martes, 3 de agosto de 2021

PENAS

 Cuando las penas agotan, los hijos y el nieto alejados y enfrentados, preocupan, y se convive con los que una no puede sincerarse enteramente por esa cuestión de no entorpecer la vida doméstica y no ser desagradecida; cuando no se ve salida por ningún lado, cuando, aunque nada grave nos esté tocando directamente y aún así la tristeza se asoma cada mañana y nos deja sin respuestas, se nos caen los brazos a cada lado del cuerpo y la mirada sólo ve baldosas. "Bonjour tristesse", de Françoise Sagan, ¿se acuerdan de ese libro?  La erosión es lenta, lentísima pero se va comiendo las pocas amarras a un paisaje esperanzador, esperando el próximo golpe en una sociedad convulsionada y con alarmas de tipo sanitario y humanitario... cuando todo eso ocurre, sólo queda esperar. Esperar, pero ¿qué? 

Qué la situación cambie, que se encuentren recursos interiores propios para levantar la cabeza y ver las bellezas naturales y poder apreciarlas, que nuestras palabras sean atendidas y entendidas, que la ternura de una mirada perruna empuje un poquito, que se pueda vaciar el cerebro y mirar las nubes. Y qué remedio queda que aferrarse a lo que se ha ido desarrollando a lo largo de la vida: esto mismo, por ejemplo, la escritura. Una pareja cariñosa y omnipresente, una hija cercana, unos amigos. La pintura, la jardinería y... el lorazepam. Dicen que el bienestar es una decisión propia (en realidad, lo dicen de la felicidad, pero esa palabra siempre me pareció excesiva), así que a ver cómo y cuándo me decido. 

No ocurre lo mismo en el otro hemisferio: allí la tragedia es carnal, real, presente e irreversible. Graciela se fue para no volver. Pablo se fue para no volver.  Unas semanas más tarde todos se reúnen para celebrar el cumpleaños de Mariano y como dice Stella: "hay tristeza pero no melodrama" para preservar a los nietos. Allí, en ese preciso momento, es cuando se ve el valor de una familia unida. El calor de la confianza que se ha perdido en el hemisferio norte, que rodea de apoyos a los que sufren. 

Y de repente, aparece una persona, que, desde el hemisferio sur, a dónde emigró ya adulto, se comunica por teléfono una sola vez por semana con el hemisferio norte y sin saber cómo, nos devuelve una leve sonrisa. Su propia y contagiosa risa es capaz de barrer la amargura y el pesimismo. 

Esa persona descorre un telón y nos muestra con un reflector a la que está acurrucada en nuestro interior, como un embrión que espera pacientemente el momento de respirar con autonomía y desplegar los brazos al mundo. "Volver a vivir". ¿Alguien recuerda ese programa en la tele de hace mil años?

Estaba ahí dentro, encapsulada por reproches propios y acojonada por tantos sermones y CULPAS.

El pasado y el presente la aplastaban. Avinagrada como una vieja resentida y dándole vueltas obsesivamente al mismo rollo autodestructivo. Pero esa vieja vestida de negro y con el índice señalando admonitoriamente fue una vez una joven luminosa y agradecida... lo que pasó fue que el tiempo y las circunstancias le ganaron la partida. Pero todo embarazo llega a su fin y un buen partero es capaz de gestionar hábilmente ese momento tan esperado. Y allí nos dimos cuenta que todo es una construcción propia alimentada por nuestro enojo. Y por las malas noticias que con morboso deleite nos brindan aquéllos que ven "las cosas claras" oscureciéndonos de paso a los demás. Apartemos a los "amigos" de los desastres de nuestra vista, que ya tenemos bastante con el día a día. ¿Habrá margen para la esperanza?¿ Entenderemos cómo funciona este maldito juego?

¡Apagá la tele! ¡Largá el teléfono! Éste es el mundo que te tocó vivir... ahora sos vieja pero fuiste joven e hiciste lo que te dió la gana en las oportunidades que se te brindaron. Ya que sos vieja aprendé del dulce uruguayo Benedetti y sé un "optimista bien informado". Armate una risa forzada que ella dejará paso a la otra, a la que viene de adentro. Desarmá la madeja. Sé un "optimista bien informado", repito y repetiré mil veces. Anímate, dale. 

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