lunes, 21 de diciembre de 2020

MATADORES DE ILUSIONES

 Asesinos de ilusiones

HORACIO GENNARI




Entre diversos crímenes perfectos existentes, creo que los peores son aquellos ejecutados por los “Matadores de Ilusiones”. Son quizás más peligrosos y más arteros que los “Refutadores de Leyendas” al decir de Alejandro Dolina ya que los “Matadores de Ilusiones” no solo te arrancan tus sueños sino que también construyen relatos, incluyendo hasta épicas mentirosas, para que de esta forma puedas quedar falsamente satisfecho, aunque la realidad muestre otra cosa, esto viene ocurriendo hace décadas. El ser humano se ha movido hacia delante siempre y únicamente por las utopías, los sueños y las ambiciones, en suma ilusiones para encontrar un futuro mejor.

En viajes por el interior del país, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires, siempre llamó la atención la visión de los que fundaron (1850-1900) gran cantidad de ciudades con un trazado pensado en base al crecimiento por venir. Doy por caso Tres Arroyos, Azul, Tandil y tantas otras, en las que, repetidamente, se impone el corazón central de una gran plaza, rodeada de una santísima y alta iglesia, un par de bancos imponentes, la Municipalidad y muy cerca seguramente una escuela importante. Pero lo que más me conmueve es que esas ciudades fueron pensadas y diagramadas hace 150 años con muy amplias avenidas, algunas hasta con diagonales, cuando en realidad pocos o ningún automotor circulaba por esos paseos. Me he preguntado muchas veces que fue lo que llevó a los fundadores de esas urbes a diagramarlas de manera tan ostentosas, expansivas, inmortales. No encuentro otra respuesta que la de las “Ilusiones Buscadas”. Teníamos en ese entonces, la capacidad de mirar un horizonte, “pensar en grande”. 

De chico, mis ilusiones tenían matices y complejidades, ya que el mango escaseaba fuerte y no era cuestión de alimentarse con muchas esperanzas sobre todo materiales. Sin embargo, los viejos nos formaron con la fuerza del “Tú puedes”, popularizado luego por los chantas de los movimientos de autoestima de los 90. Hay que zanjar una vieja disputa sobre la frase “Alpargatas sí, Libros no” que se atribuye (erróneamente) a voces oficiales del peronismo en 1945. Esa frase, de haber existido, fue más bien un grito de los marginados contra cierta elite (epicentro de la sociedad hasta ese momento) y no representaba justamente a la política de Estado del gobierno que asumía. Es mi opinión y como tal es discutible, como cualquier provocación al pensamiento. Seguramente fueron varias pintadas y carteles. Quizás también hasta aclamaciones callejeras azuzadas por ciertos sectores. Demos vuelta la página, quedarnos en la antinomia Civilización o Barbarie en este mundo digital es prehistoria absoluta. Sin embargo, vengo a poner sobre la mesa otra mirada, no podemos construir un país sin libros, sin alpargatas y solo con barbijos. Si entregas barbijos, por favor entrega libros o cuanto menos alpargatas también. Va de suyo que al decir “libros”, estoy diciendo “educación”. Y al decir “alpargatas” estoy diciendo mucho más que tener un calzado. Cuando se le grita “planero” a alguien de ese 50% que está en la pobreza, no está entendiendo que hay una generación de compatriotas que no han tenido siquiera la oportunidad de conocer otra cosa. No son ellos los responsables, ellos son las víctimas, Los que hemos tenido la suerte de habernos educado, saber lo que es un trabajo digno, entender que solo con el esfuerzo podremos crecer, no debiéramos excomulgar al marginal ya que por él nada bueno ha fluido, El 50% de nuestra población vive en la pobreza y la verdadera grieta es esa, no la estúpida grieta inventada en las Bancadas de Parlamentos o en los Despachos con Boiserie. La Grieta es entre el que nada tiene (por que nunca nada tuvo) contra el que tiene algo y trata de defenderlo. ¿En qué mísero instante nos volvimos chiquitos de ideales y de pensamientos? ¿Cómo es que hemos permitido que el funcionarios (cualquiera fuese) por que hay de todos los colores y gestiones, nos dijeran “no tengo plan, lo vamos viendo día a día”?. De pensar en grande pasamos a inaugurar una canilla, un pozo de agua, un aula más de una escuela o algún pequeño ala de un hospital, me pregunto donde están los líderes que tengan una mirada a 30 años.

¿Es que nos hemos vuelto tan chiquitos o tan pobres?


viernes, 18 de diciembre de 2020

AFICIONADOS A LA ASTRONOMÍA


 PARA TODOS LOS PROFESIONALES Y AFICIONADOS A LA ASTRONOMÍA. 


LAS LEYES DE MURPHY DEL MUNDO ASTRONÓMICO:


– Siempre esta despejado cuando hay Luna Llena.

– Tres hechos son mutuamente excluyentes: o no tener que trabajar al día siguiente, o no hay nubes o no hay Luna Llena.

– Si está despejado y sin Luna, hará un frío aterrador y el viento soplará como un huracán.

– Un alineamiento polar perfecto implica que le pegaras una patada a la pata del trípode en la oscuridad.

– Al hacer una fotografía astronómica; la importancia y dificultad de conseguir la imagen son directamente proporcionales a la posibilidad de que un avión,con montones de luces parpadeando, cruce a través del campo que esta fotografiando.

– En el momento que estés comprando el telescopio, el tiempo será esplendido. Para cuando llegues a casa, el cielo se habrá llenado de nubes; y durante varios días [algunos dicen que durara tantos días como centímetros de apertura tenga el telescopio adquirido].

– Si su espejo principal es inaccesible -como en muchos Schmidt-Cassegrain- las probabilidades de que haya manchas en el espejo se incrementara en un orden de magnitud.

– Si necesita apuntar el telescopio a la Polar para alinearlo; su terraza tendrá árboles que la ocultarán.

– La cantidad de nubosidad es directamente proporcional al deseo del astrónomo de observar.

– Bajo cielos parcialmente nublados, las nubes cubrirán exactamente esos objetos que tenga mas ganas de observar, dejando otras áreas totalmente libres de nubes.

– En invierno, la temperatura es siempre al menos 10 grados menor que aquella para la que se había vestido.

– Durante el verano, la cantidad de mosquitos es siempre un diez por ciento superior a lo que se ha previsto.

– Un lugar de observación no tendrá más de dos de las condiciones siguientes: Cielos oscuros, horizontes sin obstáculos, suelo firme, o servicios.

– La distancia al lugar de observación es directamente proporcional al numero de piezas importantes que habrás olvidado llevar.

– La posibilidad de que se enciendan luces, linternas, faros, luces interiores o pilotos traseros es directamente proporcional al número de obturadores abiertos y al número de observadores que hayan empezado su adaptación a la visión nocturna.

– Justo cuando encuentre el objeto que lleva buscando toda la noche, el vecino encenderá las luces de casa destrozando su adaptación visual a la oscuridad.

– Los oculares sufren una atracción magnética irresistible hacia el cemento, a diferencia de los tornillos y tuercas pequeñas que sufren una atracción magnética irresistible hacia la hierba alta.

– La probabilidad de que alguien gire su linterna o la encienda justo sobre sus instrumentos es directamente proporcional a la duración de la exposición de la imagen que esté tomando.

– Todos los apagones suceden en noches nubladas o de Luna Llena.

– Un termo cae siempre sobre el mapa mas cercano. Los ejemplares caros o los que estén sin plastificar tienen prioridad. Este principio no es aplicable si el termo estuviera vacío.


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domingo, 6 de diciembre de 2020

LOS LÁPICES DE COLORES

JUAN SOLÁ
 -Escuchame una cosita, mamita, ¿vos qué tenés en la cabeza, me querés decir?


La señora Raquel tenía cara de sapo. De sapo malo, como esos enormes que hay allá en Colonia Benítez, que en verano se paran abajo de los postes de luz para comerse los bichos. 


Yo ya no quería ir más a la salita, pero qué iba a hacer. 


-¡Pariste hace cuatro meses, nena! ¿Tu mamá sabe que estás embarazada de nuevo?


Parece que la señora Raquel no entiende que, aunque a mí me duela tanto tener que ir a verla, necesito que me ayude. Parece que ella se olvida que hay veces que uno odia lo que necesita, como ese beso que te da tu mamá antes de soltarte la mano para que entres a la escuela, cuando sos demasiado chiquita para que tu guardapolvo esté tan gastado y la señorita te pone última en la fila para que la directora no vea tus zapatillas de lona, llenas de agujeros. Yo odiaba ese último beso, porque anunciaba su ausencia, pero lo necesitaba para sobrevivir.


-¡Vos tenés que aprender a decir que no, mamita! Quince años, tenés. ¿Sabés quién es el padre de este, por lo menos?


Yo miré fijo las baldosas de la salita, que eran un poco blancas y un poco grises, como la tiza contra el pizarrón negro. 


Dibujo lo que quiero ser cuando sea grande, había escrito la señorita, que se llamaba Alba y tenía olor a quita-esmalte. 


Cuando abrí la cartuchera, me encontré con un lápiz negro, un lápiz amarillo y un lápiz verde y pensé que con esos tres colores no alcanzaba para mostrarle a la seño lo que yo quería ser cuando fuera grande. Le pregunté a Gabi si me prestaba sus lápices y me dijo que la mamá no le daba permiso, así que tuve que dibujarme con los colores que tenía. Es muy difícil dibujar lo que querés ser si no tenés colores y nadie quiere prestarte. 


-¿Cómo no le pediste que se ponga un preservativo? ¿No te acordás que te hablé de los preservativos? ¿Te acordás que te mostré como se ponían?


La señora Raquel me miraba fijo, con las cejas juntas y la boca hecha una línea recta. Yo murmuré que sí, que me acordaba.


-¿Y entonces? ¿Por qué no te cuidaste? 


No me animé a decirle. Quería, pero no me animé a explicarle que al Miguel no le podía pedir nada. No supe cómo decirle que cuando el Miguel viene, yo tengo que quedarme callada y poner la cara abajo de una almohada, porque él no quiere que lo mire. Quería explicarle que yo hubiese querido que las cosas fueran distintas, pero que mi casa era una cartuchera vacía y que a esta altura ya no me quedaba ni un solo color para poder dibujarme. Porque en mi casa manda el Miguel y el Miguel no sabe nada de colores porque es todo negro.


-¿A vos te parece lindo que tus nenes no tengan padre?


Tienen padre, pensé, pero no dije nada. Qué iba a decir, si en mi casa manda el Miguel y el Miguel me dijo que si digo algo, la va a dejar a mi mamá en la calle. Qué iba a decir, si la señora Raquel no me quería prestar los colores para explicarle.


Juan Solá.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

GRIETA

CUENTO CORTO de Mónica Bardi


 ¡Qué vida de perros! De contenedor en contenedor buscando algo para comer. Frío, lluvia, nieve, sol escrachante...todo aposentado en mi pelaje. Pero, ¿qué digo? Si yo soy un gato. Eso, claro, no cambia mucho... todo sobre el pelaje. Aunque ahora que lo pienso no es lo mismo un cánido que un felino. Para los hombres, esos tipos raros que caminan en 2 patas, nos dividimos nítidamente entre los que quieren a los perros y los que quieren a los gatos. Y a veces son excluyentes. ¡Ah, me olvidaba! Están los que no quieren ni a unos ni a otros. ¿Creerán que somos tipo dinosaurios pequeños? ¿Seres peligrosos? Todos los seres vivientes sabemos que los peligrosos son ellos, los de 2 patas y un gran cerebro, el mayor depredador del planeta. Y ellos también lo saben, por supuesto, pero ¿qué pueden hacer? 
En fin, así es la vida. Son humanos, demasiado humanos. Algún día se restablecerá el equilibrio y los hombres volverán a las cavernas...algún virus al que nosotros seremos inmunes se hará cargo de ellos. Cada vez que me pongo a reflexionar sobre esto (lo hago sólo si he comido, con la panza vacía no puedo) me doy cuenta que no puedo compartir mis pensamientos con mis colegas de contenedor. No me entienden. Son idiotas. Me siento solo a veces. Tengo un par de amigos con los que puedo hablar y sanseacabó. El resto pertenecen a una masa informe sin personalidad ni convicciones. Y si sale un tema controvertido, en seguida aparecen las garras, se acabó el diálogo: la famosa grieta. 

Mi vida se ha complicado. Hay mucha competencia y poca cooperación. Por eso cuando viene un chico/a simpáticos a querer acariciarme, yo me dejo... a ver si me adopta. Con un poquito de suerte me consigo casa y comida gratis sin tanto sacrificio. Siempre voy aseado para dar una buena impresión y si pudiera sonreír, lo haría. Por lo menos, ronroneo, que es casi lo mismo.  

Un día, el planeta, contento de seguir girando alrededor del sol, nos regaló una espléndida mañana. Un joven amoroso se me acercó y me empezó a acariciar. Tuve suerte: me llevó a la casa de sus abuelos, porque su madre no quería bichos en casa y  allí empezó mi segunda vida. Me mimaban muchísimo, comía lo que quería, correteaba a las ratas de campo en el jardín enorme, iba y venía. Lo genial era que podía siempre volver a mi refugio seguro. Eso tienen las casas paternas: uno siempre puede volver. Pero lo mejor era que ellos nunca me criticaban o me regañaban: nos entendíamos a la perfección; no mezclábamos la política, claro. Siempre hay algún tema tabú. Muchas veces mirábamos los tres la tele en la cama. Empezaron a llamarme Sinclair, un nombre largo y difícil de acortar para voces a la distancia pero a ellos les gustaba porque es el de un personaje de Hermann Hesse que describe el cisma entre el mundo bajo techo, cálido y hogareño y el mundo exterior, hostil y peligroso. 

Éramos felices: seducir a los humanos no es difícil. Simplemente hay que saber con quién ponerse meloso y con quién no. Siempre ser prudente y con un pelín de sana desconfianza. Los niños malcriados son mi pesadilla. Un horror esos personajillos de dos patitas. 

Antes o después me descubren y venga darme el coñazo: se creen que soy un peluche. Un día me voy a hacer un tatuaje que diga: "GATO, NO TOCAR". 

Pero aguantar hay que aguantar porque escuché por ahí una palabra amenazante: CASTRACIÓN. Tengo entendido que te cortan las pelotas y entonces sí que casi llegas a la categoría de peluche. ¡Mein Gott, señor de los faraones egipcios, ampárame y protégeme! Los humanos son capaces de cualquier cosa. Por eso me porto bien, no araño, no muerdo ni aunque sea jugando. ¿Aquí no hay animales sagrados? ¡Claro!, hay COSAS sagradas, animales sagrados, no. 

Pero a lo que iba: estaba yo en ese seguro y luminoso hogar y casi había olvidado por completo el otro mundo duro y desconsiderado que un señor Darwin definió como el de "la supervivencia del más apto". No del más fuerte sino el del más APTO. No nos equivoquemos. (eso lo aprendí viendo en Youtube a Ignacio Martínez Mendizábal) Yo era apto: me buscaba bien la vida. Les acomodaba el pelo a los otros gatos, trataba de ser amable y compartía mi comida. 

Súbitamente algo cósmico quebró la armonía. El cielo se cubrió de luces de todos colores, los sonidos subieron a 14000 decibelios y lo que era placentero silencio trastocó en infierno. Un bosque de piernas interfería mi andar, música a todo gas, poca luz y bailarines efusivos regados con alcohol, transformaron una vivienda tranquila en un aquelarre. Y no fué una vez...el cambio persistió. Cómo si una alfombra mágica nos hubiera trasladado a mis abuelos y a mí, mientras dormíamos, a ese lugar espantoso dentro del mismo espacio. Muy loco. Ahí empezó mi tercera vida. 

No podía entender por qué había habido un cambio tan agudo entre una forma de vivir y la otra. Era como una absurda metamorfosis, algo, para mí, inaceptable, imposible de digerir. Escuché por ahí: "son vacaciones y vinieron los jóvenes a divertirse". Los abuelos aguantaban como podían. El hecho es que mi pobre cerebro mamífero, tan evolucionado, con neuronas tan armoniosamente conectadas, se colapsó. Se apoderó de mí un pánico infinito; me volví huraño y avinagrado. Los estrépitos al final cesaron y por fin llegó el invierno,  pero mi desconfianza no hacía más que agigantarse. Algo me había cambiado el carácter de manera irreversible. Era muy joven y vulnerable. 

En un par de años empecé a hacer daño. Arañaba al que se acercaba. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué no podía dejar atrás el resentimiento y el odio que crecía en mi interior? Mis abuelos no sabían que hacer. Me acariciaban preguntándome: "Sinclair ¿qué te pasa, tesoro?" Hasta intentaron llevarme al veterinario pero era imposible meterme en un transportín. Había vuelto a merodear compulsivamente  por los contenedores y a relacionarme con gente chunga. No lo podía evitar aunque era plenamente consciente que yo podía tener una vida mucho mejor. 

Así fue pasando el tiempo y, aunque a veces parecía que mejoraba mi carácter, en el momento más inesperado sacaba a relucir mis garras. Una noche salí a dar una vuelta. Una fría y alba luna clareaba todavía más la nieve en ese deslumbrante paisaje en blanco y negro. Los colores habían huído hacia lugares más veraniegos. Hacía mucho frío. De repente vi una cesta de mimbre a los pies de una gran cruz, en un sendero estrecho. ¿Qué hace esa canasta ahí? ¿Tendrá comida? No parece. Unos gemidos débiles salían de allí, así que me acerqué a curiosear. Era un bebé humano recién nacido y alcancé a ver, a lo lejos, a una mujer de negro que huía apresuradamente. 

Ese pequeño humano no podría sobrevivir allí mucho tiempo. No sabía que hacer, pero en principio me acurruqué al lado del bebé y se ve que, con el calor de mi cuerpo, pudo dormirse. Pasaron las horas y el niño empezó a llorar: tiene hambre, pensé. 

Salí a buscar algo para darle pero enseguida comprendí que leche era lo que necesitaba. Es muy difícil darse cuenta de las necesidades de los demás. Me acerqué a mis colegas de los contenedores a ver si alguna gata tuviera a bien darle la teta, en caso de que hubiera parido hace poco. Pero los veterinarios los habían castrado a todos, para limitar la población felina.  No había madres disponibles. Mejor, los hijos son un engorro. Lástima el bebé. Con los perros no podía contar. No me entendían. 

Mientras distraídamente pensaba en ello, súbitamente unos tipos de uniforme me pillaron con una red y me llevaron a un refugio animal, junto con otro montón de gatos.

-Pásame los que tienen que ser castrados- dijo uno alto y flaco de bata blanca. Y entre ellos iba yo. ¡Lo que tanto había temido! ¡Mis pobres e indefensos testículos!... qué poco habían durado. Ni tiempo para reproducirme.

Eso me recordó al bebé abandonado, pero ¿cómo les avisaba? La grieta lingüística. Luego me anestesiaron y ya no recuerdo más nada. Un par de días más tarde me soltaron ya castrado. No me dolía el cuerpo, así que me acordé y me acerqué a la cesta al pie de la cruz. "Quizás el dios de los humanos se haya apiadado de él, aunque algunos digan que Dios ha muerto". 

Pero no sólo dios había muerto, sino el bebé también. Estaba azul y relajado. Muerto. 

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"¡Sinclair, volviste!" se alegraron los abuelos. Efectivamente, volví a mi siempre amigable hogar, templado y acogedor, pensando que, si hubiéramos hablado el mismo idioma, si nos hubiéramos podido entender, les podría haber avisado, pero eso, claro, era y es imposible. Nunca me hubieran comprendido por mucho que maullara. Pensarían que era otra de mis locuras. Otra vez la grieta. Me acurruqué en mi cama calentita, después de haber saciado mi hambre atrasada. 

El abuelo leía el diario sentado en su sillón y le contaba a la abuela: "¡encontraron una cesta con un bebé muerto!". La abuela, que estaba pintando un cuadro de un perro, comentó en tono triste: "¿Quién puede ser capaz de hacer algo así?" 

Ahí empezó mi tercera vida. Me quedaban varias: el eterno retorno. En fin, me dormí y me olvidé del asunto. 

                                Mónica Bardi

sábado, 28 de noviembre de 2020

UN HERMOSO RECUERDO

 LA DIMENSIÓN DE DIEGO ES INIMAGINABLE.

CINTIA MARTÍNEZ. 


Maradona y un taxista en Jerusalén: una historia real. 


En el verano de 2008 viajé a Israel, tras haber obtenido una beca para estudiar en Yad Vashem y en la Universidad de Jerusalén, sobre la memoria del holocausto. 


Una tarde –era invierno, nevaba un poquito y allí oscurece muy temprano– tomé un taxi para ir al hotel donde me alojaba. El chofer era muy abierto y simpático y de pronto, tal vez al escuchar mi pésimo inglés, me preguntó de dónde era. Le dije: de la Argentina.

El hombre se transformó, se encendió. Y me dijo:

–¡Argentina! ¡Maradona!

Confieso que no me interesaba ni me interesa el fútbol; y, hasta ese momento, la figura de Diego no estaba entre mis preferidas. Y el taxista siguió, con un entusiasmo casi festivo. 

–Mire. Yo soy palestino, y cuando era chico era muy, muy pobre. Pero pudimos ver el Mundial de México 86, en el único televisor que había en el campamento de refugiados donde estábamos. Y pudimos ver cómo Maradona les hizo dos goles y les ganó… ¡a los ingleses! ¿Sabe lo que era eso para nosotros? ¡A los ingleses! ¡Un chico pobre como yo, le ganó al Imperio!.


Llegamos al hotel y cuando quise pagarle, él se negó rotundamente, me bendijo y me dijo unas palabras que nunca he podido olvidar:

–Usted  me hizo recordar el día más feliz de mi vida.


Me baje del taxi, me quedé unos minutos en el parque del hotel observando cómo nevaba, y le agradecí a Diego, a la distancia, por darle alegría a tanta gente.


Lo que no les conté, es que el taxista que no me quiso cobrar el viaje, se llamaba Jesús.

Han pasado casi veinte años desde que viaje a Israel, y cuando hoy me enteré que Diego  había fallecido, vino a mi mente la cara de Jesús, aquel taxista palestino que me enseñó a querer a Maradona.


Cintia Martinez

Del muro de Paul Azema.

domingo, 22 de noviembre de 2020

ESPEJOS.

 Este escrito no pretende ser un estudio sociológico ni psicológico; que eso vaya por delante. Pero de mis humildes observaciones entre personas que conozco en persona y por Internet, he sacado una conclusión (provisional) que seguramente a nadie le interesa pero éste es mi blog y digo lo que me da la gana. A la nube va a ir igual. Después de todo, con estas opiniones no perjudico a nadie. 

Hay dos series en televisión que a mí me gustan mucho. Una es muy antigua: HOUSE (Hugh Laurie), serie norteamericana, actor inglés y la otra es más actual: CANDICE RENOIR (Cécile Bois), serie francesa, actriz francesa. Los protagonistas tienen algunos puntos en común, a saber, son excepcionalmente talentosos para desarrollar su trabajo, son muy neuróticos y profundamente manipuladores. 


 


El Dr. House es un médico famoso que acierta con diagnósticos dificilísimos y la comandante Renoir descubre crímenes retorcidos. Los dos personajes son atípicos, imaginativos, nada convencionales y están muy bien actuados. Ambos son caprichosos, problemáticos con su entorno y se pasan la vida metiendo la pata con los colegas o hiriendo los sentimientos de los demás. Pero tienen algo más: son extremadamente seductores. Hasta acá todo normal: buenos guionistas y, al fin y al cabo, son personajes inventados para las series pero que existen en la vida real, aunque es difícil encontrarlos tan inteligentes. 

Lo llamativo del asunto es que el personaje de House, totalmente carente de escrúpulos, molesta bastante al público MASCULINO. Les toca alguna fibra sensible y, en seguida, dejan de ver la serie mientras las mujeres nos babeamos con sus ojos azules y sus actitudes desaforadas. Somos sus incondicionales seguidoras, hablando en general, por supuesto. Le perdonamos todo y disimulamos o justificamos sus barbaridades.

Y la otra, la loca simpática, divertida y enamoradiza Candice, entre crimen y crimen, se enamora de uno y otro de sus compañeros de trabajo, para vergüenza de sus cuatro hijos. Y cuando las cosas salen mal, actúa vengativa e histéricamente. De vez en cuando tiene un gesto de bondad y es bastante solidaria. Pero al público FEMENINO nos repatea que no sea más sensata, menos impulsiva y a veces nos vamos enfadadas con esa loca mujer. En cambio, a los hombres los atrapa con su profunda independencia y su risa loca. No hay más que verlos hipnotizados con ella. 

Y con todo esto ¿a dónde quiero llegar? A por qué generan en el público esos sentimientos de adhesión o de rechazo, dependiendo del sexo, si al fin y al cabo uno tiene claro que pertenecen a la pequeña pantalla y a la ficción. Se ve que no podemos mantener la suficiente distancia emocional para tomarnos en solfa sus locuras y sus maldades. Para los chicos House es como una bofetada y tratan de ridiculizarlo. (Aunque el guionista es más listo). Para las chicas Candice está siempre desubicada pero generalmente se sale con la suya (acá también el guionista es más listo y ya conoce la reacción del espectador).

¿Qué reflejo nos ponen por delante esos tipejos tan extravagantes? Algo debe removernos en nuestro interior; un pequeño demonio que se frota las manos entre risas malévolas llenas de dientes torcidos... si hasta me parece verlo: ¡Jojojo! ¡Cómo te pareces!

¿Qué nos atrae y qué nos rechaza? ¿La inteligencia de dos seres, que, finalmente, sufren las consecuencias de sus actos en carne propia? ¿Nos atrae su soledad, su cultura, su dolor, su perspicacia? ¿Nos rechaza ver su egocentrismo como reflejo de parte del nuestro?  Las mujeres sabemos que los tipos con un toque canalla nos resultan irresistibles. Por eso ese desconsiderado House de mirada penetrante nos puede. Y a los hombres les roe la envidia. Seguro que piensan "¿qué le gusta tanto a mi mujer de ese bicho malo?"

¿Y la rubia coqueta de Candice? Su faceta inmadura, irresponsable y profundamente seductora y cariñosa atrae como un imán a los hombres pero muchas mujeres deciden declararla su enemiga mortal y mala madre. Y seguro que pensamos: "A ver qué harías con una así en tu propia casa". 

Hay muchos ejemplos en la literatura de personajes a los que llegamos a odiar o a amar. Leamos de nuevo "Los miserables" y volveremos a vibrar como las cuerdas de un Stradivarius. Pero hablábamos de cine. Todo eso no parece afectar a la audiencia así que probablemente mi estudio sea sesgado y no sirva para nada. 

La cuetión es: seguro que el espejo imaginario de esos dos nos muestra algo de nosotros que no nos gusta. ¿En alguna ocasión hicimos cosas parecidas y estos atorrantes te lo vienen a recordar con todos los detalles? ¿Cuántas veces hemos sido caprichosos y egoístas? ¿Alguna mentirijilla oportuna? ¿Machismo, feminismo? Muchas preguntas ¿verdad?

Die answer, muy friend, is blowing in the wind (BOB DYLAN). Humanos, demasiado humanos. 

sábado, 14 de noviembre de 2020

FAMILIAS y ALGORITMOS

 


Cuando una barre con el rastrillo las hojas secas de un albaricoque en otoño, concurren pensamientos inesperados que acompañan el ritmo monótono de lo que se arrastra. Las neuronas recorren pistas remotas que, aparentemente, no vienen a cuento. Son asociaciones de ideas aleatorias. Metáforas a punta pala: arraste de hojas...arrastre de hechos pasados...arrastre...arrastre, una queda para el arrastre; así quedé yo después del parto, con esa sutura de una episiotomía en el hospital Penna de Buenos Aires, a raíz del nacimiento de mi primer hijo, donde, por única vez en mi vida experimenté el paso de la aguja y el hilo sin sentir dolor. Algo había separado el dolor del sufrimiento. Allí no hubo arrastre, sino sorpresa. ¿Sería la felicidad por el hijo deseado; ese escurridizo y remanido estado interior que ha llenado páginas y más páginas de la literatura universal? A todo esto, ¿existe la felicidad? Y qué sé yo. Ya me conformo con vivir tranquila. Acá intercalo un párrafo de Jorge Luis Borges sobre este tema: "Tampoco jugaré a ser feliz, porque lo soy a ratos perdidos. Pero a veces, caminando por la calle, siento una racha de felicidad, y trato de no indagar por la razón; porque si lo hago comprobaré con harta felicidad que me sobran motivos de desventura" (Borges).

Las hojas amarillas sonríen al paso del rastrillo, ya no tienen clorofila ni nada importante que hacer. Han sido separadas de la rama pero todavía viven aunque no padecen. (Como mi episiotomía) Se dejan llevar...eso es una vida serena, como mi vejez tranquila. ¡Qué diferencia con las urgencias de la juventud! 


Hablando de juventud, Bartolo, el joven gato de mis vecinos, se trepó torpemente al árbol y, tratando de no caerse, sacudió las ramas, que mansamente dejaron caer hojas viejitas sobre mi cabeza y me brindó involuntariamente, una chispa de felicidad y de risa. 

De padres neuróticos suelen salir hijos neuróticos. Y así, en el maremágnum de los vértigos emocionales, nacieron y crecieron mis 3 hijos. Los pobres ni se imaginaban donde habían caído. Porque los hijos no nos eligen, simplemente nacen y se tienen que aguantar con lo que hay. Igual que nosotros con nuestros padres y así hasta el origen de la primera ameba. Pero la neurosis no tiene nada que ver con la dureza o blandura del corazón, con los sentimientos hacia los demás, con la empatía (palabra de moda poco aplicada en la práctica). Cada uno de nosotros, en esta familia, tiene una madera esencial y primaria y cada uno de nosotros fue arrojado al mundo que nos tocó, sin contemplaciones. Con esos elementos, nuestro entorno y con esa madera, nuestra genética; nos miramos las manos y, siempre pero siempre, tomamos decisiones con lo que tenemos en estas manos. Tenemos el imperativo categórico que podemos (Kant). No mucho más. Improvisamos. Hablando de improvisaciones, estoy podando un rosal. Improvisando: cortando ramas llevada por el instinto y con cuidado de no pincharme, aunque muchas veces me pincho igual. Eso pasa con las familias también: nos pinchamos, nos decimos cosas dolorosas sin medir las consecuencias y a la vuelta de los años nos hemos podado mal, dejando cicatrices que duelen más que las propias heridas y que han terminado por crear auténticos cañadones. Si todo se redujera a podar un rosal... en fin. 

Uno es un DASEIN, según Martín Heidegger, un humano con un escenario ya montado donde los personajes, la historia que nos antecede, la educación, la política y mucho más, condicionan nuestro futuro y delinean nuestra personalidad. Mi hijo mayor Camilo hizo cosas, con las posibilidades de que disponía, que siempre le agradeceré, pero hay una que destaca con luz propia: él solito tuvo que cortar (podar) el cordón umbilical conmigo porque yo no podía. Simplemente no podía. Y eso sí que es enfermizo. Me recuerda a mi tenaz enredadera, que lo invade todo con su amoroso verde y sus patitas adherentes: un apego demasiado pegote. Mi hijo logró deconstruirse (como dicen ahora) y de a poco, reconstruirse en otro país partiendo de cero. Años más tarde pudo darle trabajo en el cámping de Dinamarca a su ex y a su hijo y, aunque después las cosas terminaron como el rosario de la aurora (porque trabajar con la familia es muy complicado), acá estamos para rescatar lo positivo, coser y no cortar y dejar atrás las lastimaduras para que, si es posible, se vayan curando con el paso de los siglos.  Cuando los bordes de una herida se acercan y contactan nítida e íntimamente, (como en los tejidos bucales. Deformación profesional) es probable que lleguen a cicatrizar. OJALÁ.


Y hablando de heridas, es como cuando me muerde los pies mi ganso ampurdanés bautizado en la religión de los agnósticos Cuaco, que me sigue como un perrito y ha decidido quedarse a vivir con nosotros sin permiso; las lastimaduras que provoca son las de un animal salvaje. A lo mejor es una muestra de cariño y los dasein no sabemos interpretarlas. Eso no impide que lo saque a escobazos, obvio. Y al final, tampoco sabemos interpretar a los de nuestro propio idioma. Todo se ha vuelto cada vez más incomprensible, como los algoritmos.

 Sigo hilando reflexiones mientras trabajo en mi jardín. Con la llegada del otoño, el césped ha sido tapizado por un manto de tréboles. Debajo está esa maraña dura y consistente del gramillón. Al igual que nosotros, que nos volvemos impenetrables. ¿Será como con el principito, que lo esencial es invisible a los ojos?

El viento de levante arrecia y las altísimas palmeras doblan sus troncos pero no se quiebran, aunque murmuren entre sí, protestando, porque se les arruina el peinado. Mi hija Cuyén, la segunda y la del medio, sostuvo ella solita, como una palmerita muy resultona, a mi empresa mientras yo transitaba mi particular calvario: una enfermedad autoinmune y como colofón una reabsorción de la cabeza del fémur con posterior prótesis de cadera. Durante un año ella se ocupó de todo mientras yo hacía lo que podía, trabajando a los trompicones, mientras me iba curando de a poco. Del cuerpo y del alma. Como si eso fuera poco, ella me puso en contacto con una familia muy buena que me alquiló la casa de La Rosaleda, en Chiclana, con lo cual me resolvió un problema y no sólo eso: poco tiempo después esa misma familia me la compró. Esa venta salvó mi siempre arriesgada economía de la crisis de la quiebra de Lehmans Brothers. Mi hija Cuyén es una chica decidida, como cuando era jovencita y se largó a Londres a explorar el mundo como una semilla que vuela grandes distancias para intentar fructificar en otros idiomas. 


Hay en mi jardín árboles de hoja caduca y de hoja perenne. Los de hoja perenne están siempre presentes, en las buenas y en las malas. Así es mi hijo Alejo, que estuvo al lado de su padre en Argentina hasta su muerte, en los momentos más aciagos y terribles de una enfermedad terminal. Eso no lo hace cualquiera por un padre que estuvo ausente la mayor parte de su vida.  Años antes, me acompañó durante mi recuperación de la cadera, aunque tuvo que venir de Londres, donde vivía en ese momento. De hecho, en la clínica dónde me operaron, en mi primera ducha después de la cirugía, me armó un camino con toallas hasta el baño para que no me resbalara con las muletas; eso fue para mí, un precioso recuerdo que atesoro y que nunca olvidaré. Allí comprobé que este chico tenía vocación de cuidador, de protector, como las copas de las higueras bien podadas,  que son la sombrilla más perfecta para el prepotente sol del verano.  

Y llegado el momento tuvo el valor de desapegarse él también e iniciar una nueva vida en Argentina, alejándose de cosas que le hacían daño, por ejemplo, una familia neurótica. Mis hijos saben volar con alas propias, sólo espero que sepan aterrizar cuando llegue el momento. Como se bastan a sí mismos, creo que todavía no aprendieron, que, en tiempos difíciles, más vale unirse que alejarse. Y no me refiero a la lejanía física. Pero ya lo descubrirán, como dice el Martín Fierro. La vida se encarga generalmente de eso. 


Siempre que el granado de mi jardín está feliz con sus grandes frutos colgando, una no puede dejar de evocar un arbolito de navidad. Navidades hubo muchas pero yo no olvidaré con particular ternura una en la que, milagrosamente, estábamos todos. La reunión era en el piso mío de Cádiz y ya habíamos cenado. Cuyén bajó a comprar algo (alcohólico, seguro) y se encontró con 2 alemanes desconocidos, totalmente perdidos y que pululaban desorientados, buscando un hotel dónde quedarse. Hablaban un inglés perfecto. Ni lenta ni perezosa se los trajo a mi casa a cenar lo que había quedado. Charlamos hasta quedarnos sin saliva. Encantadores los dos. 

A Alejo le pareció disparatado que trajera a dos desconocidos a una reunión íntima y familiar (siempre tan formalito) y por eso estuvo un tiempo con cara de malas pulgas, pero eso no le impidió relajarse luego y salir de copas con ellos hasta las tantas de la madrugada y conseguirles un hotel. Fue una Navidad muy divertida. Camilo se reía como nunca de la inesperada situación. Es un lindo recuerdo de cuando estábamos juntos. El factor imponderable apareció muchos años más tarde: el coronavirus. El mundo ya no volverá a ser igual. Está en manos de pocas personas y ahora nos gobiernan los algoritmos, que no están al alcance y al espíritu crítico de cualquiera, con lo cual, estamos en sus dudosas manos. Lo del libre albedrío démoslo por muerto y hagamos lo que podamos.

Sólo nos queda el amor, aquéllo que según Ignacio Martínez Mendizábal, el paleontólogo de la sierra de Atapuerca, empujó a la selección natural de nuestra especie. Sólo nos queda el amor. ¿De verdad habrá subsistido?

viernes, 13 de noviembre de 2020

ODA ESCRITA EN 1966


 Jorge Luis Borges.

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete

qué, alto en el alba de una plaza desierta,

rige un corcel de bronce por el tiempo,

ni los otros que miran desde el mármol,

ni los que prodigaron su bélica ceniza

por los vamos de América

o dejaron un verso o una hazaña

o la memoria de una vida cabal

en el justo ejercicio de los días.

Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.


Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo

cargado de batallas, de espadas y de éxodos

y de la lenta población de regiones

qué linda con la aurora y el ocaso,

y de rostros que van envejeciendo

en los espejos que se empañan

y de sufridas agonías anónimas

qué duran hasta el alba

y de la telaraña de la lluvia

Sobre negros jardines. 


La patria, amigos, es un acto perpetuo

como el perpetuo mundo. (Si el Eterno

Espectador dejará de soñarnos

un solo instante, nos fulminaría,

blanco y brusco relámpago, Su olvido.)

Nadie es la patria, pero todos debemos 

ser dignos del antiguo juramento

qué prestaron aquellos caballeros

de ser lo que ignoraban, argentinos,

de ser lo que serían por el hecho 

de haber jurado en esa vieja casa. 

Somos el porvenir de esos varones,

la justificación de aquellos muertos;

nuestro deber es la gloriosa carga

qué a nuestra sombra legan esas sombras

qué debemos salvar. 


Nadie es la patria, pero todos lo somos.

Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,

ese límpido fuego misterioso. 


                 JORGE LUIS BORGES.

viernes, 16 de octubre de 2020

 


LOMAS DE ZAMORA TEMPERLEY

La historia de George Temperley, el inglés que marcó el origen de la ciudad hace 150 años

Llegó a Argentina en 1835 con apenas 15 años, se convirtió en un exitoso empresario y fue el fundador de la localidad de Temperley.

La historia de George Temperley, el inglés que marcó el origen de la ciudad hace 150 años

El 16 de octubre de 1870 tuvo lugar un suceso que se considera "el origen" de Temperley. En esa fecha se produjo el primer loteo de tierras que encaminó el surgimiento esta localidad. El personaje histórico que estuvo al frente de ese acto fue quien le daría nombre a la ciudad: el británico George Allison Temperley.

Muchas veces recorremos las localidades de Lomas de Zamora sin saber por qué se llaman como se llaman. De la misma manera que existió Edward Banfield, gerente del Ferrocarril del Sud cuyo apellido bautizó a esa ciudad, los vecinos deben saber que Temperley también fue una persona de carne y hueso. Se llamaba George, o Jorge para los argentinos. Fue un terrateniente y empresario que nació el 10 de octubre de 1823 en Newcastle, Inglaterra.

¿Cómo fue que sus caminos se cruzaron con los del Conurbano bonaerense? La historia cuenta que George Temperley llegó a Argentina en 1838, cuando tenía 15 años. Como todo inmigrante del siglo XIX, no tardó en poner manos a la obra para construir un nuevo futuro en el país que le abrió las puertas. Y lo logró con creces. En sus primeros años trabajó en un almacén de ramos generales y al cumplir la mayoría de edad se dedicó a la exportación de lanas y frutos y a la importación de ropa.

Firma de George Temperley.

Firma de George Temperley.

Su vida personal también fue bastante activa: antes de los 30 años ya se había casado dos veces. En 1846 contrajo matrimonio con Charlotte Knight y cinco años más tarde con su cuñada Carolyn. En sintonía, su reputación y su poder económico creció cada vez más. Se convirtió en dueño de un negocio de fundición de metales y pasó a la historia como uno de los socios fundadores de la Sociedad Rural Argentina. Entre tanto prestigio, el destino quiso que en 1854 George llegara a una naciente Lomas de Zamora.

En aquel año, George Temperley compró a los hermanos Marenco un campo de 51 hectáreas delimitado por las actuales calles Almirante Brown, Dorrego, Juncal-Lavalle y Eva Perón (ex Pasco). En este lugar construyó una casa quinta al estilo inglés, que fue una de las más lujosas de la época.

Con el correr de los años quedó en evidencia su verdadera intención: quería dividir esa extensa chacra para fundar una nueva ciudad. Es así como llegamos a una fecha clave que hoy se conmemora: el 16 de octubre 1870, George loteó sus tierras y dio el puntapié inicial para escribir la historia de Temperley.

Historia: así era la estación de tren en 1900, año de fallecimiento de George Temperley.

Historia: así era la estación de tren en 1900, año de fallecimiento de George Temperley.

George puso en remate 139 lotes y les dio varios incentivos a los compradores para que construyeran sus viviendas, llegando incluso a donarles materiales. En 1871, un año más tarde de aquel loteo, cumplió su promesa de inaugurar la "Estación Temperley" del primitivo Ferrocarril del Sud, la cual fue fundamental para el desarrollo económico y urbanístico de la ciudad. El camino quedó allanado para fundar formalmente la localidad de Temperley el 1 de febrero de 1893.

A diferencia de otros personajes históricos que no pudieron ser homenajeados en vida, George sí vivió lo suficiente para ver crecer al pueblo que había fundado y bautizado con su apellido. Su vida se apagaría muchos años después con la llegada del nuevo centenario. El 25 de junio de 1900, a los 76 años, Temperley falleció en Buenos Aires. Hoy, en pleno 2020, su legado todavía sigue vivo en estos 150 años de historia de la ciudad.

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