viernes, 27 de octubre de 2023

SER ESPAÑOL

 

La joven malagueña Laura Moreno, estudiante de Bioquímica, se ha convertido en todo un fenómeno viral después de que una reflexión suya sobre "ser español" haya sido compartida más de 300.000 veces en la red social Fabebook y haya recibido casi 40.000 comentarios. Lo curioso, para los estudiosos de las redes sociales, es que la malagueña apenas tenía 400 amigos en Facebook, pero su reflexión, en pleno proceso secesionista, se ha convertido en todo un fenómeno en las redes sociales

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Ser español no es llevar la bandera, ni gritar como un berraco frases de odio que espero que no sientas. Tampoco lo es ponerse una pulserita en la muñeca, ni cantar el cara al sol. El concepto de ser español es algo totalmente distinto, o al menos lo debería ser, porque a estas alturas de la historia yo ya no sé qué decirte. Como española que soy, te voy a contar lo que para mí es ser español: 

Ser español es arder cuando arde Doñana o temblar cuando tembló Lorca; es sentarte a escuchar historias de meigas en Galicia y llegar a creértelas; es ir a Valencia y no sentir rabia por leer un cartel en valenciano, sino que te agrade poder llegar a entenderlo y es presumir de que las Canarias nada tienen que envidiarle al Caribe.

Sentirse español es sufrir por no haber podido vivir la movida madrileña, enamorarte del mar al oír Mediterráneo de Serrat, es pedirle borracha a tu amiga catalana que te enseñe a bailar sardanas, querer ir a Albacete para comprobar si su feria es mejor que la de Málaga y sorprenderte al ver lo bonita que es Ceuta. 

Para mí ser español es presumir de que en Andalucía tenemos playa, nieve y desierto; sentir casi mérito mío que un alicantino esté tan cerca de un Nobel, pedirle a un asturiano que me enseñe a escanciar la sidra y morirme de amor viendo las playas del País Vasco en Juego de Tronos. 

También es española la cervecita de las 13.00, el orujo gallego, la siesta, el calimotxo, la paella, la tarta de Santiago, las croquetas de tu abuela y la tortilla de patatas. Lo son las ganas de mostrarle lo mejor de tu ciudad al que viene de fuera y que tú le preguntes por la suya; es hacerte amiga de un vasco y pedirle que te enseñe los números en euskera, por si pronto vuelves a por 2 ó 3 pintxos; es enorgullecerte de ser el país ejemplo a nivel mundial en trasplantes, de formar parte de la tierra de las mil culturas y de ser los del buen humor. 

No hay nada más español que se te pongan los vellos de punta con una saeta o con una copla bien cantá, atardecer en las playas de Cádiz, descubrir casi sin querer calas paradisíacas en Mallorca, hacer el camino de Santiago en septiembre maldiciendo el frío o que Salamanca y Segovia te enseñen que no hay que ser grande para ser preciosa.

Así que, acho, picha, miarma, perla, tronco, tete, mi niño… eso es ser español, lo otro es política. Pero si de política quieres impregnar este concepto, también te vuelvo a decir que te equivocas: porque ser español no es desear que le partan la cara a nadie, es sufrir la situación de paro de tu vecino o el desahucio que has visto en la tele; ser español no es oprimir el SÍ o el NO de toda una comunidad autónoma, es indignarte cuando nos llaman gilipollas con cada nuevo caso de corrupción; ser un buen español es querer que en tu país no haya pobreza, ni incultura, ni enfermos atendidos en pasillos del hospital y, joder, querer quedarte aquí para trabajar y aportar todo lo que, durante tanto tiempo, precisamente aquí has aprendido.

Eso es ser español, o al menos, eso espero.

domingo, 22 de octubre de 2023

EL PAÑUELO de Herta Müller




 «¿“Tienes un pañuelo”? me preguntaba cada mañana mi madre en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. (...) La pregunta ¿“Tienes un pañuelo”? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse, a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura (...) Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre».

Herta Müller

De su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura.

martes, 17 de octubre de 2023

MENSAJERÍA

 


《El cartero de Oruka》por José A. Ramírez Lozano. 

El cartero de Oruka, allá en Namibia,
jamás suele traer cartas escritas para nadie. Los nativos no fueron a la escuela. Por eso en Oruka su cartero no trae cartas escritas sino cosas que digan de por sí.

A Gladys Men le trajo un día el cartero
una lasca de fémur atada a una cachimba
con una pluma quebrada de alcatraz,
con lo que le aclaraba
que había muerto su padre en Terranova
y que él se hallaba bien. Era su hermano.

A Suna le decían una campana
pequeña de cristal y un palillo de dientes labrado con el tallo de una rosa. O sea que la querían para casada. Ella entonces le respondió que sí con una pinza de carey y un ovillo de fibra del árbol del moringo. Eso es, que para toda la vida.

El cartero de Oruka, allá en Namibia
había estudiado con los misioneros
secretariado y mecanografía.
Era un muchacho analfabeto, claro,
que a veces confundía las direcciones.

JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO 

viernes, 13 de octubre de 2023

CASA ABDUCIDA

 


Biografía lectora por JAIRO ROMÁN. 

En la infancia no hubo ni un solo libro. Las historias de dolor, lucha, amor y pérdida eran las que ofrecían las calles de un barrio de invasión que se abría paso desde la periferia de la Villa de Robledo, un municipio bañado por el rio La Vieja, donde los gallinazos navegan sobre cuerpos hinchados que nadan boca abajo bañados por el sol más alegre. Así, entre el potrero y la escuela transcurrieron los primeros años, ya en la adolescencia migré a la esquina entre humo, guaro y salsa. La suerte estaba echada, vivíamos al día, sin mañana; no porque no pudiéramos soñar con algo distinto, era tan solo que la vida nos parecía demasiado corta: tenía 16 años y ya había visto morir a varios amigos.  

Eran los inicios de los noventa, transcurría mi segundo año de matrícula condicional, finalizaba el segundo trimestre y ya iba perdiendo el año por faltas. Me encontraba en clase de español, el docente era un tipo llamado Pedro, un vacan, pero exigente. Llegó con unos periódicos en la mano, pensé entre mí “este loco nos va a poner a leer noticias” Fue llamando a lista: Román —me debe mil— dijo, y me pasó varias hojas de papel periódico. Lo primero que miré fueron los dibujos, el título sigue intacto en la memoria, decía La Casa Tomada. Lo leí sin entender por qué lo hacía, normalmente esperaría a que uno de los nerdos que se hacen adelante lo hiciera y me pasara el resumen, pero esta vez una fuerza extraña me hizo leer el cuento. Debo confesar que ha sido una de las cosas más aterradoras que he experimentado, no pude dormir bien en los días sucesivos, la idea de ser expulsado de la casa, de quedar expuesto sabiendo que no hay retorno, que pase lo que pase estarás sin amparo sabiéndose sin refugio, perdido en arraigo, me parecía terrible. El ensayo o lo que debiera de entregar por escrito, quedó impregnado por esta angustia, lo supe cuando el profe me devolvió el escrito con un cinco, junto una nota que decía “muy bueno” en letra cursiva pero legible. Fue extraño sería la primera vez que alguien me felicitaba de esa manera. A la semana siguiente llamó de nuevo a lista: Román —este le va a gustar— dijo, y no me cobró. Me pasó unas hojas de papel periódico con un título en negrilla que decía El Túnel. Algo pasó ese día, algo cambió para siempre: la esquina dejó de ser el universo conocido, descubrí otros mundos, tuve diálogos distintos con diferentes mentes, viví en otros, otras vidas; estas cosas pasaban en silencio, y soledad, así ha sido. Los libros se convirtieron en mi refugio, mi lugar sagrado; la casa donde sé que jamás seré expulsado.


Jairo Román 

13 de octubre de 2023

miércoles, 11 de octubre de 2023

BUENOS AIRES-MADRID

 

Supongo que un síntoma de envejecimiento (o madurez, para ser más benévolos) es que a una los recuerdos la tomen así, por asalto, cargados de sentimentalidad. Me explico: este vuelo de septiembre de 2023, desde Buenos Aires a Madrid, me ha evocado de manera sorpresiva y perentoria a otro vuelo. Un remoto viaje de un martes 13 de septiembre de 1988, con mis tres pequeños hijos. Siempre septiembre. 

Emigrábamos, lo cual no es un dato menor, o sea, no íbamos de vacaciones. 

Esos pequeñajos de 15, 13 y 11 años de edad jamás habían hecho un viaje tan largo y lleno de incertidumbres. Muchas cosas han pasado desde entonces. Pero volvamos a este particular revival mientras los demás pasajeros duermen sumergidos en sus propias historias. Los tres niños habían sido arrancados de sus rutinas escolares, de su barrio y de sus amigos. Y naturalmente sin consultarles aunque explicaciones hubo muchas. Lo pienso ahora y siento que un estilete me atraviesa el alma. 

Es evidente que las grandes decisiones requieren bajas dosis de escrúpulos y altas dosis de temeridad. Y yo, siendo todavía joven, las tenía. También tenía esa brújula interior para poder concentrar mis energías en un objetivo central y no dispersarme. Si no, no hubiera hecho nada. 

Mi querido país que tanto me había dado parecía una montaña rusa y nunca me gustaron las montañas rusas. El rodrigazo, los desaparecidos, las dictaduras militares, la inflación, el fracaso del plan Austral me habían decepcionado de mi querido país. No era, a todas luces, un amor eterno, de esos del tipo "hasta que la muerte nos separe". Luego vino la hiperinflación, el corralito, etc., pero yo ya estaba fuera. 

El desapego es otro de los requisitos indispensables para poder emprender un viaje sólo de ida. Emigrar no es para todo el mundo. 

Las circunstancias políticas y económicas impulsaron mi decisión. Por eso me sorprende que ahora, año 2023, el recordar a mis niños en aquél avión casi me hace lagrimear de pena. Por ellos, no por mí. A mi me fue muy bien y a ellos... bueno... el desarraigo lo tuvieron que gestionar. Y lo hicieron bien. 

Cuando una envejece la piel se adelgaza y las espinas enseguida la atraviesan: las vivencias propias y ajenas nos tocan hoy con enorme facilidad. Somos más vulnerables.

Ese chico de 15 años con grandes expectativas para su futuro, esa chica de 13 años con el corazón roto al tener que dejar a su primer amor y ese chico de 11 años que no alcanzaba a imaginar lo que era un viaje solo de ida por mucho que se le explicara, dormían a pata suelta en un bello y rojo amanecer español, ocupando varios asientos de un avión medio vacío.  Y yo estoy ahora acá, en otro vuelo,  recordándolos nítidamente, 40 años más tarde. Estamos los cuatro en una máquina del tiempo agridulce, esperanzada y arriesgada. 

El que emigra jamás deja de preguntarse como hubieran sido sus vivencias si se hubiera quedado en su país de origen.  Pregunta que, naturalmente, no tiene respuesta. Si ya es insondable para un adulto pasa a la categoría de misterio absoluto para 3 adolescentes que ahora ya son adultos y llevan su vida actual lo mejor que pueden, como todo el mundo.

Pero entonces, si al final todo salió relativamente bien, ¿por qué duele tanto? ¿Duele recordar el largo período de adaptación que vino luego? Las marchas y contramarchas para solventar burocracias, sistemas educativos, documentos y situaciones inéditas con un sistema desconocido siempre es complicado. Si habíamos salido de una montaña rusa ahora estábamos en un laberinto. 

 ¿Se suma al dolor de haber dejado las padres atrás, que nunca se animaron a venir? ¿O duele porque en aquél momento a ellos les dolió y ahora, al evocarlo, me pongo en su lugar y me duele a mí? Estas remontadas en tiempo y espacio traen emociones nuevas de lo que fue y de lo que pudo haber sido. Lo pasado se revive en un presente distinto, con otra narrativa. 

Eso. Simplemente duele ahora como no dolió en aquél momento porque los años agigantan la imaginación y profundizan en las experiencias propias y ajenas. Es otro calado: ya se fue la anestesia y la gran paradoja es que ahora a ellos no les duele ese pasado. O eso parece. Son jóvenes y están imbuidos en sus propias luchas con otras alegrías y otros dolores. Todo aparenta caminar a destiempo ¿no?

 Perdonen el tópico pero hay que vivir toda una vida para volver a ser niño, cuando el lienzo está pleno de colores saturados. Luego, esa pintura siempre inacabada va sumando capas y capas de texturas y matices. Es historia. Lo llaman VIDA. 

jueves, 5 de octubre de 2023

HERTA MÜLLER

 

La literatura me abrió los ojos al mundo. Cuando empecé a leer en el instituto, tenía la impresión de que el autor, da igual que fuera sudamericano o australiano, me hablaba a mí directamente. Años más tarde, cuando en la fábrica donde trabajaba me acosaban por no colaborar con la dictadura, cuando me expulsaron del despacho y tenía que trabajar en las escaleras, entonces empecé a escribir mi primer libro. No quería hacer literatura, quería saber cómo iba a sobrevivir. Era una forma de no perder la razón, que era mi mayor miedo. Pensaba que bajo ningún concepto podía volverme loca, porque entonces ellos habrían ganado. No era tan raro. Vi a amigos a los que les pasó.