sábado, 19 de octubre de 2013

                                                   LA CHUPASANGRE
Había una vez una viejita alemana llamada Clara que tenía un pelo tan, pero tan blanco que cuando el sol le daba por detrás parecía una santa aureolada. Vivía sola en una antigua casa en Londres con olor a madera y pan. Todas las paredes estaban empapeladas con un raído papel con florcitas color pastel y rayitas azules que se cruzaban.
Las languidecientes lámparas tenían primorosas pantallas de tela y las cortinas estaban transparentes de tanto lavarlas.
Pero a ella le encantaba su vieja casa y se pasaba muchas horas leyendo historias de mundos remotos poblados de aventureros y canallas, en el viejo sofá. No sabemos si era plenamente feliz pero su vida le gustaba y estaba tranquila.
Cuando venían sus hijos querían cambiarle cosas de la casa, para modernizarla, decían, pero ella se negaba. Sobre todo se ensañaban con el viejo empapelado. "Mamá, hay que pintar esta casa y tirar de uan vez ese papel más viejo que Matusalén". Pero ella se negaba porque todo su entorno, así como estaba, algo congelado en el tiempo, la rodeaba de recuerdos.
Un día igual que tantos alguien llamó a su puerta. Al abrir de encontró con una desconocida joven morena, muy joven, casi una niña, sucia y delgada. La dejó entrar sin saber muy bien por qué. Quizás su aspecto de desamparo la conmovió. ´
Le preguntó varias cosas pero la joven no respondía, sólo miraba en derredor con curiosidad.
La viejita Clara le dió de comer, la bañó como a una niña pequeña y le dió ropa limpia.
"¿No puedes hablar?"le preguntó.
"Sí puedo", contestó agriamente, "pero es que no tengo nada que decir"
A la viejita le pareció raro pero no le importó demasiado porque ella también amaba el silencio.
La joven se fué quedando un día tras otro y mejoró mucho su aspecto, aunque no parecía feliz con tantas atenciones y nunca agradecía nada. Sólo en una ocasión dijo que se llamaba Natalia y que venía de Argentina.
Al quinto día preguntó bruscamente la joven: "¿ No tenés televisión?"
"No", contestó Clara, un poco impresionada por el inesperado tuteo, "no me interesa".
"Uffff, qué aburrimiento", soltó Natalia, con su habitual rictus de amargura y no dijo más nada.
La viejita asoció inmediatamente, como un flash, esa respuesta a una película que había visto en su época de estudiante: "los jóvenes viejos" y pensó "ésta es una joven vieja, quemada, de vuelta de todo y cargada de resentimiento".
A pesar de ello, como era de la opinión que todo el mundo merece una segunda oportunidad y que un poco de cariño repara cualquier herida, ignoró el comentario.
Cuando vinieron los hijos de Clara y se encontraron con semejante panorama se alarmaron y le pidieron a Natalia que se fuera pero la viejita se opuso, argumentando que le servía de compañía y que la ayudaba con la casa y la compra, aunque, a decir verdad, no la ayudaba en nada. Ellos aceptaron a regañadientes y las dejaron a ver qué pasaba.
Pero el carácter hosco de Natalia y su mirada de desconfianza fueron tiñendo de gris la vida de Clarita...la viejita se fué oscureciendo. Su aura se apagaba.
Un día despertó Natalia con una impresionante erupción cutánea, le picaba todo el cuerpo y no podía dormir. Pensaron en una alergia, pensaron en los mosquitos, se le aplicaron cremas y pomadas pero pasaban los días y la cosa empeoraba.
Una vecina muy amable llamada Dorothea, que era dermatóloga, se interesó en el caso. En plan entomólogo detective husmeó por toda la casa, revisó la nevera y el cuarto de baño, vació las estanterías y finalmente se llevó un trozo del empapelado con florcitas que se había desprendido en un zócalo.
Tres días más tarde volvió triunfante con el veredicto: "CIMEX LECTULARIUS, o, para decirlo más fácil, chinches, chinches de cama, que se alimentan de sangre"
"¿Chupasangre?" preguntó alarmada la viejita."¿esos que chupan la sangre?"
"Sí", contestó Dorothea, " hay que echar a los bichos ya"
Inesperadamente exclamó enardecida Clara: "¡¡Fuera los chupasangre!!"...Y LA ECHÓ A NATALIA, que se fue sin rechistar, llevándose el veneno consigo.
Así fué como se restableció el equilibrio entre los habitantes de la casa. El empapelado nunca se cambió. 
Cuando sus hijos vinieron encontraron una inscripción en la pared: "JA MEHR ICH VON DEN MENSCHEN SEHE, UMSO LIEBER MEINE INSEKTE".


Este cuento ha sido inspirado por un artículo médico publicado en la revista STERN, número 41, página 88 y su autora es la DRA. DOROTHEA WIECZEROK, del Klinik für Dermatologie, Allergologie und Venerologie der Medizinischen Hochschule Hannover y a ella se lo dedico.

El párrafo en alemán dice: "Cuanta más gente conozco, más quiero a los insectos".

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