viernes, 1 de mayo de 2020

CONSPIRACIONES EN LA BUHARDILLA.

Si la casa de la calle Espora hablara, Steven Spielberg vendría corriendo, cámara en ristre. Primera planta (sin ascensor), ciudad de Témperley, a pocos metros de la iglesia católica y enfrente, en diagonal, de la iglesia metodista.
La historia de estas dos familias, que fueron alternativamente propietarias del lugar, se extiende a los años de mi adolescencia, adultez y vejez.
 En esos años fui testigo esporádico de las idas y venidas de esas personas que tuvieron tanta influencia en la construcción de mi subjetividad.
Alrededor de los años sesenta y pocos, algunas alumnas del colegio Nuestra Señora del Huerto ( hoy rebautizadas las aleluyantes niñas del orto) nos solíamos reunir en la casa de la calle Espora, generalmente en la buhardilla, que era bastante grande y el centro de nuestras conspiraciones. Allí vivía la familia Fernández,compuesta por Manolo, el padre, María Luisa, la madre, Carlos (el hermano mayor) y Pilar (Pily para los íntimos, la más chica) que era nuestra compañera del colegio.
Yo recuerdo el enorme cariño que me inspiraba esta simpática familia.
Años años más tarde entendí que una puede estar cómoda en familia ajena mucho más que en la propia, porque en las primeras nos tratan con la cortesía y la amabilidad con las que se atiende a una invitada y, por más confianza que se tenga, las familias no desnudan sus mambos ni pelean delante de extraños. En síntesis: en todos lados se cuecen habas, pero con los invitados se disimula lo mejor posible. 
Magdalena, una señora mayor gallega, era el ama de llaves de dicha familia y tenía la función principal de chivatear todo lo que acontecía en esa casa en ausencia de los padres. Cómo éramos adolescentes y rebeldes, los chismes de la señora Magdalena eran, desde todo punto de vista, INAGOTABLES ya que material para andar chusmeando no le faltaba.
Y así era como se armaban los quilombos entre padres e hijos (y amigos de los hijos).
Mientras tanto, los jóvenes planeábamos largos y elaborados planes de venganza contra la pobre vieja bruja, aunque nunca la sangre llegó al río; pero es que no había río porque sangre sí que hubo. Entre los recuerdos más inocentes ha quedado éste que me recordó Stellita.
Magdalena ignoraba que había una comunicación secreta entre la cocina, abajo y la buhardilla, arriba, por un boquete hecho para la chimenea del calefón.
Aprovechando esa circunstancia la llamábamos por el agujero con voz de ultratumba, repitiendo al son de una campanilla: "¡Magdalenaaaaa, te habla la voz de tu concienciaaaaaaaa!"
Y ella contestaba, toda cagada: "¡Ay, ay, guapas, ¿dónde estáis?, por el amor de Dios bendito, ¿dónde estáis?"
Nuestro objetivo era asustarla lo suficiente como para que no siguiera chivateando, aunque jamás hubo resultados tangibles. Siguió bocinando. Botonear y soplar era lo suyo, lo llevaba en su esencia.
Flora, al revés que Magdalena, era una joven de edad parecida a la nuestra, pero con una diferencia sustancial: era sirvienta. Hoy en día se les dice "asistentas" o "empleadas del hogar" y el trato hacia ellas parece haber evolucionado para mejor.
La pobre Flora buscaba desesperadamente parecerse a Pily, la "niña rica", en cuya casa servía y vivía.
Nosotros, en esa época y a esa edad, carecíamos en absoluto de dulzura o comprensión hacia la gente desfavorecida.
Antes bien, la despreciábamos bastante porque para nosotros eran unos "negros de mierda", dejando meridianamente claro que un negro de mierda podía ser rubio y de ojos celestes, ya que era la condición y la educación lo que marcaba la diferencia y no el aspecto físico. Era nuestra verdad, injusta, xenófoba (palabra que creo que ni existía) y cruel. ¿A qué negarla, por qué maquillarla?
A lo sumo, dejar constancia de que con los años mejoramos y nos volvimos más piadosas y democráticas porque el mundo fue cambiando y nuestra consciencia también. 
Lo que quedó claro es que la concurrencia a una escuela católica no mejoró nuestro punto de vista, más bien todo lo contrario: éramos elitistas. Por suerte, el  tiempo y los cambios sociales se ocuparon de barrer con esos sentimientos propios de la época (junto con el machismo).
Pero a lo que iba: la pobre Flora, en su afán de parecerse a Pily, se compraba la misma ropa, lo cual a esta última, cómo es de imaginar, la hinchaba como una cobra de un encantador de serpientes saliendo de su cesta. ¿Cómo iba a vestirse igual la niña de la casa que la humilde cenicienta? ¿En qué mundo se ha visto esa paridad social?
Un funesto día apareció la rutilante Pily con un elegantísimo abrigo (tapado en Argentina) color turquesa, que se había comprado nada menos que en la galería Alvear, donde tenía una boutique María Rosa, la mujer de Nano, el socio de Manolo, el padre de Pily.
A la pobre Flora le faltó tiempo para ir y comprarse el mismo modelo con el mismo color. Las iras de nuestra querida compañera sólo eran comparables a una tormenta tropical.
Basados en ésta, en el fondo, inocente anécdota tomamos clara conciencia de los enormes prejuicios en los que estábamos inmersos en esa época y en Argentina.
Lo que más me llena de satisfacción es que estoy recontrasegura de que hoy, en ese aspecto, somos mejores personas. Cuando digo mejores personas, más comprensivas, más tolerantes y viendo el mundo desde otro lugar, me refiero estrictamente a nuestro pequeño grupo de egresadas (y no a todas porque a veces hay silencios elocuentes), ya que la sociedad en general, visto lo visto, parece contener más odio y estar más polarizado, tanto en Argentina como en el resto del mundo al que tengo acceso informativamente.  Hete aquí que hemos caído sin quererlo en el mundo de las ideas y, a propósito de ello, la filósofa española Adela Cortina acuñó la palabra APOROFOBIA, que, en breves palabras, significa odio a los pobres y que, según variados indicadores, va en aumento.
Según George Friedrich Hegel, filósofo alemán idealista, el deseo no está en el deseo en si, sino que el otro quiere una cosa, pero la quiere porque es el deseo, a su vez, de otra persona. ES EL DESEO DEL DESEO y quien logre en esa lucha, acceder a ese deseo, representado en una COSA (el tapado turquesa de Pily) y lo haga de su propiedad determinará quiénes mandan y quiénes obedecen. Hegel murió de una epidemia de cólera en 1831. Lo digo porque las epidemias están de moda.
A fin de cuentas, el deseo es el deseo de someter a otros, la esencia intrínseca del homo sapiens y su apego al poder. 
Me fui a la mierda, ¿no? Y bueno, un poco de despegue al etéreo mundo de las ideas no viene mal de vez en cuando y si pensamos que Hegel introdujo la dialéctica en la filosofía y cada movimiento surge como solución a las contradicciones del movimiento anterior, las Aleluyantes niñas del orto hemos resuelto nuestras diferencias de juventud fomentando una amistad que ha sido capaz de dejar atrás todo lo que ya no importa.

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