sábado, 5 de julio de 2014

El veneno ardiente del disgusto

            FRAGMENTO DEL LIBRO "TREN NOCTURNO A LISBOA".    PASCAL MERCIER.
"El veneno ardiente del disgusto"
" Cuando los otros nos obligan a disgustarnos con ellos- por su insolencia, su injusticia o su falta de consideración- ejercen un poder sobre nosotros, proliferan y nos devoran el alma, porque el disgusto es como un veneno ardiente que socava todos los sentimientos moderados, nobles y armoniosos y nos roba el sueño. Insomnes, encendemos la luz y nos disgustamos por nuestro disgusto, ese que ha anidado en nosotros como un parásito que nos chupa y nos quita las fuerzas.
No sólo estamos furiosos por los daños, sino también por la manera en que se expande en nosotros; porque mientras estamos sentados al borde de la cama con las sienes adoloridas, el remoto causante permanece ileso de la fuerza destructora del disgusto de la que somos víctimas.
Sobre la íntima tribuna desierta de nuestra intimidad, bajo la luz chillona de una rabia muda, representamos un drama para nosotros mismos con personajes y palabras sombríos, con esa furia impotente que sentimos en nuestras entrañas cual fuego abrasador.
Y cuanto mayor es nuestra desesperación  por el hecho de que todo es un juego de sombras y no una confrontación real, en la cual exista la posibilidad real de dañar al otro, creando un equilibrio de sufrimiento, tanto más salvajemente danzan esas sombras venenosas y nos persiguen hasta las más tenebrosas catacumbas de nuestros sueños. (Daremos la vuelta en la tortilla, pensamos con furia, y forjamos palabras durante la noche  que desplegarán en otros el efecto de una bomba incendiaria, de modo que sean ellos quienes a partir de entonces sientan arder en su interior las llamas de la indignación, mientras nosotros, apaciguados por el placer en el mar ajeno, tomaremos nuestro café con una alegre serenidad.)
¿Qué podría significar hacer las cosas bien con el disgusto?  No quisiéramos ser seres desalmados que permanecen impasibles ante todo lo que se tropiezan; seres cuyas valoraciones se agotasen en fríos y exangües juicios, sin que nada sea capaz de sublevarlos porque, en realidad, nada les interesa.
Por esa razón no podemos desear en serio no conocer en absoluto la experiencia del disgusto y, en su lugar, persistir en una indiferencia que apenas podría diferenciarse de una yerma insensibilidad.
El disgusto nos enseña también algo sobre lo que somos. Por eso deseó saber que podría significar educarnos y formarnos con el disgusto, de modo tal que aprovechemos su conocimiento sin sucumbir a su veneno.
Podemos estar seguros que en nuestro lecho de muerte, constataremos como parte de este ültimo balance - y esa parte tendrá un sabor más amargo que el cianuro-, que hemos malgastado demasiadas fuerzas y tiempo en disgustarnos y hacerle pagar nuestro disgusto en un desamparado teatro de sombras, del cual sólo nosotros, que lo sufrimos impotentes, sabíamos algo. ¿Qué podemos hacer entonces para mejorar ese balance?  ¿Por que no nos hablaron nunca de ello ni los padres, ni los maestros ni otros educadores?  ¿Por qué no expresaron nunca nada sobre ese inmenso significado?  ¿Por que no nos dieron en este asunto una brújula que nos ayudara a evitar que desperdiciáramos nuestra alma en disgustos innecesarios y autodestructivos?"  PASCAL MERCIER

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