DOLORIS CAUSA
Prosa poética de Heraldo Melipal
Me duele un hombre desnudando penas en su guitarra y en su canto. Me duele su hijo que pasa la gorra y ensaya unos coros tan tristes como el aire de los trenes.
Me duele la angustia de quienes presagian el abismo social ante sus pies indefensos.
Me duele el corazón del mundo, las sístoles y las diástoles que arrullan la sangre cansada de los derrotados.
Me duele la inocencia empecinada de quienes prosiguen y proyectan a pesar de tanta muerte; me duelen sus ingenuos balbuceos bajo la certeza tenebrosa de los dioses del mercado.
Me duele el hambre desbocada, el cómpreme señor que tengo cinco hijos, el vértigo del que revuelve la basura, el cuerpo que se desvanece en la calle bajo cartones y trapos cuando la noche aúlla su intemperie definitiva.
Me duele la zozobra de los compañeros, el encono y la mutua desconfianza que se profesan a la hora crepuscular en que el poder homicida se frota las manos con algarabía; me duelen mucho los compañeros y sus debates encendidos, la dialéctica crucificada en los reproches, la lengua que se desliza sobre la escamosa piel del desencuentro; me duelen bastante los compañeros y ese aire de no saber en qué momento seremos pasados a riguroso degüello.
Me duele el tiempo que gotea sus sombras entre los amantes desconocidos.
Me duele el silencio inoportuno tanto como la palabra desmedida.
Me duele el desconsuelo del infinito difuminado en el horizonte, me duele la revolución que envejece en los manuales, me duele la humanidad en franco plan de retrocesos insalvables, me duelen las flores resecas en las tumbas anónimas, me duelen los números desiertos que el dolor no puede contar con sus dedos mutilados.
Me duele el amor y la fe que se empujan enloquecidos en mi furia y en la tuya.
Me duele la rabia inaudita que se asoma cuando los magnates celebran su aquelarre y la noche nos busca con su milicia atestada de perros y reflectores.
Me duele el ser que no soy en estos trances.
El que huye aturdido por los techos del universo.
