jueves, 20 de junio de 2019

LA MUELA Y EL TABACO.

Era una de las familias notables de la ciudad, ésas con solera, patriarcas y tragedias, de origen italiano. Vivían en la calle 25 de Mayo, en Témperley, provincia de Buenos Aires. 
Ella se sentía honrada paseando su adolescencia tardía (de la cual nunca se recuperó) por los pasillos de esa vieja y elegante casa con aromas de misterio, como si fuera un altillo grande, con baúles que se abren solos en las noches de luna llena. Ese tipo de casa donde todavía viven los abuelos y hay pecados escondidos en cada rincón. Los retratos colagos en las paredes de los antepasados la escrutaban en blanco y negro con ojos reprobatorios, siempre reprobatorios.
Ella no podía evitar furtivos vistazos a las habitaciones que se iban abriendo a su paso y oler susurros apagados de pretéritas historias fabulosas. Le encantaba aquello.
Su gran amiga y compañera del secundario  Birgitta Steinmann Bozzini la había invitado a ésta, su ilustre casa.
Birgitta tenía un hermano, Manfred, muy inflexible y que se había visto obligado a hacer de padre ya que el doctor Steinmann, el padre de Birgitta, se había largado de esa familia con una bailarina del Ballet Ruso, dejando a su esposa dando suspiros... de alivio.


Pero lo que a ella la dejaba absolutamente fascinada era el tío materno de Birgitta, un hombre mayor refinadísimo que narraba entre sonrisas y comentarios irónicos, hechos de su vida cosmopolita, plena de vicisitudes en lugares lejanos y rutilantes, allá, en la vieja Europa. 
El tío Flavio era la oveja negra de la familia, a pesar de haber sido un eximio violinista demandado por las mejores orquestas del mundo. Aunque lo que trasuntaba era mucho más que eso: él era libre, libre como una libélula, como un pájaro y eso lo exhalaba por todos los poros de su piel. Más se deslumbraba Ella.
Al revés que sus hermanos que habían obedecido mansamente al patriarca, el abuelo Bozzini, y habían estudiado carreras rentables para perpetuar y acrecentar la fortuna familiar, Flavio, desde muy joven, había dado muestras de rebeldía y desarraigo.
Esa actitud bohemia a Ella la subyugaba y suspiraba, sin despegarle la mirada: "si tan solo fuera más joven".
Sus relatos de cuando era un pibe talentoso y trotaba por el mundo europeo pasando hambre y frío en sus principios, aunque visitara salones aristocráticos, la remontaban a lejanos paisajes románticos. 
Por fin, siguió relatando, logró hacerse un lugar en el competitivo mundo musical y su vida dió un vuelco favorable. Y allí fue cuando se enamoró...y... y... ¡sonó el teléfono!
_¡Noooo!_ gritó Ella_ ¡déjalo!¡No lo atiendas! No podía soportar que la trajeran de vuelta a este  pedestre mundito, cuando ella volaba junto con el tío Flavio en una alfombra mágica por los cielos de Praga y de París.
Pero el demandante campanilleo iba en aumento y Birgitta lo atendió. 
_Es para vos. Tu novio Roberto.
_Ufffff, no_ protestó Ella.
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Estaban los dos en un bar. Él tenía algo importante que decirle.
_No me vayas a malinterpretar_ dijo Roberto cariacontecido y culposo.
_Claro que no, no, no te preocupes_ aseguró Ella, ardiendo de curiosidad.
_Es que es un asunto... algo... ¿cómo decirlo? Es un asunto delicado ¡Eso! Delicado... y puntual, desde luego, no va a volver a ocurrir.
_Me hago cargo. Cuenta, cuenta, no tengas miedo.
_¿¡Miedo yo!?_ saltó Roberto como un resorte.
_Oh, oh_ pensó Ella_ botón equivocado.
No le convenía seguir con la misma estrategia. Y allí terminó la conversación y se extinguió temporalmente la confidencia. 
..............................................................................Ella, muy contrariada por la interrupción, atendió por fin el teléfono.
Su novio Roberto era un agradable, barbudo y machista muchacho, separado de su esposa. Tenía hijos, tenía problemos pero, por suerte, tampoco tenía plata.
En fin, a Ella le gustaban los problemáticos, porque así podía redimirlos y reconducirlos a la buena senda... no se le daba bien la otredad.
Roberto pedía auxilio, cuándo no, porque le dolía una muela con dolor agudo de verdad y como era domingo, no había conseguido un dentista disponible. Ya sabemos de sobra como son los dentistas. Para sacarte dinero, siempre están pero para sacarte un dolor, nunca.
Él se preguntaba si el tío de ella, Menes, que era de la profesión querría tener a bien atenderlo de urgencia en su consulta de Lomas de Zamora.
El tío Menes, hermano del padre de Ella, estaba casado con Mari Esther, radióloga, y ambos tenían debilidad por esa díscola y acomplejada sobrina, siempre soñando con trotar el mundo. 


Y así se hizo. Roberto tomó el último autobús que venía de la ciudad de La Plata y ambos se acercaron al consultorio del tío Menes, que, por suerte, estaba al lado de su casa.
Fueron recibidos con alegría. La desconsiderada muela fue extraída y todos se despidieros con besos y arrumacos.
Como Roberto no tenía medio de transporte para volver a La Plata, mientras buscaban una solución, volvieron a la casa de Birgitta. ¿Dónde dormir? En la casa de Ella imposible. Su padre no lo hubiera permitido.
Entonces el tío Flavio, acostumbrado como estaba a las transgresiones, sugirió que, por esa noche, podrían quedarse en la insigne residencia Bozzini. Lugar había y buena voluntad también. 
Fiorella, la madre de Birgitta, lanzó un grito escandalizada. _¡No, no, no! ¿Qué va a decir papá?
_El viejo patriarca no va a decir nada porque está en su precioso campo en Cañuelas- aseveró tío Flavio_  no va a volver y aquí nadie se va a chivar.
_Pero, pero_ balbuceaba Fiorella casi llorando, demostrando así su perpetuo miedo, su alma de mujer dócil _ ¿y mi hijo Manfred? Él va a llegar en cualquier momento ¿No pensaron en él?
_Manfred hoy no vuelve; se queda a dormir en la casa de su novia, pero eso sí, en dormitorios separados_ ironizó el tío Flavio, bajando la voz.
Ella pensó: "se ve que el tío Flavio está muy decidido... es un divino este hombre. Si tan solo fuera más joven", suspiró sin despegarle ojo. 
No obstante_ dijo él ya mas serio_ quiero que quede claro que en esta casa no se fuma. ¿De acuerdo?
_Por supuesto, por supuesto._ coreamos todos.
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Ella se acercó suave como un gato a Roberto y le acarició el pelo mientras sonreía.
Todo muy suave para que él no fuera a sospechar que tenía un solo objetivo: saber lo que había pasado, eso que le costaba soltar.
_Mi amor, seamos sinceros: si no quieres, no me cuentes. Yo solo quería que fuera un desahogo, un alivio para vos, a alguien se lo tienes que contar.
_¡No seas hipócrita!_ gritó dando un puñetazo en la mesa._ ¡Que te conozco, bicho colorado!
_Uy_ pensó la hipócrita_ otra vez me equivoqué. Y ahora ¿qué hago?
Supuso que sus últimos ases en la manga eran dos: uno, un buen revolcón sexual o, segundo, quedarse callada, con carita de pena... optó por lo segundo y esperó el resultado. 
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Fiorella, la mamá de Birgitta y hermana de Flavio, se arrodilló en su altarcito a rezar, como quien espera la llegada de los hunos.
Ignorándola, el tío Flavio nos mostró su dormitorio con dos camas pequeñas. Ella dormiría con Birgitta en el dormitorio de las chicas, y Roberto con el tío Flavio. Los chicos con los chicos y las nenas con las nenas. Salvado el honor... Ella no entendía por qué Fiorella se preocupaba tanto y se lo tomaba todo a la tremenda. 
Un silencio cómplice cayó sobre ellos como un nubarrón oscuro.
Cenaron, charlaron de sandeces y se fueron a dormir. Ella seguía pensando: ¿a qué se debe tanto drama?
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Roberto se iba ablandando. El silencio de su novia y los whiskies que oportunamente ella invitaba aflojaban las barreras, los pruritos y las vergüenzas.
_Esto promete_ pensó Ella. Pero siguió callada. 
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Al día siguiente, estaba el tío Flavio muy temprano en la cocina, preparando desayunos para todos. Tenía cara de haber dormido poco y mal, aunque hizo hincapié, más de una vez, que se había quedado como un tronco apenas apoyada la cabeza en la almohada.
La joven Ella fue a despertar a su amado, que torraba a pata suelta.
Siendo siempre tan distraída, algo curioso llamó a lo puerta de su intuición para lo que a priori no encontró una explicación racional... ni a posteriori.
El paquete de cigarrillos de Roberto estaba en la otra mesita de noche, la del tío Flavio. ¿Cómo había ido a parar allí? ¿No era que estaba prohibido fumar? ¿No era que el tío se había quedado cuajado al instante de acostarse? Si él se había dormido y Roberto había aprovechado para regalarse un pitillo a escondidas, tendría que tener el tabaco de su lado. Olor a cigarrillo no había pero, indudablemente, algo olía a chamusquina.
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_¡Tú ganas!_ exclamó resolutivamente Roberto_ ¡confieso que... que tuvimos una noche de pasión con el tío Flavio...si, de sexo...y además confieso que nunca había sentido tanto placer! ¡Si, ninguna mujer me hizo sentir nada semejante, nunca!... Eso no significa que me gusten los... los... hombres ¿entiendes? La miró casi llorando, acojonado y acongojado.¿Qué... qué te parece?
_Bueno, esteee... cosas que pasan... cosas que pasan. Y todo por un dolor de muelas. Mira a qué territorios te puede conducir un dolor de muelas.
Y se quedó muy pensativa ¿Qué sentía en realidad? Ni enojo, ni excesiva sorpresa, ni rechazo... perplejidad, quizás.
Al final, agarró la mano de su novio y mientras lentamente caminaban dijo, quitándole hierro:_ tiempo al tiempo, no te angusties. Ha sido sólo un episodio aislado.
Y pensó: ¡QUÉ ENVIDIA!¡CON EL TÍO FLAVIO!



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