domingo, 11 de mayo de 2025

UN NOBEL PERPLEJO

 En la foto Elvira Lindo y Vargas Llosa


Hay días de muerte: murió el Papa Bergoglio, un ser de luz, como dicen ahora, murió Enrique Pianzola, otro ser de luz, médico y escritor argentino, murió la madre de Cristina, amiga cariñosa y entrañable y murió Vagas Llosa. Y poco después Pepe Mujica. 
Estoy leyendo, sentada en el porche de mi casa, un artículo corto de Elvira Lindo en el diario EL PAÍS del 20 de abril de 2025, a propósito de la muerte de Mario Vargas Llosa, el famoso escritor peruano. 

[...] "Yo creo haber conocido al hombre, no a la estatua erigida, en uno de esos momentos de cierta vulnerabilidad en los que no hay gloria que valga". 

Interrumpe mi lectura una paloma temeraria y orgullosa de su estirpe, que anda picoteando el césped sin advertir la presencia de mi felino, el gato Tito, agazapado entre las macetas en posición de ataque. La brisa tibia y las hojas recién nacidas del damasco saludan a la primavera dando una engañosa  apariencia de paz perpetua. Dejo el diario y ahuyento al ave justo a tiempo, cuando el aspirante a tigre ya pega el salto. ¡Uffff, menos mal!



Sigo leyendo: "Nos habían encomendado entregar a dúo (a Elvira Lindo y a Vargas Llosa) el Goya al mejor guion adaptado. La entrada fue problemática, empezamos mal. Me tomaron de la mano con la energía autoritaria de los organizadores [...], llegué hasta el backstage, donde esperaba, ya cansado, Vargas Llosa. Entre tanta algarabía intercambiamos una mirada de alivio y reconocimiento. [...]"cuidado con los cables". Le tomé del brazo y sentí que él estaba más inseguro aún que yo porque se aferró a mi mano. Cuando llegamos al punto desde el que se efectuaría nuestra salida al escenario nos dejaron solos". 

Un intenso aroma a azahares interrumpe de nuevo mi lectura mientras el aspersor, además de regar, le roba los colores al sol y hace las delicias de mi ganso ampurdanés, el famoso Cuaco de las redes sociales, rodeado de gorriones que le hacen la pelota. Observo complacida un rato el entorno, tan verde y tan florecido. Por el momento, ningún depredador está al acecho. Puedo volver a la lectura.

 "En la oscuridad, iluminado levemente por un halo tibio de luz, vi su perfil único, un perfil propio de la medalla de uso corriente que homenajea a un prócer, a un Nobel o a un viejo cantante de tangos". [...] "A ver si no me caigo, dijo. A ver si no nos caemos, dije. Él sonrió y en la penumbra se le dibujó su dentadura mítica, aquella con la que bromeaba el viejo Onetti: "yo tenía unos dientes bien hermosos, pero se los presté a Vargas Llosa y no me los ha devuelto". Si, nuestro hombre recordaba la ocurrencia del uruguayo. Estábamos muy juntos, buscando cierta protección, inmóviles, como subidos a una piedra pequeña en un río de cables al que pudieras caerte en cualquier momento. Pensé que lo estaba viendo como lo habrían visto todas sus mujeres en la penumbra de la alcoba".

En mi jardín, entretanto, una inesperada  y solitaria golondrina juega y se pelea con las ramas del granado y va y viene  asustando al joven almendro que no está acostumbrado a esos locos revoloteos. El gato Tito y yo nos detenemos varios minutos observando sus piruetas. El gato Tito y yo tenemos diferentes intenciones respecto a la golondrina, estoy segura. Un golpe de viento frío de poniente me vuela las hojas del diario. Las rescato corriendo y sigo leyendo: 

"Un momento propicio para las confidencias: ¿cómo se vive de pronto perseguido por la prensa del corazón?, le pregunté. Es horrible, contestó, me gustaría hacer planes, salir al cine, improvisar, pero Isabel (su segunda mujer, una famosilla) no quiere; es una vida absurda, tienes que estar midiendo todos tus movimientos... Lo miré sin reparo, porque él no me veía mirarlo, y juro que pensé: ¿cuánto tiempo tardará este hombre en regresar a su antigua vida? Recordé las palabras de agradecimiento a su mujer (su gran compañera) en la ceremonia del Nobel, años atrás, palabras que definían toda una época; aquella vieja manera de entender la vida del genio, siempre asistido por una mujer que de amante pasaba a ser madre de los hijos, maternal también con él, secretaria, mala de la película si tocaba, protectora, ambiciosa según el consabido juicio ajeno, ciega voluntaria ante tantos deslices [...], orgullosa de ser la mujer a la que se regresa. El tipo de compañera que hasta hace bien poco alababan los cronistas literarios, la digna esposa del maestro. ¿Qué hacía entonces aquel hombre ya confuso y frágil en este lío de cables? El regidor nos empujó al escenario. Tomé del brazo al Nobel, para que no se cayera y para no caerme". 

Al levantar la vista del diario veo a la golondrina alejarse ante la olímpica indiferencia del gato Tito. Y pienso: una golondrina no hace verano.