domingo, 30 de octubre de 2022

PAZ

 


PIDO POR LA PAZ EN UCRANIA 

Del libro "La canción que no cesa" de DELFINA ACOSTA.

Ni la marea que lleva y trae

a los caballos y jinetes muertos,

con los espasmos de sus altas olas,

es violenta como tú, guerra. 

Ni la lluvia que se ahoga 

en su misma agua

y apura su propia caída

es suicida como tú, guerra. 

ni la ansiosa llama

que se muerde a sí misma. 

es terca como tú, guerra. 

Ni el bufido del viento

que cabalga sobre la enceguecida noche,

es temible como tú, guerra. 

Ya escucho los cercanos cascos de la muerte,

ya se disponen a no rendirse los héroes;

su encendida sangre será,

en un instante, glorioso polvo. 

Los movimientos de las incendiadas sombras

avanzan veloces

la paz se arrodilla pidiendo a un impasible Dios,

a nadie, a quien sea, 

que la dejen vivir un dia más.

                                                   6/3/22




viernes, 28 de octubre de 2022

BESANDO PAN

 Del libro :Los besos en el pan  - Almudena Grandes ✒📚

«Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles. Los niños que aprendimos a besar el pan hacemos memoria de nuestra infancia y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros, esas tortillas francesas tan asquerosas que hacían nuestras abuelas para no desperdiciar el huevo batido que sobraba de rebozar el pescado. Pero no recordamos la tristeza.

La rabia sí, las mandíbulas apretadas, como talladas en piedra, de algunos hombres, algunas mujeres que en una sola vida habían acumulado desgracias suficientes como para hundirse seis veces, y que sin embargo seguían de pie. Porque en España, hasta hace treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos de luchar por el futuro.»

Benditos Poetas 

#AlmudenaGrandes


martes, 25 de octubre de 2022

DOS POETAS

 Extraído del muro de Agustí Aguilar Peris. 


BORGES Y PESSOA, ¿VIDAS PARALELAS?

Las vidas de Borges y el escritor portugués Fernando Pessoa, en ocasiones, parecen paralelas. Fernando Pessoa, un escritor que hoy es considerado una gloria en su país, nació con una anterioridad de once años respecto al maestro bonaerense, pero ambos gozaron de lecturas e influencias idénticas.


Los dos escritores se caracterizan por su formación inglesa y francesa, procurada en el extranjero en ambos casos. En el caso de Borges, su conocimiento del inglés fue muy inicial, de manera que leyó el Quijote por primera vez en inglés, y asistió al bachillerarto en francés en el Liceo Jean Calvin de Ginebra (Suiza). Por su parte, Pessoa acudió al liceo inglés de Durban (Sudáfrica), que incluía como segundo idioma el francés.

Existió una inicial preferencia coincidente en ambos: su pasión juvenil común por Carlyle. El deslumbramiento provocado por la escritura de este autor, considerado precursor del nazismo, fue descrita  por Borges en «Borges professor. Curso de literatura inglesa» (Buenos Aires, 2017, pág.294) de la siguiente forma: «Recuerdo que cuando yo lo descubrí, hacia 1916, pensé que era realmente el único autor. Aquello me sucedió después con Walt Whitman, me había sucedido con Víctor Hugo, me sucedería con Quevedo. Es decir, pensé que todos los demás escritores eran unos equivocados simplemente porque no eran Thomas Carlyle».

Por su parte, el professor de inglés de Pessoa en Durban dijo: «Sus composiciones inglesas eran en general notables y a veces rayaban en lo genial. Era un gran admirador de Carlyle y tuve cierta dificultad en moderar una predisposición de su parte a imitar de cerca el estilo de Carlyle».

Borges y Pessoa son conocidos por imbuir sus obras de sus amplios conocimientos de filosofía.

Se ha dicho que Borges ha adscrito parte de su obra a la llamada teología negativa, con gran influencia del Maestro Erkhart y Spinoza, y ha estudiado la cábala. Y resulta que en esto coincide con Pessoa. Este creía, como Borges, en el poder ilimitado del hombre y del valor humano, pero consideraba que la confluencia de la tradición clásica greco-latina con el espíritu cristiano han llevado a Occidente a la decadencia. Ambos sostienen la descomposición de los valores clásicos al ser integrados en el universo de la fe católica.

Pessoa falleció en 1935 aquejado de una cirrosis galopante originada en su alcoholismo dejando su obra inconclusa e inédita. En esa época, Borges no conocía la obra de Pessoa, pues éste prácticamente no publicó nada en vida. Y seguramente, Pessoa nunca leyó al maestro bonaerense. Pero podemos decir que sus vidas creativas fueron paralelas.

A.A.P.

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"Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos." FERNANDO PESSOA. 

"En  mi juventud nos reuníamos a conversar sobre si el hombre es mortal o  no, sobre qué es el tiempo, qué la poesía y la metáfora, el verso libre,  la rima. Hablábamos de temas no efímeros, que trascendían el momento.  Ahora, al cuarto de hora de haber ocurrido un hecho, debe ser  reemplazado por otro. Se adquieren noticias no para la memoria sino para  el olvido".

Autobiografía, JORGE LUIS BORGES. 


sábado, 22 de octubre de 2022

HACE 54.000 AÑOS


 Poco se sabía sobre la organización de las comunidades neandertales. En el sur de Siberia, a unos 100 km de la cueva Denisova habitó esta especie humana hace unos 54.000 años. En su ADN mitocondrial (que se transmite por la madre) se encontraron  HETEROPLASMIAS, que es una variante genética que se mantiene durante un reducido número de generaciones. Así se identificaron ejemplares de neandertal que pertenecían a una misma familia y vivieron en la misma época. 

Otro hallazgo sorprendente es su baja diversidad genética, presente en especies próximas a la extinción. Analizando los cromosomas descubrieron que la diversidad genética mitocondrial (que se hereda, repetimos, de las madres) era mucho mayor que la diversidad cromosómica del varón lo que indica que las mujeres emigraban y se movían mucho más que los hombres entre los diversos grupos de neandertales. 

jueves, 20 de octubre de 2022

LA TORTUGA

 CUENTO CORTO DE MÓNICA BARDI

Mi padre no se cansaba de contarnos a mi hermano y a mi, su corta incursión en el mundo de la caza. Siendo casi un niño iba con mi abuelo, su padre, armados ambos con par de pequeñas escopetas, por un bosquecillo cercano. Uno de esos días de cacería mi padre alcanzó a una lechuza con un disparo. Se acercó a su presa, aún viva. Sus miradas se cruzaron y mi padre sintió que el animalito agonizante le preguntaba algo así como: "¿Y yo a ti, que te he hecho?". Esa mirada lo cambió para siempre. Nunca más volvió a cazar y se volvió un gran defensor de la vida animal, que transmitió a nosotros, sus hijos. 

TRUMAN CAPOTE le escribía a su perro Charlie, cuando estaban lejos. "Querido Charlie: aquí todos los perros tienen miedo y pulgas, no te gustarían mucho. Te echo de menos. ¿Quién te quiere? T (quién si no?)"

Hace dos días encontré una paloma con un ala rota en plena calle. La recogí como pude y me la traje conmigo pero la cosa no pintaba bien. La puse en una caja de cartón con agua y comida en un lugar tranquilo y la escuché picotear la comida, lo cual me dió cierta esperanza de que mejorara. Pero al día siguiente estaba muy quieta y horas más tarde murió. Me sentí aliviada de que por lo menos en sus últimas horas pudiera descansar alimentada, sin que nada la asustara ni la alterara y no en el mayor desamparo en medio de la calle. Un consuelo mediocre. 

Hay cazadores jóvenes que con los años desarrollan una gran empatía por esas vidas que antes ultimaban sin pensar, como Miguel, por ejemplo. Dice que ya no podría cazar ni perdices. Ustedes dirán: ¿y quién es Miguel? Ese mismo que acabo de nombrar: un joven cazador que ahora, de viejo, solo caza moscas con el matamoscas. 

Había una vez una carnicería enorme en Témperley (provincia de Buenos Aires) y la regentaba un hombre amable llamado Juan, que era matarife y mataba lechones y todo tipo de bichos como quien se toma un vaso de agua. Era su trabajo y lo desarrollaba con pericia y sin grandes cuestionamientos. Un día enfermó de un accidente cerebro-vascular, estuvo internado con un largo tratamiento pero logró recuperarse bastante bien y notó que en él algo relacionado con la sensibilidad había cambiado, pero al principio no supo definirlo. Más tarde se dió cuenta que en él se había originado un profundo amor y respeto por la vida animal y ya no pudo seguir con su trabajo. Imposible seguir matando. Obligado a cambiar de oficio, se hizo carpintero. No soportaba más ver el sufrimiento animal. Ni en televisión, porque se largaba a llorar como un niño; a tal punto se había reorganizado su estructura cerebral que dejó al descubierto una vulnerabilidad antes desconocida. 

Cierto día de verano andaba buscando por el gran jardín a su tortuga querida  que solía enterrarse o meterse en la lagunita de los patos, para su hibernación. 

-¡Chani!- llamó a su mujer- ¿tú has visto a la tortuga?

-La tortuga, la tortuga... ¡Qué se yo! andará enterrada vaya uno a saber dónde. Ya vendrá... siempre viene. 

-Pero hace mucho calor: ya debería estar por aquí esperando su lechuga. 

Tanta minuciosidad puso en la búsqueda, que al final la encontró. Con gran dolor comprobó que estaba muy herida porque las ratas de campo le habían comido las patas traseras. El pobre hombre lloró de pena y estuvo con ella horas en su trastero, pensando qué hacer, o mejor dicho, cómo hacerlo. Hasta que lo rodeó la noche. Chani lo sintió acostarse en la cama muy tarde y por fin lo oyó roncar. Al día siguiente lo encontró muy relajado y con una expresión casi sonriente en su cara. Muerto. 

Días después del funeral fué al trastero y vió, con horror, a la tortuga despedazada con una hachuela ensangrentada a su lado. Se ve que él sólo pudo hacerlo a lo bestia, con desesperación y locura. 

La tortuga y Juan ya podían descansar por fin libres de sufrimiento. 


domingo, 16 de octubre de 2022

CARTAS

 


Cuento corto de Mónica Bardi

Y las cartas seguían llegando. A saber quién las abría y leía porque el destinatario hacía rato que había muerto. Eran solo cartas de papel, de las antiquísimas que uno echa en un buzón; muy posteriores a las tablillas de arcilla, al papiro, al pergamino y a la imprenta, para ubicarnos. Discurrían dichas cartas entre novedades familiares, hechos políticos y viajes a lugares exóticos. Tenían un gran aroma de intimidad, de confianza; había un cariño explícito entre sus letras. Nunca sabremos si el que las escribía se había anoticiado que el destinatario había muerto y seguía escribiendo por puro hábito, a pesar de la falta de respuestas. O quizás escribía por una especie de monólogo interior. O por la imposibilidad de aceptar la desaparición del otro. En  ULYSSES, Joyce se pregunta: "¿Qué es un fantasma? (...) Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres". (...)

El hecho es que este escribiente solitario un día cualquiera, después de algunos años, recibió una respuesta plena de explicaciones por una ausencia tan prolongada y poniéndose al día con las novedades familiares, políticas y turísticas. Así fue como se pudo reiniciar una amistad epistolar entre dos personas absolutamente desconocidas ya que el remitente también había muerto. 

viernes, 14 de octubre de 2022

ADMIRACIÓN

 EL ARGENTINO QUE SE HIZO QUERER POR TODOS: PALABRAS DE GABO A JULIO CORTÁZAR 


Fui a Praga por última vez en el histórico año de 1968, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados.

A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.

Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: “La noche de Mantequilla”. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vedada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía el pobre boxeador en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo.

Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierno y extraño. En ambos casos fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer.

Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquel era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.

Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a sí mismo en uno de los cuentos mejor acabados, “El otro cielo”, en el personaje de un latinoamericano en París que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo, Cortázar lo describió así: “Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija, la cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia.”. Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador del cuento no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera recibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas veces que nos vimos años después, lo único que había cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta dos semanas antes de su muerte parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez.

Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resistí a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Preferí seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.

Gabriel García Márquez, del libro "Yo no vengo a decir un discurso"

jueves, 13 de octubre de 2022

FEMINISTA

El 11 de octubre de 1885, en Londres, Reino Unido, nacía la mujer mas importante del feminismo argentino, ese día llegaba al mundo la médica socialista Alicia Moreau de Justo. Alicia era hija de Armand Moreau, un revolucionario y funcionario de la comuna de París que emigró a Inglaterra, Bélgica y finalmente en 1890 a la Argentina. Instalaron una librería en Buenos Aires, de inmediato se sumaron a los movimientos socialistas locales y participaron en la formación de los primeros movimientos obreros. A todas las reuniones lo acompañaba su pequeña hija, Alicia. Cursó el secundario en el Normal N°1, donde conoció a un profesor de cívica que influyó en su pensamiento sobre el estado de derecho, ese profesor era Hipólito Yrigoyen. Con solo 17 años se unió a las hermanas Chertkoff, fundadoras del Centro Socialista Femenino, quienes le encargaron la creación de bibliotecas populares. En 1906 funda el Movimiento Feminista Argentino generando la curiosidad de los líderes socialistas José Ingenieros y Enrique del Valle Iberlucea, que la invitan al Congreso Internacional del Libre Pensamiento. Pese al rechazo del rectorado, Alicia fue la primera de las seis mujeres que se inscribía en la carrera de medicina, especializándose en Ginecología. Recorría barrios dando charlas, donando libros y organizando el zócalo socialista de Buenos Aires. Junto a su padre fundó el "Ateneo popular" desde donde promovían la educación, la participación ciudadana, el intelectualismo, el pacifismo y el voto femenino. En 1920 funda la 'Unión Feminista Nacional', al año siguiente forma pareja con el viudo de Mariana Chertkoff, el socialista Juan Bautista Justo, este le encarga el Comité Femenino de Higiene Social para combatir la trata de blancas y la legalización de la prostitución. En 1932 elabora el proyecto de Ley del Sufragio Femenino, aprobado en Diputados pero rechazado por el Senado conservador, pese a que el Peronismo tomó su proyecto y lo aprobó mantuvo duras críticas a sus prácticas. Opositora a la Revolución Libertadora mantuvo una coherencia democrática que la mayoría de la clase política había perdido, siendo su trinchera la revista 'La Vanguardia'. Su disputa con los socialistas antiperonistas la alejó del partido limitando su tarea a comisiones de derechos humanos, Alicia falleció en la Ciudad de Buenos Aires el 12 de mayo de 1986.

domingo, 9 de octubre de 2022

TATUAJES

Antes solo estábamos estampados en gente chunga pero la vida da muchas vueltas y resulta que nos hemos puesto de moda. Más todavía: nos hemos globalizado, para estar a tono con los tiempos. Hasta un presidente, Gabriel Boric, el chileno, muestra orgulloso su piel magallanesca. 

En unos lugares estamos sujetos a diversas interpretaciones, por ejemplo, en Japón nos asocian a una mafia peligrosa llamada Yakuza pero en otros lugares somos hasta tiernos y cariñosos. Antes constituíamos una familia exigua, por decirlo con gracia, o sea, una  minúscula parentela. ¿O seríamos un clan, una tribu? Qué se yo. Pero ahora vamos por ahí haciendo alarde de superpoblación. Somos muchísimos. Quien más, quien menos, nos lleva pegados a su piel. La gente mayor nos rechaza, en general, y muchos hablan mal de nosotros, pero los jóvenes casi siempre caen en nuestras redes de seducción y en la parte más insólita de su anatomía vamos desplegando nuestra estética ligada a la "modernidad". Yo lo veo lógico: algún día tenía que llegar nuestro momento de gloria. Ahora nos hemos elevado a la categoría de arte como el tango y el flamenco en el siglo pasado. Hace milenios servíamos para escribir en las pieles de animales, en los pergaminos. Todo llega, todo llega, pero yo no dejo de preguntarme porqué. ¿Por qué si éramos algo marginal y propio de gente de los muelles ahora nos paseamos por elegantes jardines? ¿Qué pasó, qué cambió? Dicen los que saben que el mundo vertiginoso en el que vivimos, la inseguridad, alguna guerra por aquí y por allá, los divorcios, las democracias enclenques y los infames aparatitos como éste en el que estoy escribiendo ahora, han precipitado la vida de los jóvenes a ideas de precariedad y provisionalidad por todos lados. Se sienten como en una montaña rusa. ¿No será que nosotros, los tatuajes, siendo  indelebles, allí estaremos pase lo que pase? ¿Les daremos cierta seguridad, cierto grado de inalterabilidad y permanencia que la vida moderna no les da? ¿Tendremos ese fuerte valor simbólico, esa incondicionalidad,  independientemente de nuestro diseño? ¿Qué diría Sigmund Freud y/o algunos de sus millones de sucesores de esta llamativa tendencia? ¿Cuál es la profunda motivación que empuja a tantos jóvenes a tatuarse cada vez más? ¿Es sólo para tener esa sensación de pertenencia a un grupo? Mi familia tatoo ha ido creciendo a un ritmo geométrico en estos últimos 20 años. Los dibujos  pasaron de un nombre amado y discretas enredaderas abrazadas a tobillos a exuberantes flores, plantas y animales mitológicos de aspecto satánico ocupando todo o casi todo el cuerpo en algunos casos. Como sabemos que la vida se desarrolla alrededor de extremos, hay situaciones limítrofes con lo patológico y/o directamente temerarias, como tatuarse los ojos, que ya han avisado los oftalmólogos que es peligroso. Volviendo a lo anterior, me parece sorprendente ver cómo han ido cambiando nuestros diseños con el paso del tiempo porque reflejan una cosmogonía y un giro estético radical que rebelan que habitamos mundos extraños. Somos un reflejo de lo que nuestros jóvenes no nos cuentan: lo que navega por sus mares interiores, un verdadero misterio para nosotros... y quizás para ellos. 

                            MÓNICA BARDI

Dice Irene Vallejo en su maravilloso libro EL INFINITO EN UN JUNCO: "Creo que el tatuaje es una supervivencia del pensamiento mágico, el rastro de una fe ancestral en el aura de las palabras".

lunes, 3 de octubre de 2022

EL BESO EN EL VASO

Pintura de Fernando Izaguirre

LEÍ ESTO EN ALGUNA PARTE Y ME GUSTÓ MUCHO. PERO NO SÉ QUIÉN LO ESCRIBIÓ. 

En secreto / recogí el vaso en que habías bebido / y lo llevé a mi casa. / Por las tardes, cuando llego del colegio, / lo coloco debajo del grifo / y veo flotar un beso en el agua. 

                            

domingo, 2 de octubre de 2022

EL GLOBITO

 


Escrito por FLAVIO RODRÍGUEZ

Era viejo, muy viejo, ajado y desgastado por la vida cruel que lo golpeaba sin culpas todos los días, y el clima impiadoso que lo hacía tiritar de frío en invierno y empaparse de calor en verano había también dejado desde hacía años, su salud bastante resentida. Claro está, era un indigente, y vaya a saber desde hacía cuantas décadas atrás, vivía en la calle.

El Retiro era parte de sus dominios, tierras que alcanzaban el límite de  la Facultad de Derecho, esa mole frente al Museo de Bellas Artes.

Por allí caminaba todo el día, lleno de bártulos, como una especie de Príncipe de la Tristeza, o Dios del Descalabro. Tapado con una frazada en invierno. Y también en verano. Con una pava de aluminio sin tapa tiznada de negro, atada a un piolín que le oficiaba de magro cinturón….

Había (por obra y gracia de vaya a saberse quién) conseguido unos borcegos de trabajo (luego me enteré que se los había regalado un operario de la vieja SEGBA), que la verdad eran bastante nuevos……pero número 39. Como nuestro personaje calzaba 43, le había hecho un corte a las puntas que dejaban apuntando desnudos y hacia la libertad a unos inefables dedos sorpresivamente muy cuidados. De alguna manera que hasta ahí desconocía, nuestro querido indigente mantenía sus pies aseados y sus uñas perfectamente cortadas.

Un día (y de casualidad), estaba yo saliendo del Rond Point de Figueroa Alcorta y Tagle  (frente a ATC, hoy Televisión Pública), luego de un almuerzo con amigos. Y es allí que observo la siguiente escena:

Ahí sobre Alcorta, un par de gringos con un mapa de la ciudad le preguntaron respetuosamente algo sobre una dirección a un juvenil cronista deportivo que pasaba por allí, que supimos luego conocer como Mauro Viale.

Y cabe aclarar dos cosas: una que el nivel de inglés utilizado por los gringos era (es obvio) ultra avanzado, yotra que Mauro Viale no sabía ni decir “No” en inglés. Ni “no” ni nada, a fin de ser sincero. 

Mauro se acercó a ellos (siempre le ponía mucha onda y actitud a todo, con Crónica y La Razón enrolladas bajo su brazo) y trató, aunque fuera con gestos, de explicarles.

Nada, a nivel que los gringos turistas ya se reían sin tapujos. Y los tres se reían y los que observábamos la bizarra escena, también.

No me había percatado de que nuestro querido personaje se encontraba allí descansando, mas bien despatarrado en el piso, su espalda contra la torreta del semáforo. Mauro lo vio, le guiñó un ojo y (divertido) le dijo:

-“Arreglála vos, Osvaldito, sacáme de esta”!!-

Se rió tímidamente nuestro Príncipe triste, nuestro Dios descalabrado. Pero se levantó, se acercó a los extraviados jóvenes, les sonrió con esa dentadura desprovista de un paletón y de todos los incisivos y en un perfectísimo inglés de cuna que ya lo hubieran deseados estos gringos, les empezó  a aclarar todas las dudas, que colectivos tomar, donde bajarse y cuáles eran las bondades del barrio al que se dirigían (iban a Palermo Viejo). Los gringos, encantados, se tomaron fotos con él y se fueron, seguros, a su destino.

Hizo un gesto extraño para mí, en ese momento: sacó de entre sus ropas un pequeño globo rojo, viejo y apenas inflado, apenitas. Vieron cuando apenas apenas se sopla un globo, que se lo saca, digamos, de su estatus de desinflado? Bueno, eso, la nada misma. Le dio un beso. Y lo guardó.

Ya descubierto por mi curiosidad, lo vi (y le presté atención a partir de ese instante) ahora muchas más veces.

Pidiendo alguna moneda, cruzando alguna calle, tomando agua en algún bebedero. Incluso descubrí que dormía bajos los arcos del Planetario, donde se guarecía de humedades y penosos olvidos. 

Y casi siempre ante cualquier situación, efectuaba indefectiblemente el mismo gesto: sacaba de alguna parte de sus raídas ropas el globito y le daba un cariñoso beso, la más de las veces con los ojos cerrados. Me enteré también que ya de hacía tiempo un desconsiderado de alma y pobre de corazón (que como sabrán es una calaña que nunca falta en esta vida) lo había bautizado como “el loco del globito”.

Alguna vez le di algo con que soportar sus noches o su estómago. Siempre es poca cosa.

Dos o tres años después, allá por el 93, el interno 47 de la línea 130 le pasó por encima, impiadoso, frente a la Facultad de Derecho. La tapa de Crónica no fue menos cruel: “SE MATÓ EL LOCO DEL GLOBITO”, con sendas e insoportables fotografías en la contratapa.

Al día siguiente (yo en general andaba por la zona), Mauro que me dice:  -“Viste nene quién se murió?? Osvaldito!!”-

Y sabés algo más de él? – le pregunté- “No, nada, que era un fenómeno”. De las escasas oportunidades en las que por aquellas épocas, lo noté sinceramente  triste y apesadumbrado.

Y es así como me enteré de su triste final, tal vez por casualidad (o tal vez no)…..

Pasaron un par de años, menos de dos, las cosas mejoraron y me mejoraron, y algunos amigos me pusieron en contacto con algunas familias “encumbradas”. Tenía yo que armar una tesis y me venía genial. Es por ello que así conocí San Simón, en el partido de Maipú, allá por la primavera de 1995.

La legendaria y antigua estancia de los Alzaga Unzué, en la cual todavía festejaban anualmente todos los nacimientos, casamientos y (por supuesto) los nobles fallecimientos de diversos integrantes de la distinguida familia.

Fui invitado casi fortuitamente no por Rodolfo (claro) sino por su inolvidable hija Agustina, una señora ya muy entrada en años. Digo “fortuita” porque ella no me conocía, pero su esposo Marcos era muy amigo de quien había sido mi primer jefe en el ámbito laboral, y tuvo una época en la cual me veía todos los días y todos los días tenía yo que incluirlo en la agenda de mi empleador, como “un favor”, se podría decir. Es que la esposa de mi jefe no soportaba mucho al para mi tan anciano como genial Marcos González Balcarce, pero esa es otra historia.

Bueno, para no aburrir, estaba yo ahí no por ser parte de nada sino por  trabajar como secretario para uno de los dos tipos que eran considerados por aquellas viejas épocas de mis 30 años, faros de la cultura nacional. Mi jefe tuvo que excusarse de ir, y fui yo. Así de simple.

Si observan la foto que acompaña, el casco principal de San Simón tiene un encanto mágico, rodeado de un parque de ensueño. Y está cimentado sobre una lomada que al frente posee un enorme espejo de agua. Todo lo que se imaginen de un cuento de  Ursula Wölfel, en San Simón es posible.

Imaginen que cuando María Luisa Bemberg buscaba una locación para filmar su película "Mis Mary", vio San Simón y no lo pensó dos veces, quedó enamorada…por lo demás, hasta cuatro generaciones de Álzagas pasaron por acá.

Como fuera, andaba yo boyando de mesa en mesa entre sandwichitos y canapés cuando escucho a la señora Alzaga Unzué decir, con sus lúcidos setenta y tantos años: “Has visto que a Valdito lo atropelló el 130, ese colectivo de Palermo y lo mató? Que desperdicio de niño!”.

Automáticamente en mi mente se me representó la imagen de Mauro Viale, diciendo “Arreglála vos, Osvaldito, sacáme de esta”, y la triste imagen final.

Y resulta que había sido administrador de San Simón, que había poseído vastos campos en Zárate, que fue hijo de franceses, hablaba seis idiomas, y que su prometida (la más linda de Zárate) falleció un día antes del casamiento. Pero que el golpe mortal lo recibió tan solo un año después, ya que Anastasia, su madre (coincidiendo con los preparativos de los festejos del cumpleaños de primogénito Osvaldo) falleció de un síncope de una manera casi bizarra: mientras inflaba los globos del malogrado cumpleaños de su hijo.

Lo otro que le escuché a Agustina decir, fue: “Perdió todo. Imagináte lo mal que quedó, que siempre guardaba un globo que llevaba a todos lados porque decía que lo único importante en su vida era solo ese poquito de aire que quedaba dentro, porque lo había inflado su madre…y no quería perderlo. No supe nada de él por treinta años, hasta que leí su nombre en ese diario. No lo podía creer, che”.

Esa noche cuando llegué a casa, busqué desesperado el diario hasta que lo encontré. 

La foto de Crónica mostraba a una triste marioneta destartalada, destrozada por el impacto. 

Sin embargo, algo era evidente: pese a la atrocidad de la imagen, en su mano derecha sostenía firme un pequeño globo rojo, viejo y apenas inflado, muy apenitas. 

Bueno, eso, en apariencias, la nada misma…

El Príncipe de la Tristeza (o el Dios del Descalabro) se llamaba también Osvaldo Washington Marchand Ortega, y había guardado celosamente un amor, toda su vida. El último suspiro de su madre. No tenía más. Pero eso, lo mantuvo vivo.

Bueno, hoy día ya ni Mauro está, así que solo puedo dejarles este relato, tan corto como desordenado. Intento (y prometo) mejorar.

Aquí el sacrosanto cafecito que, aunque no lo crean, ayuda a continuar con estas historias…

https://cafecito.app/historiasminimas

Y estamos regresando al redil y se vienen mas historias…

Mil gracias por llegar acá y leer.......

Pero más gracias por estar.

sábado, 1 de octubre de 2022

SORTILEGIO

ESCRITO POR MARCELO ALEJANDRO CAPARRA

             Ilustración de Margaret Kane

SLM  

Me temblaban las piernas cuando le pregunté el nombre a la kiosquera de Mac Lean y calle cinco (¡qué genialidad! Hace tanto que no me felicito por nada que tuve que felicitarme por no haber perdido, a mis años, la capacidad de asombro. Y la idolatría un tanto histérica de los perros y los niños que tocan a sus dioses y se hacen pis encima de felicidad. No perdí el horror ante lo sublime bello. No perdí la capacidad de temblar). Le ofrecí respetuosamente mi nombre para quedarme con el suyo, como un secreto a medias, una moneda privada, algo que vive en lo oscuro, y mientras se lo daba llevé protocolarmente la mano derecha al pecho como resabio de hidalguía o qué sé yo. Mi chica tiene flequillo rolinga, estrafalario y hermoso, ojos demasiado enormes y ombligo empoderado. Todo en su cuerpo es a la vez libérrimo y portátil (escribo estas palabras con los ojos cerrados). Todo en ella hipnotiza y sortilegio y su jurisdicción, aunque divina, es tan pequeña, tan geográficamente pequeña quiero decir, que uno puede deleitarse contemplando todo el paisaje al mismo tiempo porque todo queda cerca de donde aterrizó el deseo la primera vez. Y el lector percibe, con un pantallazo ligero y sin mayores esfuerzos, la cortesía de su gramática, la seducción del formato breve, la intermitencia de su aliento, la infinita generosidad del hacedor.  Todo en ella es chiquito y la eternidad, todo es redondo y muelle, todo mi mundo cabe en su ombligo (y las palabras sobran), todo es cápsula y el universo, horizonte y célula, cuchara de helado doble bocha de mi infancia y molécula de Dios, es un eco que viene desde dónde, una sed, como llegar, descansar, acabar.  

Por cierto, se llama Salma. O así me dijo (“encantada, Marcelo, Salma me llamo”). O a mí me agrada, me viene bien que se llame así.  Un nombre blanco, como los lirios en el jardín del persa que –si damos crédito a la leyenda– solo se abren a medianoche, su fragancia encandila y embriaga sin cesar. Volví con la oscura certeza de ya no ser un viajero solitario, un extravío con canas; con la certeza indeclinable de ser ahora parte de ese pueblo embrutecido y místico, de haberme vuelto, ahora y para siempre,  nación de su destierro. Me llevo tu nombre a la sábana, Salma, para amansar la blanca calma, para narrar las ganas, para amarrar las almas –y amarlas más. El sonido de Salma sopla suavemente sobre la brisa que su nombre nombra. Sé que esta noche descalza y entre jardines algo en su nombre se acordará de mí.