martes, 26 de enero de 2021

MIS TÍAS Y MIS PRIMOS.

 

Estoy esperando dentro del coche a mi amiga Marité en la puerta de un inmenso tinglado chino donde venden hasta helicópteros (de juguete, jeje, aunque nunca se sabe, habría que preguntar). Ella está enganchada al consumismo: adora comprar todo tipo de cosas. Yo la aguanto como puedo. Al final, me va a enganchar a mí también pero me resistiré. Odio salir de compras. Además, nunca tengo un mango, así que para qué salir. Me quedo pintando, leyendo o escribiendo. Cocinando jamás , limpiando, never. Las tareas domésticas implican un alto riesgo, no son rentables y nadie las valora. Mejor dejarlas. A veces no hay más remedio que sacar el polvo de las estanterías. Es el momento en que una puede escribir "TE QUIERO" con los dedos en la tierra posada sobre un mueble. La ventaja que tiene escribir sobre el polvo acumulado es que si una escribe "TE ODIO", se puede borrar rápido, con trapo seco (o húmedo) y listo el pollo. Sería como una constancia escrita de sentimientos con fecha de caducidad. Bueno, igual que los sentimientos. 

Pongo la radio del coche, suena jazz, el delicioso y amado jazz; es Duke Ellington. Y de golpe algo me cierra los ojos: es algo cegador, como un martillazo directo a la mandíbula. Una luz distinta, amarillenta, cálida y antiquísima. Mi papá está agachado, con una sonrisa, hablándome: yo debo tener unos cinco o seis años y también sonrío. Estoy segura, aunque no me veo, pero me siento. Estamos en el living, está puesto el mantel y la vajilla para los invitados. Mi mamá revolotea con su vestido de lunares, mientras protesta siempre con el mismo argumento: "hoy debo haber caminado kilómetros dentro de esta casa". Menos mal que la casa no se modifica a medida que ella camina, como en el cuento de Borges. 

Mi hermanito está jugando con algo, en el suelo, cerca nuestro. Y se ríe. Mi hermanito Mario Aníbal no puede ser más lindo, más inteligente ni más simpático. Es un ser de otro mundo: un mundo bueno que ya no existe. (Ya no es mágico el mundo, dice Borges). Mi papá va hacia el tocadiscos, que es un mueble venerable con radio y todo. Es que se acabó el disco, lo va a cambiar y hay que tener cuidado con la púa. Las púas son caras. Todo es delicado y merece respeto, hasta un disco. Se rompían si se caían, se rayaban con una mirada fuerte. Por eso, a los niños nos estaba prohibido ir toqueteando todo por ahí. (Igual que ahora, mamma mía, los locos bajitos, (Serrat) que arrasan con todo). En la foto de abajo estoy yo con mi disfraz de aldeana rusa en el fondo de la casa de Témperley.


Afuera, en el jardín, crecen a la par de los niños, un hermoso árbol paraíso, un laurel de jardín cuajado de flores rosas y varias ligustrinas. Si se pudiera volver a vivir, aunque sea un ratito, esa época pasada: escuchar esas voces, tumbarse en esas reposeras, tomar ese sol, aspirar ese aire que ya nunca volverá, como el río de Heráclito. "¿Hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?" se preguntaba Borges. (...) "Y, sin embargo, es mucho haber amado, haber sido feliz, haber tocado el viviente Jardín, siquiera un día". 

Escucho un sonido de pulseras y risas de mujer que vienen del sofá del living, atravesando los helechos del patio central de la casa. Risas voladoras, alegres y seguras de sí mismas. 


Es mi tía Mari Esther, mi tía preferida, la flaca. Es radióloga y es la esposa de mi tío paterno Menes, hermano de mi papá. La más directa para decir las cosas (cosa que le repateaba el hígado a mi papá), la más independiente. La inolvidable. La que no tuvo hijos porque su hijo era su marido, al que cuidaba con devoción. La que durmió una noche en la misma cama con él recién muerto. (Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines, dice Borges). 
Mi tía Mari Esther nunca creyó que yo pudiera llegar a odontóloga y siempre me lo recordaba, burlándose: "Ayyyy" decía sacudiendo las pulseras, "qué loca, yo no sé para qué estás perdiendo el tiempo yendo a la facultad". Yo no decía nada porque no me sentía aludida. Tampoco dije nada cuando, años más tarde, ya odontóloga, la tuve sentada en el sillón dental para arreglarle un premolar: demasiado la quería y secretamente le agradecía que me hubiera servido de modelo para la vida. Su preferido era su sobrino Carlitos Oxenford, el hijo de su hermano Fito. Era rubio, lindo, lleno de pretensiones y malcriado. Empezó abogacía y lo dejó. Se fue a EEUU corriendo atrás del gurú Marahaji, y lo dejó. Su padre le puso una venta de galletitas al lado de la estación de Témperley y lo dejó. Mejor ni recordar el resto...otro pijo malogrado. Niño consentido con padres amorosos. ¡Qué desperdicio! diría mi papá. 

Yo he tenido muchas tías, paternas y maternas y son todas inolvidables. Las paternas eran educadas y convencionales: niñas bien sin un duro. Se casaron con buenos partidos porque, como mi abuelo había muerto, mi papá mantenía a toda la familia. Ellas, chicas elegantes, iban a un club de tenis donde engancharon a buenos candidatos para maridos. 

Las tías maternas eran más locas, diversas e interesantes. De hecho, algunos de sus hijos sobresalieron en sus respectivas profesiones, mientras que, del lado paterno hubo unos primos muy previsibles, bastante mediocres; no sé si me explico. No me sirvieron de modelo. 



Una de las maternas, la tía Lía, con su risa y sonrisa perpetuas y su voz un poco ronca, tan, pero tan simpática. Adorable. Se casó con un peletero, Enrique, un santo varón. A partir de ese momento los tapados de pieles de nutrias, de astracán, etc, que iban y venían de su elegante local en el centro de Buenos Aires pasaron a formar parte rutinaria del  guardarropas de la familia.

La tía Sofía, hermosa y dominante; su sola presencia imponía una atmósfera de prudente distancia, no sea cosa que le diera por armar un escándalo. Su marido y sus dos hijos varones Carlos y Eduardo, le temían y no era para menos. 

La tía Juana (con remera oscura en la foto de abajo), era gorda y millonaria, Tenía dos hijos varones, Leonardo y Edgardo. Y los abuelos en el medio de la foto. 

La tía Ada, dulce e inteligente, (foto más abajo), enferma de Parkinson, la mamá de mi primo Beto (mi preferido, el que abandonó ingeniería para dedicarse a su gran amor: el teatro) y mis dos primas, Mirta, psicóloga y Clarita, abogada, que ya se habían emancipado y no vivían en la misma casa. En la foto de abajo los 3 hermanos Rubinstein. 

Beto atendía la joyería de la familia, desde la muerte de su padre, a la vez que estudiaba. Ellos son muy especiales para mí porque viví un año en su casa de la Plata, mientras estudiaba segundo de odontología y entonces pude tratarlos más íntimamente. Fue una linda convivencia que jamás olvidaré porque cada uno iba a lo suyo y no recuerdo que hubiera conflictos ni broncas, y sí había libertad, simpatía y cariño. Una vez vino mi prima Mirta con su nuevo novio, un psiquiatra, creo recordar. Y cuando se fueron, la tía Ada, sentada como siempre en su silloncito (ya enferma), dijo aquéllas simples palabras que no olvidé: "A mí lo único que me importa es que ella sea feliz". Un espíritu generoso. Abajo foto de la tía Ada de jovencita.

Hablando de conflictos, recuerdo un rocambolesco almuerzo de familia en el que algo se torció y hubo un griterío terrible. Éramos chicos Mario Aníbal y yo y esto ocurrió en la casa de Témperley.  Estaban mis tíos Sofía (la hermosa y dominante) y Manolo, su marido y creo que sus hijos, Carlos y Eduardo, pequeños, también estaban. La conversación subió de volumen más y más hasta que mi papá tiró del mantel, con toda la vajilla y la comida causando un tremendo desparramo. Mi mamá lloraba, mi tía gritaba y al final los tíos y primos huyeron muy airados y creo que no vinieron más. Mi hermanito y yo nos quedamos desorientados mientras mi mamá limpiaba el desbarajuste. Al final, Mario y yo nos fuimos al jardín a reírnos de la situación a escondidas, porque nos parecía como una comedia italiana, donde todo es tan excesivo. Dicen que la niñez es el territorio de la felicidad pero para mí no lo fue del todo. 


Mi mamá (en la foto de arriba), con sus frustraciones por no haber podido estudiar; mi papá, con sus certezas por haber estudiado tanto; mi hermanito, con su asma que no lo dejaba respirar y yo con mis horribles dientes que no me dejaban reír, llenaron de grises una familia que mejor colorear y perfumar un poco para alegrar la remembranza. Parece necesario ajustar la narración a tonos más alegres, como quien desajusta el zoom de una cámara para verlo más borroso e imaginativo, no tan nítido y tristón. (Emulando un poco a NIEBLA de Unamuno). Al fin de cuentas, la vida es una obra de teatro. Creo que Beto estaría de acuerdo. Y hablando de teatro, estábamos Mario y yo en el living y pasó una de las tías con un cuchillo en la mano, muy ligerita, mientras vociferaba: "Esto no va a quedar así". Pensamos que iba a matar a alguien...a mi papá, obviamente. Salimos corriendo atrás de la asesina en potencia y ¡oh, desilusión! Sólo estaban podando un rosal. Lo que nos pudimos reír al darnos cuenta del equívoco, está en los anales de la historia familiar y hasta el día de hoy, mi hija Cuyén se dobla de risa cada vez que lo cuenta (de oídas, porque faltaban mil años para que ella naciera). Perdón: no faltaban mil años, se me fué la olla. Ella me ayudó a ajustar el zoom de los recuerdos: Cuyén estaba allí, fue testigo de este hecho y lo recuerda claramente. 

Mi papá era muy buena persona pero tenía una característica desagradable y negativa, para él y para los demás. Era soberbio y se ocupó de alejar a la familia de mi mamá primero y luego a la suya propia. Era intolerante, espantapersonas y ahuyentagente y no aceptaba que lo contradijeran. Esa lección de intolerancia a mí no me entró nunca pero posiblemente a Mario Aníbal si... en fin, puras especulaciones. Así fue como nos quedamos los cuatro solos, algo que repercutiría negativamente en el aprendizaje sobre las relaciones humanas, en nosotros, sus hijos. Por ejemplo, como desenvolvernos con los demás durante una convivencia, como funciona una familia más amplia, que señales corporales tener en cuenta de los demás, como tolerar o perdonar; algo que, indefectiblemente, se aprende en la niñez o luego cuesta mucho aprender. Más tema de emociones que de sentimientos. 

Y cambiando de tema sin cambiar del todo, un día cualquiera hice una síntesis mental espontánea e involuntaria que me tomó por sorpresa: mis primos maternos, los prolíficos judíos, sobresalieron en casi todo lo que emprendieron, fueron buenos en sus respectivas profesiones y lograron hacer en sus vidas cosas útiles para los demás y para sí mismos. Mientras que mis primos paternos, los "niños-bien", típica clase media argentina con aspiraciones a clase alta y muchos pajaritos en la cabeza (no lo digo desde el prejuicio, obvio), tuvieron vidas convencionales y bastante tristes, superficiales y mediocres. ¡Qué cosa! ¿no? 

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Mi primo Beto, en una foto actual.  Destacado actor y director teatral, con un libro publicado de este tema y siempre implicado en las luchas por una sociedad mejor. 



Su hermana Mirta, psicóloga, ya fallecida, quién desarrolló una intensa actividad profesional. 

Siempre preocupada por las necesidades de la infancia, se dedicó a atender los trastornos de aprendizaje en la niñez y fue tal el interés que le despertó la especialidad que promovió la implementación de gabinetes psicopedagógicos en la enseñanza inicial, un vacío hasta entonces en la estructura de la educación formal. 

¿Y yo? Soy tan prima de unos como de otros y la verdad es que, cuando miro hacia atrás,  me hace sentir bien que muchas personas puedan sonreír con confianza y seguridad por los cientos de tratamientos de ortodoncia que hice, llegando a buen puerto. Eso es bastante más que nada y me satisface que así sea. Es un logro poder reír y sonreir con agrado y sin complejos. No como Borges y sus espejos insondables: "Yo, de niño, temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que ocultaría algo sin duda atroz".(...). 
Atroz era la dentadura que tenía yo de pequeña y quizás eso me empujó a resolver desde mi especialidad, ese mismo problema en tanta gente y brindarles un poco de felicidad cada vez que le sonrieran al espejo. 

Como hobby, escribo con placer tratando de que tenga algo de música lo que escribo, como aprendí de mi papá; y de ello da cuenta mi blog y muchos manuscritos. Pinto como una aficionada que soy y algunas veces obtengo resultados aceptables, otra vez como mi papá. Soy una aficionada en arte y una profesional en ciencia. No llegué a los logros como mi primo Beto o mi prima Mirta, aunque estoy satisfecha, ya que las comparaciones me parecen tontas. Es agradable hacer un balance que nos deje bastante contentos, cuando se ha llegado casi al final del camino. Otras cosas no salieron tan bien pero bueno...todo, todo no puede resultar diez puntos.  

 Bien, volvió Marité de los chinos, se acabó la película y la imagen en retrovisor del pasado. Otro día la seguimos.

3 comentarios:

  1. Hermosa historia y muy sentida. Permiso para compartirla. Todas las familias deberían tener alguien que escribiera una historia seria un buen legado para los jóvenes. Es importante tener Identidsd. Abrazos. Beto

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  2. Hermoso tu relato. Te cuento que soy hija de Mirta y de ese psiquiatra que aparece en tu relato, y creo que mamá fue muy feliz, como decís en el relato que dijo Ada (mi abuela, a quien no conocí). Mamá, Mirta, falleció hace menos de 4 meses, te cuento que fue una excelente madre y abuela. El otro día, mi hija menor estaba algo triste porque extrañaba a su abuela y le propuse que charlara con alguien "muy, muy amiga de la abu". Me contestó: "yo era muy muy nieta". Estamos en contacto

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  3. Me fascinó, y me conmovió.
    Tan prolija y cariñosa prosa.

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