esa mirada de la siguiente manera: yo era una mujer libre, independiente económicamente, extranjera... una especie exótica o algo así, y se notaba. Ese extraño hombre, que ni se me acercó, me enviaba el siguiente mensaje: "eres libre pero yo te puedo domesticar". Su interés no era sexual, porque al menos se hubiera acercado, hubiera sonreído, hubiera intentado seducirme. Pero no, quería ejercer su poder.
Luego fuí entendiendo que la mujer en España recién empezaba a emanciparse y a salir de la cocina y los hijos. Por lo visto posteriormente, la única manera que el hombre ha intentado volverla a ese lugar es con la violencia.
RITA SEGATO es una antropóloga argentina que trabajó toda su vida con los presos condenados por violación en la penitenciaría de Brasilia y ha tratado de explicar esas conductas como parte de un MANDATO CORPORATIVO DE MASCULINIDAD.
"La precarización de la masculinidad por la precarización de la vida" que apuntaría al comportamiento de las MANADAS.
El problema con las leyes es que consideran estas agresiones como "crimen menor" porque el hombre no pone en peligro la propiedad ni la vida de los propietarios, es decir, no amenaza bienes jurídicos de valor universal y de interés general. La mujer es vista como bien jurídico de valor particular, de interés privado. Es el orden PATRIARCAL MODERNO Y MONOPÓLICO. El orden patriarcal es BINARIO y su estructura es muy diferente a la estructura DUAL del orden comunal.
Antes, el espacio comunal, el lugar de reunión de las familias y los vecinos era compartido, público; era un espacio de sociabilidad. Con la modernidad dicho espacio de prestigio y poder se pierde, se despolitiza y se privatiza. Ya no pertenece al mundo de la comunidad. Se margina y allí queda la mujer con sus hijos.
Afirma RITA SEGATO que los legisladores deben aprender, entender que las agresiones no son un tema de la LÍBIDO, sino del PODER.
"El crimen de género es un crimen de exceso de poder y la vulnerabilidad está del lado de la víctima, que es quien necesita la discriminación positiva, que es quien necesita de la acción afirmativa, pues es quien no ha adquirido todavía el ESTATUS de ciudadanía plena.
Y las pruebas son una gran cantidad de sentencias que no registran ni garantizan la dignidad de persona plena para las mujeres".

miércoles, 7 de agosto de 2019

EMERGENCIA CLIMÁTICA.

Por Mónica Bardi.

Los vuelos han demostrado ser altamente contaminantes. Pero, entonces, ¿cómo se lograría que la gente dejara de subirse a un avión para ir de vacaciones, por ejemplo, cuándo hoy en día las epidemias de turistas no hacen más que aumentar?
La que despertó la alarma fué la ya archiconocida activista medioambiental sueca GRETA THUNBERG, que analiza su presupuesto para viajar en CO2. Nosotros calculamos nuestros presupuestos para viajar en euros, dólares, etc, pero ella los calcula en emisiones de CO2 generadas.  Greta no se ha subido a un avión desde 2015 y afirma: "mi generación no podrá volar más que para emergencias si no nos tomamos en serio la advertencia sobre el límite de 1,5 grados de temperatura".
Ya no se habla de cambio climático sino de emergencia climática.
En Suecia se ha acuñado el término FLYGSKAM, que se podría traducir como "vergüenza de volar" y así deberíamos sentirnos si leyéramos un artículo de la revista SCIENCE en la cual se concreta una cifra: cada tonelada métrica de dióxido de carbono derrite tres metros cuadrados en el Ártico. Si antes los planes para compensar este desastre era la reforestación, hoy la líneas aéreas van a tener que compensar el daño financiando proyectos de energía sostenible. La industria de la aviación va buscando soluciones como combustibles sostenibles y aviones más eficientes.
Lo que yo pienso es que todo eso está muy bien pero que ya es tarde. No se va a cambiar así como así los hábitos de la gente que puede volar. Es exigirle demasiada responsabilidad y no será viable.
En fin, sigamos hasta que la gran catástrofe nos obligue a parar y/o a la desaparición de parte de la humanidad. No suena optimista, ¿no?