domingo, 11 de septiembre de 2022

GENERACIONES

Para empezar, es mi deseo aclarar que este escrito no tiene la más remota intención de esconder una condena moral. Somo hijos de nuestro tiempo, somos DASEIN, que según Martín Heidegger, es el humano y su entorno. La familia, la religión, la época, el nivel socio-económico, etc...

En algunas situaciones la brecha generacional crea diferentes sensibilidades con respecto a la naturaleza. También, el haber crecido sobre asfalto o sobre hierba, o haberse acostumbrado desde chicos al teléfono móvil. A veces esas diferencias se notan muchísimo y generan auténticos abismos en la mirada de unos y otros. Pero a lo que iba: tuve unos vecinos de mediana edad, que habían creado en su pequeño patio un vergel de verdes vibrantes. Plantas colgantes de macetas rústicas en cada riconcito de pared disponible, frescura,  enredaderas, una piscinita para la tortuga, rosales, una buganvilla,  rincones oscuros y húmedos con helechos, especies aromáticas escalonadas y zonas de cactus que el gato Bartolo esquivaba con habilidad felina. Humilde y grandiosa biodiversidad vegetal y animal. Variedad cromática.  Legiones de lagartijas, un camaleón y un puercoespín se paseaban por ahí de vez en cuando. Era una pequeña selva cuidada y preciosa en un espacio reducido, llena de seres vivos que estimulaban el despertar de cada mañana con un aleteo de insectos. Verlos volar, crecer, florecer, fructificar... hojas, pétalos, tallos;  de todas las formas, colores y tamaños imaginables. Todos ellos dependiendo de nuestra regadera, de nuestros cuidados, de nuestra mirada amorosa, brindándonos diariamente un  placer estético inigualable. Seres vivos que piden tan poco a cambio y engalanan con su presencia y su perfume cualquier entorno. Una paleta de pintor a la que no le falta nada. 

Un día mis vecinos se mudaron y se llevaron su jardín. Vinieron otros, más jóvenes y nacidos y criados en una ciudad grande. Buenos chicos, inteligentes, modernos, respetuosos, universitarios. En poco tiempo el patio quedó desnudo, desolado, baldosas a pleno sol, totalmente desangelado y con absoluta ausencia de verdor. Un patético desierto de material con una triste mesa de plástico sin un mínimo florero. Soledad de cemento. Solo piedras, sequía, desertización, mosaicos y un profundo desinterés por el lenguaje botánico. Todo ardiendo bajo el inclemente sol andaluz del verano. Y así siguió. El gran jardín circundante nunca los atrajo tampoco: nunca se detuvieron a mirar de cerca los árboles añosos. Dentro, en la habitación, los jóvenes tenían muchos adornitos primorosos fabricados en serie, ingentes cantidades de fotos de la pareja con sonrisas resultonas, bonita decoración, alguna manta vistosa, souvenirs de plástico o de cerámica... cosas. Cosas y más cosas. No faltan ordenadores, móviles, cables, altavoces y redes sociales para estar siempre conectados a bellos paisajes de lujuriosa vegetación... en televisión. Otra manera de vivir la vida. Una diferente forma de ver el mundo. Variedad cromática on-line sin aromas. Otra cosmovisión, como dicen ahora, aunque esta palabra sea demasiado abarcadora para el pequeño tema que tratamos pero parece que un desfase temporal hay. 

El patio me mira y me pregunta: ¿por qué me han abandonado? Y yo le explico: somos hijos de nuestro tiempo. 



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