jueves, 20 de octubre de 2022

LA TORTUGA

 CUENTO CORTO DE MÓNICA BARDI

Mi padre no se cansaba de contarnos a mi hermano y a mi, su corta incursión en el mundo de la caza. Siendo casi un niño iba con mi abuelo, su padre, armados ambos con par de pequeñas escopetas, por un bosquecillo cercano. Uno de esos días de cacería mi padre alcanzó a una lechuza con un disparo. Se acercó a su presa, aún viva. Sus miradas se cruzaron y mi padre sintió que el animalito agonizante le preguntaba algo así como: "¿Y yo a ti, que te he hecho?". Esa mirada lo cambió para siempre. Nunca más volvió a cazar y se volvió un gran defensor de la vida animal, que transmitió a nosotros, sus hijos. 

TRUMAN CAPOTE le escribía a su perro Charlie, cuando estaban lejos. "Querido Charlie: aquí todos los perros tienen miedo y pulgas, no te gustarían mucho. Te echo de menos. ¿Quién te quiere? T (quién si no?)"

Hace dos días encontré una paloma con un ala rota en plena calle. La recogí como pude y me la traje conmigo pero la cosa no pintaba bien. La puse en una caja de cartón con agua y comida en un lugar tranquilo y la escuché picotear la comida, lo cual me dió cierta esperanza de que mejorara. Pero al día siguiente estaba muy quieta y horas más tarde murió. Me sentí aliviada de que por lo menos en sus últimas horas pudiera descansar alimentada, sin que nada la asustara ni la alterara y no en el mayor desamparo en medio de la calle. Un consuelo mediocre. 

Hay cazadores jóvenes que con los años desarrollan una gran empatía por esas vidas que antes ultimaban sin pensar, como Miguel, por ejemplo. Dice que ya no podría cazar ni perdices. Ustedes dirán: ¿y quién es Miguel? Ese mismo que acabo de nombrar: un joven cazador que ahora, de viejo, solo caza moscas con el matamoscas. 

Había una vez una carnicería enorme en Témperley (provincia de Buenos Aires) y la regentaba un hombre amable llamado Juan, que era matarife y mataba lechones y todo tipo de bichos como quien se toma un vaso de agua. Era su trabajo y lo desarrollaba con pericia y sin grandes cuestionamientos. Un día enfermó de un accidente cerebro-vascular, estuvo internado con un largo tratamiento pero logró recuperarse bastante bien y notó que en él algo relacionado con la sensibilidad había cambiado, pero al principio no supo definirlo. Más tarde se dió cuenta que en él se había originado un profundo amor y respeto por la vida animal y ya no pudo seguir con su trabajo. Imposible seguir matando. Obligado a cambiar de oficio, se hizo carpintero. No soportaba más ver el sufrimiento animal. Ni en televisión, porque se largaba a llorar como un niño; a tal punto se había reorganizado su estructura cerebral que dejó al descubierto una vulnerabilidad antes desconocida. 

Cierto día de verano andaba buscando por el gran jardín a su tortuga querida  que solía enterrarse o meterse en la lagunita de los patos, para su hibernación. 

-¡Chani!- llamó a su mujer- ¿tú has visto a la tortuga?

-La tortuga, la tortuga... ¡Qué se yo! andará enterrada vaya uno a saber dónde. Ya vendrá... siempre viene. 

-Pero hace mucho calor: ya debería estar por aquí esperando su lechuga. 

Tanta minuciosidad puso en la búsqueda, que al final la encontró. Con gran dolor comprobó que estaba muy herida porque las ratas de campo le habían comido las patas traseras. El pobre hombre lloró de pena y estuvo con ella horas en su trastero, pensando qué hacer, o mejor dicho, cómo hacerlo. Hasta que lo rodeó la noche. Chani lo sintió acostarse en la cama muy tarde y por fin lo oyó roncar. Al día siguiente lo encontró muy relajado y con una expresión casi sonriente en su cara. Muerto. 

Días después del funeral fué al trastero y vió, con horror, a la tortuga despedazada con una hachuela ensangrentada a su lado. Se ve que él sólo pudo hacerlo a lo bestia, con desesperación y locura. 

La tortuga y Juan ya podían descansar por fin libres de sufrimiento. 


3 comentarios: