sábado, 4 de septiembre de 2021

TRES NEURÓTICOS Y UN NIÑO RUBIO

 

                               RAGNAR

Cuando me mandaron a la cárcel por haber trasladado drogas de un lugar para otro, no quise chivatear y como un cabrón me comí un año de prisión. Allí aprendí mucho y de todos los colores. Si uno quiere, es un lugar ideal para estudiar gratis, sobretodo relaciones "inhumanas" o "infrahumanas", según se mire. Pero bueno, admitamos que en estas cárceles de  Noruega, mi país de origen, a uno lo tratan bien, rebién. Los DDHH funcionan. Al salir, el que me había mandado allí, y sintiéndose culpable, me ofreció un radical cambio de vida. ¿Dónde? En Portugal. ¿En Potugal? No sabía el idioma, pero me atraía la aventura. Y allá me lancé con premura, sin pensarlo ni una vez. Después de un año de encierro, volar me seducía, como quién diría. Lo que no podía saber era que en otra cárcel peor iba a caer: la del amor. ¡Por favor!

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                              CATRINA

Cuando conocí a ese rubio noruego, llamado Ragnar, no me confesó que recién salía del talego, entre otras cosas porque no sabía nada de portugués, pero ya se sabe: una se arregla con el inglés. En fin, nos enamoramos y convencí a mi madre para que en su casa nos instaláramos. No teníamos donde ir porque, como después me enteré, el noruego había mandado a paseo al desgraciado que lo mandó al talego. Noruego homeless. "Te lo ruego, mamma, ¿qué hago con el noruego?". Ella, la mamma Efigênia, al principio dudó pero vió algo noble en la mirada del hombre, como de roble. Allí acertó y entonces, aceptó. 

A mí ya me conocía y sabía que de mí nada bueno podía esperar, aunque no tanto como morfina. Por algo me llamaba Catrina. Se equivocaba, por supuesto. En realidad, mi madre siempre se equivoca, es como el juego de la oca. Eso ya lo sabemos, Lemos. Aunque no con el noruego pero porque le tocó el ego. 

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                           EFIGÊNIA

Ragnar me parece un ser transparente, pensó Efigênia, poniéndose los lentes. Por eso los dejo vivir en una casa decente, o sea, la mía, María. (Bueno, decente cuando se puede). Después de todo, ella, mi hija acaba de salir de una relación dañina con ese Viriato del carajo y lo menos que puedo hacer es echarle un gajo tierno, protector y materno. Pobre Catrina, se calló todo lo que pasó para no darme más grima. ¡El tal Viriato es un fulano maltratador, matador! Recuerdo que venía, a veces, y se sentaba en un banco de la plaza, bajo un sol inmisericorde, mirando hacia mi casa decente (Bueno, decente cuando se puede), a ver si reconquistaba a su presa preferida, mi hija Catrina. Pero ya es tarde, cabrón, y no te hagas el remolón. Menos mal que luego de unos días, se cansó y de nuestras vidas para siempre se borró. El Viriato de pelo ralo, ¡bicho malo! Qué mal recuerdo has dejado.

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                      CATRINA

El rubiaco Ragnar, al que más no puedo amar, es muy formalito como todo norueguito, cavilaba Catrina. Para celebrar  nuestro amorío me lo llevé de chiringuito en chiringuito. Esto es el musical Portugal y mucho nos gusta el baile, además del libre aire. Nos emborrachamos con gusto y allí me confesó lo de sus agrios días en Oslo, encerrado con un candado. No me importó demasiado, "pero que no se entere mi madre Efigênia", le dije, porque nos manda a freír pimientos, sin ningún tipo de miramiento... Qué siga la fiesta...¡Ehhhh, momento, carajo!¿Qué hacen esos tarados queriéndome tocar el trasero? Esto se pone fulero. Ragnar se enfurece y contra ellos arremete. Se ensarzan en un pelea desigual, cuatro contra uno, algo mortal. Al vikingo sólo lo para un cadenazo brutal en medio del cabezal. Allí mismo podía haber terminado su vital aventura, qué locura. 

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                              EFIGÊNIA

Y llegaron a mi casa destrozados, asustados,  amoratados. Mi hija llorando y explicando todo entre moco y moco y él, sin habla, ni siquiera noruego, apaleado y casi desmayado. Se les pasó la resaca, con tanta brava maraca. ¡Bienvenido a Portugal, chaval! Con espanto vi como la cadena quedó impresa en los huesos de su cabeza y tuve la inmediata certeza de ir volando al más cercano hospital.  Luego de horas de médicos y radiografías sin fin parecía no haber sido nada grave, menos mal. 

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                             CATRINA

Qué difícil es hacer entender a mi noruego que no estamos en Noruega. Todo lo quiere formal, pero es que aquí estamos en Portugal. ¡Es muy diferente, pariente! Pasamos años complicados. Ragnar montó una ferretería, y muy bien aprendió el idioma; yo seguí con mi litrona. Trabajando con mi madre Efigênia, típica exponente de esa generación llena de genios, que cree que en la vida todo se gana con laburo y más laburo. Al pedo, pedal, porque después la guita por los poros se evapora. ¡Qué frustración mi madre con su mala administración! ¡Y con el rubio del norte pasa igual, maricón! No sabe organizarse.

 El desgaste cotidiano y los años erosionan la pareja, y pese a los ruegos de mi madre, un día decido dejarle. Por algo me llamo Catrina, vecina; estoy cansada de esta maraña y tanta maña para tener hijos. ¡Yo no quiero! ¡Ni que fuéramos niños pijos!

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                            FILIPA

"Creo que me vuelvo a Noruega, colega" contó Ragnar a Joāo, el hermano de Catrina. La crisis económica golpea como las olas, esto va a traer mucha cola. "Mi Catrina me ha abandonado y me ha dejado solo, acá, en el raso prado. Ella no quiere hijos y así de claro lo dijo". 

Pero ¡cuidado, amigo! La vida nos da sorpresas y ésta es una de ésas. Justo ahora que partía, conoció a una guapa piba llamada Filipa, lisboeta nacida y criada, portuguesa hasta las trancas. Cariñosa era la chica, muy maja y muy amorosa... solo que estaba casada. ¡Oh, qué cagada! Hasta tenía una nena, otra brutal faena. "Igual mantenemos un romance que lleva meses para delante" cuenta el vikingo al hermano de Catrina. ¡Ella se queda embarazada, qué pasada, lo que faltaba! Horror, temor, una imprudencia mayor. Y ahora la gran pregunta: ¿quién es el padre, compadre? El le ofrece una vida mejor en la lejana Noruega, pero ella va a lo seguro, con suegra, con marido y con laburo. Viéndose sin futuro, el se larga a Noruega y con un dolor agudo, atraviesa el duro muro de iniciar una nueva vida; mucho de vikingo tiene y por temerario Ragnar se llama. (Igual que vos, hermano Mario Aníbal). 

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                             EFIGÊNIA

Antes de que se volviera a Noruega, me pasé por la ferretería a besar y abrazar a mi ex yerno querido, mi vikingo preferido. "Te invito a almorzar, Efigênia", me dijo con una sonrisa. Caminamos del brazo sin prisa mientras contaba su último romance de locura. Éste no tiene cura, pensé pero no dije nada. ¿Por qué querré tanto a este taranto, que en vez de jerezano gitano; nórdico y lejano es? Me dolía su inminente lejanía, pero igual le aconsejé que se largara, cuanto antes y sin demora, que la barriga crecía...  "que la cosa se va enredando, pisha, y si sale rubio, a ver cómo lo explicas. Medio mundo te ha visto ya con Filipa, y, si la situación se alarga y complica, verás como tú flipas". 

                          EL NIÑO RUBIO

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Diez largos años pasaron y un día cualquiera, un niño golpeó en la entrada. "¡Hola!" dijo Catrina asombrada, mientras abría la puerta. "Pregunto por mi papá", murmuró el niño sonrojado. "Pasa", le invitó ella intrigada y ahí nomás, muy apurado, se zambulló el pichón en el sillón. "¿Por qué debería tu papá encontrarse justo acá?" preguntó ella con dulzura, al ver de él la premura. "Los niños del colegio han dicho que no soy hijo de mi padre, pero sí lo soy de mi madre; aunque ella, al preguntarle, me ha dado esquinazo y ya no me animé a nada más interrogarle". El niño prosiguió, tragando lágrimas y saliva: "mis vecinos hablan de que acá, en esta misma casa, hace años vivió un noruego y que él podría ser mi padre". "¿Seguro?" aventuró ella, no sin apuro. "Míreme, señora, aunque sea solo por hoy, más alto que un abeto estoy. Mi abuela con babero, a sus otros nietos da caramelos, pero a mí, nada de nada, siempre en la estacada. Mi pelo como el sol no deja lugar a duda; si hasta parezco un farol en medio de la explanada". 

En vista de la situación, muy decidida Catrina telefoneó al noruego mamón, que se tomó el primer avión, sin pensárselo dos veces. El ADN habló claro y a nadie le pareció raro que el niño se mudara allá, a la lejana Noruega. Aquí quedaba un divorcio y un montón de explicaciones que, a decir verdad, ya a casi nadie importaban, salvo a los implicados, que en un buen lío estaban enredados.

Muchos años han pasado. El niño rubio es un hombre y cada tanto lo vemos, si viene de vacaciones. Quedamos todos muy impresionados con ese orden tan alterado:  las aventuras de un noruego que por nuestras vidas ha rodado. Sus genes amables ha donado a una guapa muchacha y con eso nos ha dejado, además de un recuerdo adorado. 

 


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