lunes, 8 de marzo de 2021

ARGENTINOSAURUS III

 Muchos años más tarde y tal como se lo había propuesto, la licenciada Luna Arsuaga Mendizábal había hecho una carrera brillante. Se había doctorado, rodado películas de divulgación paleontológica, dado charlas interesantísimas en barrios de escasos recursos, fomentado becas, las universidades se la rifaban y muchas vocaciones despertaron gracias a su entusiasmo y su amor por ese aspecto de la ciencia. Se había casado con un compañero de la facultad que amaba la prehistoria tanto como ella. Tenían 3 hijos, pero la que parecía haber heredado su pasión (más que vocación) era la del medio, una niña llamada Cuyén (que es luna en idioma aborigen mapuche), para seguir con la tradición de llamarse como nuestro romántico y omnipresente satélite natural. De esta manera, la abuela Selene era la luna griega en cuarto menguante, porque ya estaba viejita, aunque saludable. 

La madre Luna, la paleontóloga, luna llena, porque estaba en la flor de la vida. 
Y la hija Cuyén, que era la luna en cuarto creciente, ya que era muy jovencita. 



Las tres generaciones de lunas estaban charlando un domingo cualquiera, de bueyes perdidos (como decimos en Argentina) y, como al pasar, la madre Luna leyó una corta pero gigantesca poesía de Borges, llamada LA LUNA.  
HAY TANTA SOLEDAD EN ESE ORO. 
LA LUNA DE LAS NOCHES NO ES LA LUNA
QUE VIÓ EL PRIMER ADÁN.
LOS LARGOS SIGLOS DE LA VIGILIA HUMANA LA HAN COLMADO DE ANTIGUO LLANTO. MÍRALA. ES TU ESPEJO. 

Súbitamente, la abuela Selene, la del cuarto menguante, dijo, sin venir a cuento: "Ayer fui con una amiga para ver el pequeño fósil de argentinosaurus, la joya de la corona en el museo de ciencias naturales de nuestra hermosa ciudad, Mercedes".
"Ah, si, el que quieren llevar al museo de Neuquén ¿no, abu?"-dijo Cuyén, la cuarto creciente, siempre pendiente de su abuela y muy bien informada del controvertido asunto del fósil argentinitosaurus. 
"Deberían; hace años que estoy intentando que vuelva a donde corresponde: papeleos, solicitadas a los diarios, abogados, pero como dicen en España, las cosas de palacio van despacio. Y ya me veo muerta y sin lograrlo. Al menos espero que si hay otro mundo pueda quedarme a hacerle compañía al esqueletito". 
"Eso no es posible, abuela, vos sos inmortal". 
La madre Luna (la llena) estaba muy silenciosa, como imbuída de profundos pensamientos. 
"Abuela, ¿es cierto eso que se dice en la familia?, que mi mamá Luna hablaba con el argentinito".
"Bueno, eso decía ella. Recordemos un fragmento de Borges, LA MILONGA DEL MUERTO:  "Lo he soñado en esta casa 
entre paredes y puertas.
Dios les permite a los hombres
soñar cosas que son ciertas".

"Yo", prosiguió la abuela, "hace muchos años, una de las veces que fui al museo, me acerqué, como siempre, a su vitrina. Iba muy seguido porque me recordaba la niñez de tu madre: ese fósil marcó para siempre su vida. Como un tatuaje que dijera: NO ME OLVIDES. Y por eso se decidió por esa carrera. Si hasta me contaba que hablaba por las noches con paleontólogos famosos ya muertos. Pero volvamos a lo que íbamos. 
El museo estaba lleno de turistas y escolares que no paraban de meter ruido y gritar. Pensé: aunque suene paradójico, éste es el mejor momento para intentar conectarme con el fósil porque nadie escucha nada en medio de este bochinche. Me acerqué más y más y más a la vitrina y me pareció ver una mirada en lo más profundo de sus cuencas orbitales. Entonces le hablé: "argentinito, hijo, cómo te encuentras?"
Una voz que parecía provenir de la caverna de Platón y más allá, contestó algo ronca pero infantil: "Bien, no me puedo quejar, acá me cuidan, pero yo querría estar con mi mamá, en el otro museo".  Ni siquiera me sorprendió que me respondiera: hacía mucho que lo esperaba. 

"Lo sé, querido, lo sé e intentaré trasladarte, pequeño, te lo prometo, aunque ya sabes que eso llevará siglos de burocracia". Y me dijo algo tan triste, pero tan triste, que allí mismo se me cayó un lagrimón. 
"Hace millones de años que espero. Tiempo es lo que me sobra, pero gracias igual, buena señora". 
"Y él ya no habló más, como si se hubiera apagado, aunque otras veces volví y algo más pude conectar con él. Así que a mí no me tienen que convencer de que tu madre habló con él. A menos que las dos estemos soñando ¿no? También es posible". 
"Yo también quiero entrar en ese sueño, Abu".
La madre Luna seguía extrañamente callada y pensativa. 
La abuela, viendo la cancha libre, siguió con sus elucubraciones: "las esperas con expectativas son capaces de erosionar la mente más racional. Y si no, que se lo digan a las madres de los desaparecidos, las de Plaza de Mayo, esos jóvenes que están sin estar, como los virus, en la frontera entre lo vivo y lo no vivo".

"Mamá"- dijo Cuyén, volviéndose bruscamente hacia su madre Luna, "¿vos no podrías empujar este asunto, ya que eres tan importante en tu profesión?"
En ese momento, abuela y nieta notaron que a mamá Luna le caían las lágrimas en silencio. Ante las palabras de su hija Cuyén, la madre, la mujer luchadora, la gran paleontóloga, la gran científica que durante años había enterrado en el fondo de su hipocampo, aquéllos momentos mágicos vividos con el argentinitosaurus,  reaccionó exteriorizando su congoja y su desesperación, llorando e hipando cada vez más fuerte hasta sacudir su cuerpo y su conciencia. Algo había hecho "clic" en su cerebro y los recuerdos la desbordaron como un río enloquecido fuera de su cauce. 

Seis meses más tarde, las tres, abuela, madre y nieta fueron a visitar al argentinito que posaba muy orondo entre las enormes patas de su madre, la majestuosa ARGENTINOSAURUS HUINCULENSIS, en el museo del Neuquén. Hasta parecía sonreír...pero ¡qué tontería!¿no? Los fósiles no sienten ni padecen. 

Fin del cuento. 
 

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