domingo, 8 de diciembre de 2019

PULPITIS ABCEDOSA AGUDA

Por Mónica Bardi

Mira que se lo dije: "esa muela, Stellita, te va a traer a mi consultorio arrastrándote entre espinas".

"Stellita, no seas boludita y sacate esa muelita". Repetía tratando de no ser pesada.
Totalmente al dope.
Como es natural, se cumplió el vaticinio y una pulpitis abcedosa aguda, de las que se calman sólo con frío, se desencadenó un día cualquiera.
El cuadro era un poema: Stellita manejando el coche con una mano y en la otra sosteniendo una jarra llena de agua con cubitos de hielo.
Se llenaba la boca con esa bendita agua helada y se le calmaba pero en cuanto pasaban unos segundos el calor de la boca entibiaba el mágico analgésico y volvía el lacerante y pulsátil dolor.
Sonó el timbre insistentemente y salí corriendo a ver que pasaba pero me bastó un vistazo para entender la situación. Hacía ya varios años que era dentista y no necesitaba grandes explicaciones, entre otras cosas porque la paciente tenía la boca como un hámster y una reluciente jarra en la mano derecha.
No recuerdo qué hice exactamente con la sufrida muela pero nunca olvidaré la cara de alivio que puso mi amiga al inyectarle la anestesia.
Cuando todo pasó ambas nos reímos mucho al relacionar esta situación con una película de Mr. Bean, en la cual el cómico inglés ponía a salvo a un pecesito naranja, al que se le había roto la pecera, colocándoselo en su boca llena de agua, mientras encontraba una solución mejor.

Cualquiera que haya visto a Mr. Bean no precisa demasiados detalles de las infinitas vicisitudes por las que pasó el pecesito naranja hasta que fué inevitablemente tragado por el esperpéntico e inolvidable cómico.
Pero ahí no acaba la cosa: sé que no está bien reírse de los muertos aunque en este caso haremos una excepción. Mi ex ya difunto tenía en su lindo departamento de Puerto Real una pecera grande que yo adoraba y cuidaba. Cuando nos conocimos los dos estábamos libres, sin pareja. Mi invasión de su casa de Puerto Real fue en aumento con una ingente cantidad de plantas y pinturas, hasta que me mudé del todo, haciendo un flagrante abandono de mis hijos que se negaban a estudiar y/o trabajar. Como ellos no se independizaban, lo hice yo.
"Pero..pero...¿cómo hiciste?- me preguntó intrigadísima una amiga.
"Bueno, hice una maleta, la llené y me fuí", contesté sin comprender bien el motivo de tanto misterio.
"Nooo, me expresé mal. Quise decir: ¿cómo pudiste?".
Esa es el tipo de preguntas que no tienen respuesta. Hay personas que pueden y personas que no. Yo era de las que podían.
Unos años nuestra pareja funcionó bien, pero como mi ex era bipolar, cuando le dió por beber (decía que por mi falta de cariño) entramos en una crisis que nos llevó a un punto crítico insostenible y como era insostenible, no lo sostuve. Conclusión: armé mis valijas y me largué. Es así de simple: hay gente que puede y otra que no. Yo era de las que podía. Entretanto, mi ex gestionaba (mal, no se dejaba ayudar), como podía, su enfermedad y cada vez que se brotaba adoptaba perritos pequeños para que le hicieran compañía, víctimas inconscientes de lo que el destino les tenía reservado. El tema era que él no los cuidaba, ya que algún espíritu travieso de los que habitan en los fármacos (más alcohol) le había insuflado la peregrina idea de que ellos, los pobrecitos perritos tenían que aprender a buscarse la vida en la comida que encontrarán en la basura, por si llegaban períodos de vacas flacas. 
 Obviamente, los cachorros andaban muertos de hambre...como su dueño, ya que se pulía todo el sueldo con la tarjeta de crédito a los tres días de cobrar.
Pero a lo que iba: a veces dejaba a los cachorros solos en su departamento, los cuales, en una ocasión, se entretuvieron mordisqueando el tubo de desagüe de la preciosa pecera.
Al volver él, encontró todo el piso inundado y los peces muertos o boqueando y no se le ocurrió ponerlos a salvo en un vaso de agua o... en su boca, como Mr. Bearn.
Aunque lo peor estaba por llegar: como él había sido un buen buceador se le ocurrió la insana y terrorífica idea de enseñarle a bucear a uno de los perritos. Para hacerle compañía, claro.

Yo no sé por qué el cachorro no aprendió correctamente las maniobras necesarias de una apnea voluntaria: o él le explicó mal o no era un anfibio, como le pareció a simple vista. (Humor negrísimo) Y para rematarla del todo lo llevó en seguida al veterinario, que lo echó de la consulta indignadísimo al ver al pobre animalito ahogado.
Cuando me lo contó, al encontrármelo por casualidad y recordando mis preciosas plantas totalmente secas en el balcón, le dije las irremediables palabras que lo enfadaban tanto: "Ay, querido mío, tú no sabes cuidar ni animales ni vegetales, imagínate seres humanos".
Y en verdad, tampoco podía cuidar de sí mismo y, cuando me daba cuenta de ello, no podía descargar mi ira contra él por lo que le había hecho al perrito y me la tenía que comer. Sólo un enfermo (que no era mala persona) puede hacer semejante aberración. 
Al revés que Stellita, que sí se sabe cuidar y para terminar esta triste narración con un poco de risa, os cuento que la susodicha se puso, con pegamento, un diente de leche que se le había caído a su nieta Lara, en el espacio recientemente vacío (por un accidente) de un lateral superior. ¡¡Siiii, como lo están leyendo!!
No le dió tiempo de ir a su odontólogo porque fué justo antes de viajar a Europa y, como el dientito de marras le quedó tan bien, allí estuvo más de 10 años y no lo hizo sólo por comodidad, sino por un profundo cariño a un souvenir proveniente de su dulce nietita.
EL VERDADERO AMOR NO TIENE LÍMITES.

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