miércoles, 19 de febrero de 2020

VALERIA DEL MAR


"Café la humedad": este tangazo de las calles de Buenos Aires, Gaona y Boyacá, lo cantó, acompañado de una guitarra, una joven de cuando yo era joven, cuyo nombre no recuerdo, ni su cara, ni nada más de ella en absoluto, sólo su canto seductor que me dejó impresa una emoción. "un sábado con trampas, qué linda función".
Conservo fugazmente en mi memoria que estábamoos un grupo de universitarios de vacaciones en Valeria del Mar, con carpas algo andrajosas y desperdigadas al azar. Sin cámping, sin almacenes donde comprar algo, sin ninguna comodidad pero con absoluta libertad.
Cómo era antes, a lo salvaje. Luego de comer "polenta con arena", nos reunimos abrigados con ponchos de colores. 
Ya de noche hicimos un fueguito para calentar el agua del mate. Estaba fresco, con una serena oscuridad envolvente y pinos murmurantes que, ellos también, caían en la magia.
Yo estaba ahí aunque ahora lo vea todo desde una añosa distancia como si así pudiera apreciar el cuadro completo que, sin embargo, me incluía: un cálido círculo con llamas intermitentes que contorneaban temblorosas los perfiles de la gente, oscilando al compás del tango: "la poesía que la escuela de tus noches enseñaron a mis días".
"Café la humedad", mate viene, mate va, playa con música urbana. La joven guitarrista de notas acariciantes y voz contraalto volaba hacia la rompiente para contárselo a las sirenas, que, expectantes, escuchaban abajo.
"Café la humedad", Gaona y Boyacá, mar, gente linda, fogata y sal. Noche estrellada, aromas de música porteña y "garganta con arena".
Borrosas imágenes filtradas por la pila de años transcurridos es lo que quedó en mi memoria. No recuerdo con quiénes estaba, cómo viajamos hasta allí y que pasó antes y después: solo pervive un lienzo musical, impreso para siempre, de una tribu irrepetible, un instante en el que Dios existía... y la esperanza también.


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