domingo, 19 de mayo de 2019

ANA Y EL TIGRE

Mi amiga Ana era muy chica y siempre iba a la casa de una amiguita vecina, a divertirse. Se llevaban muy bien. Lo que más les gustaba a ambas era tumbarse sobre la alfombra de piel de tigre a desparramar sus juguetes y allí pasarse las horas, riendo y jugando, mientras el animal las observaba con ojos vidriosos. 
Entretanto, en la casa de Ana las cosas no eran fáciles... digamos que no era precisamente un "hogar hollywoodense". Se comprende que ella buscara rincones más acogedores. Cierta tarde fué, según la costumbre, a jugar a la casa de su vecina. 
Aparentemente todo iba bien, pero en cierto momento Ana, sin razón aparente, se puso a llorar. 
Gemía y moqueaba a lo grande.
Escuchando tamaño desconsuelo, la madre de su amiga se alarmó y preguntó que qué pasaba. Entre hipos y lágrimas, Ana fué capaz de explicar que el tigre la había 
mordido. Y lo repetía machaconamente. "¡Ese tigre me mordió!", gritaba señalando al responsable de sus desgracias con su dedito índice. Todos los argumentos adultos para demostrar  lo irracional de aquélla posibilidad chocaban repetidamente contra esa catarata de pena. Finalmente la acompañó de vuelta a su casa y allí se enteró que esa misma mañana, el papá de Ana había dejado el hogar familiar. 

Aquí la tenemos muchos años después, bella y feliz y afirma, una vez más, que el tigre la mordió. Cicatriz no le quedó pero yo le creo.                                                           

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