jueves, 13 de junio de 2019

SIESTA ANDALUZA.

Era un espléndido día primaveral en Chiclana de la Frontera, la ciudad española donde vivo actualmente. Así que mientras todos se iban a la playa, yo me dirigí resueltamente a mi sillón reclinable para insuflarme una siesta catamarqueña. Catamarca es una provincia argentina, famosa por el calor y la sequía y también famosa por las siestas integrales a las que se someten sus habitantes.
Para relajarme me pongo auriculares y busco alguna música o narración que me enganche. Así fue como me topé con un cuento relatado por Darío, un filósofo argentino; de Jorge Luis Borges, el Aleph; y lentamente me fuí sumergiendo en un estupor que orillaba cíclicamente el sueño y las ensoñaciones.
Iba y venía de un mundo de imágenes y sonidos que se mezclaban placenteramente.
¡Qué agradable es salir de las obsesiones por un rato! ¡Qué agradable es salir de una misma!
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"Traté de razonar.
_Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
-La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
-Iré a verlo inmediatamente".
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El candelabro de dos velas cincelaba luces y sombras sobre el ruinoso y coqueto empapelado rosa, en un inútil esfuerzo por concretar fantasmas.
El Aleph seguía relatándome sus hechos extraordinarios cuando súbitamente entraron por la puerta principal (no la del consultorio) de la casa de Témperley, en Argentina, mi papá y mi mamá, que habían muerto hacía muchos años.
-Por fin- les dije sacándome un auricular- ya iba a llamarlos. Bueno, luego hablamos.
Ellos se fueron al interior de la casa y yo seguí con Borges.
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"Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano apenas más ancho que la escalera tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló".
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El escenario iba mutando y una terrible punzada casi, casi me despierta. Aquéllo dolía mucho y se prolongaba demasiado. "Así que esto era parir", pensé con desesperación, porque solo tenía 4 centímetros de dilatación, me informaron.
-Hay para rato- dijo el médico y se fue.
Lo sobrellevaba jadeando y mirando los húmedos y hostiles azulejos de un color inexistente que, encima, permanecían mudos. Una enfermera rondaba periódicamente pero entre sus tareas no figuraba la de darle una palabra de aliento a la parturienta.
Estaba completamente sola si exceptuamos al bebé que también luchaba denodadamente por salir.

¿Era necesario pasar por todo este sufrimiento para graduarse de MUJER, como decían antiguamente? ¡Qué despropósito!
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"Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente, comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber  que estaba loco, tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces, vi el Aleph.
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Y por fin lo ví.  Era un precioso varón mi primer hijo. No le faltaba ningún dedo ni en las manos ni en los pies. El intenso dolor había pasado y yo, con eso nada mas y mi hijo al lado, ya estaba en la gloria.
Una enfermera me explicó que me iban a dar unos puntos de sutura pero sin anestesia, porque eran pocos y no valía la pena. No protesté ya que me encontraba en estado de beatitud.
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"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba". (...) "...vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo".
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Sentía con lacerante nitidez como la aguja y el hilo penetraban la carne de mis castigados genitales externos pero de pronto fui consciente de que aquello no me dolía. Muy sorprendida, me encontré en otro plano de la percepción. Esa epifanía, que había logrado abolir la transmisión del dolor, me hizo llorar de felicidad; sabía que no se iba a repetir. Miré a mis ahora amigos, los húmedos azulejos del paritorio porque allí, además, allí se reflejaban las miradas de mis padres y mi tía Elsa,  bañadas en miel.

Y ahora, 45 años mas tarde, recuerdo mi particular Aleph en mi sillón reclinable de Chiclana a la hora de la siesta.


3 comentarios:

  1. Magnífico cuento y magníficos los dibujos con su bebé y la escalera de "El Aleph". Creo que relaciona Vd. con buen humor ambas experiencias.

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  2. Gracias, Agustí. Usted me anima a seguir escribiendo.

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