lunes, 19 de agosto de 2019

EL POBRE.

Por Mónica Bardi

Va al supermercado. Es una compra rápida y elemental porque viene del trabajo y está cansado. En la puerta un hombre andrajoso, flaco, de mirada verde y barba crecida lo mira suplicante con una lata vacía, también suplicante.
Se detiene un momento con su carrito, mira a ese pobre y le pregunta: "¿Qué te traigo?"
La voz salió renqueante de una boca con dientes estropeados: "Agua y un bocadillo, si puede ser". La mirada verde era extrañamente dulce con pinceladas de tristeza pero el esbozo de sonrisa completaban un cuadro peculiar, dotándolo de una extraña ¿totalidad, humanidad, dignidad?
Eso, era un pobre con humildad, pero digno.
Él no encontraba la palabra que definiera exactamente lo que ese pordiosero le evocaba, aunque era algo especial.
Compró lo que necesitaba rápidamente, salió y le dió fiambre, queso, pan y agua.
"Gracias", murmuró el pobre.
En pocos segundos ya se había armado su bocata y lo devoraba sin contemplaciones.
Cuando minutos más tarde, pasó a su lado con el coche, se saludaron y una mágica vibración de efímero bienestar unió a esas dos personas con un vínculo fugaz, algo así como una sensación de hermandad,  siendo como eran personas que habitaban diferentes planetas ubicados en la misma tierra. Esa tierra calcinada y hostil para unos y divertida y vacacional para otros.

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